El invento de la Iglesia ortodoxa





Iglesia ortodoxa, denominación de una de las tres grandes comunidades o iglesias vinculadas al cristianismo (las otras dos son la Iglesia católica y las iglesias protestantes surgidas tras la Reforma). La Iglesia ortodoxa comparte una continuidad histórica con las comunidades cristianas del Mediterráneo oriental. Su gran expansión se debió a la labor de grupos misioneros que viajaron por toda la zona oriental de Europa. La palabra “ortodoxo” (del griego, 'creencia correcta') implica una seguridad en relación con la fe apostólica. La Iglesia ortodoxa también ha establecido comunidades en Europa occidental, América y, en épocas más recientes, en África y en Asia. Cuenta con más de 250 millones de fieles repartidos por todo el mundo.
2
ESTRUCTURA Y ORGANIZACIÓN
La Iglesia ortodoxa constituye una comunidad de iglesias independientes. Cada una es autocéfala, es decir, está gobernada por su propio obispo. Todas ellas comparten la misma fe, los mismos principios de organización y política eclesiástica, y una misma tradición litúrgica. Se diferencian únicamente por la lengua utilizada en el culto. El obispo que desempeña la jefatura de cada iglesia puede ser un patriarca, un metropolitano o un arzobispo (cada uno de los cuales preside los sínodos episcopales, que constituyen la más alta autoridad canónica, doctrinal y administrativa en cada iglesia). Entre las distintas iglesias ortodoxas existe un orden de precedencia, determinado en mayor grado por la historia que por su número de fieles.
2.1
Patriarcado de Constantinopla
Al patriarca de Constantinopla (actual Estambul, Turquía) le corresponde el honor de tener una cierta primacía sobre los restantes. Tal hecho se debe a la condición de capital del Imperio romano de Oriente o Imperio bizantino que la ciudad tuvo desde el 330 hasta 1453 y a haber sido el centro del cristianismo oriental durante dicho periodo. Sus derechos canónicos fueron definidos en el I Concilio de Constantinopla (381) y en el Concilio de Calcedonia (451). Durante el siglo VI también asumió el título de patriarca ecuménico. Sin embargo, ni en el pasado ni en la actualidad, su autoridad se ha podido comparar con la que ejercía el papa en Occidente. El patriarca no posee poderes administrativos sobre su propio territorio (o patriarcado), no se contempla su infalibilidad y su posición sólo supone una primacía entre sus iguales (las demás iglesias ortodoxas reconocen su figura en la preparación de consultas y concilios panortodoxos). La autoridad del patriarca de Constantinopla se extiende sobre las pequeñas, y cada vez más escasas, comunidades griegas de Turquía; sobre las diócesis que existen en las islas griegas y en el norte del país; sobre las numerosas comunidades griegas de Estados Unidos, Australia y Europa occidental; y, por último, sobre la Iglesia autónoma de Finlandia.
2.2
Patriarcados melquitas
Antiguos patriarcados
Los antiguos patriarcados de la Iglesia ortodoxa fueron a menudo el lugar de grandes encuentros religiosos y la organización administrativa del patriarca. Aun no siendo el cabeza de la Iglesia, como el papa en la Iglesia católica apostólica romana, los patriarcas realizan funciones administrativas que incluyen la organización de concilios para sus comunidades. Los cuatro grandes patriarcados antiguos (además de Roma) fueron Constantinopla, Alejandría, Damasco y Jerusalén.

Existen otros tres antiguos patriarcados de la Iglesia ortodoxa que deben su alto rango a su distinguido pasado. Son los denominados patriarcados melquitas: el de Alejandría (en Egipto), el de Damasco (en Siria, que aún ostenta el antiguo título de patriarcado de Antioquía) y el de Jerusalén. Los patriarcas de Alejandría y de Jerusalén hablan griego; el patriarca de Antioquía está a la cabeza de la importante comunidad de cristianos de Siria, Líbano e Irak.
2.3
Patriarcado de Moscú
El patriarca de Moscú se encuentra al frente de la Iglesia ortodoxa rusa, que es, sin duda alguna, la que cuenta con un mayor número de fieles. Pese a que después de la Revolución Rusa (1917) tuvo que soportar un periodo muy difícil debido a la implantación de un régimen comunista, ocupa el quinto lugar en la jerarquía de iglesias ortodoxas, por detrás del patriarcado de Constantinopla y de los tres patriarcados melquitas.
2.4
Otros patriarcados e iglesias ortodoxas
Otras comunidades ortodoxas son la Iglesia autocéfala de Grecia, la Iglesia autocéfala de Chipre, el patriarcado de Serbia, el patriarcado de Bulgaria, la Iglesia autónoma de Polonia, las iglesias autónomas de la República Checa y Eslovaquia, el patriarcado de Rumania, el patriarcado de Georgia, la Iglesia autónoma de Finlandia, la Iglesia autocéfala de Albania, la Iglesia autocéfala de América, la Iglesia autónoma de China y la Iglesia autónoma de Japón.
3
DOCTRINA
La Iglesia ortodoxa, por medio de sus declaraciones doctrinales y de sus textos litúrgicos, mantiene firmemente que es ella la que sostiene la fe cristiana original, que compartió con la Iglesia de Occidente durante el I milenio de la era cristiana. Reconoce la autoridad de los concilios ecuménicos en los que ambas iglesias tuvieron representación unicolegial. Estos sínodos fueron el I Concilio de Nicea (325), el I Concilio de Constantinopla (381), el Concilio de Éfeso (431), el Concilio de Calcedonia (451), el II Concilio de Constantinopla (553), el III Concilio de Constantinopla (680) y el II Concilio de Nicea (787). Las últimas afirmaciones doctrinales de la Iglesia ortodoxa, como por ejemplo los importantes conceptos que se acuñaron durante el siglo XIV con respecto a la comunión con Dios, son considerados sólo como el desarrollo de la fe original de la Iglesia primitiva.
3.1
Tradición
Altar del monasterio búlgaro de Rila
En las iglesias ortodoxas, un iconostasio, como el del monasterio de Rila, al suroeste de Bulgaria, aquí expuesto, oculta un área del altar de una iglesia a la congregación. Los iconos (imágenes de Jesucristo, María o los santos hechas de oro, marfil, mosaicos o pintura al óleo) cubren los iconostasios. Los miembros de la fe ortodoxa creen que Dios envía la bendición y curación a través de esos iconos. El uso de iconos se remonta al siglo V.

Una de las características de la Iglesia ortodoxa es su preocupación por mantener una continuidad y una tradición. Pero esto no implica un culto al pasado, sino más bien un sentido de identidad y continuidad con los testimonios apostólicos originales, tal y como se realizaban a través de la comunidad sacramental de cada iglesia local. El Espíritu Santo, cuya gracia se recibe en Pentecostés, es considerado el guía de la Iglesia hacia “la verdad completa” (Jn. 16,13). Se concede la gracia para enseñar y para orientar a la comunidad a ciertos ministros (en especial a los obispos de cada diócesis) o se expresa a través de ciertas instituciones (como los concilios). Sin embargo, puesto que la Iglesia no está formada sólo por obispos o por clérigos, sino también por toda la comunidad laica, la Iglesia ortodoxa defiende la creencia de que “el pueblo de Dios” es el guardián de la fe.
Esta creencia de que la verdad es inseparable de la vida de la comunidad, ofrece las bases para el entendimiento estricto de la sucesión apostólica de los obispos. Consagrados por sus iguales y ocupando el lugar de Cristo en la Última Cena, momento en el que se reúne la Iglesia, los obispos son los guardianes y testigos de una tradición que se remonta de forma ininterrumpida hasta los apóstoles y que unifica a las iglesias locales en la comunidad de la fe.
3.2
Cristo y María
Los concilios ecuménicos del I milenio de la era cristiana definieron las doctrinas básicas del cristianismo sobre los pilares de la Santísima Trinidad, de la Persona única y de la doble naturaleza de Cristo y sus dos voluntades, expresando la autenticidad y plenitud de su divinidad y humanidad. Estas doctrinas están expuestas en forma inequívoca en todas las declaraciones de fe ortodoxas y en sus himnos litúrgicos. Por otro lado, y a la luz de esta doctrina tradicional, basada en la persona de Cristo, la Virgen María es venerada como madre de Dios. Sin embargo, el posterior desarrollo de la mariología y el dogma católico de la Inmaculada Concepción no son admitidos por la Iglesia ortodoxa. Se la invoca por haber sido la persona más cercana al Salvador y, por lo tanto, poder interceder por toda la humanidad caída en pecado. Así, María es considerada una figura muy importante, de lo que dan testimonio sus abundantes representaciones iconográficas.
3.3
Sacramentos
La Iglesia ortodoxa acepta la doctrina de los siete sacramentos, a pesar de que nunca ha habido una autoridad final que haya limitado los sacramentos a este número. El más importante es el de la eucaristía; le siguen el bautismo (que se realiza por inmersión), la confirmación (que sigue al bautismo y se administra por la unción con el crisma), la penitencia, la ordenación sacerdotal, el matrimonio y la extremaunción. Algunos autores medievales incluían otros sacramentos, como la tonsura monástica, el entierro y la bendición del agua.
3.4
Celibato
La legislación canónica ortodoxa permite que hombres casados sean sacerdotes. Sin embargo, los obispos son elegidos entre los sacerdotes célibes o viudos.
4
PRÁCTICAS
Según una crónica medieval, cuando los representantes del gran príncipe de Kíev, Vladimiro I Sviatoslávich (venerado por la Iglesia ortodoxa como san Vladimiro) visitaron en el 988 la basílica de santa Sofía de Constantinopla, no sabían si estaban “en el Cielo o en la Tierra”. La acción más eficaz de la liturgia ortodoxa ha sido su papel de instrumento misionero. Durante los siglos de dominio musulmán en el antiguo territorio del Imperio bizantino, constituyó su principal resorte de supervivencia religiosa. En su origen la liturgia fue creada en lengua bizantina, pero posteriormente se tradujo a muchos idiomas. Pese al tiempo transcurrido, aún conserva formas y textos que datan de los primeros años de la Iglesia cristiana.
4.1
Liturgia
El rito eucarístico que se utiliza con más frecuencia es el atribuido a san Juan Crisóstomo. Existe otra liturgia eucarística que se celebra sólo 10 veces al año, creada por san Basilio. En ambos casos, la oración eucarística de la consagración culmina con la invocación del Espíritu Santo (epiclesis) sobre el pan y el vino. Por eso se considera que el misterio central del cristianismo se realiza principalmente por medio de la oración en el templo y por la acción del Espíritu Santo, antes que por las “palabras institucionales” pronunciadas por Cristo y repetidas de forma emocionada por el sacerdote, como se hace en el cristianismo occidental.
Una de las principales características del culto ortodoxo es la gran riqueza de sus himnos, que van señalando los distintos ciclos litúrgicos. Éstos, utilizados a veces en complicadas combinaciones, son: el ciclo diurno (con himnos de vísperas, completas, el rezo de medianoche, maitines y las cuatro horas canónicas), el ciclo pascual (en el que se incluye el periodo de Cuaresma, antes de Pascua, y los 50 días que separan la Pascua de Pentecostés, que se mantienen a través de todos los domingos del año) y el ciclo annual o santoral (que aporta los himnos para aquellas festividades que son inamovibles y para la celebración diaria de los santos). Este sistema litúrgico fue creado durante el periodo bizantino y ha seguido desarrollándose por medio de la inclusión de más himnos que honran a los nuevos santos (los dos últimos, san Hernán y san Inocencio, dos antiguos misioneros de Alaska).
4.2
Iconos
Icono de la Iglesia de Oriente
Iconos profusamente decorados llenan las iglesias ortodoxas. Estos iconos son exclusivos de la Iglesia de Oriente y recogen una marcada orientación de la doctrina del Antiguo Testamento que prohíbe hacer imágenes de Dios (el segundo mandamiento). La Trinidad del Antiguo Testamento (c. 1410) es un ejemplo de un icono bizantino pintado por el artista ruso del siglo XV Andréi Rublev. Representa a los tres ángeles que se le aparecieron a Abraham en la encina de Mambré (Gén. 18, 2-15).

El arte religioso del cristianismo ortodoxo supone una forma de confesión de fe a través de la representación pictórica y una vía para lograr tener una experiencia religiosa. Se considera que este arte resulta inseparable de la tradición litúrgica. La función principal de estas imágenes religiosas, denominadas iconos (sin precedentes en otras tradiciones cristianas), fue definida tras finalizar el movimiento iconoclasta bizantino en el 843. Los iconoclastas se acogían a la prohibición del Antiguo Testamento de adorar imágenes grabadas y rechazaban los iconos por considerarlos ídolos. Por su parte, los teólogos ortodoxos basaban sus argumentos en la específica doctrina de Cristo que se refiere a la encarnación: en efecto, Dios es, en su esencia, invisible e indescriptible, pero cuando el Hijo de Dios se hizo hombre, de forma voluntaria asumió todas las características de la naturaleza creada, incluyendo el hecho de poder ser descrito. Por eso, las imágenes de Cristo como hombre confirman la encarnación de Dios. Considerando que la vida divina resplandece por medio de la humanidad de Cristo, resucitada y gloriosa, la función del artista consiste en lograr comunicar el verdadero misterio de la fe cristiana a través del arte. Además, puesto que los iconos representan a Cristo y a los santos, aportan un contacto personal directo con la persona santa en ellos representada, por lo que estas imágenes deben ser objeto de veneración (proskynesis), concepto diferente al de culto (latreia) que es dirigido sólo a Dios. El triunfo de esta concepción teológica sobre la iconoclasia consiguió que se expandiera en gran medida el uso de la iconografía en el ámbito de la Iglesia ortodoxa; también significó una fuente de inspiración para grandes pintores, la mayoría de los cuales trabajó en el anonimato. Algunos de estos trabajos alcanzaron un gran valor, tanto espiritual como artístico.
4.3
Monacato
Gran monasterio de Lavra
El monacato es parte integrante de la Iglesia ortodoxa. Aunque hay muchos monasterios ortodoxos por todo el mundo, el centro de la vida monástica es el monte Athos, que se levanta en una pequeña península en el mar Egeo, al noreste de Grecia. Veinte monasterios diferentes que representan a nacionalidades distintas se encuentran en lo alto del paisaje rocoso de la península. Aquí se muestra el interior del patio del monasterio de Lavra.

La liturgia y, hasta cierto punto, el desarrollo artístico ortodoxo están relacionados en forma directa con la historia del monacato. El monaquismo cristiano se inició en Egipto, Palestina, Siria y Asia Menor y, durante siglos, fue un foco de atracción que congregó a la elite del cristianismo oriental. Basado en los tradicionales votos de castidad, obediencia y pobreza, fue tomando distintas formas, oscilando entre la disciplinada vida de los monasterios, como el de Stoudios, en Constantinopla, y el ascetismo eremítico e individual de los hesiquiastas (del griego hesychia, ‘quietud’). Todavía en la actualidad, la comunidad monástica del monte Athos (reconocida como distrito autónomo por la Constitución griega de 1975), en la que habitan más de 1.000 personas repartidas en 20 comunidades de monjes y ermitaños, constituye un testimonio de la permanencia del ideal monástico de la Iglesia ortodoxa.
5
HISTORIA
Debido a que la mayoría de los cristianos orientales que no hablaban griego rechazaron las conclusiones del Concilio de Calcedonia (451) y a que gran parte del área donde había surgido el cristianismo estaba bajo el poder de los musulmanes, los patriarcas de Alejandría, Antioquía y Jerusalén mantuvieron sólo parte de la que había sido su antigua gloria y poder. No obstante, Constantinopla siguió siendo durante casi toda la edad media el centro más importante de la cristiandad oriental. En el año 862 los famosos misioneros san Cirilo y san Metodio idearon un nuevo alfabeto, el glagolítico, que permitió la subsiguiente traducción de las Sagradas Escrituras y la liturgia a las lenguas del grupo eslavo, lo que permitió a muchos de sus pueblos convertirse al cristianismo. Los búlgaros, con su kan Boris I al frente, lo hicieron en el 864, adoptando poco a poco la cultura eslava. Los rusos, durante el reinado del anteriormente citado Vladimiro I, se convirtieron en el 988 y permanecieron bajo la autoridad eclesiástica del patriarcado de Constantinopla hasta 1448. Los serbios recibieron su independencia eclesiástica en 1219.
5.1
Cisma
Después del siglo IV, y cada cierto tiempo, surgieron situaciones de tensión entre Constantinopla y Roma. Después de la caída del Imperio romano de Occidente ante la presión de las invasiones de pueblos germanos en el 476, el papa pasó a ser el único guardián del universalismo cristiano de Occidente. Comenzó, de forma más explícita, a proclamar la primacía de Roma, por haber sido el lugar donde fue martirizado y enterrado san Pedro, a quien Jesús se había referido como la “piedra” sobre la que debía construirse la Iglesia (Mt. 16,18). Los cristianos de Oriente respetaban aquella tradición y al obispo de Roma le reconocían una cierta autoridad doctrinal y moral. Sin embargo, consideraban que los derechos canónicos y privados de las diversas iglesias estaban determinados ya, por encima de cualquier consideración histórica. De este modo, el patriarcado de Constantinopla comprendió que su posición estaba determinada por el hecho de ser el lugar de asentamiento del emperador y del Senado, herederos del Imperio romano en su totalidad.
Las dos interpretaciones de la palabra primacía —“apostólica” en Occidente y “pragmática” en Oriente— coexistieron durante muchos siglos, evitando las posibles tensiones de un modo conciliatorio. Sin embargo, los conflictos posteriores las llevaron a un cisma permanente. Durante el siglo VII, en el reino visigodo de la península Ibérica, en el credo aceptado con carácter universal se interpoló la palabra latina filioque, que significa “y del Hijo”, interpretando el credo así: “Creo... en el Espíritu Santo... que viene del Padre y del Hijo”. En Europa, la interpolación, que en principio fue rechazada por los papas, fue aceptada por Carlomagno (coronado emperador de los romanos en el 800) y por sus sucesores. Más adelante, también fue aceptada en Roma (hacia el año 1014). Sin embargo, la Iglesia oriental consideraba que esta interpolación era una herejía. Además, hubo otros asuntos que también provocaron controversia, por ejemplo, el hecho de ordenar sacerdotes a hombres casados, y el uso de pan sin levadura para la eucaristía. Estos conflictos, considerados menores, eran irresolubles porque ambas partes se hallaban en posiciones contrapuestas sin remisión. El Papado se consideraba a sí mismo el tribunal supremo en asuntos de fe y de disciplina, mientras que los cristianos orientales se aferraban a la autoridad de los concilios, considerando que existía igualdad entre las iglesias locales.
Se considera que los anatemas que fueron intercambiados en Constantinopla en 1054 entre el patriarca Miguel Cerulario y los legados papales, marcaron el inicio definitivo del cisma. Sin embargo, la ruptura fue, en realidad, un distanciamiento paulatino, que comenzó entonces y culminó con el saqueo de Constantinopla realizado por los ejércitos de los cruzados occidentales en 1204.
A finales de la edad media hubo varios intentos de reconciliación, siendo los más importantes las reuniones celebradas en Lyon (1274) y en Florencia (1438-1439), pero ambas fracasaron. Las peticiones pontificias para ejercer la supremacía máxima en el ámbito cristiano no eran conciliables con los principios autonomistas ortodoxos, agravándose aún más estas diferencias religiosas por culpa de malos entendidos culturales y políticos.
Después de la conquista de Constantinopla por el Imperio otomano en 1453, éste reconoció al patriarca de aquella ciudad la calidad de portavoz o representante, tanto religioso como político, de toda la población cristiana bajo su dominio. A pesar de que el patriarcado de Constantinopla siguió manteniendo su primacía honorífica en el seno de la Iglesia ortodoxa, en el siglo XIX acabó su papel ecuménico. Tal acontecimiento se produjo a partir de 1833, cuando fue proclamada la autocefalia de la Iglesia griega. El declive turco fue acompañado de la aparición de iglesias autónomas, tales como la de Rumania (1864), la de Bulgaria (1870) y la de Serbia (1879).
La Iglesia ortodoxa rusa declaró su independencia de Constantinopla en 1448. En 1589 se estableció el patriarcado de Moscú, siendo reconocido de forma oficial por el patriarca Jeremías II de Constantinopla. Tanto para la Iglesia rusa como para los zares, Moscú se había transformado en la “tercera Roma”, heredera de la supremacía imperial de las antiguas Roma y Bizancio. Pero el patriarcado de Moscú casi nunca tuvo la autonomía que alcanzó el patriarcado de Constantinopla durante el Imperio bizantino. Salvo el breve periodo, a mediados del siglo XVII, en el que el patriarca Nikón estuvo al frente de la Iglesia ortodoxa rusa, los patriarcas de Moscú y la Iglesia rusa estuvieron bajo el control absoluto de los zares. En 1721, Pedro I el Grande abolió el patriarcado y, a partir de esa fecha, la Iglesia fue gobernada por la administración imperial. El patriarcado fue restablecido en 1917, durante la Revolución Rusa, pero luego fue perseguido por el régimen comunista. Desde que el gobierno soviético fue haciéndose menos represivo y hasta su caída, en 1991, la Iglesia fue dando señales de una vitalidad renovada. Las distintas iglesias ortodoxas de los países de Europa del Este tuvieron una historia similar, ligada a la paralela implantación en ellos de regímenes comunistas. Su situación mejoró a finales de la década de 1980.
5.2
Relaciones con otras iglesias
La Iglesia ortodoxa siempre se ha considerado a sí misma como la continuación orgánica de la comunidad apostólica y como el sostén de una fe que continúa el mensaje apostólico. Sin embargo, a través de los siglos, los ortodoxos han ido adoptando diferentes posturas con respecto a otras iglesias. En ciertas áreas de confrontación (como las islas griegas y Ucrania durante el siglo XVII), las autoridades que defendían la ortodoxia, como reacción contra el activo proselitismo occidental, declararon inválidos sus sacramentos y exigieron que fueran rebautizados los miembros de las comunidades católicas o protestantes. Incluso en la actualidad, en determinados círculos griegos aún prevalece esta misma actitud de rigidez. Sin embargo, la corriente principal del pensamiento ortodoxo ha ido adoptando una actitud positiva con respecto al movimiento ecuménico contemporáneo. Rechazando siempre el relativismo doctrinal y sosteniendo que la meta del ecumenismo representa la total unidad de la fe, las iglesias ortodoxas se integraron en el Consejo Mundial de las Iglesias en 1948. Antes de conseguir la unidad total, los ortodoxos piensan que es preciso profundizar en una cooperación real entre las iglesias, sin abordar todavía algunos temas doctrinales problemáticos.
En ocasiones, la mayoría protestante que domina el Consejo Mundial de las Iglesias ha manifestado su incomodidad por la participación ortodoxa en este organismo. La postura ecuménica que asumió la Iglesia católica durante el papado de Juan XXIII fue muy bien recibida por la jerarquía ortodoxa y consiguió que se entablaran nuevas y más amistosas relaciones entre ambas iglesias. Hubo representantes de la Iglesia ortodoxa en las sesiones del Concilio Vaticano II (1962-1965) y, en 1964, el papa Pablo VI y el patriarca Atenágoras I se reunieron en Jerusalén y revocaron los recíprocos anatemas efectuados por las iglesias católica y ortodoxa en 1054. A la creación de una comisión mixta de ambas comunidades cristianas siguieron hasta once encuentros entre sus líderes entre 1966 y 1981. Una de las más recientes muestras de esta tendencia fue la entrevista que mantuvieron el papa Juan Pablo II y el patriarca Demetrio I. El mayor obstáculo para la definitiva reconciliación es la exigencia del Papado de que sea acatada su autoridad suprema y la infalibilidad del pontífice.


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