El invento de las vanguardias en la literatura




Vanguardias (literatura), movimientos literarios renovados que se desarrollaron en la primera mitad del siglo XX en Europa y América.
La acepción primera de la palabra vanguardia pertenece al lenguaje militar. En Francia comenzó a usarse aplicada a la política entre los socialistas utópicos hasta que adquirió, con Karl Marx y Friedric Engels, el sentido de minoría esclarecida encargada de conducir la revolución. Posteriormente se desarrolló el concepto entre los movimientos artísticos que se proponían romper con las convenciones estéticas vigentes. La política y las artes han compartido desde entonces, unidas o relativamente separadas, el uso de la palabra vanguardia. Tanto España como los países americanos se harán eco —y reelaborarán— las vanguardias surgidas sobre todo en Francia, en Alemania y en Italia.
El 20 de febrero de 1909 Filippo Marinetti difunde su Manifiesto futurista. En la década siguiente, y debido al impacto que produce el estallido de la I Guerra Mundial, surgen el expresionismo en Alemania, el dadaísmo y el cubismo. De la redacción de los principios estéticos de este último tanto en pintura como en literatura se encargan Pablo Picasso y Guillaume Apollinaire (1880-1918), autor de Alcoholes, de Caligramas y de Las tetas de Tiresias, obra en la cual utiliza por primera vez (1918) el término surrealista, movimiento que tendrá su primer manifiesto en 1924.
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PRIMERAS REPERCUSIONES Y OTROS ISMOS
Un año después de lanzado el Manifiesto futurista, Rubén Darío, máximo representante del modernismo literario, replica a Marinetti diciendo que la palabra “futurismo” ya había sido empleada por el poeta catalán Gabriel Alomar en 1904 y preguntándose si ciertos principios, como el culto de la velocidad, de la energía y de los deportes no estaban ya en Homero y Píndaro; si no habría que releer el manifiesto romántico de Victor Hugo, incluido como prólogo del Cromwell, sobre todo cuando reivindica lo “grotesco” y la mezcla de géneros; si, como dice Marinetti, la “guerra” es la única “higiene del mundo”, ¿qué pasa con la peste? Punto de vista el de Darío sumamente lúcido, aún más si se piensa en cómo el fascismo supo absorber de la proclama de Marinetti el culto del valor, de la energía y de la temeridad a toda costa. Tanto el chileno Vicente Huidobro como el argentino Jorge Luis Borges y el brasileño Mário de Andrade verán con reparos las veleidades futuristas, sin negar algunos de sus aspectos estimulantes.
En 1916 Juan Ramón Jiménez había escrito Diario de un poeta recién casado, texto que señala un cambio en su evolución posterior y en la de la poesía española. Pero es el año 1918 el que marca un hito importante en el desarrollo de las vanguardias en España y en América. En este año viajó a Madrid Vicente Huidobro, poeta chileno que defendía el creacionismo, según sus propias palabras desde 1912, y comparó este movimiento con el imaginismo inglés-americano de Ezra Pound, dando ejemplos del dadaísta Tristan Tzara y Francis Picabia, entre otros. El conflicto entre naturaleza y arte (ya Oscar Wilde había dicho “la naturaleza imita al arte”) se resuelve en Huidobro al decir que el poeta ha de crear su poema como la naturaleza crea un árbol.
En los últimos meses de 1918 comienzan las tertulias de Rafael Cansinos-Assens, rodeado de jóvenes (poetas y aspirantes a poetas) en el Café Colonial de Madrid. Son los gérmenes del ultraísmo, movimiento ultrarromántico (Cansinos dixit) que reniega de lo viejo (el modernismo), de la oratoria y la retórica, de los prejuicios moralistas o académicos, y defiende, proclamando que la guerra no ha servido para nada, un estar “adelante siempre en arte y en política, aunque vayamos al abismo”, construyendo la fraternidad universal a través de las nuevas estéticas, siempre “subversivas y heréticas” porque “atacan al régimen y a la religión”.
Lo nuevo se reveló en una mezcla de influencias: desde el dadaísmo y el expresionismo, hasta el futurismo y el cubismo. El ultraísmo se expresó sobre todo a través de revistas, en las que publicaban poetas del círculo de Cansinos-Assens. Estuvieron ligados al ultraísmo Jorge Luis Borges, quien más tarde se arrepentiría de sus devaneos; Ramón Gómez de la Serna, cuyas greguerías estaban muy próximas al culto de la imagen sorprendente e ingeniosa, quien escribió, bajo el seudónimo de Tristán, una “proclama futurista a los españoles”; Guillermo de Torre, en quien abundan los neologismos, las imágenes cinemáticas, el abandono de los signos de puntuación, los juegos con la disposición tipográfica; y además Gerardo Diego, César Vallejo y Juan Larrea.
El ultraísmo, a través de Borges, se difundió en Argentina, y a él estuvo ligado Oliverio Girondo, quien escribió el manifiesto de la revista Martín Fierro, que comenzaba diciendo “Contra la impermeabilidad hipopotámica del honorable público” y afirmaba la importancia de lo propio sin perder de vista la influencia de otras culturas, razonamiento muy semejante a los modernistas brasileños del Manifiesto Antropofágico —hay que absorber al otro, al “enemigo sacro”—, desde Oswald de Andrade al “reino del mestizaje” de Paulo Prado.
También en México hubo una versión peculiar del ultraísmo: el estridentismo de Manuel Maples Arce, Germán List Arzubide y Salvador Gallardo, cuyo primer manifiesto incluía los nombres de Cansinos-Assens, Borges, Gómez de la Serna, Guillermo de Torre y otros, proponía un sincretismo de todos los movimientos y mandaba a “Chopin a la silla eléctrica”. Ya el poeta mexicano Enrique González Martínez escribía en 1911 su soneto antimodernista “Tuércele el cuello al cisne”. En Puerto Rico, hubo manifiestos euforistas (Luis Palés Matos y Tomás L. Batista) y uno atalayista (C. Soto Vélez). Las relaciones entre arte y política se desarrollaron a través del conflicto entre nacionalismo y cosmopolitismo (Boedo y Florida en Argentina o el negrismo en Cuba).
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DE 1927 A 1945
Gerardo Diego
Catedrático de enseñanza media, Gerardo Diego (1896-1987) fue ante todo un poeta de la generación del 27 que alternó los estilos vanguardistas con los registros más clásicos de la poesía española.

En 1927, al cumplirse el tricentenario de la muerte de Luis de Góngora, Gerardo Diego y Rafael Alberti convocan el acto conmemorativo. Estuvieron presentes Salvador Dalí y José María Hinojosa, en sustitución de Dámaso Alonso, entre otros. Así nació la generación del 27, en la que coexisten diversas tendencias, desde los que recuperan los hallazgos más interesantes del ultraísmo y del surrealismo hasta los que crean una poesía más pura (dado el influjo de Góngora y ciertos principios de Juan Ramón Jiménez) o buscan un contacto con la lírica tradicional y popular.
En 1945 surgió en Madrid el postismo, representado sobre todo por Eduardo Chicharro y Carlos Edmundo de Ory, que se encuentran en el Café Pombo. Su intento, muy próximo al surrealismo, es, no obstante, revisar la estética de todas las vanguardias de las primeras décadas del siglo. Declaran que en poesía pisan “directamente sobre las pálidas cenizas de Lorca y Alberti” y que son “hijos adulterinos de Max Ernst, de Perico de los Palotes y de Tal y de Cual y de mucho semen que anda por ahí perdido”. Otros autores postistas fueron Ángel Crespo, Francisco Nieva y Silvano Sernesi. Tuvieron contactos episódicos con el postismo Fernando Arrabal e Ignacio Aldecoa. Se advierten influencias postistas en Gloria Fuertes.


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