El invento de la problemática de la conservación





La conservación del medio ambiente implica el conocimiento de los factores que intervienen en cada caso concreto para, de este modo, poder prever los daños medioambientales que puedan originarse. En muchos casos, la conservación de un ecosistema debe basarse en la continuidad de las actividades humanas ya que el cese de éstas puede originar mayores desequilibrios. El prestigioso ecólogo español Fernando González Bernáldez expone, en el siguiente fragmento, la necesidad de que la gestión ambiental se asiente sobre una base científica sólida ya que sólo un buen conocimiento del funcionamiento de los ecosistemas puede permitir una gestión racional de los mismos.
Fragmento de Problemas ecológicos de la conservación del medio ambiente.
De Fernando González Bernáldez.
El concepto de conservación está implicado en la idea más amplia de «utilización inteligente de los recursos naturales renovables». Sentada la lucidez que hemos presupuesto, la política correcta será unas veces conservación, otras la explotación o transformación, otras la reconstrucción.
El concepto de recursos renovables es fundamental para cualquier política de desarrollo. Un recurso «renovable» por su continua reproducción en un sistema ecológico, (un bosque, una pesquería marítima, un suelo fértil, una cuenca hidrológica) no puede explotarse como una mina que se agota indefectiblemente con la extracción. Los alemanes tienen la palabra «Raubwirtschaft» para designar la explotación agotante o «minera» de los recursos renovables.
Ha habido personas que han intentado reducir el problema del desarrollo a términos de grosera simplificación, oponiendo monodimensionalmente «conservación a desarrollo» o señalando que la «contaminación o la destrucción de la naturaleza es el precio que hay que pagar por el desarrollo», etc. En otras ponencias de este Simposio se tratan distintos aspectos sectoriales que ponen de manifiesto cómo puede utilizarse la ciencia y la tecnología para obtener soluciones óptimas de aparentes conflictos.
Así por ejemplo, una misma industria, colocada en distintos puntos del territorio, produce problemas de contaminación de aire muy distintos, según la capacidad de difusión de contaminantes propia de cada localización. De la misma manera, un estudio detallado del territorio a ordenar, desde los puntos de vista de: presencia de ecosistemas frágiles, de interés científico, de especies notables, de la fertilidad del suelo, de la presencia de ecosistemas de interés para el esparcimiento, para la cultura, para la cultura popular, de acuíferos obturables o contaminables, etc., puede dar lugar a bases para una política de ordenación (González Bernáldez, 1973; COPLACO, 1976).
En realidad la ecología y otras ciencias ambientales, capaces de prever la evolución de un determinado recurso frente a una serie de alternativas, es ajena a todo juicio de valores, no contiene ninguna doctrina «proconservación» o «back to nature». Es en el proceso del análisis beneficios-costes donde —a la vista de la información ecológica— deberán tomarse las decisiones. Ciertamente, en el proceso del análisis beneficios-costes pueden aparecer elementos filosóficos, dieológicos, etc., que pueden complicar el problema.
Las bases ecológicas de las políticas de recursos
Las poblaciones animales proporcionan modelos muy interesantes para aleccionar a los principiantes en el terreno del uso racional de los recursos. Una de las enseñanzas que pueden conseguirse con problemas relativamente asequibles es la desconfiar de los criterios ingenuos ya citados: «intuición», «sentido común», «a ojo», etc.
El problema de una población de peces que se explota con redes de mallas de distintos tamaños que seleccionan ciertas edades es un tema de complejidad muy moderada en comparación con otros asuntos ecológicos prácticos. Es posible escribir excelentes modelos de estructuras de edades, en forma de vectores, y de matrices que representan los cambios de población (transferencias de unas clases de edades a otras al envejecer, mortalidades, nacimientos y las mortalidades debidas a las capturas). Por operaciones sucesivas con estos vectores y matrices es fácil simular diferentes programas de captura, una vez conocidos los parámetros de una población. Un juego interesante es intentar adivinar a priori el resultado de un determinado programa de capturas. ¿Se estabiliza la población si eliminamos la mitad del total de individuos, cogiéndolos de las clases de edad 1 y 2? ¿ Y si pescamos el 75 por 100? En muchos casos las soluciones pueden calcularse con computadoras de mano, poniendo de manifiesto los groseros errores a que nos expone la «intuición» y el «ojímetro», antes de realizar los cálculos.
La historia lejana y reciente, nos pone de manifiesto las consecuencias de errores ecológicos en la utilización de suelos, bosques, recursos hidrológicos, en la localización de ciudades y factorías, en el exterminio de recursos marinos, en la desaparición de especies, etc. Esos atentados ecológicos son, también, malos negocios que podrían haberse evitado si el conocimiento de las consecuencias hubiese podido tenerse en cuenta.
Se ha insistido mucho en los últimos años sobre la necesidad de la conservación. Sin embargo, la conservación de la naturaleza no es una actitud pasiva, o negativa, sino que requiere unos conocimientos y unas operaciones inteligentes, adecuadas a cada circunstancia. La «conservación» negativa, por cese de actividades humanas causa desequilibrios en muchos ecosistemas europeos, adaptados desde siglos a cierta presencia humana. Los paisajes españoles están íntimamente penetrados de componentes humanos desde muy antiguo. Tales paisajes «humanizados» no pueden conservarse con una mera prohibición de utilizaciones y la colocación de cercas y carteles con prohibiciones.
Podemos citar dos ejemplos europeos que ponen esto en claro, uno tomado de Centroeuropa, el otro del Sur de España.
Cuando en el Norte de Alemania se decidió conservar la Lüneberger Heide, zona de brezales de calidades cantadas de antiguo por los poetas, se suprimieron las actividades humanas «destructivas»: incendios del monte, arrancando del humus de la capa superior del suelo, etc. Al cabo de algunos años de esa supresión, se cayó en la cuenta de que el paisaje se estaba transformando a gran velocidad a causa de la supresión de esas actividades. Arboles tales como el abedul estaban proliferando, convirtiendo la región en un bosque y haciendo desaparecer los brezales que se deseaban conservar. Para mantener ese paisaje, su flora y fauna característica, ha sido necesario volver a introducir las operaciones «destructivas», incluso pagándolas especialmente, pues habían dejado de ser rentables. Se trataba —como tantos otros— de un ecosistema artificial, adaptado a coexistir con un determinado comportamiento humano desde hacia muchos siglos.
¿Somos suficientemente conscientes de que nuestros jarales, tomillares, garrigas, brezales, etc., españoles, que tanto nos evocan la vida montaraz y natural, son creaciones artificiales?
La creación de la Reserva Biológica de Doñana en la desembocadura del Guadalquivir, supuso —entre otras restricciones— la prohibición de la caza en el territorio de la Reserva. Esto llevó consigo algunos desequilibrios, como es la proliferación de gamos, ciervos y —sobre todo— jabalíes. Los jabalíes, al no existir el lobo (cuyo último ejemplar en la región fue muerto hace unos 30 años) no están regulados numéricamente. El ecosistema encerrado en los límites de la reserva es un ecosistema amputado del depredador terminal más importante. La proliferación de jabalíes produce daños por hozado en los pastizales de los bordes de la marisma y de las lagunas que son los más productivos de la Reserva. El hozado es muy intenso llegando a perturbar de forma muy intensa y difícilmente reversible a medio plazo esos pastizales, lo que supone una merma importante de los recursos alimenticios de los hervíboros e —incluso— de los mismos jabalíes. Es por lo tanto necesario organizar la eliminación artificial de los jabalíes emprendiendo su caza. También es necesario plantar artificiaImente alcornoques, al ser amenazada esta especie en sus estadios juveniles por la densidad de hervíboros.
La conservación de la naturaleza en Europa podría convertirse en algunas circunstancias en algo artificioso y teatral, lleno de constantes intervenciones correctoras.
Tras la difusión de los gases embotellados del tipo butano, la presión sobre los matorrales y sotobosques españoles disminuyó enormemente, ya que no existía demanda de leña. Esto llevó a un gran desarrollo de la vegetación leñosa natural y a la formación de verdaderas marañas. Al principio, los amigos protectores de la vida silvestre se mostraban complacidos con esta situación que parecía favorecer el desarrollo de los cobijos naturales de los animales y la abundancia de vegetación espontánea. Sin embargo, pronto se pudo comprobar en varios países mediterráneos que esta proliferación de la vegetación de matorrales y sotobosques llevaba a peligrosos desequilibrios. Varias plantas y animales fotófilos que requieren zonas descubiertas, por ejemplo, geófitas, orquídeas, etc., disminuyen fuertemente. La flora y la fauna se empobrecen, el monte se hace intransitable y, finalmente, acaba por sufrir el incendio de la masa de combustible acumulada de forma desequilibrada. La cabra, tan calumniada en ocasiones, y hoy día casi desaparecida de nuestros montes desempeñaba, a veces, un papel útil, controlando la excesiva biomasa de matorral seral y sotobosque combustible. Por otra parte, se constituía el único, o casi único, aprovechamiento de muchas zonas naturales hoy en día sólo válidas para el eucalipto o la caza.
Por lo tanto, si bien gran parte de los errores de gestión de recursos naturales se deben a una explotación o degradación excesivas del ecosistema, también existen casos en los que la supresión de intervenciones puede ocasionar problemas.
Fuente: González Bernáldez, Fernando. “Problemas ecológicos de la conservación del medio ambiente”. Revista de la Universidad Complutense. Septiembre-Octubre, 1976. Conservación del Medio Ambiente. Madrid: Publicaciones de la Universidad Complutense de Madrid.

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