El invento de los Cronistas de Indias




Bartolomé de Las Casas
Este retrato, que se conserva en la Biblioteca Colombina de Sevilla (España), muestra a fray Bartolomé de Las Casas escribiendo, posiblemente alguna de las muchas crónicas legadas por su pluma. La vida y obra de este religioso dominico español supusieron un punto de inflexión en la historia de la conquista de las Indias por los españoles, en tanto que consagró su actividad a denunciar los abusos que durante dicho proceso se estaban cometiendo, por parte de los colonizadores, sobre la población indígena.

Cronistas de Indias, autores encargados oficialmente de escribir la historia del descubrimiento y conquista de América, y el desarrollo histórico de los virreinatos. Estos textos son una fuente de conocimiento no sólo del periodo que tratan, sino también del mundo prehispánico.
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PRINCIPALES CRONISTAS
El Diario de a bordo de Cristóbal Colón, en el que describe de una manera pormenorizada sus primeras impresiones sobre las Antillas, inició una larga serie de crónicas dedicadas a la descripción de múltiples aspectos de la naturaleza y de las culturas americanas, entrelazados con los propios hechos de los españoles en el largo proceso de colonización de los reinos de Indias.
Desde el primer momento, los autores de estos escritos pertenecieron a dos grupos claramente diferenciados: los que habían estado en América y transmitían vivencias personales o noticias adquiridas en el entorno americano, y los que elaboraron sus propias obras reuniendo la información a través de las noticias de otros, por medio de narraciones directas o indirectas y lecturas de escritos oficiales o privados, sin haber estado nunca en el continente americano.
Al primer grupo pertenecen los descubridores, soldados, religiosos y funcionarios que desempeñaron algún papel en este proceso, junto con los indígenas y mestizos que se incorporaron a él. El segundo está formado por la mayoría de los representantes de la historia oficial, que escribieron desde sus despachos con un caudal inmenso de información a su disposición, acumulado por los centros de la administración indiana, como el Consejo de Indias, que creó la figura del cronista mayor de Indias.
En 1526, fray Antonio de Guevara, cronista de Castilla, recibió el encargo de continuar el trabajo realizado hasta ese momento por Pedro Mártir de Anglería y hacerse cargo de todos sus papeles. Años después, las ordenanzas reales dieron origen al Libro de las Descripciones, en el que el escribano de cámara tenía que incluir todo lo que llegaba sobre América y facilitar al cronista cosmógrafo esta información. Juan López de Velasco sumó en su persona los cargos de cosmógrafo y cronista, y reunió los papeles del cosmógrafo mayor Alonso de Santa Cruz, comenzando a trabajar con las respuestas a los cuestionarios de Luis de Velasco y con los originales de fray Bartolomé de Las Casas y Pedro Cieza de León. El cronista mayor de Indias por excelencia es Antonio de Herrera, nombrado en 1596. Ya en 1601 comenzó a publicar la primera parte de Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y Tierra Firme del mar Océano, conocida como Décadas, y publicó la segunda en 1615.
En 1658 fue nombrado Antonio de León Pinelo, limeño, que había realizado una labor muy importante con la Recopilación de leyes de las Indias y el primer repertorio bibliográfico sobre América. En 1660 ocupó el puesto Antonio de Solís, autor de la Historia de la conquista de México, de la que se hicieron repetidas ediciones a lo largo del siglo XVIII. En 1667, Pedro Fernández del Pulgar se incorporó al cargo y acometió la tarea de continuar las Décadas de Herrera.
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ÚLTIMOS CRONISTAS
Aunque Felipe V había decidido en 1744 que el cargo de cronista mayor debía pasar a la Real Academia de la Historia, se sucedieron algunos nombramientos más al margen de esta institución. La figura más destacada de finales del siglo XVIII fue Juan Bautista Muñoz, cosmógrafo mayor, que recibió el encargo en 1779 de escribir la Historia del Nuevo Mundo, de la que sólo consiguió publicar el primer volumen. Realizó un minucioso estudio de la documentación relacionada con América guardada en los archivos oficiales, privados y eclesiásticos, que concluyó con la creación del Archivo General de Indias, instalado en Sevilla.
La publicación de las crónicas fue muy desigual. La mayoría de los autores no alcanzaron a ver sus obras impresas, ya que aparecieron muchos años después de su muerte. En la actualidad se siguen publicando originales inéditos cuyo contenido sólo se difundió en círculos muy reducidos antes de pasar al olvido o ser utilizados por cronistas posteriores.


El invento del Cantar de Mio Cid




El Cid
Rodrigo Díaz de Vivar fue el guerrero castellano medieval que pasó a ser conocido por la historiografía, la literatura y la leyenda como El Cid, o también como El Cid Campeador. Sirvió a los reyes cristianos Sancho II y Alfonso VI, pero también al rey taifa musulmán de Zaragoza. Impidió la expansión almorávide hacia Aragón y Cataluña conquistando y dominando Valencia. El Cantar de Mio Cid, del que es su protagonista, escrito probablemente hacia 1207, es el paradigma de la épica castellana medieval.


Cantar de Mio Cid, poema épico castellano, de autor anónimo, cuya datación por el filólogo español Ramón Menéndez Pidal, alrededor de 1140 ha sido motivo de polémica y de conjeturas que postergan su creación hasta el siglo XIII. La opinión generalizada es que el poema conservado proviene de un manuscrito del siglo XIV, copia a su vez de otro transcrito por Per Abbat en 1207. Cantar de gesta y no crónica, narra los hechos finales de la vida de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador (1043-1099), caballero de la corte de Sancho II de Castilla y Alfonso VI de Castilla y León, recurriendo en ocasiones a la ficción para resaltar ciertos aspectos del carácter heroico del protagonista: su lealtad al rey, a pesar de que éste lo condena al destierro; su fe en Dios; su piedad; su amor por la familia y por la justicia, su valor en la batalla. La mesura en la representación del héroe, evitando cualquier desborde fantástico en sus acciones, ha llevado a destacar tal rasgo como distintivo de la épica castellana frente a, por ejemplo, la francesa. En palabras del poeta y crítico español Dámaso Alonso, el poema tiene un estilo 'tierno, frágil, vívido, humanísimo y matizado'.


El invento del Auto sacramental




Auto sacramental, representación dramática de carácter alegórico que trata sobre un dogma de la Iglesia católica y tiene como fondo la exaltación del sacramento de la Eucaristía. Aunque durante la edad media existían los autos religiosos, fue en los años posteriores al Concilio de Trento cuando este tipo de obras se estructuran y alcanzan un gran apogeo.
Diego Sánchez de Badajoz fue su precursor directo, pues había escrito unos dramas alegóricos con personajes que eran símbolos de la Fe, la Esperanza, La Caridad, la Verdad y otras abstracciones. La festividad del Corpus Christi se celebraba con autos alegórico-religiosos, y por eso, poco a poco, la exaltación de la Eucaristía cobró una importancia capital. Este género alcanzó su máximo apogeo en España con los dramaturgos del siglo XVII, como Lope de Vega, Tirso de Molina, Valdivielso y, sobre todo, Calderón de la Barca.


El invento de la Literatura vasca





Literatura vasca, literatura que se diferencia de otras del Estado español por expresarse en lengua vasca.
La lengua ha determinado decisivamente su historia desde sus orígenes. La falta de una tradición escrita, el debate filológico, los condicionantes históricos y la religión, han sido tres aspectos extraliterarios muy presentes en su desarrollo.
El primer libro en euskera que se conserva es Linguae Vasconum Primitiae, de 1545, cuyo autor es Bernard Dechepare. Se trata de una colección de poemas autobiográficos, religiosos y amorosos. En ocasiones se le ha comparado al Arcipreste de Hita. La mayor parte de las obras de los siglos XVI al XVIII se ocupan de la propia lengua vasca o de temas religiosos como los textos de Leizarraga (que tradujo al vasco el Nuevo Testamento), Axular (Gero, 1643) o A. A. Oihenart (Oihenarten gastaroa neurthitzetan, 1657).
Durante la ilustración se acentúa la preocupación por la lengua, lo que da lugar a la publicación de un gran número de diccionarios y gramáticas, como los de Etxeberri de Sara y el padre Larramendi.
Ya en pleno romanticismo, el bertsolarismo vive su momento de mayor auge y destacan obras de transmisión oral como las de Etxahun e Iparraguirre. En este periodo sobresalen también Eusebio Mª de Azkue y J. Hiribarren, este último con su obra épica Euscaldunac (1853).
De la sensibilidad romántica nacería un fenómeno decisivo en la historia del País Vasco, el nacionalismo, que encuentra su máxima expresión en el hecho diferencial de su lengua y se hace patente en su literatura.
En 1919 se crea la Academia de la Lengua Vasca, dirigida por Resurrección Mª de Azkue. Este periodo, hasta 1936, está marcado por el nacionalismo, y un idealismo simbolista en el que predominan los temas rurales y marineros, desde una visión idílica y religiosa. La generación de la República busca una mayor modernidad del lenguaje literario, aunque todavía tiene gran influencia el peso de la tradición. Entre los autores más importantes están: Jose María Aguirre, renovador de la lírica vasca, Nicolás de Ormaetxea (Orixe), con su poema épico Euskaldunak (1935) y Esteban Urkiaga (Lauaxeta), que experimenta algunas de las corrientes de vanguardia y tiene cierto paralelismo con la Generación del 27, y era amigo de García Lorca.
En lo que se refiere a la narrativa, se considera que la novela vasca nace en el siglo XX y antes de la Guerra Civil española apenas se publican media docena de obras. En todas ellas predomina un cierto costumbrismo decimonónico de exaltación de la historia y las costumbres vascas. Domingo Aguirre, considerado su fundador, publicó obras como Auñemendico Iorea (1898), Kresala (1906) y Garoa (1912). Otros autores son L.M. Etxeita, A. Anabitarte y J. Barbier. Las mismas tendencias se reproducen en el teatro con Toribio Alzaga, Avelino Barriola o Antonio Mª Labayen.
La decepción histórica tras la Guerra Civil española, la represión contra el euskera y el exilio hacen que las letras vascas sufran un auténtico vacío hasta la década de 1950, en que comienzan a aparecer algunas publicaciones, en las que se aprecia ya una dura reacción contra el idealismo. En esta época también surgen grandes escritores vascos en castellano, como Blas de Otero y Gabriel Celaya, en los que, al margen de la lengua, se da un fuerte contenido social y político. En el ámbito del euskera se sigue defendiendo la lengua y es en esta época cuando se fija el euskera batua (vasco unificado), por encima de las variantes dialectales, se crean las ikastolas y aumentan las publicaciones periódicas en vasco. En esa reacción contra la literatura tradicional va a ser asimismo decisiva la aparición del paisaje urbano y el entorno industrial. La poesía es el género que predomina, desde el simbolismo rebelde de Jon Mirande, a la poesía social de Gabriel Aresti, el surrealismo de Juan Mari Lekuona, el intimismo de Arantxa Urretabizkaia o el experimentalismo de Bernardo Atxaga; progresivamente se van alejando del compromiso social y político y buscan la autonomía de lo literario.
La narrativa ha vivido un proceso similar y, tras la guerra civil, encontramos diversas tendencias, todas ellas con unos planteamientos alejados del costumbrismo nacionalista, así, el existencialismo de Txillardegui, el conceptualismo de Saizarbitoria, el mundo imaginario de Anjel Lertxundi o el realismo mágico de Bernardo Atxaga, u otros autores como Arantxa Urretabizkaia, Patri Urkizu o Xabier Gereño.


El invento de la Literatura gallega




Rosalía de Castro
Rosalía de Castro (1837-1885) renovó la lírica tanto en lengua gallega como castellana y fue una de las artífices, junto con Gustavo Adolfo Bécquer de la moderna poesía española. Sus poemas, desprovistos de cualquier esperanza, suponen un punto de partida de la lírica moderna. Rompen con las formas métricas de su tiempo y presentan unas imágenes religiosas inquietantes y muy poco tradicionales. Una actriz recita en gallego los primeros versos de Cantares galegos.

Literatura gallega, literatura escrita en lengua gallega.
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PERIODO GALAICO-PORTUGUÉS
La literatura y la lengua gallegas tienen su origen en la literatura y la lengua galaico-portuguesas. Durante algunos siglos, el galaico-portugués fue la lengua culta que utilizaron no sólo los reyes portugueses, como Dionisio el Liberal o don Diniz, sino también castellanos, como Alfonso X el Sabio, autor de las Cantigas de Santa María. Obras fundamentales de esta época son el Cancioneiro d’Ajuda y el Cancioneiro Colocci-Brancuti, de los que se conservan copias en la Biblioteca del Palacio de Ajuda de Lisboa y en la Biblioteca Vaticana de Roma, descubiertas recientemente. Los trovadores galaico-portugueses crearon una tradición autóctona: la de las cantigas de amigo, de escarnio y maldecir. Las primeras, cantadas por las enamoradas, eran muy distintas a las provenzales y más cercanas a las jarchas. Las otras tenían carácter satírico y crítico.
La prosa galaico-portuguesa, que acogió sobre todo traducciones de relatos del ciclo artúrico y obras de carácter jurídico y religioso, tuvo menor importancia al ser menos original. Además de Alfonso X y don Diniz, los más importantes trovadores fueron: Paio Gómez Charino, Martín Codax, Esquio, Meendiño, Airas Nunes, Bernal de Bonaval, Joan Airas, Pero da Ponte y Nuño Fernández Torneol. Otros escritores, como, por ejemplo, Íñigo López de Mendoza, el marqués de Santillana, Gómez Manrique o Macías el Enamorado, fueron bilingües y continuaron, a lo largo de toda la segunda parte del siglo XIV, creando una escuela gallegocastellana.
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SIGLO XIX
Tras esta época dorada, la lengua y la literatura gallega se sumergieron en un casi silencio de siglos. Sólo se mantuvo una leve tradición de poesía popular anónima, a través de canciones y villancicos. Es sólo a partir del siglo XIX cuando se inicia su renacimiento. Y lo inicia un poeta prerromántico, Nicomedes Pastor Díaz (1811-1863) con su poema A Alborada (1828). Pero será Rosalía de Castro quien recupere definitivamente el gallego como lengua literaria y culta. Sin embargo, autora bilingüe como casi todos los escritores gallegos, no sólo es la refundadora de la tradición lingüística y literaria de su país, sino también —junto con Gustavo Adolfo Bécquer— la más importante poeta del romanticismo español y una de las más grandes escritoras de la literatura española, cuya influencia se ha dejado sentir en toda la lírica del siglo XX, desde Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez hasta Federico García Lorca o Luis Cernuda.
En el año 1861 se celebran los primeros Juegos Florales de Galicia, impulsados por el espíritu nacionalista romántico que había ido cuajando en los territorios históricos españoles con lengua propia. Al año siguiente se publica la antología de las obras premiadas, Álbum de la Caridad, y todos sus poemas están escritos en gallego. Y así se inicia el Rexurdimento (renacimiento) en Galicia —movimiento correspondiente a la Reinaçenxa de Cataluña (Véase también Literatura catalana; Literatura vasca).
Manuel Murguía (1833-1923), marido de Rosalía de Castro, fue uno de los más importantes historiadores gallegos y animadores de este movimiento cultural y político y en 1865 publicó el libro titulado Los precursores, en el que citaba a escritores que habían contribuido a la concienciación cultural del país, como Antolín Faraldo, Aureliano Aguirre, Sánchez Deus, Eduardo Pondal y la misma Rosalía de Castro. En su época, Aureliano Aguirre, por su suicidio en una playa, fue considerado uno de los arquetipos románticos y modelo para los escritores renovadores del momento, pero los verdaderos poetas, y además bilingües, fueron Rosalía y Pondal. Este último puso en verso lo que historiadores como Murguía o Vicetto construyeron de manera no demasiado científica: los orígenes célticos de Galicia frente a la tradición del resto de la península. En Queixumes dos pinos (Rumores de los pinos, 1886), inspirándose en la invención macphersoniana de los cantos gaélicos, construyó un mundo panteísta de ruina y héroes célticos.
Manuel Curros Enríquez (1851-1908), autor de poemarios como Aires de minha terra (Aires de mi tierra, 1880), fue el más heterodoxo de los poetas gallegos finiseculares. Poeta civil y social, fue un gran reivindicador de la nacionalidad gallega y del laicismo.
Entre esta primera tríada de grandes poetas (Rosalía, Pondal y Curros Enríquez) y el verdadero asentamiento de la literatura gallega con el Grupo NOS, hay una etapa de transición formada fundamentalmente por dos poetas: Antonio Noriega Varela (1869-1947), autor del poemario Do ermo (Del yermo, 1920), poemas de carácter bucólico, y Ramón Cabanillas (1876-1952), autor de Da terra asoballada (La tierra ultrajada, 1917), otra obra de carácter social.
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EL SIGLO XX
Álvaro Cunqueiro
Álvaro Cunqueiro es un escritor español que escribió tanto en gallego como en castellano. Su prosa fresca, culta y muy imaginativa está considerada como una de las más importantes del siglo XX en España.

Los verdaderos y definitivos concienciadores de la cultura y la literatura gallega fueron el Grupo NOS, reunidos en torno a esta importantísima publicación (una especie de gran enciclopedia de la cultura gallega) que se editó a lo largo de las décadas de 1920 y 1930, hasta el comienzo de la Guerra Civil. Rodríguez Castelao y Vicente Risco fueron sus creadores, junto con Ramón Otero Pedrayo y el arqueólogo Florentino Cuevillas.
La vanguardia poética gallega tuvo en Manuel Antonio a su principal cultivador y divulgador en su libro De catro a catro (De cuatro a cuatro, 1928). Junto con el dibujante, Alvaro Cebreiro, Manuel Antonio publicó el primero y único manifiesto vanguardista gallego denominado Máis Alá (Más allá). La introducción de las vanguardias en Galicia se produjo a través de Risco y de otros autores como Eugenio Montes y Correa Calderón. Luis Amado Carballo también fue otro ilustre cultivador de esta tendencia. Pero la poesía gallega de anteguerra, imbuida por el descubrimiento de las cantigas galaico-portuguesas, creó una corriente autóctona, denominada neotrovadorismo. Fermín Bouza Brey fue su creador y Álvaro Cunqueiro su más intenso y delicado cultivador entre una larga nómina de seguidores. Al primero pertenece el libro Nao senlleira (Nave solitaria, 1933), y al segundo Cantiga nova que se chama Ribeira (Cantiga nueva que se llama Ribeira, 1933).
Vicente Risco
Entre la caricatura y el retrato, Díaz Pardo plasmó a Vicente Risco (1884-1963) uno de los escritores más importantes de la literatura gallega. Fue Risco un personaje controvertido, nacionalista, culto, maestro de generaciones posteriores y fundador, durante la II República, del Partido Galleguista, pero poco a poco se adhirió a posturas derechistas que le llevaron a aceptar el franquismo, una vez concluida la Guerra Civil española.

Manuel Antonio, Amado Carballo, Bouza Brey, Ramón Cabanillas, Eduardo Blanco Amor y Álvaro Cunqueiro cubren esa primera etapa de la anteguerra, en donde también comienzan a surgir las obras de otros poetas como Ricardo Carballo Calero, Vieiros (Caminos, 1931); Aquilino Iglesias Alvariño, Señardá (Melancolía, 1930), y Luis Pimentel, cuya única obra publicada en vida fue Triscos (Pedazos, 1950). Pimentel, un poeta en castellano, autotraducido o traducido al gallego, es uno de los grandes poetas españoles de la segunda mitad de este siglo, perdido en la provincia y en un simbolismo fuera de tiempo pero extraordinariamente efectivo e intenso. Sus poemarios póstumos fueron: Sombra do aire na herba (Sombra del aire en la hierba, 1959) y Barco sin luces (1960).
No hay que olvidar el gran homenaje a la lengua y a la poesía gallega por parte de Federico García Lorca, autor de los Seis poemas galegos (1935).
Torrente Ballester
El esfuerzo creativo de Torrente Ballester se volcó sobre todo en la narrativa en castellano. Su prosa realista está recorrida en todo momento por una fina ironía y por el sentido de lo maravilloso.

La guerra condujo al exilio a muchos intelectuales y escritores. Los más destacados representantes del mismo fueron Lorenzo Varela y el pintor y editor de la revista bonaerense Galicia emigrante, Luis Seoane. El primero es autor del libro Lonxe (Lejos, 1954); y el segundo, de Fardel de esiliado (1952). En el exilio interior quedaron otros autores como Celso Emilio Ferreiro, continuador de la poesía cívica y social de Curros Enríquez (del que escribió su mejor biografía), aunque con una mayor intensidad y tensión lírica, dejando una obra fundamental, Longa noite de pedra (1962).
Desde la Guerra Civil hasta el año 1946, la actividad cultural y literaria de Galicia se colapsó. A partir de esa fecha, el gallego, como idioma culto, reanuda muy lentamente su reinserción en la sociedad. Varios acontecimientos marcan esta restauración. La publicación del libro de Aquilino Iglesias Alvariño, Cómaros verdes (1947), la fundación de la colección de poesía Benito Soto que dirige en Pontevedra Celso Emilio Ferreiro, así como la creación de la editorial Bibliófilos Gallegos, que da a luz el libro de Ramón Cabanillas Camiños no tempo (Caminos en el tiempo, 1949). Con la publicación del libro de Manuel Cuña Novas Fabulario Novo (1952), se creó una nueva tendencia en la lírica gallega que vino en denominarse Escola da Tebra (Escuela de la tiniebla), muy cercana al existencialismo. Otros poetas a señalar de estas últimas décadas son: Díaz Castro, Antonio Tovar, María Mariño, Pura Vázquez, Luz Pozo, Xohana Torres, Anxeles Penas, Bernardino Graña, Uxío Novoneyra, Méndez Ferrín, Arcadio López Casanova, Manuel Vilanova, y entre los más jóvenes, Álvarez Cáccamo, Vicente Araguas, Luisa Castro, Ramiro Fonte, Lois Pereiro o Manuel Rivas.
Si bien la poesía es el género literario dominante en gallego, la narrativa, aunque más tardía en su aparición, ha tenido también grandes representantes, tales como el mismo Castelao, Vicente Risco, Otero Pedrayo, Anxel Fole, autor de obras fundamentales como A lus do candil (1979), Terra brava (1976) o Contos da néboa (1973), Eduardo Blanco Amor, autor de una novela imprescindible, A esmorga (La parranda), Rafael Dieste y Alvaro Cunqueiro. Entre los narradores de las últimas décadas destacan Neira Vilas, Méndez Ferrín, Víctor Freixanes, Carlos Casares, Manuel Rivas, Suso de Toro y Ramiro Fonte, entre un largo etcétera. La narrativa gallega estuvo siempre surcada por el realismo agrario y marinero, así como por una imaginación y fantasía desbordantes provenientes de raíces antropológicas que fueron sabiamente culturizadas por las narraciones de Rafael Dieste, pero sobre todo por las de Álvaro Cunqueiro.
Entre los ensayistas destacan Ramón Piñeiro, Celestino F. de la Vega, Francisco García Sabell, Rof Carballo, Francisco Fernández del Riego o Ricardo Carballo Calero.
Si bien sólo se ha hecho referencia a aquellos escritores que escribieron únicamente en gallego, o también en castellano, alternando ambas lenguas, hay otros muy importantes que escribieron sólo en castellano, tales como: Emilia Pardo Bazán, Wenceslao Fernández Flórez, Salvador de Madariaga, Ramón María del Valle-Inclán, José María Castroviejo, Camilo José Cela (Premio Nobel de Literatura), Gonzalo Torrente Ballester, José Ángel Valente o Julio Camba.


El invento de la Literatura catalana




Monasterio de Montserrat, España
El monasterio benedictino de Santa María de Montserrat recibe su nombre del macizo montañoso catalán, integrado en la cordillera Prelitoral. Por su altitud, el peculiar tallado de sus conglomerados y el hecho de albergar a la Virgen 'moreneta', el macizo, al que se accede por funicular o carretera, es un destacado mirador y un centro de atracción turística y peregrinación religiosa.

Literatura catalana, conjunto de obras literarias escritas en catalán, idioma que en Valencia y en las islas Baleares recibe también la denominación de valenciano y mallorquín respectivamente (véase Lengua catalana).
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ORÍGENES
Los primeros textos conservados son un breve fragmento de una traducción del Forum iudicum (siglo XII) y el sermonario llamado Homilies d’Organyà (siglo XIII). Recientemente se ha descubierto en el Archivo Capitular de La Seu d'Urgell un manuscrito en lengua catalana fechado alrededor del año 1150. Mucha mayor entidad literaria debió de tener la primitiva poesía popular, hoy perdida, pero de la que dan testimonio posterior autores como Ramon Llull, y que en ocasiones aparece prosificada en las crónicas. Por otra parte, la vinculación política y cultural con las cortes feudales del mediodía de Francia, iniciada con el matrimonio de Ramón Berenguer III y Dolça de Provenza (1112), daría lugar al singular fenómeno de una poesía culta escrita en provenzal, que Joan I (Juan I) siguió estimulando con la creación del Consistori de Barcelona (1393). Ya en el siglo XV, la obra de Ausiàs March marcó la ruptura definitiva con la lengua y las convenciones de los trovadores provenzales.
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EDAD MEDIA: ÉPOCA DE ESPLENDOR
Jaime I el Conquistador
En esta miniatura del Llibre Verd (s. XIV), conservado en el Instituto de Historia de la Ciudad (Barcelona, España), aparece una representación del rey catalano-aragonés Jaime I presidiendo las Cortes. Dicho organismo constituyó en la Corona de Aragón uno de los pilares institucionales básicos.

La prosa alcanzó una temprana madurez gracias a la obra excepcional de Ramon Llull (1235-1315), tan rica en géneros y en registros expresivos. Las grandes crónicas de los siglos XIII y XIV (las de Jaime I, Bernat Desclot, Ramón Muntaner y Pedro IV) son vigorosas narraciones de corte épico, con sugestivas aportaciones autobiográficas. Fue el rey Pedro IV el Ceremonioso, rey de Aragón conocido en la historiografía catalana como Pere III, quien reformó la cancillería, que se convirtió en escuela de lengua y estilo, órgano unificador de la prosa y, a finales de siglo, centro del humanismo. Bernat Metge, autor de Lo somni (El sueño, 1399), es el máximo exponente de esta prosa áulica. Presentan vivaces proyecciones narrativas las obras apologéticas de autores tan diversos como el franciscano Francesc Eiximenis y el dominico Vicent Ferrer (san Vicente Ferrer). Mediado el siglo XV, junto a la novela en verso L’espill (El espejo, 1460), de Jaume Roig, tenida como precursora de la novela picaresca castellana, destacaron dos grandes novelas de caballerías: la anónima Curial e Güelfa (1443) y Tirant lo Blanc de Joanot Martorell (1415-1468), tan elogiada por Miguel de Cervantes y que Vargas Llosa define como “novela total”.
Menor calidad literaria ofrecen las piezas de teatro medieval conservadas. Se trata de obras anónimas, de carácter popular y de origen litúrgico (véase Autos). La Navidad, la Pascua y la Asunción de María ofrecen los núcleos temáticos preferidos. A través de repetidas modificaciones y adaptaciones, muchas de estas piezas se siguieron representando hasta el siglo XIX y, en algún caso, como el Misteri d’Elx (Misterio de Elche), cuyo texto actual es básicamente del siglo XVII, hasta nuestros días. Factores muy diversos, como la unión de los reinos de Aragón y Castilla (1479), la desaparición de la cancillería, el uso del castellano por intelectuales como Luis Vives, los condicionamientos comerciales sobre la impresión de libros y, más tarde, la política represiva de Felipe V tras la guerra de Sucesión, ayudan a explicar la crisis que cualitativa y cuantitativamente afectó a la producción literaria catalana desde el siglo XVI al XVIII. A lo largo de estos siglos siguió viva la literatura popular, transmitida oralmente o difundida en pliegos de cordel (véase Literatura de cordel). Por otra parte, poetas como Pere Serafí (1510-1567), Francesc Vicenç García (1579-1623) o Ignasi Ferreres, y prosistas como Cristòfor Despuig o Rafael Amat, entre otros, marcaron una continuidad dentro de la decadencia, a veces, reflexionando sobre ella.
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SIGLO XIX: LA RENAIXENÇA
Jacint Verdaguer
El poeta español en lengua catalana Jacint Verdaguer (1845-1902) fue el máximo representante del resurgir de las letras catalanas del siglo XIX. Sus poemas patrióticos van siempre tocados por un gran fervor religioso casi místico. Verdaguer llenó ciertas lagunas que había dejado la literatura catalana, como se manifiesta con particular claridad en Canigó, brillante cantar de gesta que, sintetizando elementos históricos, geográficos, líricos y folclóricos, confiere un sentido cristiano a los orígenes de Cataluña.

La reflexión sobre esta larga crisis, potenciada por ciertos aspectos nacionalistas del romanticismo, generó el movimiento conocido como renaixença (renacimiento), orientado a restablecer la normalidad en el uso literario de la lengua catalana. El poema La patria (1833), del erudito Bonaventura Carles Aribau (1798-1862), sintetiza felizmente todo el ideario que llevará a Joaquim Rubió i Ors (1818-1899), Manuel Milà i Fontanals (1818-1884) y otros a la creación de los Jocs Florals (Juegos Florales) de Barcelona en 1859. En Valencia, los Jocs Florals fueron impulsados por Teodor Llorente. La celebración anual de este certamen, que bajo el lema “Pàtria, Fe i Amor” invoca una continuidad con el que Joan I creara en 1393, alcanzó muy pronto un eco extraordinario en todo el dominio de la lengua catalana y abrió el camino a la literatura actual.
Bajo el estímulo de aquel certamen surgió la poesía de Jacint Verdaguer, que, con L’Atlàntida (1877), alcanza el máximo logro de la renaixença, la novela de Narcís Oller y el drama de Angel Guimerà, aportaciones decisivas para el desarrollo posterior de cada uno de estos géneros. Por otra parte, estos tres autores, ampliamente traducidos, trascendían más allá de su propia cultura nacional. La plena sintonía con las corrientes literarias contemporáneas se establece con el modernismo, que tiene entre sus principales representantes al poeta Joan Maragall (1860-1911) y al pintor y dramaturgo Santiago Rusiñol, creador de L’auca del senyor Esteve (Las aleluyas del señor Esteve, 1907); Víctor Català (seudónimo de Caterina Albert, que escribió Solitud, 1905) y Joaquim Ruyra, fascinados por el mundo rural, son sus narradores más destacados.
Entre el modernismo y el noucentisme, movimiento cultural en defensa de la lengua y la cultura catalana que se enfrentaba abiertamente al romanticismo y los postulados estéticos del modernismo y que fue formulado y sistematizado por Eugeni d’Ors en obras como La Ben Plantada (La bien plantada, 1912), se sitúan los poetas mallorquines Miquel Costa i Llobera y Joan Alcover, cuyo perfeccionismo formal suscitará la atención de los jóvenes Josep Carner, Guerau de Liost (seudónimo de Jaume Bofill y Mates) y Carles Riba; Carles Soldevila, novelista y dramaturgo, fue el agudo cronista de la época del novecentismo. Con ellos convivieron los poetas vanguardistas Joan Salvat Papasseit (1894-1924), autor de El poema de la rosa als llavis (El poema de la rosa en los labios, 1923), J.V. Foix y Pere Quart (seudónimo de Joan Oliver), importante también como dramaturgo.
A lo largo del siglo XIX y en el primer tercio del XX, la cultura catalana había recorrido un triple proceso de recuperación, adecuación y normalización. Se había logrado enlazar la renaixença con el noucentisme, por un lado, y por el otro a modernistes y vaguardistes, más ligados al modernismo y las vanguardias, pero que se fijan en el hecho diferencial catalán. Pero sus logros no fueron capaces de resistir frente a la realidad política triunfante tras la Guerra Civil española.
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SIGLO XX: CONSECUENCIAS DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
Salvador Espriu
El poeta Salvador Espriu, uno de los más significativos de las letras catalanas, reflejó en su obra con notable maestría formal la época que le tocó vivir.

La Guerra Civil, con sus secuelas de exilio y represión, supuso una profunda convulsión en el panorama literario. Entre los primeros autores tolerados por la censura franquista, a mediados de la década de 1940, figuran Josep Pla y el poeta, dramaturgo y novelista Josep Maria de Sagarra, consagrados ya antes de 1936 y dotados de un singular poder para captar al lector medio de la época. En 1943 se autorizó la publicación de algunos textos poéticos y la reedición de clásicos catalanes, en medio de un periodo considerado de desorientación e inmovilismo. Pero no es hasta la década de 1960, en que la situación política internacional condiciona cierta apertura, cuando la vida literaria cobra un renovado dinamismo, perceptible no sólo a través de los libros, sino en las actividades de entidades privadas como la Agrupació Dramática de Barcelona; en la entusiasta acogida popular que reciben poemas cantados con la voz de Raimon, Lluís Llach o Maria del Mar Bonet; en la difusión que van alcanzando revistas como Serra d’Or.
Terenci Moix
El itinerario literario de Terenci Moix, en el que ha alternado castellano y catalán, ha estado marcado por sus grandes pasiones, que son la mitología, Egipto, el cine y los viajes.

Se produjo también la vuelta de muchos exiliados: Carles Riba, Pere Quart o el narrador Pere Calders; autores que habían iniciado su producción antes de 1936 alcanzan su plenitud creadora como Salvador Espriu, los poetas J. V. Foix y Joan Vinyoli, o los novelistas Llorenç Villalonga con Bearn (1956 y 1961) y Mercè Rodoreda, autora de La plaça del Diamant (La plaza del Diamante, 1962); escritores en buena parte formados durante la posguerra confirman felizmente su valía, como los poetas Gabriel Ferrater y Vicent Andrés Estellés, el poeta y dramaturgo Joan Brossa, los poetas y narradores Joan Perucho, Blai Bonet y Jordi Sarsanedas, o el novelista y dramaturgo Manuel Pedrolo. Formados en estos años, y ahora ya en posesión de una obra consolidada por su continuidad y la recepción obtenida por parte del público y de la crítica, son el poeta y ensayista Pere Gimferrer, el dramaturgo Josep Maria Benet i Jornet y el novelista Terenci Moix.
En las décadas de 1980 y 1990 el desarrollo de políticas educativas y culturales ha favorecido el cultivo del catalán, la expansión de una fuerte industria editorial y la aparición y promoción de nuevos autores, que apuestan por una decidida afirmación de la lengua nacional, como Quim Monzó.


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