El invento de la letra J




j. f. Undécima letra del abecedario español, y décima del orden latino internacional, que representa un fonema consonántico de articulación fricativa, velar y sorda. Su nombre es jota. La mayor o menor tensión con que se articula en diferentes países y regiones produce variedades que van desde la vibrante a la simple aspiración.
J, décima letra y séptima consonante del alfabeto castellano. Su nombre es jota, porque surge de la letra griega iota. Es la última letra incorporada al alfabeto y a la lengua escrita. El signo J apareció primero en el abecedario romano, y a veces se utilizaba para indicar el carácter largo de la vocal i, pero otras veces se usaba sencillamente como una I mayúscula. En la edad media inicialmente su forma alargada (J) se usó con carácter ornamental muy a menudo, así como en la escritura de cifras. Hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XVII no se utiliza la j inicial. Tuvo que pasar casi siglo y medio para que apareciera regularmente impresa en los libros europeos. Por lo tanto, mucho después de la invención de la imprenta, la j no era más que una mera variación caligráfica de la i. En latín y en español antiguo podía tener el valor de una vocal o de una semivocal, así como mostraba un uso restringido de su función como consonante en cualquier posición de una palabra. Eso explica las variaciones ortográficas que aparecieron en dos palabras del español bien conocidas: México / Méjico y Quixote / Quijote.
En el español moderno esta letra representa el sonido que se produce al aproximar la parte posterior de la lengua, que está curvada, al velo del paladar, al dejar pasar rozando el aire por esa interrupción y sin vibrar las cuerdas vocales, como en las palabras ‘caja’, ‘rojo’, ‘julio’.
Existe un sonido relajado de la j en posición final de palabra como en ‘reloj’.


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