El invento del Cine brasileño






Escena de O pagador de promessas
O pagador de promessas, película dirigida en 1962 por Anselmo Duarte, supuso un hito en la historia del cine brasileño al conseguir la preciada Palma de Oro del Festival de Cannes. En la imagen el actor Leonardo Villar, que interpreta al campesino Zé do Burro, al pie de la iglesia de Santa Bárbara, en Salvador.

Escena de São Bernardo
Los actores Othon Bastos e Isabel Ribeiro en un momento de la película São Bernardo (1971), del director brasileño Leon Hirszman, basada en el relato homónimo de Graciliano Ramos.

Escena de Dios y el Diablo en la tierra del Sol
Maurício do Valle (a la derecha) y Othon Bastos (a la izquierda) en una de las películas más importantes de la cinematografía brasileña, Dios y el Diablo en la tierra del Sol (1964), de Glauber Rocha.

Cine brasileño, evolución histórica del cine en Brasil desde sus orígenes hasta la actualidad.
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PERIODO MUDO
En 1896 la industria cinematográfica brasileña dio sus primeros pasos, enfrentándose a las dificultades financieras y técnicas de la época. En aquel momento existía una forma primitiva de cine, denominada pantógrafo, que permitía reproducir una imagen a una escala mayor de la real. En 1835 se proyectó, con la ayuda de un cosmorama, las guerras de la familia real en Portugal. En 1866, Frederico Figne instaló un cinescopio (véase Televisión), y más tarde añadió al aparato sonido e imagen en movimiento.
La primera película, rodada en 1898, fue un documental sobre la familia del presidente Prudente de Morais, en el palacio del Catete. La iniciativa de filmar documentales y noticias partió del empresario italiano Pascoal Segreto. Las ventajas del cine fueron rápidamente percibidas, ya que, a través de los noticiarios, permitía conocer lo que ocurría en cualquier parte del mundo. En 1900 se rodó la primera película brasileña para documentar el viaje del presidente Campos Sales a Argentina.
Siendo presidente Pereira Pasos, el cineasta portugués Antonio Leal registró en periódicos cinematográficos la remodelación de la ciudad; esta cinta fue exhibida en París por la distribuidora Pathé Frères. En 1909, Antonio Leal se asoció con Labanca para crear la compañía Leal & Labanca, que comenzó a producir películas de ficción como El estrangulador, inspirada en un crimen real. La película se exhibió con éxito y la crítica favorable animó a los productores. Fue el primer gran éxito del cine brasileño, con más de 800 pases. Se sucedieron, en el mismo estilo, otras películas, como Na Avenida Central, O Assalto, Nas Matas de Jacarepaguá y Prisão do Segundo Bandido.
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PERIODO SONORO
Con la llegada del sonoro comenzó la fase de las películas musicales. Leal y Labanca fueron los pioneros con la presentación de la primera versión de la Viúva Alegre, que llegó a ser exhibida en París por la Pathé Frères. Surgieron otras compañías cinematográficas, como Carioca y Guanabara, y el cine brasileño fue adquiriendo mayor prestigio. Con la I Guerra Mundial, las películas se volvieron más caras y la producción brasileña entró en decadencia, ya que no podía competir con las distribuidoras extranjeras. En la década de 1920, el cine brasileño se recuperó con el apoyo de Canuto Mendes de Almeida, José Medina y Gilberto Rossi. La película Ubirajara, de Luis de Barros, marcó esa fase conocida como el ciclo Cataguases. La participación del director Humberto Mauro aumentó la credibilidad del arte cinematográfico brasileño.
Entre 1927 y 1929 se realizaron las primeras experiencias sonoras con cortometrajes. La película O Tesouro Perdido obtuvo la medalla a la mejor película del año ofrecida por la revista Cinearte. Durante este periodo, Humberto Mauro se unió al director Ademar Gonzaga, y ambos inauguraron el estudio Cinédia, en 1931. El género carnavalesco, con la participación de cantantes populares, como Carmen Miranda con Alô, alô, Brasil (1934), significó el mayor éxito popular hasta entonces, que continuó hasta la década de 1950.
La década de 1940 estuvo marcada por las chanchadas (películas de baja calidad para consumo de masas), protagonizadas por figuras de la época, como Oscarito, Gran Otelo y otros artistas. Aunque considerada de mal gusto, la chanchada consiguió reflejar el lenguaje y las maneras del pueblo en sus personajes, representando la cultura popular brasileña. Entre 1944 y 1954, la productora Atlântida se ganó la simpatía popular con sus chanchadas, pero, tras la carísima producción de Terra Violenta, de Luis Severino Ribeiro, entró en decadencia.
El auge industrial de São Paulo, en la década de 1950, propició la creación de la productora Vera Cruz, que desplazó el centro cinematográfico desde Río de Janeiro hasta esa ciudad. En esa época surgieron grandes cineastas, como Lima Barreto, que realizó O Cangaceiro (1953), película que recibió el gran Premio del Festival de Cannes.
A mediados de la década de 1950 surgió el cinema nôvo, que pretendía dar un nuevo perfil a las películas nacionales en un intento de renovación que tenía la intención de acabar con el exceso de populismo de las chanchadas. De esta fase cabe destacar una serie de grandes cineastas, aún vigentes en la actualidad, como Nelson Pereira dos Santos y Rui Guerra, además de Glauber Rocha, fallecido en la década de 1970. Entusiastas de la nouvelle vague francesa, abordaron los auténticos problemas nacionales. También destacaron dentro de este movimiento Joaquim Pedro de Andrade, con la película Macunaima (1969), y Leon Hirszman con Xica da Silva, que recibió tres premios en el Festival de Brasilia, en 1976. En esa época también surgieron películas relacionadas con las crisis existencialistas del ser humano, como las producciones de Walter Hugo Koury. Las películas desconectadas de escuelas concretas o que no se adhirieron al cinema nôvo tendieron al fracaso. De los que se vincularon a él destacan Luis Sérgio Person, Paulo Cesar Sarraceni, Walter Lima Jr., Roberto Farias, Domingos de Oliveira y Arnaldo Jabor.
Gustavo Dahl realizó una película que obtuvo gran éxito, a medio camino entre el documental y la ficción, titulada Uirá, o índio em busca de Deus (1973). Los cineastas independientes también han realizado películas sobre diversos temas de la historia, vida cotidiana y folclore de Brasil. En las décadas de 1980 y 1990, los productores pasaron a producir películas épicas en asociación con empresarios extranjeros. Algunos han retratado en tono burlesco la historia de Brasil, como Carlota Joaquina, de Carla Camurati, gran éxito de taquilla.

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