El invento del Cine cubano






Cine cubano, evolución histórica del cine en Cuba desde sus orígenes hasta la actualidad.
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EL CINE CUBANO ANTERIOR A LA REVOLUCIÓN
En enero de 1897, el francés Gabriel Beyre hizo las primeras demostraciones públicas del cinematógrafo de los hermanos Lumière. Al poco tiempo rodó la primera película breve, Simulacro de incendio. En los años siguientes destacaron los pioneros Enrique Díaz Quesada, autor de reportajes, como el del Parque del palatino o de La Habana en agosto, cortos de ficción, como Juan José, y, por último, en 1913, del primer largometraje cubano: Manuel García, rey de los campos de Cuba. Sin embargo, la falta de infraestructura industrial era absoluta y los pocos que como Ramón Peón intentaron levantar una producción autóctona se vieron obligados a emigrar (en su caso a México).
En 1930 se rodó la última producción muda, El caballero del mar, de Jaime Gallardo, y la primera sonora, La serpiente roja, de Ernesto Caparrós. En los años siguientes, se consiguió estabilizar la producción en unos cinco largometrajes anuales, la mayoría musicales o melodramas sin demasiado valor artístico.
La crisis de la década de 1940 hizo que el gobierno liberal de Carlos Prío Socarrás dictara una serie de medidas de apoyo, y en los años siguientes se intentó mejorar el bajo nivel de la producción anterior a la revolución (Manuel Alonso hizo Siete muertes a plazo fijo y Casta de roble, y el mexicano Emilio Fernández La rosa blanca, 1954).
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EL CINE CUBANO DURANTE EL RÉGIMEN CASTRISTA
Pero es tras la revolución castrista cuando el cine cubano alcanzó niveles de calidad que lo dieron a conocer internacionalmente. La industria se nacionalizó y se formó un monopolio estatal, el ICAIC (Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica), que se hizo con el control de la producción, la distribución, la importación y la prensa. Desde este organismo se promovió la autenticidad y la reflexión, con una actitud realista (filmar lo que pasaba en la calle) y documentalista que permitió mostrar Cuba al mundo y a ellos mismos. Llegaron maestros del documental, como Agnès Varda o Joris Ivens (El pueblo en armas, 1960; A Valparaíso, 1962), y se formó una escuela entre 1962 y 1963 en la que aprendieron las posteriores figuras del cine cubano: Tomás Gutiérrez Alea, Julio García Espinosa (Cuba baila, 1961; El joven rebelde, 1962), Santiago Álvarez (Ciclón, 1963; Now, 1965; Cerro Pelado, 1966; Hanoi, martes 13, 1967), Humberto Solás (Manuela, 1966), Miguel García Ascot (Historias de la revolución, 1960), Óscar Torres (Realengo 18, 1963), Manuel Octavio Gómez, José Masot o Alberto Roldán.
Otra tendencia interesante fue la del ‘cine espontáneo’, iniciada por Néstor Almendros con documentales como Gente en la playa (1961), y Orlando Jiménez Leal, que más tarde, tras el exilio de éstos, desarrollarían en sus películas Guillén Landrian, Roberto Fradiño, Fernando Villaverde, Fausto Canel, Óscar L. Valdés y Octavio Cortázar.
3.1

Periodo de aislamiento
Pero el bloqueo estadounidense dejó sin películas las salas de cine cubanas, que para llenarse recurrieron a la compra indiscriminada de realizaciones europeas y socialistas, con lo que perdieron un público poco interesado en este tipo de cine por falta de costumbre. Esta tendencia negativa se remontó a finales de la década de 1960 gracias a la propia producción cubana, en la que el dinamismo social generado por la revolución logró alcanzar un alto nivel artístico, consolidando alrededor de 1968 una producción excepcional: Las aventuras de Juan Quinquín (1967), de Julio García Espinosa, Lucía (1968), de Humberto Solás, Memorias del subdesarrollo (1968), de Tomás Gutiérrez Alea, La primera carga al machete (1969), de Manuel Octavio Gómez, y L. B. J. (1968), de Santiago Álvarez, todas ellas ampliamente premiadas en concursos internacionales.
Hasta 1979 el cine cubano fue madurando al tiempo que la producción se ralentizaba. La generación de directores antes citada se asentó y ocupó en tareas pedagógicas u organizativas: Julio García Espinosa es presidente del ICAIC y organizador del Festival Internacional de La Habana, uno de los foros principales del cine latinoamericano, Santiago Álvarez dirige el noticiario latinoamericano del ICAIC y otros se ocupan de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños.
No obstante, también en ese periodo hay títulos importantes, como De cierta manera (1974), única película de Sara Gómez, la primera mujer que hace un largometraje en Cuba, realizada desde un sentido crítico hacia la revolución que compartía el mismo Gutiérrez Alea en Muerte de un burócrata (1966). Santiago Álvarez hace De América soy hijo y a ella me debo (1972) o Abril de Vietnam en el año del gato (1975); Julio García Espinosa, Tercer mundo, tercera guerra mundial (1970) o La sexta parte del mundo (1977); Sergio Giral, El otro Francisco (1974) o El rancheador (1976); y Humberto Solás, Cantata de Chile (1976), todas ellas de marcada militancia política.
3.2

Las décadas de 1980 y 1990
En la década de 1980 hay un retraso real frente a la realidad cubana, fruto del menor dinamismo social y del agotamiento de los directores de la década de 1960, que sienten la necesidad de una labor crítica, a la que les empujan también la nueva generación de realizadores: Enrique Colina en los documentales o Gerardo Chijona y Juan Carlos Tabío en la ficción.
Así, y pese a la creciente crisis económica, desde 1980 se han producido algunas de las películas más interesantes del cine cubano: Gutiérrez Alea hizo en 1983 una crítica al machismo y al aburguesamiento de su generación en Hasta cierto punto, y directamente a ciertos aspectos del régimen castrista en Fresa y chocolate (1993) y Guantanamera (1995), coproducidas por España y codirigidas con Juan Carlos Tabío, documentalista y profesor en la escuela de San Antonio de los Baños, quien por su parte realizó Se permuta (1983), una hábil comedia, Plaff-demasiado miedo a la vida (1988), irónica reflexión social que es un gran éxito de crítica y público, y El elefante y la bicicleta (1992).
De la nueva generación, Gerardo Chijona hace Adorables mentiras (1991) y Orlando Rojas, antes crítico, ayudante de dirección y documentalista, Una novia para David (1985) y Papeles secundarios (1989). De la generación de la década de 1960 destacan Santiago Álvarez con Bras Cuba (1989) y Julio García Espinosa con La inútil muerte de mi socio Manolo (1990) y Reina y Rey (1995).

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