Andrés Bello
El escritor y político venezolano, Andrés Bello (1781-1865), cultivó diversos géneros literarios, desde la poesía hasta los ensayos históricos y filosóficos. Pero su obra de mayor relieve es la Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos, considerada uno de los textos más importantes en la historia científica de la lengua española.
Literatura venezolana, recorrido histórico a través de los autores y las obras literarias (narrativa, poesía, ensayo, teatro) escritas en Venezuela.
La primera referencia escrita que se posee con respecto a Venezuela es la relación del tercer viaje (1498) de Cristóbal Colón (c. 1451-1506), durante el cual descubrió Venezuela. En esa epístola (31 de agosto de 1498) se denomina a Venezuela como la “Tierra de gracia”. Pero poco a poco aparecerán los escritores de literatura. Desde los días de la isla de Cubagua (1528) los encontramos. De ellos ha llegado el nombre y el poema de Jorge de Herrera y las vastísimas Elegías (1589) de Juan de Castellanos. Durante los tres siglos coloniales la actividad literaria será constante, pero los textos que se conservan en la actualidad son escasos, debido a la tardía instalación de la imprenta en este país (1808), lo cual impidió a muchos escritores editar sus libros. Pese a ello, de 1723 es la Historia de José de Oviedo y Baños, la mayor obra literaria del barroco venezolano; de las últimas décadas del siglo XVIII procede el Diario (1771-1792) de Francisco de Miranda, la mayor obra en prosa del periodo colonial. De fines del mismo siglo es la obra poética de la primera mujer escritora del país de la que se tiene noticia: sor María de los Ángeles (1765-1818?), toda ella cruzada por un intenso sentimiento místico inspirado en santa Teresa de Jesús. Pese a que se puede nombrar a varios escritores de este periodo, los rasgos más notables de la cultura colonial hay que buscarlos más que en la literatura en las humanidades, en especial en el campo de la filosofía y de la oratoria sagrada y profana, en las intervenciones académicas y en el intento llevado a cabo por fray Juan Antonio Navarrete (1749-1814) en su Teatro enciclopédico.
El Libertador Simón Bolívar
La figura del principal catalizador de la emancipación de los pueblos sudamericanos respecto del poder colonial español, el caraqueño Simón Bolívar, se engrandece a medida que se profundiza en la colosal empresa llevada a cabo con la ayuda de su empeño, la cual le llevó a recibir el sobrenombre del Libertador. Este retrato al óleo de Simón Bolívar es obra de Paul Guérin (1824) y se encuentra en el edificio que alberga el Ministerio de Relaciones Exteriores venezolano, en Caracas.
La literatura hispanoamericana se hizo autónoma de la española durante este periodo (1823) gracias a los trabajos de Andrés Bello, porque él lo llenó todo con su obra intelectual, la cual traza el sendero que iba a recorrer esta literatura naciente y emancipada. Sin embargo, durante la etapa bélica (1810-1826) predomina la literatura de orientación política, cuya gran figura para Venezuela, sin duda alguna, fue Simón Bolívar, quien, además de ser el Libertador de Venezuela, fue también un escritor epistolar, orador, periodista y orientador de lo que sería la independencia. Textos suyos como La carta de Jamaica (1815), un ensayo vertido dentro de la forma epistolar, o el Discurso de Angostura (1819), composición ensayista para ser leída en voz alta, están considerados entre sus textos más significativos. Poetas menores concibieron obras de combate, o canciones patrióticas, que los compositores musicaron y llenan la atmósfera de aquel periodo de emergencia.
Será dentro del romanticismo cuando la literatura venezolana logre sus primeras obras significativas. En poesía brillan los nombres de José Antonio Maitín, el primer poeta romántico, y Antonio Pérez Bonalde (1846-1892), quien logra una plena expresión romántica, convirtiéndose así en el escritor mayor de esa escuela. En prosa, la novela da sus primeros pasos, pero no logrará desarrollarse hasta finales de siglo, pese a que la primera publicada, Los mártires (1842) de Fermín Toro, sea una obra de los años cuarenta. Al mismo tiempo la literatura vive el periodo costumbrista, que será el puente que conduzca a la expresión nacional en la novela, cosa que se encuentra en Zárate (1882), de Eduardo Blanco (1838-1912); en Peonía (1890), de Manuel Vicente Romero García —obra considerada el símbolo por excelencia del criollismo venezolano—, y en Todo un pueblo (1899), de Miguel Eduardo Pardo. En prosa crítica, durante este periodo, hay que citar a los grandes humanistas de la República; la mayor parte de ellos fueron además de ensayistas penetrantes críticos literarios. Los nombres de Fermín Toro, Cecilio Acosta, Juan Vicente González y Amenodoro Urdaneta (1829-1905), crítico literario, autor de Cervantes y la crítica (1877), son esenciales en este momento.
Durante el modernismo hispanoamericano (1882-1916), desde la publicación del Ismaelillo (1882) de José Julián Martí hasta la muerte de Rubén Darío (1867-1916), Venezuela aportó su contribución. Y lo hizo más por el camino de la prosa que de la poesía. De ahí que haya que comenzar citando al gran maestro de la prosa modernista, Manuel Díaz Rodríguez: novelista, cuentista, orador, ensayista, crítico, gran esteta de la palabra de todo el continente; no se podría dejar de mencionar a Pedro Emilio Coll, ensayista, pensador, cuentista, o al gran satírico de la novela: Rufino Blanco Fombona (1874-1944), polígrafo de esa generación. Durante el proceso del modernismo se hicieron presentes tanto el positivismo como el criollismo. El primero dio ensayistas de la calidad de José Gil Fortoul o un crítico de la perspicacia de Luis López Méndez. Siguiendo las estéticas de su época compuso el mismo Gil Fortoul su novela Julián (1888). El criollismo se desarrolló en paralelo al modernismo. Su figura mayor es la del cuentista Luis Manuel Urbaneja Achelpohl, considerado el padre del género en la literatura venezolana; en poesía la figura central del criollismo fue Francisco Lazo Martí, autor de la Silva criolla (1901). Los días finiseculares tuvieron en los críticos Julio Calcaño (1840-1918), Gonzalo Picón Febres (1860-1918) y Jesús Semprum sus mejores exponentes.
Rómulo Gallegos
Presidente de la República y escritor venezolano, Rómulo Gallegos llevó a sus novelas su compromiso político basado en el regeneracionismo nacional.
La primera generación literaria que se dio en el siglo XX fue la de “La alborada” (1909), y Rómulo Gallegos es su figura central. Coetáneo con ellos se desarrolló el trabajo novelístico de José Rafael Pocaterra (1889-1955), cuyas narraciones están más cercanas al naturalismo. Se le considera la figura esencial de la narración corta venezolana por sus Cuentos grotescos (1922); sus novelas Vidas oscuras (1916) y La casa de los Abila (1946) se encuentran entre las mejores que escribió. Contemporánea suya fue Teresa de la Parra, quien noveló en sus dos únicos libros, Ifigenia (1924) y Memorias de Mamá Blanca (1929), el carácter marginal en que vivía la mujer venezolana y memoró el fin de un universo vivencial. Durante este mismo periodo, finales de la década de 1920, Rómulo Gallegos llevó a la madurez la novela venezolana a través de Doña Bárbara (1929), Cantaclaro (1934) y Canaima (1935).
La poesía del mismo periodo la encabezaron los miembros de la generación de 1918. Entre ellos se destacan las obras de Fernando Paz Castillo (1893-1981), José Ramos Sucre y Andrés Eloy Blanco. Como una isla quedó uno de los fundadores de la modernidad poética: Salustio González Rincones. Durante este periodo la mujer insurgió en el dominio de la literatura. La lección de Teresa de la Parra fue seguida por singulares poetas como Enriqueta Arvelo Larriva (1886-1963), Luisa del Valle Silva (1902-1962), Mercedes Bermúdez de Belloso y una pléyade de narradoras cuya principal figura es Antonia Palacios. Rafael Angarita Arvelo (1898-1971), sistematizador del sendero de la novela, y Julio Planchart (1885-1948) se contaron entre los más hondos intérpretes del fenómeno literario en esos días.
La vanguardia se impuso en Venezuela en torno a 1928 con la publicación del número uno y único de la revista Válvula. Pese a ello, ya Antonio Arraíz (1903-1962) había abierto el sendero con su poemario Áspero (1924). Miguel Otero Silva (1908-1985) y Pablo Rojas Guardia (1909-1978) se contaron entre sus poetas más influyentes. En la ficción narrativa Julio Garmendia había abierto el sendero del tratamiento fantástico de la narración corta con La tienda de muñecos (1927). Al año siguiente Arturo Uslar Pietri ofreció otro modelo de renovación a través de Barrabás y otros relatos (1928) con el cual inició una de las obras centrales del cuento venezolano. Poco después, Uslar Pietri enriqueció la novela con Las lanzas coloradas (1931). A él siguieron novelistas que dejaron su impronta en la narrativa mayor, como Enrique Bernardo Núñez con Cubagua (1931), Guillermo Meneses con El falso cuaderno de Narciso Espejo (1953), Miguel Otero Silva con Casas muertas (1954) o La piedra que era Cristo (1984) o Ramón Díaz Sánchez con Mene (1936) y Cumboto (1950). Durante este mismo periodo pudieron leerse los primeros ensayos de Mario Briceño Iragorry, Augusto Mijares, Mariano Picón Salas y del propio Uslar Pietri.
En 1936, terminada la dictadura (1908-1935) de Juan Vicente Gómez (1857-1935), se inició un nuevo periodo político en el país. Éste tuvo también su impronta literaria. Se expresó primero en el decir poético del grupo literario Viernes (1939), el cual trajo nuevos aires más contemporáneos a la poesía. Su figura central fue el poeta Vicente Gerbasi. No puede dejarse de señalar la significación que tuvo también el poeta Luis Fernando Álvarez. Críticos como el alemán Ulrich Leo (1890-1964) o el erudito español Pedro Grases se sumaron a la aventura de los viernistas. El primero propuso los puntos de vista críticos para interpretar la estética de Viernes. Durante este mismo tiempo se hizo sentir el magisterio crítico del profesor Eduardo Crema (1892-1974) e inició su labor de intérprete de las letras venezolanas Luis Beltrán Guerrero. También a finales de la década de 1930 hizo su aparición el poeta y crítico Juan Liscano. Su obra poética es de las más singulares de la aventura creadora venezolana. Gran animador del debate cultural a partir de 1936, ha sido el poeta y comentarista Pascual Venegas Filardo. El periodismo literario tuvo su gran iniciador en José Ratto Ciarlo, creador en 1945 de la página de arte de El Nacional.
Arturo Uslar Pietri
Arturo Uslar Pietri fue un novelista venezolano cuyo interés por su país quedó claramente reflejado en su obra narrativa y en su actividad política. Su novela histórica Las lanzas coloradas tiene como fondo la guerra de independencia de Venezuela y sus protagonistas son un propietario agrícola simpatizante de Simón Bolívar, y un capataz que apoya la causa de los españoles.
En 1942 surgió el grupo de poetas que fue bautizado con el nombre de ese año. Aedas significativos como Juan Beroes, Ana Enriqueta, Ida Gramcko, Luz Machado y Luis Pastori forman parte de esta promoción.
En 1946 apareció el grupo Contrapunto, el cual, si bien tuvo poetas como José Ramón Medina o Rafael Pineda, contribuyó a la mayoría de edad del cuento. Entre sus cultores se cuentan verdaderos maestros, como Gustavo Díaz Solís o Héctor Mújica. En esta promoción quien pugnó por innovar la novela fue Andrés Mariño Palacio a través de Los alegres desahuciados (1948). Sus Ensayos (1967) deben considerarse como la exposición de aquello que se propuso hacer a través de la prosa de ficción, ya que él fue el crítico de esta generación. Durante este mismo periodo hay que destacar la obra ensayística de J.L. Salcedo-Bastardo, Guillermo Morón y los críticos Óscar Sambrano Urdaneta, Alexis Márquez Rodríguez, Efraín Subero, Domingo Miliani y Orlando Araujo, cuyas obras se conocieron a partir de las décadas de 1950 y 1960.
El gran cambio dentro del decir poético se realizó en la década de 1950 a través del libro Elena y los elementos (1951), del poeta Juan Sánchez Peláez. En esa misma década los nombres de Rafael José Muñoz y Alfredo Silva constituyen otros hitos de la poesía, la cual se eslabonará luego con la de los poetas de la década de 1960. Los nombres de Juan Calzadilla, el primer poeta verdaderamente urbano de la literatura venezolana, Ramón Palomares, Guillermo Sucre, Rafael Cadenas, Francisco Pérez Perdomo y Miyó Vestrini forman el cuadro esencial de este periodo. La renovación de la narrativa será la obra de Salvador Garmendia a través de Los pequeños seres (1959); Garmendia, Adriano González León y Rodolfo Izaguirre contribuyeron a un cambio en la perspectiva del narrar. En el ensayo hay que nombrar a Elisa Lerner, a críticos como Guillermo Sucre, Ludovico Silva, Francisco Rivera o Arturo Uslar-Braum, ensayista singular.
La poesía de la década de 1960 la dominan Eugenio Montejo y Luis Alberto Crespo; la de 1980, Yolanda Pantín y Rafael Arraíz Lucca; la narrativa, figuras como José Balza, Francisco Massiani, Luis Britto García, Denzil Romero, Guillermo Morón, Gustavo Luis Carrera, Ana Teresa Torres, Laura Antillano y Stefanía Mosca; el ensayo, Juan Carlos Santaella; y Víctor Bravo y Javier Lasarte, la crítica literaria.