La genealogía de la moral, obra escrita por el filósofo alemán Friedrich Nietzsche. Publicada en 1887 (título original: Zur Genealogie der Moral), está integrada por tres disertaciones que tratan del origen y de la crítica de los valores morales. También expone la interrogante sobre el masoquismo moral, social y político. En su prefacio, Nietzsche ve en el pesimismo nihilista de Arthur Schopenhauer un síntoma de la enfermedad mental y depresiva que erosiona la sociedad. A partir de este razonamiento, reacciona cuestionando el valor mismo de los valores morales reinantes.
2 | “BUENO Y MALVADO”-“BUENO Y MALO” |
Como ya señaló Gilles Deleuze, toda la obra de Nietzsche debe ser leída desde una perspectiva principalmente anti hegeliana, pues ataca los fundamentos judíos del cristianismo de los que han emanado los valores morales. Este ataque está relacionado con las teorías de Bruno Bauer, a quien Nietzsche demostró su admiración en Consideraciones intempestivas (1873-1876).
Considera que son los hombres poderosos (los aristócratas) quienes, al designar sus actos como “buenos”, se otorgan el derecho de crear valores que son impuestos a los más débiles. “¡Los sacerdotes luchan con ideas y palabras contra estos poderosos, haciendo de los débiles los verdaderos buenos!”. El resentimiento de los esclavos crea nuevos valores, y éstos, en lugar de liberarlos de su yugo, no hacen más que confirmar su sumisión. Esta “nueva” moral es entonces la moral de la miseria, de la piedad y de la renuncia. Esta moral dice “no” al mundo exterior visto como opresor, “no” a los poderosos (quienes a su vez dicen “sí” a la felicidad de una vida plena de voluptuosidad animal, agresiva y que no les culpabiliza). Los débiles se engañan a sí mismos al conservar los valores de los poderosos. Ellos se ilusionan de palabras, de creencias y de ideales, como forma de vanas venganzas hacia los poderosos a quienes envidian. Para Nietzsche, hacer de la moral de la minoría (los poderosos), la moral de la mayoría (los débiles), es invertir los valores.
3 | EL ORIGEN DE LA JUSTICIA: LA MALA CONCIENCIA |
El moralismo social transforma al hombre en previsible y, por lo tanto, en gobernable. La ejemplaridad de los castigos y la memorización de las sanciones permiten sojuzgar al hombre, que conserva en la memoria sus promesas negativas (“yo no haré esto” o “yo no quiero”) con el fin de beneficiarse de las ventajas compensatorias de la sumisión que le ofrece la sociedad. Más que ser amo de los demás, se trata, para Nietzsche, de hacer que el hombre sea el libre amo de sí mismo y de sus promesas (poderoso con respecto a sí mismo) y no de que la voluntad de poder se pueda ejercer de forma ciega sobre el otro.
Faltas, deudas, dolores y daños son equivalentes: hay compensación y, por lo tanto, una invitación a la crueldad entre el acreedor y el deudor a quien se le impone la “memoria” de lo que promete, “obligándole” (ataque a las ideas kantianas). Esta compensación es el resultado de una estimación y funda juicios de valor. La memoria de la promesa funda la “mala conciencia” y el sentimiento de culpabilidad. El ser humano expulsa su rebeldía y la pone contra él mismo, impidiendo que sus instintos se liberen. Los poderosos imponen así fácilmente su justicia: el origen del Estado no es nada más que un contrato. Nietzsche deseaba que el ser humano encontrara su “gran salud” en la espontaneidad de una vida en la que la agresividad natural no fuese completamente expulsada, sino exprimida de manera positiva.
4 | LOS IDEALES ASCÉTICOS |
La contemplación estética reemplaza al instinto sexual y lo anestesia. El ascetismo es una vía hacia la independencia pero bloquea, igualmente, la expresión natural de la vida. El ideal ascético domina a los que sufren. El individuo “enfermo” está en afinidad con los demás “desheredados” a quienes él culpabiliza responsabilizándolos de su propia desgracia. Él les “prescribe” la idea de liberación como un hipnótico propio, desviando la atención de su sufrimiento, lo que puede también realizar el trabajo. El sacerdote, sin embargo, otorga a sus “enfermos” un semblante de consolación predicando el amor al prójimo. Los débiles se reagrupan entonces en “rebaños”, dándose así la apariencia de un cierto poder sostenido por su “pequeña alegría” tranquilizadora de la mutua benevolencia pero bloqueando, una vez más, la rebelión de estos mismos. Nietzsche habla de la neurosis religiosa (la fe salva fundando la ilusión).
El hombre se aferra a la creencia de la verdad, pero “nada es verdad y todo está permitido” a los espíritus libres. La búsqueda moral permanece, a pesar de todo, en una búsqueda de la verdad. Pues el hombre libre es él mismo creador de valores morales, como un artista que sabe manejar la apariencia, un simulacro y la distorsión visual. Desde el punto de vista político, Nietzsche se inclina, a fin de cuentas, hacia “una anarquía proveniente del proletariado cultivado”. Además, en este tratado, Nietzsche anuncia el psicoanálisis de Sigmund Freud, cuyos conceptos son expuestos y exhaustivamente definidos (represión, prohibición, neurosis religiosa y sublimación).
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