La Oda




Oda (del griego, odé, ‘canto’), las odas eran originalmente poemas para ser cantados con el acompañamiento de un instrumento musical. De tono elevado, estaba destinada a exaltar la vida de un individuo, a conmemorar un hecho importante o a describir la naturaleza de manera más intelectual que emocional.
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ODAS CLÁSICAS
Safo
Safo, décima musa, poeta griega de gran lirismo y sensibilidad. Esta pieza se encuentra en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles (Italia).

En Grecia, existían dos tipos de odas: las corales y las cantadas por una sola voz (monodia). Las primeras, elaboradas según los movimientos del coro en el drama griego, tenían una estructura triádica: la estrofa, la antiestrofa y el epodo, este último con ritmo y forma diferente de las dos partes anteriores. El máximo representante de la oda coral es Píndaro, cuya obra incluye 45 odas que conmemoran, entre otras celebraciones, los Juegos Olímpicos.
Distribuida en una serie de estrofas iguales, la oda destinada a una sola voz fue cultivada por Safo, Alceo y Anacreonte. La lírica monódica influyó en los poetas latinos Horacio y Catulo, que la prefirieron por su estilo más personal que el de la oda pindárica. Ambos poetas, de todos modos, escribieron odas para la recitación y no para el canto.
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ODAS MODERNAS
Poetas como el italiano Bernardo Tasso y el español Garcilaso de la Vega buscan imitar a Horacio a través de una fórmula poética que sustituya a la canción petrarquista. Gracias a la influencia de Garcilaso en España se difunde la lira (véase Versificación), estrofa de cinco versos endecasílabos y heptasílabos que a su vez origina el surgimiento de formas mixtas como la canción alirada, con variantes que abarcan entre cuatro y nueve versos. Merece citarse la ‘Oda a la vida retirada’ de fray Luis de León. Pero existe otro tipo de estrofa, más próxima a Horacio que la lira de Garcilaso: es el cuarteto-lira, combinación de cuatro versos endecasílabos y heptasílabos con rima cruzada (AbAb) o abrazada (AbBa). Variantes del cuarteto-lira son la estrofa sáfica y la estrofa de la Torre. A la primera pertenece la “Oda Sáfica” de Esteban Manuel de Villegas (1589-1669), cada una de cuyas cinco estrofas abarca tres endecasílabos sáficos (con acento rítmico normalmente en la primera sílaba y forzosos en la 4ª, 8ª y 10ª), sueltos, y un pentasílabo:
“Dulce vecino de la verde selva, / Huésped eterno del abril florido, / Vital aliento de la madre Vénus, / Céfiro blando; / Si de mis ansias el amor supiste, / Tú, que las quejas de mi voz llevaste, / Oye, no temas, y á mi ninfa dile, / Dile que muero.”
La estrofa de la Torre deriva su nombre de Francisco de la Torre (siglo XVI) y consta de cuatro versos sin rima, tres endecasílabos y un heptasílabo. Influyó con variantes en autores neoclásicos, románticos y modernistas, entre ellos Gustavo Adolfo Bécquer (“Volverán las oscuras golondrinas”), José Martí, Miguel de Unamuno y Gabriela Mistral.
Entre los poetas contemporáneos autores de odas —y sus variantes— se encuentran Miguel de Unamuno, Pablo Neruda (Alberto Rojas viene volando, Odas elementales), Blas de Otero, Ricardo Molinari, Federico García Lorca y Jorge Luis Borges, quien, en su ‘Oda escrita en 1966’, combina tres estrofas, dos de 10 versos y una de 16, con un terceto que cierra el poema a manera de epodo: “Nadie es la patria, pero todos lo somos. / Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante, / Ese límpido fuego misterioso”.
En Francia, Pierre de Ronsard (siglo XVI) escribió odas a la manera de Píndaro y de Horacio. Entre los ingleses, se destacan Edmund Spenser, también del siglo XVI, autor de epitalamios; John Milton (siglo XVII), que imita a Píndaro; y, en el siglo XX, el poeta W.H. Auden. El autor norteamericano Allen Tate es autor de “Oda sobre los muertos confederados”.


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