Vanguardias españolas e hispanoamericanas






NOMBRE
PAÍS
PRIMERA MANIFESTACIÓN
CARACTERÍSTICAS
COMPONENTES
Creacionismo
Chile, Argentina, España
1916
Hacer un poema como la naturaleza hace un árbol
Vicente Huidobro, Juan Larreta, Gerardo Diego...
Ultraísmo
España
1918
Hacer una poesía 'ultra' que fuera más allá de todo el arte del novecentismo a través de poemas visuales
Cansinos-Assens, Guillermo de la Torre, Juan Larrea, Adriano del Valle, Pedro Garfias, Eugenio Montes, José Rivas, Jorge Luis Borges...
Estridentismo
México
1922
Exaltación futurista de la mécanica más la irreverencia Dadá
Manuel Maples Arce, Salvador Gallardo, Germán List Arzubide, Luis Quintanilla...
Surrealismo
España e Hispanoamérica
1923
Buscar la libertad creadora más allá del realismo a través del inconsciente y del mundo onírico
Todos los poetas y grupos vanguardistas hispanos tuvieron manifestaciones surrealistas
Martín Fierro
Argentina
1924
Desterrar el modernismo en pro de la vanguardia y el creacionismo
Jorge Luis Borges, Leopoldo Lugones, Oliverio Girondo...
Amauta
Perú
1926
Compromiso político y estético: crear un Perú nuevo dentro del mundo nuevo
José Carlos Mariátegui, César Vallejo, Alberto Hidalgo, Martín Adán, César Falcón, Xavier Abril...
Generación del 27
España
1927
Encuentro entre la poesía clásica española y las vanguardias
Luis Cernuda, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Pedro Salinas, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Jorge Guillén, Manuel Altolaguirre...
Contemporáneos
México
1928
Búsqueda de expresión poética pura
Jorge Cuesta, Xavier Villaurrutia, Gilberto Owen, Salvador Novo, Carlos Pellicer, José Gorostiza, Jaime Torres Bodet, Bernardo Ortiz de Montellano...


El invento de las vanguardias en la literatura




Vanguardias (literatura), movimientos literarios renovados que se desarrollaron en la primera mitad del siglo XX en Europa y América.
La acepción primera de la palabra vanguardia pertenece al lenguaje militar. En Francia comenzó a usarse aplicada a la política entre los socialistas utópicos hasta que adquirió, con Karl Marx y Friedric Engels, el sentido de minoría esclarecida encargada de conducir la revolución. Posteriormente se desarrolló el concepto entre los movimientos artísticos que se proponían romper con las convenciones estéticas vigentes. La política y las artes han compartido desde entonces, unidas o relativamente separadas, el uso de la palabra vanguardia. Tanto España como los países americanos se harán eco —y reelaborarán— las vanguardias surgidas sobre todo en Francia, en Alemania y en Italia.
El 20 de febrero de 1909 Filippo Marinetti difunde su Manifiesto futurista. En la década siguiente, y debido al impacto que produce el estallido de la I Guerra Mundial, surgen el expresionismo en Alemania, el dadaísmo y el cubismo. De la redacción de los principios estéticos de este último tanto en pintura como en literatura se encargan Pablo Picasso y Guillaume Apollinaire (1880-1918), autor de Alcoholes, de Caligramas y de Las tetas de Tiresias, obra en la cual utiliza por primera vez (1918) el término surrealista, movimiento que tendrá su primer manifiesto en 1924.
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PRIMERAS REPERCUSIONES Y OTROS ISMOS
Un año después de lanzado el Manifiesto futurista, Rubén Darío, máximo representante del modernismo literario, replica a Marinetti diciendo que la palabra “futurismo” ya había sido empleada por el poeta catalán Gabriel Alomar en 1904 y preguntándose si ciertos principios, como el culto de la velocidad, de la energía y de los deportes no estaban ya en Homero y Píndaro; si no habría que releer el manifiesto romántico de Victor Hugo, incluido como prólogo del Cromwell, sobre todo cuando reivindica lo “grotesco” y la mezcla de géneros; si, como dice Marinetti, la “guerra” es la única “higiene del mundo”, ¿qué pasa con la peste? Punto de vista el de Darío sumamente lúcido, aún más si se piensa en cómo el fascismo supo absorber de la proclama de Marinetti el culto del valor, de la energía y de la temeridad a toda costa. Tanto el chileno Vicente Huidobro como el argentino Jorge Luis Borges y el brasileño Mário de Andrade verán con reparos las veleidades futuristas, sin negar algunos de sus aspectos estimulantes.
En 1916 Juan Ramón Jiménez había escrito Diario de un poeta recién casado, texto que señala un cambio en su evolución posterior y en la de la poesía española. Pero es el año 1918 el que marca un hito importante en el desarrollo de las vanguardias en España y en América. En este año viajó a Madrid Vicente Huidobro, poeta chileno que defendía el creacionismo, según sus propias palabras desde 1912, y comparó este movimiento con el imaginismo inglés-americano de Ezra Pound, dando ejemplos del dadaísta Tristan Tzara y Francis Picabia, entre otros. El conflicto entre naturaleza y arte (ya Oscar Wilde había dicho “la naturaleza imita al arte”) se resuelve en Huidobro al decir que el poeta ha de crear su poema como la naturaleza crea un árbol.
En los últimos meses de 1918 comienzan las tertulias de Rafael Cansinos-Assens, rodeado de jóvenes (poetas y aspirantes a poetas) en el Café Colonial de Madrid. Son los gérmenes del ultraísmo, movimiento ultrarromántico (Cansinos dixit) que reniega de lo viejo (el modernismo), de la oratoria y la retórica, de los prejuicios moralistas o académicos, y defiende, proclamando que la guerra no ha servido para nada, un estar “adelante siempre en arte y en política, aunque vayamos al abismo”, construyendo la fraternidad universal a través de las nuevas estéticas, siempre “subversivas y heréticas” porque “atacan al régimen y a la religión”.
Lo nuevo se reveló en una mezcla de influencias: desde el dadaísmo y el expresionismo, hasta el futurismo y el cubismo. El ultraísmo se expresó sobre todo a través de revistas, en las que publicaban poetas del círculo de Cansinos-Assens. Estuvieron ligados al ultraísmo Jorge Luis Borges, quien más tarde se arrepentiría de sus devaneos; Ramón Gómez de la Serna, cuyas greguerías estaban muy próximas al culto de la imagen sorprendente e ingeniosa, quien escribió, bajo el seudónimo de Tristán, una “proclama futurista a los españoles”; Guillermo de Torre, en quien abundan los neologismos, las imágenes cinemáticas, el abandono de los signos de puntuación, los juegos con la disposición tipográfica; y además Gerardo Diego, César Vallejo y Juan Larrea.
El ultraísmo, a través de Borges, se difundió en Argentina, y a él estuvo ligado Oliverio Girondo, quien escribió el manifiesto de la revista Martín Fierro, que comenzaba diciendo “Contra la impermeabilidad hipopotámica del honorable público” y afirmaba la importancia de lo propio sin perder de vista la influencia de otras culturas, razonamiento muy semejante a los modernistas brasileños del Manifiesto Antropofágico —hay que absorber al otro, al “enemigo sacro”—, desde Oswald de Andrade al “reino del mestizaje” de Paulo Prado.
También en México hubo una versión peculiar del ultraísmo: el estridentismo de Manuel Maples Arce, Germán List Arzubide y Salvador Gallardo, cuyo primer manifiesto incluía los nombres de Cansinos-Assens, Borges, Gómez de la Serna, Guillermo de Torre y otros, proponía un sincretismo de todos los movimientos y mandaba a “Chopin a la silla eléctrica”. Ya el poeta mexicano Enrique González Martínez escribía en 1911 su soneto antimodernista “Tuércele el cuello al cisne”. En Puerto Rico, hubo manifiestos euforistas (Luis Palés Matos y Tomás L. Batista) y uno atalayista (C. Soto Vélez). Las relaciones entre arte y política se desarrollaron a través del conflicto entre nacionalismo y cosmopolitismo (Boedo y Florida en Argentina o el negrismo en Cuba).
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DE 1927 A 1945
Gerardo Diego
Catedrático de enseñanza media, Gerardo Diego (1896-1987) fue ante todo un poeta de la generación del 27 que alternó los estilos vanguardistas con los registros más clásicos de la poesía española.

En 1927, al cumplirse el tricentenario de la muerte de Luis de Góngora, Gerardo Diego y Rafael Alberti convocan el acto conmemorativo. Estuvieron presentes Salvador Dalí y José María Hinojosa, en sustitución de Dámaso Alonso, entre otros. Así nació la generación del 27, en la que coexisten diversas tendencias, desde los que recuperan los hallazgos más interesantes del ultraísmo y del surrealismo hasta los que crean una poesía más pura (dado el influjo de Góngora y ciertos principios de Juan Ramón Jiménez) o buscan un contacto con la lírica tradicional y popular.
En 1945 surgió en Madrid el postismo, representado sobre todo por Eduardo Chicharro y Carlos Edmundo de Ory, que se encuentran en el Café Pombo. Su intento, muy próximo al surrealismo, es, no obstante, revisar la estética de todas las vanguardias de las primeras décadas del siglo. Declaran que en poesía pisan “directamente sobre las pálidas cenizas de Lorca y Alberti” y que son “hijos adulterinos de Max Ernst, de Perico de los Palotes y de Tal y de Cual y de mucho semen que anda por ahí perdido”. Otros autores postistas fueron Ángel Crespo, Francisco Nieva y Silvano Sernesi. Tuvieron contactos episódicos con el postismo Fernando Arrabal e Ignacio Aldecoa. Se advierten influencias postistas en Gloria Fuertes.


El invento del Surrealismo




Cadáver exquisito
Tanto en las artes plásticas como en la poesía, los surrealistas experimentaron técnicas en las que el juego y el azar favorecían el surgimiento de la imagen mediante la libre asociación de elementos no premeditados. El cadáver exquisito, creación colectiva en la que un individuo participa sin conocer la frase o el dibujo que ha hecho otro, constituye, especialmente en los años 1927-1928, una de las innovaciones del grupo. Esta técnica, junto con otras creadas por las vanguardias del siglo XX, se ha utilizado con frecuencia entre los recursos de las nuevas tendencias de la enseñanza de la lengua y la literatura.



Paul Eluard
El poeta francés Paul Eluard, uno de los mejores poetas del movimiento surrealista en Francia.


Surrealismo (literatura) (superrealismo o suprarrealismo, para quienes prefieren una versión más precisa del francés sur-réalisme) lanzó su primer manifiesto en 1924, firmado por André Breton, Louis Aragon, Paul Eluard, Benjamin Péret, entre otros. Allí es definido como 'automatismo psíquico puro' que intenta expresar 'el funcionamiento real del pensamiento'. La importancia del mundo del inconsciente y el poder revelador y transformador de los sueños conectan al surrealismo con los principios del psicoanálisis. En una primera etapa, el movimiento buscó conciliar psicoanálisis y marxismo, y se propuso romper con todo convencionalismo mental y artístico. En España no llegó a constituir una escuela aunque muchos escritores, aun los que han negado su adscripción al movimiento, reflejan la influencia de la estética surrealista. Según Luis Cernuda, pueden considerarse surrealistas obras como Poeta en Nueva York (a la que habría que agregar obras teatrales como Así que pasen cinco años, El público y Comedia sin título) de Federico García Lorca; Sobre los ángeles de Rafael Alberti; y, sobre todo, Espadas como labios, Pasión de la tierra y La destrucción o el amor de Vicente Aleixandre. El surrealismo tuvo gran difusión en las islas Canarias, donde sobresalen Pedro García Cabrera (1906-1981), autor de Transparencias fugadas y Entre la guerra y tú, y Agustín Espinosa (1897-1939), quien, en Crimen (1934 fue el año de su publicación definitiva), transita géneros literarios diversos: novela, poema, relato breve, diario. En Cataluña, cabe mencionar a J.V. Foix y Juan Eduardo Cirlot. En los países hispanoamericanos también tuvo eco el movimiento surrealista: Pablo Neruda en Chile, quien pasó por Madrid en 1935 y lanzó su manifiesto 'Sobre una poesía sin pureza'; Olga Orozco y Enrique Molina en Argentina; César Vallejo en Perú, a pesar de su condena de Breton por el abandono del marxismo; en Cuba Alejo Carpentier, quien elogia la aparición del surrealismo como una victoria sobre el supuesto escepticismo de las nuevas generaciones; en México Octavio Paz, quien ha sabido incorporar en sus reflexiones sobre la imagen y la creación literaria los hallazgos del surrealismo. Tanto en España como en la mayor parte de los países hispanoamericanos, florecieron movimientos literarios que reflejaron o recrearon las vanguardias literarias de las primeras décadas del siglo XX. En mayo de 1968, en Francia, se recuperaron como consignas y guías para la acción muchas frases surrealistas, especialmente las que destacan el poder revolucionario del sueño. Julio Cortázar las ha recogido en Último Round: 'El sueño es realidad'; 'Sean realistas: pidan lo imposible'; '¡Abajo el realismo socialista! ¡Viva el surrealismo!; 'Hay que explorar sistemáticamente el azar'; 'Durmiendo se trabaja mejor: formen comités de sueños'.


El invento del Simbolismo en la literatura




El sueño
El pintor francés Pierre Puvis de Chavannes se alejó del realismo imperante en su época y eligió temas alegóricos y clásicos para plasmarlos en sus obras. El sueño, pintado en 1883, se encuentra en el Museo de Orsay en París, Francia.





El sueño, de Odilon Redon
Importante figura del simbolismo, Redon ejerció una influencia considerable en los nabis y en los surrealistas. En la imagen, su obra El sueño (1904).


Simbolismo, movimiento literario y de las artes plásticas que se originó en Francia a finales del siglo XIX.
El simbolismo literario fue un movimiento estético que animó a los escritores a expresar sus ideas, sentimientos y valores mediante símbolos o de manera implícita, más que a través de afirmaciones directas. Los escritores simbolistas, que rechazaron las tendencias anteriores del siglo (el romanticismo de Victor Hugo, el realismo de Gustave Flaubert o el naturalismo de Émile Zola), proclamaron que la imaginación era el modo más auténtico de interpretar la realidad. Al mismo tiempo se alejaron de las rígidas normas de la versificación y de las imágenes poéticas empleadas por sus predecesores, los poetas parnasianos. Entre los principales precursores de la poesía simbolista figuran el escritor estadounidense Edgar Allan Poe, el poeta francés Gérard de Nerval y los poetas alemanes Novalis y Hölderlin.
El simbolismo nace en la poesía de Charles Baudelaire. Algunas de sus obras, como Las flores del mal (1857) y El spleen de París (1869) fueron tachadas de decadentes por sus contemporáneos. Stéphane Mallarmé se encargó de difundir el movimiento a través de su salón literario y su poesía, como se pone de manifiesto en La siesta de un fauno (1876). Sus ensayos en prosa, Divagaciones (1897) constituyen una de las principales aportaciones teóricas a la estética simbolista. Otras obras fundamentales de este movimiento fueron las Romanzas sin palabras (1874) de Paul Verlaine y El barco ebrio (1871) y Una temporada en los infiernos (1873) de Arthur Rimbaud.
El simbolismo sobrevivió hasta bien entrada la década de 1890 en las obras de poetas franceses como Jules Laforgue y Paul Valéry, así como en la obra del escritor y crítico Rémy de Gourmont. Peleas y Melisanda, del dramaturgo belga Maurice Maeterlinck, es una de las pocas obras de teatro simbolistas. El simbolismo se difundió por todo el mundo; su influencia fue especialmente notable en Rusia, donde cabe destacar la obra del poeta Alexander Blok, y tuvo un gran impacto en la literatura del siglo XX. En el área española influyó en la poesía de Ruben Darío, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez.
El movimiento simbolista tuvo un significado especial en las artes plásticas. En cierto sentido alude al uso de determinadas convenciones pictóricas (pose, gesto o diversos atributos) para expresar el significado alegórico latente en una obra de arte (véase Iconografía). En otro sentido, el término alude a un movimiento que comenzó en Francia en la década de 1880 como reacción tanto al romanticismo como al enfoque realista implícito en el impresionismo. El simbolismo en las artes plásticas no es tanto un estilo en sí mismo como una tendencia ideológica de alcance internacional que sirvió de catalizador para la transformación del arte figurativo en arte abstracto.
Los primeros modelos del arte simbolista fueron los pintores franceses Pierre Cécile Puvis de Chavannes, Gustave Moreau y Odilon Redon, que emplearon colores vivos y líneas vigorosas para representar visiones oníricas cargadas de emoción, que a menudo rozan lo macabro y se inspiran en temas literarios, religiosos o mitológicos. Entre sus seguidores figuran el pintor holandés Vincent van Gogh, que destaca por el uso del color como vehículo para expresar las emociones, y los pintores franceses Paul Gauguin y Émile Bernard. Estos últimos, que trabajaron juntos en la localidad bretona de Pont-Aven entre 1888 y 1890, adoptaron un estilo basado en el uso de colores puros y brillantes y formas definidas por densos contornos, con el resultado de superficies planas y texturas decorativas. Bautizaron este estilo con el nombre de sintetista o simbolista (empleando ambos términos indistintamente), en oposición al enfoque analítico del impresionismo. La primera muestra simbolista fue organizada por Gauguin con ocasión de la Feria Mundial de París de 1889-1890. Bajo la influencia de la poesía simbolista francesa, el simbolismo pictórico se materializó, entre 1889 y 1900, en la obra de Paul Sérusier, Maurice Denis, Pierre Bonnard y Édouard Vuillard. Estos artistas, que se dieron a sí mismos el nombre de nabíes, hicieron hincapié en la función decorativa del arte y emplearon el color de manera subjetiva. El simbolismo fue también una referencia esencial en obras tan diversas como la del pintor suizo Ferdinand Hodler, el belga James Ensor, el noruego Edward Munch y el inglés Aubrey Beardsley. En el caso de este último se deja sentir con fuerza el vínculo entre los aspectos eróticos del simbolismo y las formas sinuosas del Art Nouveau. La preocupación por los aspectos subjetivos y el empleo alusivo del color y las formas característicos del simbolismo se refleja en movimientos artísticos posteriores como el fauvismo, el expresionismo y el surrealismo.


El invento del naturalismo en la literatura




La regenta
Portada de la primera edición de La regenta de Leopoldo Alas Clarín, impresa en Barcelona en 1884. La verdad es que la ilustración del joven mancebo, que parece arrancado de un cancionero tardo medieval del amor cortés, en nada alude a algo que trate esta dura novela realista, la más naturalista de las que se escribieron en España.









Doña Emilia Pardo Bazán
Es curioso que fuera esta noble dama, Emilia Pardo Bazán (1852-1921), la que tuviera más claro, dentro de las letras españolas de final de siglo, que se estaba viviendo un momento naturalista. Hasta tal punto tuvo conciencia de este hecho, que escribió un libro, La cuestión palpitante, para negar que obras suyas, como La tribuna o Viaje de novios, tuvieran algo que ver con este descreído movimiento.

Naturalismo (literatura), teoría según la cual la composición literaria debe basarse en una representación objetiva y empírica del ser humano. Se diferencia del realismo en que incorpora una actitud amoral en la representación objetiva de la vida. Los escritores naturalistas consideran que el instinto, la emoción o las condiciones sociales y económicas rigen la conducta humana, rechazando el libre albedrío y adoptando en gran medida el determinismo biológico de Charles Darwin y el económico de Karl Marx.
El naturalismo surgió por primera vez en las obras de los escritores franceses Edmond Huot de Goncourt, su hermano Jules Huot de Goncourt y Émile Zola, en cuyo ensayo ‘La novela experimental’ (1880) expuso su teoría del naturalismo literario. El naturalismo en España, más que una corriente literaria, se plasmó en obras y periodos concretos de escritores como Benito Pérez Galdós, con La desheredada (1881); Leopoldo Alas Clarín en La regenta (1884); Armando Palacio Valdés, El señorito Octavio (1881) y Vicente Blasco Ibáñez en su llamado ‘ciclo valenciano’. Emilia Pardo Bazán fue probablemente la única escritora que defendió abiertamente el naturalismo en su ensayo La cuestión palpitante (1883). Sus novelas Los pazos de Ulloa (1886) y El cisne de Vilamorta (1885), entre otras, se consideran naturalistas. En Sudamérica, el naturalismo aparece en la novela hacia 1880 en una corriente que busca sobre todo analizar los problemas étnicos y sociales a través de la conducta de los personajes. En Argentina fue el escritor Eugenio Cambaceres el máximo representante de esta escuela, con obras como Sin rumbo (1885) o En la sangre (1887), a la que se adscribieron también Juan Antonio Argerich, Manuel T. Podestá y Francisco Sicardi. El mexicano Federico Gamboa publicó en 1903 Santa, que le dio renombre y le hizo conocido del gran público. El uruguayo Eduardo Acevedo Díaz escribió una trilogía sobre la independencia titulada Ismael (1888) y la peruana Clorinda Matto de Turner inició el naturalismo peruano con Aves sin nido (1889). En Chile, Baldomero Lillo publicó Sub-Terra (1904) y Sub-Sole (1907), y Augusto D’Halmar Juana Lucero (1902), ambos muy influidos por el naturalismo ruso y francés.


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