Los Sistemas de versificación




Los sistemas de versificación clasifican los poemas basándose en la estructura métrica y las características fonéticas. Cada verso tiene un número concreto de sílabas tónicas y átonas. Tal y como se ve en esta tabla, el primer término en un sistema de versificación describe el esquema de acentos dentro del pie (unidad básica de medida silábica), y el segundo término indica cuántos pies contiene el verso.


La Versificación




La Araucana
Esta ilustración corresponde a la edición completa de La Araucana, impresa en Barcelona en 1592. Considerada la epopeya más famosa del renacimiento, es obra del poeta y conquistador español Alonso de Ercilla (1533-1594), quien participó en las luchas por la conquista de Chile (virreinato del Perú). Quedó tan impresionado por el valor de los araucanos que las figuras de los caudillos Caupolicán y Lautaro adquieren en su poema una dimensión heroica extraordinaria. Ercilla siguió el modelo de la épica culta en octavas reales de La Jerusalén conquistada de Lope de Vega, aunque superó a éste en imaginación y retratos coloristas. Fragmento de La Araucana leído por un actor.

Versificación, arte de componer versos, o teoría de la estructura fonética del verso. Esta teoría considera las características fonéticas por sí mismas o en relación con los demás elementos no fonéticos del poema. Teóricamente, cualquiera de las características fonéticas de una lengua, tales como el número de sílabas que se suceden en una emisión, los grados de intensidad o el tiempo utilizado para emitirlas, y hasta su tono, pueden organizarse hasta constituir un modelo ordenado y simétrico. El estudio de la versificación en la poesía de las diversas lenguas y periodos debe tener en cuenta estas posibilidades, sin olvidar que existen diferentes sistemas: el de la métrica griega y latina, basado en criterios cuantitativos; el acentual y el silábico.
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VERSIFICACIÓN ESPAÑOLA
La estructura del verso español se inserta dentro del ámbito mayor de la métrica románica (en especial provenzal y francesa), aunque con rasgos distintivos. Los elementos más importantes son el acento de intensidad, la pausa métrica (final de verso o de hemistiquio), la cesura y, en última instancia, el número de sílabas. Existen procedimientos variables, aunque no imprescindibles, como la rima, las figuras de repetición fónica o sintáctica o la disposición en estrofas.
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EL VERSO Y LAS SÍLABAS
Garcilaso de la Vega
El poeta español Garcilaso de la Vega (c. 1501-1536) encarna el ideal cortesano de la época al unir en su persona al poeta y al militar. Escribió una corta producción de versos que además no publicó en vida pero que han bastado para convertirle en un maestro de la lírica amorosa y bucólica española. La transcendencia de la obra garcilasiana procede de haber introducido el verso endecasílabo en España, así como la poesía petrarquista, que no es otra cosa sino la gran poesía lírica del renacimiento.

En la poesía que se rige por rigurosos esquemas métricos, cada verso se define por el número de sílabas que tiene. Para medirlos, hay que saber que existen sílabas fonéticas y sílabas métricas o rítmicas, que no siempre coinciden. En un verso como “Caminante, son tus huellas” (Antonio Machado), hay ocho sílabas fonéticas y métricas. Pero en “al andar se hace camino”, del mismo poema, las nueve sílabas fonéticas se transforman en ocho métricas: se ha producido sinalefa (unión de la sílaba final de una palabra con la inicial de la siguiente) entre se y la sílaba ha. En otros casos, aunque con vacilaciones, si la vocal segunda es tónica o importa destacarla por razones sintácticas, se produce hiato: “Es su//amo un caballero” (Calderón de la Barca).
Pero también dentro de una misma palabra se pueden producir alteraciones de las sílabas fonéticas: hay sinéresis cuando se unen, formando sílaba métrica, vocales que normalmente no forman diptongo (“Trenza, veleta, poesía”, de Dámaso Alonso, donde poesía pierde una de sus cuatro sílabas por sinéresis de po + e); hay diéresis cuando se separan, por licencia métrica, vocales que habitualmente forman diptongo y se expresa mediante un signo diacrítico llamado crema (¨), como en “si me quiero tornar para hüiros” (Garcilaso de la Vega). Otras licencias interesantes, aunque menos frecuentes, son la sinafía (sinalefa entre final de verso llano y comienzo de otro en el que sobra una sílaba), como en “luego la tengo cobrada / y socorrida” (Jorge Manrique), donde gracias a este recurso se recompone la estructura de octosílabo y pie quebrado (tetrasílabo), y la compensación (unión de sílaba aguda final de un verso, terminada en consonante, con la primera sílaba, comenzada en consonante, del siguiente): “Cual nunca tuvo amador / ni menos la voluntad / de tal manera” (Jorge Manrique).
Esta última licencia tiene su explicación en una característica de la versificación española que también afecta al cómputo de las sílabas: la norma del final llano (en el ejemplo anterior de Jorge Manrique, lo que se lee, en realidad, es “voluntade”), lo que implica un acento forzoso en la penúltima sílaba de cada verso. Si éste termina en palabra llana, la medición no se altera: “libre como la mar la vela vuela” (Eduardo Chicharro) tiene 11 sílabas fonéticas y 11 métricas. Si los versos acaban en aguda, como en el siguiente proverbio de Antonio Machado: “Todo hombre tiene dos / batallas que pelear: / en sueños lucha con Dios; / y despierto, con el mar”, para restablecer la norma del final llano, en el cómputo debe añadirse una sílaba. El poema tiene cuatro versos octosílabos (obsérvese el hiato en “todo-hombre”).
Si el final del verso es una palabra esdrújula, la norma llana exige restar una sílaba: “y aquel andar inútil de muñeco mecánico” (Leopoldo Marechal), verso de 16 sílabas fonéticas y en realidad 14 métricas por la sinalefa del comienzo (“ia -quel”) y la terminación esdrújula.
3.1
Versos de arte menor y mayor
Por su número de sílabas los versos pueden ser de arte menor, hasta 8 sílabas, y de arte mayor, entre 9 y 11 por lo general, o más. De los endecasílabos a los de mayor cantidad de sílabas, se entiende que los versos son compuestos de dos o más de arte menor: 6 + 5 o 4 + 7 (endecasílabo), 7 + 7 (alejandrino), que se separan mediante la cesura, que impone una pausa semejante a la de final de verso. Desde el punto de vista métrico no existen en castellano versos monosílabos porque, al ser agudos, deben añadir una sílaba más y se vuelven, por tanto, bisílabos. Ejemplo: “La/cruz/da/luz/sin/fin” (César Vallejo), en el que a la peculiar combinación de bisílabos se unen las rimas agudas en A, U, I.
Cuando los versos adoptan un número fijo de sílabas o se combinan con el verso quebrado equivalente (octosílabo con tetrasílabo, endecasílabo con heptasílabo), lo que no es imprescindible para que el poema posea ritmo, se produce el llamado isosilabismo, frecuente en Francia e Italia. En la edad media española se dio también el fenómeno contrario, el anisosilabismo, que desapareció en los siglos XV y XVI, pero volvió a usarse en el siglo XX en la poesía de corte popular y en experiencias más preocupadas por la intensidad acentual.
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PIES DE VERSO O CLÁUSULAS RÍTMICAS
El ritmo del verso reside en la sucesión de sílabas acentuadas y no acentuadas. Según el filólogo español Tomás Navarro Tomás, “la línea que separa el campo del verso del de la prosa se funda en la mayor o menor regularidad de los apoyos acentuales”. Los acentos rítmicos pueden caer en el acento propio de la palabra aislada, pero también en sílabas cuyo acento original es débil. Cada grupo de dos, tres o cuatro sílabas, una de ellas tónica, recibe el nombre de pie de verso o cláusula rítmica. El primer nombre proviene de la analogía que suele hacerse con la métrica clásica y sus pies fundamentales:

troqueo: formado por sílaba larga y sílaba breve (—È) o sílaba tónica y sílaba átona (óo);
dáctilo: larga y dos breves (—È È) o tónica y dos átonas (óoo)
yambo: breve y larga (È — ) o átona y tónica (oó)
anfíbraco: breve, larga y breve (È — È) o átona, tónica y átona (oóo).
Estos pies están basados en una sucesión de sílabas largas y breves (sistema cuantitativo) que la métrica española ha asimilado a tónicas y átonas; en el esquema u es una sílaba breve, - una sílaba larga, o una sílaba átona, y ó una sílaba tónica.
Las sílabas que quedan sueltas, al principio del verso, hasta el primer acento, constituyen lo que se denomina anacrusis. Las cláusulas rítmicas reunidas forman el periodo rítmico, que se extiende hasta la última sílaba átona anterior al último acento del verso, el forzoso de la penúltima sílaba. Este último, junto con las átonas que lo siguen y la pausa de final de verso, forma el periodo de enlace con el verso siguiente. El esquema resultante, tomando como ejemplo el verso “Del salón en el ángulo oscuro” de Gustavo Adolfo Bécquer, sería:

Del-sa: anacrusis;
lón-en-el; án-gu-lo(o)s: cláusulas rítmicas dactílicas que constituyen el periodo rítmico;
cú-ro: periodo de enlace.
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PAUSAS
Existen tres tipos de pausas métricas que, por lo general, deben coincidir con las gramaticales. La pausa mayor es la que se efectúa al final de la estrofa o de un periodo importante de la misma. La pausa media se realiza en la mitad de estrofas simétricas como la octava y exige, por tanto, que el sentido sea completo. La pausa menor señala el final del verso o de cada hemistiquio (cesura) cuando los versos son compuestos. Si existe encabalgamiento, es decir, el sentido de un verso se completa sólo en el siguiente, la pausa de final de verso es menos nítida. También puede existir encabalgamiento entre estrofas, sobre todo si éstas son cortas. La poesía contemporánea ha desafiado no sólo las convenciones de la norma tradicional, sino también, en ocasiones, el propio criterio de la respiración del poema, con lo que se transgreden incluso barreras morfológicas y sintácticas:

En el camino su y siguiendo: sin cesar
y salgo y entro
y siguiendo
su
susúrrame: —lo que está unido
susúrrame: —lo que está entero
y siguiendo...
(Leónidas Lamborghini)
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RIMAS Y ESTROFAS
Jorge Manrique
El poeta y caballero de la corte de Juan II de Castilla, Jorge Manrique (1440-1479), ha conseguido uno de los lugares más altos de la lírica española con su elegía, escrita en estrofas de pies quebrado, Coplas a la muerte del maestre de Santiago don Rodrigo Manrique, su padre. El renacimiento ya se anuncia en esta obra medieval, pues en una elegía mortuoria, las imágenes plásticas con las que plantea la levedad de la vida se convierten en brillantes ejemplos de exaltación vital, como puede observarse en la estrofa recitada por un actor.

Los versos pueden combinarse en número diferente y vincularse de manera diversa según criterios de resonancia final, consonante o asonante. Hay combinaciones estróficas abiertas o fijas. Las primeras abarcan estrofas de 2, 3, 4, 5, 6, 8, 10 y 12 versos. Las de dos y tres versos (pareado, de rima a-a y terceto, de rima a-b-a) muy raramente aparecen de manera independiente.
La estrofa de tres versos de arte mayor mayor más usada es la terza rima o terceto dantesco, formada por versos endecasílabos con rima ABA BCB CDC... Los seis últimos versos del soneto son dos de estos tercetos encadenados.
6.1
Estrofas de cuatro versos
Redondilla (octosílabos con rima consonante abrazada, abba, o cruzada, abab).
Cuarteta asonantada, también llamada copla o cantar, con rima asonante en los versos pares.
Seguidilla, alternancia de heptasílabos sueltos y pentasílabos con rima asonante o consonante, que abarca algunas variantes.
Cuaderna vía, estrofa de alejandrinos monorrimos, típica del mester de clerecía (AAAA).
Cuarteto, compuesto de endecasílabos con rima cruzada o abrazada (ABBA).
Serventesio, formado por versos mayor con rima ABAB.
6.2
Estrofas de cinco versos
Quintilla, de versos octosílabos cuya rima, consonante, se combina de diversas maneras (ababa, abbab, abaab, aabba).
Quinteto, de versos endecasílabos, que sigue las normas de la quintilla en las rimas.
6.3
Estrofas de seis versos
Sextilla (versos de arte menor semejante a los de tres, cuatro o cinco versos, generalmente aab aab o aab ccb.
Sexteto, endecasílabos, a veces combinados con heptasílabos.
6.4
Estrofas de ocho versos
Copla de arte mayor y de arte menor. Ambas pueden ir en serie o aisladas y, por lo general, se cantan acompañadas de música. Riman los versos pares y quedan libres los impares.
Octava real, de origen italiano está formada por ocho versos endecasílabos con rima ABABABCC. Es la estrofa por excelencia de la épica culta.
6.5
Estrofas de diez versos
Décima antigua, formada por diez versos octosílabos de rima consonante asimétricos 4+6 (abba cddcdc); 6+4 (abcabc dccd) (asimétrica: 4+6 o 6+4).
Copla real, dos quintillas simétricas 5+5 (la rima de cada semiestrofa puede repetirse o no: abaab; cdccd o abbab; cdcdc).
Décima espinela, compuesta de dos redondillas de rima abrazada y dos versos de enlace en el centro: abba - ac - cddc.
6.6
Estrofas de doce versos
La más conocida es la estrofa manriqueña; en realidad se trata de una copla de pie quebrado, que abarca dos semiestrofas de seis versos y éstas a su vez dos tercetos que incluyen dos octosílabos seguidos de un tetrasílabo, según el siguiente esquema: abc abc def def.
6.7
Otras estrofas
Sextina , es una combinación formada por seis estrofas de seis versos y un envío final o contera de tres. La rima está marcada por seis palabras-rima que siguen un movimiento gradual y fijo en todas las estrofas, ascendente descendente. El resultado final es ABCDEF FAEBDC CFDABE ECBFAD DEACFB BDFECA. En los tres versos de la contera, las palabras rima se repiten, tres al final de los versos y tres en el interior.
Lira, con estrofas de cinco versos endecasílabos y heptasílabos que responden al esquema aBabB, introducida por Garcilaso y emparentada con la canción.
Silva, serie continuada de veinte versos como mínimo, con versos de 11 y 7 sílabas, aunque sujeta a muchas variaciones, llamada también canción libre;, y el soneto.
De las combinaciones no estróficas, la más importante es el romance.
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VALORES FÓNICOS
Además de la rima (consonante y asonante), que no es imprescindible en la poesía moderna, existen otros recursos tendentes a enriquecer la sonoridad del poema, a crear énfasis o atmósferas emotivas. Lo musical del poema reside en gran medida en la frecuencia de los acentos rítmicos, pero también en la repetición de determinados sonidos.
En la aliteración, por ejemplo, pueden repetirse consonantes, vocales y hasta grupos silábicos: “infame turba de nocturnas aves” (Góngora). En la primera estrofa del Cántico espiritual, de san Juan de la Cruz: “¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, habiéndome herido; salí tras ti clamando, y eras ido”, es destacable la frecuencia de las íes combinadas con diferentes consonantes.
La onomatopeya, presente en las palabras que imitan voces o ruidos de la naturaleza (‘traqueteo’, ‘ronronear’, ‘chisgarabís’), puede también lograrse mediante el recurso de la aliteración. De nuevo san Juan de la Cruz: “un no sé qué que quedan balbuciendo”.
La paronomasia se produce entre flexiones de una misma palabra y de sus derivados o con palabras de sonido igual o semejante. Por ejemplo: “Granjas tengo en Balafor; / cajas fueron de placer,/ ya son casas de dolor” (Calderón de la Barca); “el otoño eficaz, la primavera,/ el enterrado invierno y la alta hoguera,/ y el activo verano, y ventanales” (Vicente Barbieri).
La rima o asonancia interna influye también en el valor fónico del poema: “En tus manos, ¡oh sueño!, me encomiendo”. Véase también Figuras retóricas.
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NORMA Y LIBERTAD
El conocimiento de la tradición poética permite admirar los recursos y posibilidades de crecimiento de la lengua a través de las voces individuales de los poetas o de los hallazgos de las escuelas y movimientos. La poesía contemporánea ha experimentado y sigue experimentando con nuevas formas, lo que no implica acabar o negar los avances anteriores sino enriquecer la historia de la poesía. Fórmulas aún no codificadas, interrelación entre la poesía y otras artes (arte conceptual, por ejemplo), cambios en la composición y en los hábitos auditivos musicales (John Cage, Luciano Berio, Luigi Nono), plantean un desafío: enumerar, registrar, elaborar todos esos cambios que implican también una ampliación de la teoría y el arte de componer versos.


La Rima




Rima, igualdad o semejanza de los sonidos vocálicos o consonánticos finales de varios versos entre sí desde la última vocal acentuada; a veces también se da en el interior de los versos. Probablemente surgió como necesidad de la poesía cantada, para marcar el final de verso o del hemistiquio; y servía además como recurso mnemotécnico.
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RIMA ASONANTE Y CONSONANTE
Hay dos clases de rima: consonante, cuando coinciden todos los sonidos a partir de la última vocal tónica (cal-puñal; Roma-asoma; murciélago-piélago); y asonante, cuando sólo coinciden las vocales a partir de la tónica (cal-procaz; Roma-costra; murciélago-pétalo). Según que la vocal tónica esté situada en la última, en la penúltima o en la antepenúltima sílaba, la rima se llama aguda, llana o esdrújula, respectivamente. Tanto la rima consonante como la asonante admiten matices y excepciones.
La consonancia puede ser perfecta o normal, imperfecta (cuando riman los diptongos y con la vocal é: miedo/cedo; cueva/lleva) y simulada (entre diptongos decrecientes y la primera vocal de éstos: reina/serena, o sustituyendo una consonante por otra de sonido semejante: árbol/mármol). La asonancia, a su vez, se presenta como perfecta, diptongada o atenuada (entre diptongos o triptongos y la vocal más fuerte: baila/helada, recitáis/voraz; entre diptongos y triptongos diferentes pero con la misma vocal tónica: riacho/cuadro, riendo/cuernos, jueces/vienen; entre diptongos crecientes y decrecientes: riego/feudo; ansiosa/coima) y simulada o equivalente (la que se produce entre palabras bisílabas en cuya sílaba postónica se hacen equivalentes la e, la o y la u: lápiz/clave, cactus/marco). Debe considerarse aparte el caso de la asonancia esdrújula, que tolera la rima con palabras llanas en la vocal tónica y en la de la última sílaba: brújula/duda, prójimo/ogro. También valen, para la asonancia esdrújula, las dos últimas posibilidades de la asonancia atenuada (murciélago/cuerno/deudo) y la simulada (metrópoli/corte).
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RIMA FINAL E INTERNA
Según la disposición de la consonancia y de la asonancia, la rima puede ser final o interna. La final adopta varias formas: continua (a-a-a-...), como en el caso del romance, en el que riman los versos pares, resultantes de la división del verso original, de 16 sílabas, en dos; pareada (véase Pareado); cruzada o alterna (abab, cdcd...); abrazada (abba, cddc...), la preferida en el soneto de origen italiano. La rima interna, cuando no cae en el vicio de la cacofonía, puede otorgar énfasis y acentuar la sonoridad del poema. Versos sin rima son el verso blanco o suelto y el verso libre.
Véase también Poesía; Lírica; Versificación.


La Retórica




Busto de Cicerón
A la oratoria debe, sobre todo, su fama el escritor y político romano Cicerón. Su actividad como político defensor a ultranza del Senado romano le costó el exilio en Macedonia, deportado por Julio César. Su hacer literario fue tan importante para el latín que su escritura se convirtió en modélica, no sólo en su época sino, incluso en siglos posteriores, especialmente durante el renacimiento.

Retórica, en su sentido más amplio, teoría y práctica de la elocuencia, sea hablada o escrita. La retórica hablada es la oratoria. La retórica define las reglas que rigen toda composición o discurso en prosa que se propone influir en la opinión o en los sentimientos de la gente y, en tal sentido, es una forma de la propaganda. Se ocupa, pues, de todos los asuntos relacionados con la belleza o vigor del estilo (véase Figuras retóricas). En un sentido más estricto, la retórica se ocupa de los principios fundamentales que tienen que ver con la composición y enunciación del discurso oratorio: inventio (del verbo invenire, encontrar o definir el tema del que se va a hablar); dispositio (disposición de las partes); elocutio (elección de las palabras, ligada con el ornato y las figuras); memoria (memorización) y actio (relacionada con el acto de emisión del discurso, próxima a la representación teatral). Las tres primeras son las fundamentales desde el punto de vista de la obra escrita.
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RETÓRICA CLÁSICA
El poder de elocuencia que demuestran Néstor, Odiseo y Aquiles en la Iliada llevó a muchos griegos a considerar a Homero como el padre de la oratoria. El establecimiento de las instituciones democráticas en Atenas en el 510 a.C. volvió esencial para todos los ciudadanos el desarrollo de la habilidad oratoria; así fue como surgió un grupo de maestros, conocidos como sofistas, que se propusieron hacer que los hombres hablasen mejor según las reglas del arte. Protágoras, el primero de los sofistas, realizó un estudio de la lengua y enseñó a sus alumnos cómo hacer que la causa más débil se tornase más fuerte. Se dice que el verdadero fundador de la retórica como ciencia fue Corax de Siracusa, quien la definió como 'artífice de la persuasión' y escribió el primer manual sobre este arte. Otros maestros fueron Tisias, alumno de Corax, también de Siracusa; Gorgias de Leontium, que fue a Atenas en el 427 a.C.; y Trasímaco de Calcedón, quien también enseñó en Atenas. Antifón, el primero de los llamados Diez Oradores Áticos, fue el primero en combinar la teoría y la práctica de la retórica. Con Isócrates, el gran maestro de la oratoria en el siglo IV a.C., el arte de la retórica llegó a ser un estudio cultural, una filosofía con un propósito práctico.
Platón satirizó el tratamiento más técnico de la retórica, con su énfasis en la persuasión más que en la verdad, en el diálogo Gorgias, y en Fedro discutió los principios que conformaban la esencia del arte retórico. Aristóteles, en su Retórica, definió la función de la retórica basándola, más que en la persuasión, en el descubrimiento de 'todos los medios disponibles de persuasión'. Recalcó, por tanto, la importancia de la victoria dialéctica mediante un razonamiento persuasivo y ordenado de la verdad, más que en dominar a los oyentes apelando a sus emociones. Consideraba a la retórica como arte hermana de la lógica. En Roma, al principio, fueron griegos los encargados de enseñar retórica formal, y los grandes maestros de la retórica teórica y práctica, Cicerón y Quintiliano, estuvieron influidos por los modelos griegos. Cicerón escribió varios tratados sobre la teoría y la práctica de la retórica, pero el más importante fue De inventione. El famoso De Institutione oratoria de Quintiliano todavía es válido por el amplio tratamiento que hace de los principios de la retórica y la naturaleza de la elocuencia ideal. Las disertaciones escolares del temprano imperio se encuentran en las suasoriae (disertaciones persuasivas) y en las controversias del retórico Séneca el Viejo, padre del filósofo, ambos nacidos en Córdoba (España). Las primeras corresponden al género deliberativo y estaban destinadas a los niños. Las segundas, pertenecientes al género judicial, eran practicadas por los estudiantes mayores. Durante los cuatro primeros siglos del Imperio romano, enseñaban retórica los maestros llamados sofistas, término que equivalía entonces a un título académico.
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RETÓRICA MEDIEVAL Y RENACENTISTA
La Retórica constituyó, junto con la Gramática y la Dialéctica, el Trivium, es decir, las tres disciplinas preliminares de las siete artes liberales que se impartían en las universidades. Las principales autoridades medievales en retórica fueron tres estudiosos romanos de los siglos V, VI y VII: Marciano Capella, autor de las Bodas de Mercurio y Filología, tratado basado en una alegoría de las siete artes liberales (además del Trivium, el Quadrivium: Aritmética, Astronomía, Geometría y Música); Flavio Casiodoro, historiador y fundador de monasterios, célebre por sus Institutiones diuinarum et saecularium litterarum, cuyo segundo libro contiene una relación de las siete artes liberales; e Isidoro de Sevilla, arzobispo español autor de las Etimologías, una obra enciclopédica que reúne la erudición del mundo antiguo.
Durante el renacimiento, el estudio de la Retórica continuó basándose en las obras de escritores como Cicerón, Quintiliano y Aristóteles, cuya Poética se difundió, desde finales del siglo XV hasta el XVII, gracias a traducciones italianas. Los manuales de Retórica, casi todos en latín, se convirtieron sobre todo en guías para escribir bien, para saber hacer versos. Este proceso lo desarrollarían los jesuitas, dando mayor relieve a la noción de orden, expresada en la identidad entre disciplina escolar, disciplina del pensamiento y disciplina de lenguaje. Destacan los manuales de los padres Núñez, Susius y Suárez. El primero, en su Institución, incluye ejercicios, las tres partes fundamentales de la retórica (invención, ordenamiento y estilo) y una parte moral (la sabiduría). En 1541, el fraile jerónimo Miguel de Salinas publicó en Alcalá de Henares una Retórica en lengua castellana 'para que con ella, no sabiendo latín, pudiese entender algo de lo que los retóricos latinos y griegos ponen acerca de la ciencia del bien hablar y escribir y aprovecharse de ello'. De 1604, en Toledo, es la primera edición de Eloquencia española en arte de Bartolomé Jiménez Patón. La importancia de la construcción retórica se revela, a través de aspectos parciales, en textos como el Arte nuevo de hacer comedias de Lope de Vega y en los comentarios dispersos que, sobre el uso del lenguaje y la composición del texto, aparecen en Cervantes.
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RETÓRICA MODERNA
A pesar de su decadencia a partir de finales del siglo XVIII, la retórica siguió brindando recursos para su ejercicio en el terreno de la oratoria política y del debate de ideas. Desde una perspectiva más libre de manuales, autores como Victor Hugo (a pesar de su grito de 'muerte a la retórica'), Baudelaire, Valéry, van ofreciendo las normas modernas de una nueva retórica. Que la retórica haya sido reducida al ámbito del manual y del texto escolar, no quiere decir que en ellos resida su significado original. Gracias a Arnold Schering (1877-1941), es posible afirmar que el sistema didáctico musical era adaptación del retórico: hay también en la música un 'arte de hallar' (la inventio), como lo demuestran las Invenciones de Bach. En el ámbito literario ha habido intentos de sustitución del término y de su propia estructura: de la poética a la estilística, de las artes poéticas a los manifiestos de las vanguardias. Está claro que la nueva retórica, a partir de investigadores como Roland Barthes, Roman Jakobson (retórica y lingüística), Tzvetan Todorov, el formalismo ruso, el new criticism angloamericano, Lacan y el psicoanálisis, el grupo de Agustín García Calvo, entre otros, es una prolongación enriquecida de la antigua porque, glosando a Ernst Robert Curtius, ¿cómo subsistir sin una exposición de la retórica que se renueve constantemente y que siga de cerca las producciones artísticas modernas?


La Poesía




Andrés Bello
El escritor y político venezolano, Andrés Bello (1781-1865), cultivó diversos géneros literarios, desde la poesía hasta los ensayos históricos y filosóficos. Pero su obra de mayor relieve es la Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos, considerada uno de los textos más importantes en la historia científica de la lengua española. El fragmento leído por un actor corresponde a la obra Alocución a la Poesía.

Poesía, forma del discurso literario o artístico que se rige por una singular disposición rítmica y por la relación de equivalencia entre sonidos e imágenes. La poesía o discurso poético (que a menudo se usa como sinónimo de verso para oponerla a la prosa) une a veces la organización métrica a la disposición rítmica y, en esos casos, puede tener una estructura estrófica. Según el filólogo español Tomás Navarro Tomás, “la línea que separa el campo del verso del de la prosa se funda en la mayor o menor regularidad de los apoyos acentuales”.
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LA NATURALEZA DE LA POESÍA
La poesía puede considerarse como una de las artes más antiguas y difundidas. Originalmente unida a la música en la canción, se fue independizando y el ritmo propiamente musical fue sustituido por el ritmo lingüístico. Este fenómeno ha motivado ciertas definiciones de poesía en las que se otorga papel relevante a la métrica y deja de lado prácticas poéticas, como la basada en versículos (de la Biblia a Walt Whitman, Allen Ginsberg y Pablo Neruda, entre otros) o el verso libre, en las que importa más lo rítmico que lo estrictamente métrico.
Desde un punto de vista métrico, la poesía traslada al lenguaje una experiencia humana emocional y sensualmente significativa. El metro puede basarse en la intensidad de las sílabas (fuertes o débiles) o en su acentuación. Si una sílaba es fuerte o débil, acentuada o inacentuada, depende de una cuestión de longitud —más larga o más corta—, como en el verso árabe o en el verso clásico griego y latino. En el verso griego, por otra parte, tanto el tono como la longitud silábica cumplen un papel en la determinación del acento. También depende de la intensidad más fuerte o más suave, como en el verso latino medieval y, en general, en el verso germánico. No todas las lenguas, sin embargo, tienen diferencias tan señaladas en el énfasis silábico; tampoco todos los poetas eligen explorar estas diferencias para crear modelos rítmicos. En muchas lenguas, el ritmo poético depende menos de las diferencias entre las sílabas que de la longitud del verso. Ésta se deriva del número total de sílabas en un verso (verso silábico), como en la poesía francesa, italiana, china, japonesa y galesa; o del número de sílabas acentuadas en un verso (verso acentual), como en la antigua poesía inglesa aliterativa; o por la combinación de número y acento. En español, los versos pueden ser métricos, cuando poseen el mismo número de sílabas; amétricos, si no mantienen esa igualdad silábica. Éstos también se llaman asilábicos o irregulares y pueden ser acentuales, cuando repiten en número variable el mismo tipo de cláusulas rítmicas (véase Versificación); libres, cuando no se rigen por medida silábica ni por igualdad de cláusulas rítmicas. También los hay fluctuantes, cuando se someten a ciertos límites silábicos o rítmicos.
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FORMAS POÉTICAS
San Juan de la Cruz
San Juan de la Cruz (1542-1591) es el poeta místico más puro y de expresión más intensa de la literatura española. Su poesía se centra en la reconciliación de los seres humanos con Dios a través de una serie de pasos místicos que se inician con la renuncia a las distracciones del mundo. Se ha señalado la riqueza y variedad de su léxico, sorprendente dentro de una obra tan breve, pero que explota a fondo las posibilidades de fervor religioso y estético que inspira el misticismo español, al que lleva a cumbres inalcanzables. El audio recoge el inicio del Cántico espiritual.

La incorporación de nuevas formas de construir poesía, como el poema en prosa o la prosa poética, del mismo modo que la fusión entre lo narrativo, lo lírico y hasta ciertos rasgos de teatralidad en la poesía tradicional (la poesía pastoril, por ejemplo), hace cada vez menos convincente la teoría que reduce lo poético a la disposición en versos que, a veces, se combinan en estrofas. El ritmo acentual acaba siendo el rasgo determinante y, por tanto, ni siquiera el aspecto estrictamente métrico (la cantidad de sílabas) resulta distintivo. A través de las sucesivas etapas de la poesía española, han coexistido la versificación amétrica y la regular. Comprueba Tomás Navarro Tomás que la estructura rítmica del Cantar de Mio Cid, con su fluctuación en hemistiquios de seis, siete y ocho sílabas, es la que perdura en la prosa castellana. Si, por otra parte, en un poema importan, junto con la regularidad acentual, las distintas pausas que hacen a la respiración del texto, debe tenerse en cuenta que la conversación también se sostiene en una base rítmica y que ésta, elaborada artísticamente, conduce al poema. El ritmo del habla, en otras palabras, sustenta el ritmo de la construcción poética. Tomemos, por ejemplo, una estrofa del poema “Walking Around” de Pablo Neruda: “Sucede que me canso de mis pies y mis uñas / y mi pelo y mi sombra. / Sucede que me canso de ser hombre. / Sin embargo sería delicioso / asustar a un notario con un lirio cortado / o dar muerte a una monja con un golpe de oreja. / Sería bello / ir por las calles con un cuchillo verde / y dando gritos hasta morir de frío”.
Desde el punto de vista métrico, se combinan versos alejandrinos (1º, 5º y 6º), endecasílabos (3º y 4º), dodecasílabos (8º y 9º), un heptasílabo (2º) y un pentasílabo (7º). Estos dos últimos pueden entenderse como descomposición de un dodecasílabo. Los seis primeros versos tienen acentos regulares en la sexta y la décima sílabas y su primer acento oscila entre la segunda y la tercera. El séptimo introduce una variante con respecto a los anteriores: acento en cuarta, énfasis repetido en los dos últimos y éstos, a su vez, acentúan la novena y, por fuerza, la decimoprimera. En el último verso, los tres últimos acentos caen sobre la i: gritos, morir, frío, efecto anticipado en sería, ir y cuchillo.
Salvo en el séptimo verso, donde se da un ritmo trocaico (oóoóo), y en la alternancia troqueo (óo)- dáctilo (óoo) - anapesto (ooó) de los dos últimos, en general se impone la frecuencia acentual del dáctilo (óoo) y del yambo (oó).
Además de los acentos, hay otros recursos fónicos (véase Figuras retóricas) que enriquecen el poema: paronomasias entre sucede, canso, sombra, ser, sin, sería, delicioso, asustar; entre pies y pelo; entre sombra y hombre; entre muerte y monja; entre calles y cuchillo; entre bello, calles y cuchillo; entre gritos, morir y frío; terminaciones semejantes (notario y lirio, monja y oreja) que, a su vez, introducen, desde el punto de vista semántico, antítesis con intención irónica; rimas internas asonantes (notario y cortado); polisíndeton, es decir, uso repetido de las conjunciones entre dos o más términos o frases (...de mis pies y mis uñas / y mi pelo y mi sombra). Al no haber rimas finales, resulta interesante observar —para entender los acordes, la música del poema— cuáles son las vocales finales acentuadas más frecuentes. En este caso, a pesar de la libertad compositiva, llama la atención la simetría: -U (uña) -O O O (sombra, hombre, delicioso) -A (cortado) -E E E (oreja, verde, bello) -I (día); y, analizando las más frecuentes (O y E), se comprueba que las átonas finales son las mismas (A-E-O: sombra-oreja; hombre-verde; delicioso-bello).
En un poema en prosa de Juan Ramón Jiménez, “Orillas nocturnas” (Diario de un poeta recién casado), puede descubrirse también una regularidad rítmica que lo define como poesía y que, por tanto, revela una vez más que el verso no es su único instrumento: “Un campo muy bajo, casi sin campo, terroso, gris, seco. Un cielo muy alto, cielo sólo, blanco. Un gran olor a heno, áspero abajo, purísimo arriba. ¿Se van a separar la tierra y el cielo?... Grillos y estrellas, enredados, atan el paisaje”.
Desde el punto de vista de la frecuencia acentual, hay un predominio dactílico, con algunas formas trocaicas, como en “cielo sólo, blanco” (óoóoóo). Aunque no haya intención de adaptarse a una norma métrica, merece la pena medir la duración de los distintos periodos entre puntos para descubrir que el primero tiene 17 sílabas (6: un campo muy bajo; 5: casi sin campo; 6: terroso, gris, seco, grupo este último con compensación entre la s de gris y la de seco y que demuestra que no siempre coincide el acento gramatical con el rítmico pues los fundamentales acentos van en la segunda sílaba y en la penúltima, según el esquema (oóo), en el que gris resulta átona), el segundo 12 (6: un cielo muy alto; 4: cielo sólo; 2: blanco), el tercero 18 (7: un gran olor a heno; 5: áspero abajo; 6: purísimo arriba), el cuarto 12, el quinto 15 (5: grillos y estrellas; 4: enredados; 6: atan el paisaje). Destacan además las asonancias internas en a-o (campo-bajo-campo, alto-blanco, áspero abajo, enredados), en e-o (seco, cielo, heno), y una sola vez en i-o (purísimo, grillo).
La organización musical del texto abarca las semejanzas fónicas, a manera de acordes, y también las variaciones que incluyen el contraste entre un tipo de sucesión rítmica y otro, las correspondencias entre ciertos sonidos y la atmósfera que se pretende comunicar, el uso de los signos de puntuación como reveladores de pausas expresivas.
Aunque puedan captarse diferencias rítmicas entre un poema (en verso o en prosa) y un fragmento de prosa narrativa, es verdad que las dos formas artísticas ofrecen la posibilidad de descubrir rasgos métricos y musicales —del sonido a los silencios— coincidentes. Un excelente ejemplo se encuentra en los periodos rítmicos del Ulises del novelista irlandés James Joyce, cuya riqueza ha sido trasladada satisfactoriamente al castellano por José María Valverde. El escritor cubano Guillermo Cabrera Infante también ha puesto su talento de escritor en acción para traducir otras obras de Joyce.
En lengua española existen varios casos de prosa cuidada y atenta al ritmo. Si éste no existe, no sirve de pretexto el lugar común según el cual el ritmo es patrimonio de la poesía. Ejemplos como Gabriel Miró (“Comienza el color en la raya del mar. Amanece en las aguas un huerto de granados, de naranjos, de cidros”, Años y leguas), Luis Martín Santos en Tiempo de silencio, Julio Cortázar en Rayuela, José Lezama Lima o el propio Cabrera Infante, bastarían para demostrar que cuando la prosa es buena no se aparta del quehacer poético en sentido amplio.
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TIPOS DE POESÍA
La condensación, una marcada tendencia al uso de imágenes y un fuerte componente emotivo y sensual son características de la amplia variedad de poemas llamados líricos. Resultan más fácilmente definibles las otras grandes divisiones de la poesía: narrativa (poemas épicos, baladas, romances, cuentos y fábulas en verso) y dramática (la poesía como discurso directo en circunstancias específicas). La poesía lírica, sin embargo, abarca desde himnos, nanas, cantos de taberna y canciones populares hasta la enorme variedad de poemas y canciones de amor; desde las punzantes sátiras políticas hasta la más o menos oscura poesía filosófica; desde las epístolas en verso a las odas; desde los epigramas y sonetos a las elegías.
Existe una clara distinción entre la poesía como arte puro y la llamada poesía didáctica, cuyo extremo lo constituyen ciertos recursos mnemotécnicos (“treinta días trae noviembre, con abril, junio y septiembre”) o los intentos de hacer el aprendizaje más entretenido. En la tradición clásica se hablaba del prodesse et delectare (‘instruir deleitando’) y ese fue el ideal dominante durante varios siglos. El siglo XIX y sobre todo el XX inauguran la búsqueda de una literatura que, sin abandonar las preocupaciones morales, se base más en la respuesta individual y, con ella, en el papel cada vez más relevante del lector, que habrá de tener una actitud participativa, capaz de leer entrelíneas y de extraer sus propias conclusiones. Cuando el interés de la comunicación se centra en el conocimiento por sí mismo o en la instrucción práctica, el término poesía resulta inapropiado. En sus Geórgicas, Virgilio intenta en realidad instruir a sus lectores en el arte de la agricultura. En obras de este tipo, se impone la necesidad de una expresión clara de un ordenamiento lógico y de una presentación completa por encima de la proyección poética de la experiencia humana.
Entre los poetas líricos, los japoneses han aportado un ejemplo insuperado de concisión y brevedad. Las dos formas favoritas son el tanka, con una tradición ininterrumpida de unos 13 siglos, y el haiku, cuyo origen se remonta al siglo XVI y ha tenido una notable influencia en los poetas occidentales a principios del siglo XX. Ambas formas renuncian a la rima y se basan en el cómputo silábico: el tanka abarca 5 versos, dos pentasílabos (primero y tercero) y tres heptasílabos (segundo, cuarto y quinto). El haiku tiene sólo tres versos de 5, 7 y 5 sílabas, respectivamente (17 sílabas en total).
El haiku, que se ha definido como una especie de satori o iluminación, podría considerarse el emblema de la poesía por su capacidad de condensar sensaciones, imágenes y, más aún, esbozos de una imagen. Vinculado con la filosofía zen, importa captar un momento mínimo que suele pasar inadvertido a la mirada habitual. No es la subjetividad poética lo que importa sino ese hallazgo que habla de una comunicación con el universo. El haiku se difunde en la literatura occidental desde principios del siglo XX: primero en Francia, donde Paul Louis Chochoud publica en 1905 un libro de poemas y en 1906 un ensayo titulado Los epigramas líricos de Japón; en Inglaterra, entre 1908 y 1912, se reunieron varios poetas interesados en el haiku, entre ellos Hilda Doolittle y Ezra Pound, quien llegó a decir que “es mejor presentar una sola imagen en toda la vida que producir obras voluminosas”.
En España y América, el haiku no resultó una forma extraña, sobre todo por su proximidad con el epigrama, la adivinanza y la seguidilla, que alterna versos de siete y cinco sílabas. El primer poeta que escribe haikus es el mexicano José Juan Tablada, quien visitó Japón en 1900. Lo más común entre los poetas de lengua española es recuperar la brevedad del haiku (“poesía miniatura”, dice Tablada) sin que se cumpla necesariamente el canon de las 17 sílabas. Sin embargo, a través de la sucesión 5-8-4, la fórmula ideal se realiza en este poema de Tablada:
“Tierno saúz / Casi oro, casi ámbar, / Casi luz...”, donde la densidad reside en la gradación lumínica (oro-ámbar-luz), captada como impresión gracias al adverbio casi, y en la unión de esos matices de color (sensación visual) con el atributo tierno (¿sensación táctil, gustativa, alusión a su delicadeza y fragilidad?). La imagen del saúz (sauz o sauce) se esboza mediante una sinestesia, es decir, la aproximación de dos dominios sensoriales.
Además de Tablada, otros poetas modernistas se acercaron al haiku y a la poesía japonesa: por ejemplo, el español Manuel Machado. Entre los poetas posteriores, destacan el ecuatoriano Carrera Andrade, los mexicanos Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia, José Gorostiza, Octavio Paz y Alfredo Boni de la Vega (1914-1965), compilador de la primera antología del ‘haikai hispano’, en 1951. Este último es autor, además, de un haiku fiel al modelo que tiene mucho de adivinanza: “Flor de tristeza que se abre cuando el llanto del cielo empieza”. Solución: el paraguas.
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TRADICIÓN POÉTICA
El caso de la influencia de la poesía japonesa en la literatura occidental permite plantearse el vínculo de la poesía con la tradición. Todas las vanguardias del siglo XX, aunque buscan en la experimentación nuevas formas de concebir y practicar la poesía, no pueden desligarse de lo que han sido los grandes testimonios poéticos de distintos periodos históricos. La ruptura con lo anterior supone también continuidad porque, en definitiva, en la base de la nueva creación está la relectura de los viejos poetas. Como dice Michel Foucault, “lo nuevo no está en lo que se dice, sino en el acontecimiento de su retorno”. Lamentablemente, muchos poemas se han perdido en el transcurso de los siglos, porque existían sólo como parte de la tradición oral o bien porque muchos manuscritos desaparecieron por su deterioro paulatino o fueron destruidos. Parte de la destrucción se produjo por causas naturales; en ocasiones, por el saqueo de bibliotecas y centros de enseñanza; algunos, como en el caso de la magnífica poeta griega Safo, por culpa de la intolerancia. Durante la era cristiana, los escritos de Safo acabaron en la hoguera y sólo se salvaron 700 versos: unos porque estaban incluidos en antologías libres de condena; otros en citas hechas por escritores cuyas obras sobrevivieron; otros, por fin, porque ciertos embalsamadores egipcios llegaron a envolver a las momias con tiras de papiros donde había escritos versos suyos. De algunos escritores griegos sólo sobreviven sus nombres. La invención de la imprenta en el siglo XV favoreció en gran medida las oportunidades de supervivencia del libro. Los avances tecnológicos del siglo XX en tareas de almacenamiento y recuperación hacen teóricamente posible preservar cualquier poema. Frente a lo que se ha conservado de los últimos cinco mil años, las futuras generaciones de lectores tendrán acceso a una enorme cantidad de versos del pasado.
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EL ORIGEN DE LA POESÍA
Sin embargo, está a nuestro alcance la cantidad suficiente de poesías de otros tiempos como para deducir de ellas algunos aspectos perdurables de la expresión poética, más allá de las épocas o las culturas.
En inscripciones jeroglíficas egipcias del 2600 a.C. se han encontrado tipos de poesía que hoy siguen resultando familiares: se trata, evidentemente, de canciones, aunque sólo se ha conservado la letra y no la música, que abarcan géneros diversos como lamentos, odas, elegías, himnos. Muchas de ellas tienen significación religiosa, rasgo que, además de acercarlas a la poesía de otros pueblos antiguos como sumerios, hititas, asirio-babilónicos, judíos, permite enunciar la hipótesis de que los orígenes de la poesía se encuentran en la expresión comunitaria, probablemente asociada con la danza, del espíritu religioso. En consecuencia, el ritmo de la danza puede marcarse no sólo con pasos, palmas o gritos rítmicos, sino también con palabras cantadas. La canción, pues, funda la poesía y la música instrumental. Cantos de labor (también encontrados en inscripciones funerarias egipcias del tercer milenio a.C.), nanas, canciones de juegos y otras formas acompañantes de actividades rítmicas debieron desarrollarse al mismo tiempo que las canciones religiosas. El aspecto ritual de la poesía es aún evidente en las canciones de muchas culturas, entre los chamanes y en fórmulas de encantamiento, ensalmos y conjuros, como el que se dice en Galicia mientras se quema el orujo para hacer la queimada.
También la poesía narrativa remonta sus orígenes a la práctica religiosa. En diferentes momentos de su evolución, las canciones épicas cuentan los mitos de la creación y de los dioses; la vida de los semidioses; y, finalmente, la vida de los héroes históricos. Así ocurre con la epopeya babilónica del Gilgamesh, con la Iliada y la Odisea de Homero, con el Ramayana y el Mahabharata indios, la epopeya medieval francesa Canción de Roldán (Chanson de Roland), la anglosajona Beowulf, la castellana del Cantar de Mio Cid. La poesía de índole dramática también está vinculada a lo religioso, como ocurre en los antiguos festivales griegos y en la liturgia cristiana.
Cuando la tradición del poema cantado cede el paso a la tradición escrita, es decir, cuando las palabras se seleccionan y combinan independientemente de las necesidades melódicas, se impone el aspecto visual de la poesía. Así surgen experiencias como los caligramas (véase Apollinaire) que, de todos modos, ya aparecían en algunos poetas griegos antiguos y en la poesía de los siglos XVII y XVIII español; la poesía concreta; la poesía fonética que, a pesar de su fundamento en las onomatopeyas y en la armonía imitativa, sigue siendo un fenómeno de escritura. Destacan en estas experiencias el brasileño Haroldo de Campos, el mexicano Octavio Paz, los españoles Juan Hidalgo y Joan Brossa, por citar sólo algunos ejemplos.
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EL FUTURO DE LA POESÍA
Wallace Stevens
El escritor estadounidense Wallace Stevens veía al poeta como una persona que encontraba armonía en el caos del mundo. Su primera obra publicada, Harmonium (1923), incluye algunos de sus poemas más conocidos, entre ellos “Sunday Morning” y “Trece maneras de mirar a un mirlo”.

Ciertos avances tecnológicos como el ordenador pueden modificar formalmente la poesía, pero no su importancia, porque, como cualquier otro arte, sobresale por su capacidad de adaptación a los nuevos recursos y a las nuevas necesidades. La poesía, por otra parte, no es exclusivamente un fenómeno libresco. Acciones poéticas o performances, recitales públicos, combinación de poesía e imagen en muchas experiencias de vídeo, hablan a las claras de su vitalidad y tal vez de un impulso ligado también a sus orígenes: el de convertir la palabra en un rito compartido.
Para mayor información, véanse los artículos sobre tipos y formas de poesía y sobre movimientos poéticos; véanse también las biografías de los poetas y los artículos sobre las literaturas de los diferentes países.


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