El invento de la Literatura paraguaya




Literatura paraguaya, recorrido histórico a través de los autores y las obras literarias escritas en la República del Paraguay.
En la literatura colonial aparece Paraguay en los poemas de Luis de Miranda, Martín del Barco Centenera y Ruy Díaz de Guzmán. Piezas teatrales y romances se mezclan con las historias de Pedro Lozano, Félix de Azara y Juan Francisco de Aguirre.
Tras la dictadura de José Gaspar Rodríguez de Francia, hacia 1840, surge el romanticismo con Juan Andrés Gelly y Carlos Antonio López. Después de la sangrienta guerra del Paraguay, hacia 1870, se forma la llamada “lírica de la consolación”, fundada por un emigrado coruñés, Victoriano Abente. Un grupo de intelectuales conforma, a fines de siglo, la generación del Colegio Nacional: Blas Garay, Cecilio Báez, Juan O´Leary, Manuel Gondra, Manuel Domínguez y Fulgencio Moreno. Contemporáneos del modernismo son Alejandro Guanes y Eloy Fariña Núñez.
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EL SIGLO XX
Se cuentan ensayistas en los que cruzan sus influencias el positivismo y el vitalismo: Pablo Max Ynsfrán, Justo Pastor Benítez, Juan Natalicio González y Justo Prieto. A ellos se suman historiadores como Julio César Chaves y Efraín Cardoso. El modernismo propiamente dicho se muestra tardíamente en la revista Crónica (1913), con Leopoldo Centurión y Roque Capece.
La vanguardia se conforma en torno a Juventud (1923), en la que colaboran Manuel Ortiz Guerrero, modernista residual, Raúl Battilana y Herib Campos Cervera, que tiene contactos con movimientos vanguardistas en Buenos Aires y París.
En 1940, hay una renovación poética orientada por los críticos Josefina Pla y Francisco Pérez Maricevich. Entre los poetas destacan Elvio Romero y Miguel Ángel Fernández. Este núcleo organiza el Cenáculo Vy a Raily. Surge la moderna narrativa paraguaya, en parte exiliada, con Gabriel Casaccia y Augusto Roa Bastos, José Antonio Bilbao y José Manuel Rivarola Matto.
La generación de 1950 se aglutina en torno a la Facultad de Filosofía y Letras de Asunción y las revistas Alcor y Cuenco, con nombres como Rubén Bareiro Saguier, César Alonso, Ramiro Domínguez y Carlos Villagra Marsal.


El invento de la Literatura nicaragüense




Rubén Darío
El poeta nicaragüense, Rubén Darío (1867-1916), es un hito en las letras hispanas. Fue el gran embajador del modernismo, un movimiento literario, netamente hispano, que se complace en una poesía esteticista, llena de musicalidad y temas inspirados en ambientes refinados, elegantes y etéreos rococós. El libro Azul… de Darío es una miscelánea de verso y prosa, publicada en 1888 en Chile y que está considerado como el primer gran libro modernista. El fragmento leído por un actor corresponde a Poemas. El retrato de la ilustración fue pintado por Daniel Vázquez Díaz.


Literatura nicaragüense, recorrido histórico a través de los autores y las obras literarias escritas en Nicaragua. Encuentra su primera manifestación significativa con El güegüense o Macho ratón, un bailete que mezcla el español con el náhuatl hablado por los indios de Nicaragua. Nada más ofrece de interés, hasta finales del siglo XIX, cuando entró en escena Rubén Darío (1867-1916), aunque escribiera casi toda su obra fuera del país. Azul... (1888), Prosas profanas (1896) y Cantos de vida y esperanza (1905) fueron hitos decisivos para el triunfo y la evolución del modernismo en la poesía de Hispanoamérica. También prosista notable, reunió muchos de sus artículos en Los raros (1896), España contemporánea (1901), Peregrinaciones (1901) y otros volúmenes.
Alfonso Cortés (1887-1963), Azarías H. Pallais (1886-1954) y Salomón de la Selva (1893-1959) ocupan el periodo que precede a las manifestaciones vanguardistas que pretendieron librarse definitivamente de Darío, y que inicialmente estuvieron a cargo de José Coronel Urtecho (1996-1994), cuando en 1927 regresó al país desde Estados Unidos. Junto a él destacaron pronto Joaquín Pasos (1915-1947) y Pablo Antonio Cuadra (1912), y a ellos se unieron luego otros poetas de gran calidad, como Ernesto Mejía Sánchez (1923-1985) y Carlos Martínez Rivas (nacido en Guatemala, 1924- ), para publicar los Cuadernos del Taller de San Lucas (1942-1945), donde conjugaron preocupaciones sociales, inquietudes religiosas e inspiración popular. De esas inquietudes participó Ernesto Cardenal (1925- ), cuyo exteriorismo ha sido una de las manifestaciones más difundidas de la poesía coloquial. Tras ellos llegarán otros con orientaciones menos fáciles de precisar: Fernando Silva (1927- ), Mario Cajina Vega (1929- ), Eduardo Zepeda (1930- ), Horacio Peña (1936- ), David Macfield (1936- ), Fernando Gordillo (1940- ). Su muerte en la lucha revolucionaria hizo famoso a Leonel Rugama (1950-1970), y los avatares de la historia reciente han dado a la poesía nicaragüense un sabor peculiar, al que no son ajenos los poetas de la generación traicionada, como Roberto Cuadra (1940- ) y Edwin Yllescas (1941- ). Las aportaciones de Vidaluz Meneses (1944- ), Ana Ilce Gómez (1945- ), Gioconda Belli (1948- ), Rosario Murillo (1951- ) y Julio Valle Castillo (1952- ) contribuyen a hacer de la poesía una de las más ricas en el panorama hispanoamericano del siglo XX.
La narrativa no ha alcanzado ese relieve. El regionalista (véase Regionalismo americano) Hernán Robleto (1895-1969) escribió las primeras novelas de interés, y posteriormente sobresalieron las aportaciones de Fernando Silva (1927- ), Lizandro Chávez Alfaro (1929- ) y Mario Cajina Vega (1929- ). Entre los narradores actuales no faltan los de obra ya consolidada: sobre todo Sergio Ramírez (1942- ), pero también Gioconda Belli. En el género testimonio ha destacado Omar Cabezas (1950- ). El teatro nicaragüense contó con Rolando Steiner (1936-1987), un dramaturgo de calidad notable.


El invento de la Literatura guatemalteca




Miguel Ángel Asturias
El escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1899-1974) indaga en las leyendas y mitologías precolombinas para entender la realidad de la vida indígena. Su novela Viento fuerte fue citada en el discurso de entrega del Premio Nobel, que le fue concedido por "sus coloridos escritos profundamente arraigados en la individualidad nacional y en las tradiciones indígenas de América".

Literatura guatemalteca, recorrido histórico a través de los autores y las obras literarias escritas en la República de Guatemala.
Guatemala es, junto a México, el país latinoamericano más rico en literatura aborigen, anterior o coetánea a la conquista española. La nación maya gozaba de una cultura activa y una lengua con un sistema de seis variantes y dieciocho subvariantes del quiché, y tres del zoque. Entre los manuscritos en la lengua maya, rescatados y traducidos por viajeros europeos, se cuentan la Biblia Quiché, el Memorial de Tecpan Atitlán y, sobre todo, el Popol Vuh, que descubrió el dominico Francisco Jiménez, suma de cosmogonía, mitología y pensamiento. Entre las danzas y representaciones, destacan los textos del Rabinal Achi o Baile de Tun, la única obra dramática de los antiguos mayas que se ha podido conservar.
Guatemala aparece en las crónicas de Bernal Díaz del Castillo y de Francisco de Fuentes y Guzmán. Como arranque de una literatura en español cabe señalar la obra de los catequistas Domingo de Betanzos, Domingo Vico, Francisco Marroquín y Bartolomé de Las Casas.
La vida universitaria empieza en 1563 en Santiago, actual ciudad de Guatemala, con una enseñanza de tipo escolástico. En el siglo XVIII las Sociedades de Amigos del País, paralelamente a lo que ocurre en España, difunden las ideas de la Ilustración. La primera Gaceta data de 1729. Rafael Landívar, en el mismo siglo, da a conocer su Rusticatio mexicana (1782), escrita en latín y que contiene largas descripciones de Guatemala. Otros autores épicos del XVIII son Matías de Córdova y Diego Sáenz de Ovecuri. Se recuerda también al fabulista Rafael García Goyena. La poesía lírica se inicia en el XVI y continúa con nombres como Pedro de Liévana, Juan de Mestanza y sor Juana de Maldonado.
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INDEPENDENCIA Y MODERNISMO
La independencia tuvo una escasa importancia en el ámbito literario. A fines del XIX destaca Domingo Estrada, romántico modernizado, ligado al cubano José Martí. En el modernismo militan el novelista y poeta Máximo Soto Hall, Félix Calderón Ávila, Alberto Velázquez y el discípulo de Rubén Darío, Enrique Gómez Carrillo. La firma relevante del periodo, Rafael Arévalo Martínez, practica una literatura fantástica, utópica y de sátira política que abre perspectivas novedosas: la novela psicológica de Flavio Herrera, el naturalismo de Carlos Wyld Ospina y el impresionismo regionalista de José Rodríguez Cerna y Carlos Samayoa Chinchilla. En las décadas 1920 y 1930 descuellan el poeta Luis Cardoza y Aragón y Miguel Ángel Asturias, la figura más destacada de las letras guatemaltecas, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1967.
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LOS RENOVADORES
Augusto Monterroso
Fotografía del escritor guatemalteco Augusto Monterroso tomada el 22 de febrero de 1999. Al año siguiente Monterroso sería galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.

Hacia 1930 surge una nueva generación, nacionalista e indigenista (véase Literatura indigenista; Literatura independentista y patriótica). En el grupo Los Tepeus figura, junto a Augusto Morales Pino, Óscar Mirón, Miguel Marsicovétere y Mario Monteforte. En la década de 1940 destaca la acción de la Asociación de Artistas y Escritores Jóvenes, con nombres como Augusto Monterroso, Carlos Illescas y, en la coetánea revista Acento, Raúl Leiva, Otto Raúl González y Enrique Juárez Toledo. Otros órganos importantes de la época son la Revista de Guatemala (1945) y el politizado grupo Saker-Ti (1947). En décadas posteriores: Nuevo Signo, Guatemala Comercial, Alero y Cuadernos Universitarios. Como escritores de la protesta social hay que mencionar a Carlos Manuel Pellecer, José María López Valdigón y Teresa Arévalo. En una línea más politizada, sobresalen Arqueles Morales, Marco Antonio Flores y Roberto Obregón.


El invento de la Literatura mexicana




Literatura mexicana, obras creadas en México o por autores mexicanos en los diferentes géneros literarios, desde el periodo prehispánico hasta la actualidad.
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PERIODO PREHISPÁNICO
Se conocen testimonios literarios prehispánicos a través de distintas fuentes, como monumentos y objetos con inscripciones, códices con caracteres pictográficos, tradiciones orales y textos escritos con alfabeto latino adaptado a la lengua nativa correspondiente. Este mundo, en territorio mexicano actual, no formaba un conjunto cultural uniforme, sino que se trataba en realidad de grupos de muy diversos orígenes.
Las producciones más conocidas de la época precortesiana corresponden a las culturas mixteca, náhuatl y maya. La cultura del pueblo mixteco dejó muchos vestigios en lápidas, pinturas, cerámicas, huesos y libros portadores de representaciones pictográficas en el área oaxaqueña. La cultura náhuatl, que no hay que entenderla como algo global, ya que se trata en realidad de grupos nahuas de origen chichimeca y distintas culturas como la teotihuaneca, la tolteca y la mexica o azteca, floreció en el altiplano mexicano y en sus grandes centros ceremoniales de Teotihuacán, Tula, Cholula, el valle de México y Tlaxcala, y puede documentarse a partir del siglo X. Sobresale una abundante veta poética (se han recuperado más de dos millares de poesías), en su mayoría himnos de alabanza, aunque también han aparecido poemas sacros y algunas piezas líricas. Miguel León-Portilla, especialista en el tema, ha recuperado Trece poetas del mundo azteca (1967), que se añaden al mítico rey poeta Nezahualcóyotl (1402-1472). En otra obra, Visión de los vencidos, el mismo León-Portilla reunió los testimonios en prosa más importantes escritos antes y después de la conquista.
Se desconoce prácticamente todo el acervo literario maya que tuvo que desarrollarse durante el periodo clásico (300-900 d.C.), ya fuera en forma jeroglífica, oral u otra, en el área que se extiende desde Yucatán y parte del sureste hasta El Salvador. Gracias a la singular dedicación de algunos misioneros de los primeros años de la conquista, se consiguió reproducir el Popol Vuh o Libro del Consejo, fruto de la tradición oral, que un indio quiché escribió en su lengua pero con caracteres latinos. El manuscrito se descubrió a comienzos del XVIII y se tradujo al castellano. Los libros de Chilam Balam constituyen un verdadero monumento de la literatura indígena de América. El Rabinal Achi es la única muestra que se conserva de una evidente tradición teatral y permite conocer los usos y costumbres mayas.
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EL PERIODO DE LA CONQUISTA
Con la conquista, a comienzos del siglo XVI se inicia una nueva cultura cuya literatura va a ser testimonio de los hechos excepcionales que se recogerán en crónicas y relatos, en gran parte autobiográficos. Desde las Cartas de relación (1519-1526) de Hernán Cortés hasta la Historia de la conquista de México (1684) de Antonio de Solís, se extiende una producción abundante de historias, debidas a la pluma de López de Gómara, Cervantes de Salazar, la Relación de Andrés de Tapia, Bernal Díaz del Castillo y los relatos de los misioneros, como Motolinía, fray Bernardino de Sahagún o Bartolomé de Las Casas, obispo de Chiapas.
Esta centuria, tan llena de contenidos augurales, ofrece también la poesía de Bernardo de Balbuena, a quien Menéndez y Pelayo calificó de “primer poeta genuinamente americano”. Cultivaron la lírica Gutierre de Cetina y Francisco Terrazas, que en Flores de varia poesía reunió sonetos, epístolas y décimas siguiendo modelos petrarquistas. En prosa se recuerdan los Diálogos latinos, en los que se describe la ciudad de México, de Francisco Cervantes de Salazar.
Fue muy importante la producción teatral, que aprovechó el gusto de los indígenas por las representaciones de tipo muy variado para ejercer una actividad evangelizadora, aunque también se representaron los entremeses de Lope de Rueda, traídos desde España. Juan Pérez Ramírez es autor de una comedia pastoril y alegórica, Desposorio espiritual entre el pastor Pedro y la iglesia mexicana (1574). Por otra parte, Juan Ruiz de Alarcón, nacido en México, es el único dramaturgo indiano que figura con todos los honores en el gran escenario del Siglo de Oro español.
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TRANSICIÓN HACIA LA INDEPENDENCIA
Juan Ruiz de Alarcón
La verdad sospechosa está considerada la obra maestra del dramaturgo mexicano Juan Ruiz de Alarcón (1581?-1639). El protagonista de esta comedia es don García, un embustero que utiliza la mentira no como un vicio o maldad sino como un arte que le permite crear una nueva realidad. El fragmento que aquí recita un actor corresponde al primer acto.

A lo largo de los dos siglos siguientes, Nueva España vivió culturalmente al ritmo de la metrópoli, aunque con destellos propios importantes. El siglo XVII, en plena efervescencia del barroco, permite apreciar la obra de algunos autores novohispanos como Arias de Villalobos (1568-?), el poeta más celebrado del virreinato; Juan de Palafox y Mendoza, que llegó a ser obispo de Puebla y virrey de Nueva España y cuyas Obras (14 volúmenes) tienen un contenido religioso y a favor de los indígenas; Carlos de Sigüenza y Góngora, sobrino del poeta cordobés Luis de Góngora y Argote, que escribió Primavera indiana (1668) y Triunfo parténico (1683), y Matías de Bocanegra, de sólida erudición. Destaca sobre todos ellos la obra singular y enciclopédica de sor Juana Inés de la Cruz, cuya fama rebasó muy pronto las fronteras de la Nueva España y a la que se consagró como “la única poetisa, Musa Décima”.
En el siglo XVIII, durante el neoclasicismo, la actividad científica y la Ilustración se vivieron con grave intensidad; fue una época marcada por la expulsión de los jesuitas, el espíritu científico y la llegada de las nuevas doctrinas que anunciaban la época de las revoluciones. Entre los jesuitas expulsados se encontraban Francisco Javier Clavijero, autor de Historia antigua de México, y Rafael Landívar, poeta de la latinidad moderna, que en su Rusticatio mexicana (1782) abarca “todo cuanto en materia de historia natural patria pudiera pedirse”. En el campo de la ilustración, José Antonio de Alzate es el prototipo del hombre de esta generación y su curiosidad enciclopédica lo llevó a cultivar la historia, la meteorología, la astronomía y la botánica. Fue el fundador de la Gaceta de México, el primer periódico del virreinato.
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LA NUEVA NACIÓN
Amado Nervo
Amado Nervo (1870-1919), poeta, novelista, ensayista mexicano cofundador de la revista Azul y una de las personalidades más complejas de la literatura hispana. Su obra está marcada por la búsqueda obsesiva de Dios y por establecer una relación con la naturaleza de corte místico transcendente. Esta religiosidad le hizo que se fuera apartando del modernismo para encontrar una vía propia teñida de panteísmo y fervor religioso que algunos de sus coetáneos consideraron anacrónico. El fragmento leído por un actor es del soneto 'La sombra dolorosa'.

El proceso que culminó en la independencia dio lugar a la proliferación de ensayos y críticas innovadoras. Baste mencionar la obra de Servando Teresa de Mier o la de José Joaquín Fernández de Lizardi, fundador de El Pensador Mexicano (1812) y primer novelista de América con El Periquillo Sarniento (1816), Noches tristes (1818) o La Quijotita y su prima (1819).
A partir de estos años se inicia la andadura intelectual y literaria del México contemporáneo. Abierto a todas las influencias y corrientes, será caja de resonancia y crisol de invenciones, a la par que mantendrá un permanente esfuerzo de identificación y construcción nacional. El romanticismo dominante cristalizó en ensayos y arengas al servicio de las dos grandes corrientes en que se dividió el país, liberales y conservadores, en pugna inacabable.
La poesía romántica pasó por tres periodos. El independiente, con Francisco Manuel Sánchez de Tagle, Andrés Quintana Roo y Francisco Ortega (1793-1849), sus precursores. Después, en torno a la Academia de Letrán se agrupó un amplio elenco de románticos muy influidos por las corrientes europeas: Fernando Calderón, en permanente oposición a Santa Anna; Ignacio Rodríguez Galván, e Ignacio Ramírez, el Nigromante, conocido por su tono mordaz y satírico. Pero sobre todos ellos destaca Guillermo Prieto, fundador de la Academia, diputado y ministro con Benito Juárez.

José Joaquín Fernández de Lizardi
El escritor mexicano José Joaquín Fernández de Lizardi escribió la que se considera la primera novela mexicana: El Periquillo Sarniento. Es una obra de corte picaresco que le sirve al autor para presentar la sociedad novohispana a través de un protagonista que va pasando de un lugar a otro y por multitud de oficios y menesteres. De clara intención didáctica y próxima al costumbrismo, sin embargo, está considerada como una anticipación del romanticismo hispanoamericano.

La siguiente generación de escritores se reunió en torno a Francisco Zarzo (1829-1869), periodista y diputado, defensor de la Reforma, y a Ignacio M. Altamirano, la figura literaria de mayor relieve de su tiempo en busca de la afirmación de los valores nacionales.
En la novela, el costumbrismo tuvo realizadores de la envergadura de Manuel Payno con El fistol del diablo (1845-1846), novela romántica por entregas, o Los bandidos de Río Frío (1889-1891), su obra más conocida. Le siguieron Luis G. Inclán, José María Roa Bárcena y José Tomás de Cuéllar, inagotables productores de galerías de cuadros y costumbres. Cultivaron la novela histórica Justo Sierra O’Reilly, Juan Díaz Covarrubias y Vicente Riva Palacio, director de México a través de los siglos (1876).
A finales de siglo, con el régimen de Porfirio Díaz y el predominio de los llamados “escritores científicos”, se dio paso a nuevas corrientes como el positivismo filosófico, el modernismo poético o el realismo y naturalismo narrativos. Se considera a Manuel Gutiérrez Nájera el primer poeta moderno de México, acompañado de Salvador Díaz Mirón, Manuel José Othón, Luis Gonzaga Urbina y, sobre todo, Amado Nervo. Enrique González Martínez es el último gran poeta del modernismo mexicano.
En la novela realista, influida por el naturalismo francés y español, destacan Rafael Delgado, Federico Gamboa y Carlos González Peña, el cual desarrolló además una importante labor periodística.
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EL SIGLO XX
Carlos Fuentes
La narrativa del escritor mexicano Carlos Fuentes (1928- ) se inició con la colección de cuentos Los días enmascarados, pero su perfil característico llegó con La región más transparente y La muerte de Artemio Cruz, donde asimila técnicas modernas, como el monólogo interior y la alternancia de narradores.

Una robusta tradición cultural y la más reciente experiencia del modernismo y el positivismo dieron paso a un nuevo siglo lleno de acontecimientos, realizaciones y posibilidades. Se inició con el enfrentamiento entre el impulso modernista del porfiriato y la rebeldía de los jóvenes del Ateneo, agrupados en torno al dominicano Pedro Henríquez Ureña, que actuaba de animador permanente. El Ateneo de la Juventud se propuso una transformación radical y dio un nuevo impulso, riguroso y crítico, a la vida cultural. Lo encabezaron Antonio Caso, autor dedicado a la filosofía que liquidó el positivismo abriendo horizontes universales a la conciencia nacional; José Vasconcelos, una personalidad desbordante y comprometida, en actitud polémica permanente, protagonista de una prolongada actividad educativa y política; y Alfonso Reyes, sabio y humanista por excelencia, escritor fecundo y diplomático que culminó una obra de reflexión, síntesis y estudio desde la presidencia de El Colegio de México.
La Revolución de 1910 provocó la dispersión de la generación ateneísta, pero dio paso a nuevos grupos, formaciones y tendencias. Proliferaron las revistas (Nosotros, La Nave, Pegaso), surgió el grupo denominado de los Siete Sabios y aparecieron movimientos vanguardistas, como el estridentismo o el grupo de los Contemporáneos en torno a la revista homónima.  
Fernando del Paso
La trilogía compuesta por las novelas José Trigo (1966), Palinuro de México (1976) y Noticias del Imperio (1986) ha convertido a su autor, el mexicano Fernando del Paso, en una de las figuras más destacadas de la literatura hispanoamericana actual.

En los nuevos autores predominó una preocupación exclusivamente literaria, claramente influida por los modelos franceses y la nueva estética de los prosistas españoles. Entre ellos, Carlos Pellicer, poeta plástico imaginativo; José Gorostiza, que con Muerte sin fin (1939) resultó tributario de Luis de Góngora y sor Juana Inés de la Cruz; Jaime Torres Bodet; Xavier Villaurrutia.
Avanzado el siglo, el impacto revolucionario dio paso a un grupo de novelistas que cultivaron el género autobiográfico, empeñados en dar razón de los cambios radicales que vivía el país a través de la llamada literatura de la Revolución Mexicana, con Mariano Azuela (Los de abajo); Martín Luis Guzmán (El águila y la serpiente y La sombra del caudillo, en realidad crónicas noveladas); Rafael Felipe Muñoz (Vámonos con Pancho Villa); Mauricio Magdaleno (autor de El resplandor, novela que años más tarde llevaría al teatro). En línea aparte se puede registrar la obra de José Mancisidor (1894-1956), que escribió La ciudad roja (1932) y Nuestro petróleo (1953), de inspiración socialista, y la de José Revueltas, que hizo de las luchas sociales su tema principal, como en su novela de 1964, Los errores. La literatura indigenista estuvo representada por Andrés Henestrosa, Héctor Pérez Martínez (1906-1948) o Ricardo Pozas (Juan Pérez Jolote, 1948), y la inspiración provinciana por Agustín Yáñez, autor de una obra narrativa importante (Al filo del agua). Todos ellos se abrieron paso sin dificultad y tuvieron muchos seguidores.
Laura Esquivel
En la novela Como agua para chocolate de la escritora mexicana Laura Esquivel, la protagonista tiene el don de realizar hechizos con la comida. Y así, un mismo plato producirá efectos diferentes y hasta contrarios según el carácter y alma de quien lo tome.

La generación de mediados del siglo XX se agrupó en torno a la revista Taller, que vivió el profundo impacto de las grandes convulsiones de su tiempo y se enfrentó al esteticismo de los contemporáneos, quienes se opusieron al nacionalismo y lo combatieron arduamente, defendieron la libertad de expresión y el rigor en la forma poética y tuvieron un innovador estilo de entender y vivir la cultura. De este grupo cabe destacar a Xavier Villaurrutia y su Nostalgia de la muerte, poesía de la pluralidad de los sentidos; Salvador Novo, que además de poeta fue ensayista, crítico y cronista; Jorge Cuesta, agudo crítico y poeta; y Gilberto Owen, autor de varios libros de poesía, que pinta en Simbad el varado la elegía del amor viajero.
En este periodo, como síntesis y superación de todas las tendencias, sobresale la obra excepcional de Octavio Paz, ensayista y poeta que domina y trasciende las diversas épocas y las muchas tendencias y corrientes década tras década: Entre la piedra y la flor (1937), Libertad bajo palabra (1949) o Piedra de Sol (1957), su obra maestra. En ensayo, El laberinto de la soledad (1950), es una reflexión excepcional. Es también la época en la que surgen dos nuevos maestros de la prosa narrativa, Juan Rulfo y Juan José Arreola, “el juglar burlesco”, fabulador y hablador incansable.
A partir de la década de 1960, México inició una fase de esplendor narrativo y literario. En sus inicios fue la década de Carlos Fuentes, que en un primer periodo publicó, entre otras obras, La región más transparente (1958), ambicioso y brillante mural novelístico, La muerte de Artemio Cruz (1962) o Cambio de piel (1967), seguidas años más tarde de nuevas creaciones que amplían los límites de sus posibilidades narrativas.
La gran convulsión de la sociedad mexicana, como consecuencia del movimiento estudiantil de 1968 (véase Sucesos de Tlatelolco), coincidió con el florecimiento de nuevos autores, tendencias y corrientes. Los narradores de este periodo se caracterizan por su libertad creadora, la falta de arraigo al pasado, la adscripción a las tendencias más vanguardistas y la ruptura de todos los moldes. Cada nueva generación, en intensidad creciente, está siendo capaz de superar a su antecesora en originalidad, brillantez e incluso agresividad. A Francisco Tario (1911-1977), Jorge López Páez (1922- ), Elena Garro, Rosario Castellanos y Ricardo Garibay, les han seguido Salvador Elizondo, Juan García Ponce, José Emilio Pacheco, Vicente Leñero, Sergio Pitol o Fernando del Paso. Pero todavía más jóvenes, José Agustín Ramírez y Gustavo Sainz han conseguido abrirse paso y conquistar una atención llena de sorpresas.
La poesía de estos años, animada y apoyada por Paz, ha encontrado su expresión antológica más completa en la Poesía en movimiento, 1915-1966, editada por Chumacero, Aridjis, Pacheco y el propio Paz, pero se sigue enriqueciendo cada vez más: Eduardo Lizalde, Jaime Sabines y Gerardo Deniz son nombres hoy imprescindibles en cualquier referencia. Y, sin embargo, la lista continúa abierta.
En la narrativa, la llamada “saga del 68” ha dado paso a la multiplicación de ejercicios literarios de todo tipo, en una pugna abierta entre el realismo renovado y la fantasía ilimitada. Todos los temas de México, los que han estado presentes en su desarrollo de dos siglos, vuelven al primer plano y se visten y se ven con ropajes y miradas distintas. Del realismo a la vanguardia, el horno creativo funciona a rendimiento pleno, ya sea en los fogones de Laura Esquivel, en las boticas de Ángeles Mastretta o en cualquier otro espacio literario.


El invento de la Literatura hondureña




Literatura hondureña, recorrido histórico a través de los autores y las obras literarias escritas en Honduras. No ofrece resultados de interés durante el periodo de la colonia y su primer escritor relevante fue José Cecilio del Valle (1780-1874), el lustrado soñador de una América Española unida, que redactó la declaración de independencia de Centroamérica en 1821. El poeta neoclásico José Trinidad Reyes (1797-1855) y los románticos Manuel Molina Vigil (1853-1883) y José Antonio Domínguez (1869-1903) constituyen lo más destacable de un pobre siglo XIX, y Juan Ramón Molina (1875-1908) fue el mejor representante del modernismo. La literatura empezó a salir de ese marasmo en la etapa posmodernista, bien representada en la poesía por Rafael Heliodoro Valle (1891-1959) y en la narrativa sobre todo por Froylán Turcios (1875-1943), un notable escritor que desde los refinados gustos finiseculares evolucionó hacia el encuentro con la realidad hondureña.
Desde entonces la poesía alcanza una importancia creciente. Jacobo Cárcamo (1914-1959), Ángela Valle (1927) y otros autores preparan el camino de una práctica que se consolida a partir de la década de 1950, impulsada con frecuencia por las circunstancias sociopolíticas. La poesía testimonial permitió destacar a Roberto Sosa (1930- ), y esa fue luego la línea a seguir entre escritores más jóvenes como Rigoberto Paredes (1948- ), Oscar Amaya (1949- ) y José Luis Quesada (1948- ). Nunca faltaron excepciones a esa orientación dominante: durante algún tiempo la más importante fue Óscar Acosta (1933- ), que residió algunos años en Perú donde inició una producción lírica de orientación intimista, lo más destacado de una obra que reúne también narrativa, teatro y crítica literaria. Juan Ramón Saravia (1951- ) y Rafael Rivera (1956- ) representan aperturas más recientes.
Marcos Carías Reyes (1905-1949), Argentina Díaz Lozano (1909- ), Víctor Cáceres Lara (1915- ) y otros narradores preparan el camino de los novelistas actuales. Entre éstos se han consolidado Marco Carías (1938- ) y Julio Escoto (1944- ), en un contexto que nunca ha favorecido el desarrollo de la literatura.


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