El invento de las Guerras: Guerra de
los Países Bajos
La guerra de los Países Bajos
(1568-1648)
Este mapa muestra la distinta evolución de
los territorios implicados en la llamada guerra de los Países Bajos, que
enfrentó a éstos contra la Monarquía Hispánica entre 1568 y 1648.
Guerra de los Países Bajos, conflicto bélico que
enfrentó a los reyes españoles de la Casa de Habsburgo con sus posesiones en
Flandes desde 1566 hasta 1648. El territorio conocido históricamente bajo la
denominación de Países Bajos (pero también, y de forma imprecisa, llamado
Flandes) ocupaba un espacio geográfico que reunía la superficie de lo que en la
actualidad son Bélgica, Luxemburgo y los propios Países Bajos, así como la
región septentrional francesa de Artois.
Fueron una posesión de los
duques de Borgoña desde finales de la edad media, y el rey español Carlos I
(más tarde emperador Carlos V) los recibió en 1515 por herencia de su abuela
paterna, María de Borgoña. Durante el reinado del hijo y sucesor de Carlos I,
Felipe II, que dio comienzo en 1556, los Países Bajos se habían convertido en
una pieza clave de la Monarquía Hispánica. En el momento en que el eje
económico europeo basculaba hacia el océano Atlántico, la ciudad de Amberes era
un emporio comercial y financiero fundamental para los intereses castellanos:
el trigo báltico llegaba a España a través de esta plaza, que a la vez era el
centro de distribución de las lanas de Castilla. Además, era el fundamento de
uno de los ejes del comercio con las Indias.
La situación política de la zona
era complicada, y ello dio lugar a una serie de revueltas en las que, en cada
caso, primaron intereses sociales, económicos e ideológicos. Estas revueltas se
producían, en ocasiones, de manera simultánea, otras veces se fundían en un
movimiento único, pero siempre tenían el denominador común de la defensa de los
privilegios locales, frente a lo que los flamencos consideraban la intromisión
del poder autoritario y centralista de Felipe II.
Guillermo de Orange-Nassau
Guillermo de Orange-Nassau está
considerado uno de los grandes patriotas de la nación neerlandesa, al ser el
principal líder de la lucha contra la Monarquía Hispánica de Felipe II. Su
actividad resultó fundamental para que, por medio de la Unión de Utrecht
(1579), nacieran la Provincias Unidas, núcleo del actual Estado de los Países
Bajos.
La causa esencial de la
guerra de Flandes (nombre por el que es conocido asimismo el conflicto) fue,
sin duda, el enfrentamiento de intereses de una y otra parte, pero hubo ciertos
factores que actuaron como desencadenantes. En la década de 1560, Felipe II
impuso una serie de novedades sobre los territorios. Las principales de ellas
fueron el control de las decisiones políticas a cargo del cardenal Antonio de
Perrenot, señor de Granvela, y el acantonamiento en distintos lugares de tropas
españolas. Destacaron asimismo las medidas religiosas adoptadas por el monarca
español, como la introducción de los jesuitas o la creación de catorce nuevos
obispados, que provocaron un amplio descontento. Por otra parte, muchos
privilegiados comenzaron a utilizar el calvinismo en favor de sus intereses,
más políticos y económicos que religiosos, e hicieron del apoyo a esta creencia
la bandera de su idiosincrasia frente a la católica España. De entre los
principales dirigentes que comenzaron a organizar un movimiento contra el
gobierno español destacó desde un principio Guillermo de Orange-Nassau.
Conflictos durante el reinado de Felipe
II
El reinado de Felipe II (1556-1598)
estuvo marcado por una serie de claves de carácter global, pero con unos
referentes concretos ineludibles. Por un lado, el enfrentamiento con el Imperio
otomano en el mar Mediterráneo, al cual pueden ser adscritos, de forma general,
los ataques piráticos lanzados sobre las costas hispánicas desde el norte de
África, así como el episodio local de la sublevación de los moriscos de Las
Alpujarras (1568-1571). El punto álgido de este frente se alcanzó en 1571 con
la batalla de Lepanto. Por otra parte, el enfrentamiento con Inglaterra, con el
dominio del océano Atlántico como trasfondo subyacente, cuyo hito crucial se
produjo en 1588 con la fracasada acción de la Armada Invencible. Con
anterioridad, en 1566, había surgido otro foco que terminaría por convertirse
en escenario de conflicto permanente para el Rey Prudente: los Países Bajos,
rebelados contra la Corona por cuestiones políticas (búsqueda de la
independencia), económicas (la zona era un eje básico del comercio de la época)
y religiosas (abrazo del calvinismo frente al catolicismo que representaba la
Monarquía Hispánica). Los principales enemigos de Felipe II fueron pues,
musulmanes y protestantes (anglicanos ingleses y calvinistas flamencos), un
reflejo, no casual, del papel de máximo defensor del catolicismo en que el
soberano se erigió. En el plano teológico, este aspecto tuvo su máxima
expresión en el Concilio de Trento.
Estas circunstancias se
conjuraron con la crisis de subsistencias de 1566 y la consiguiente
sensibilización de la colectividad.
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DESARROLLO DEL CONFLICTO EN EL SIGLO XVI
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La furia española
El 4 de noviembre de 1576 comenzó el
saqueo de la ciudad de Amberes (en la actualidad, en Bélgica) a manos de las
tropas españolas, descontentas por el impago de sus haberes. Tres días después,
la violencia finalizó, dejando como vestigios los estragos producidos por la
que pasó a denominarse 'furia española'. Este lienzo, pintado en el siglo XIX
por H. Leys, conservado en los Museos Reales de Bruselas (Bélgica) y titulado
La furia española, trata de reproducir uno de los instantes del saqueo.
En el verano de 1566 se
produjo una oleada de desórdenes en las ciudades flamencas que se polarizó en
el saqueo de iglesias y conventos. Felipe II, que según cartas de la época se
hallaba 'gravemente ofendido' por la incapacidad de la alta nobleza para frenar
estas acciones, tomó la decisión de enviar un año más tarde a los Países Bajos
a Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba, al mando de un gran ejército.
A partir de la llegada
de éste, la tensión se transformó en un verdadero enfrentamiento bélico. El
duque de Alba estableció el que pasaría a ser más conocido como Tribunal de los
Tumultos, con una deliberada confusión de jurisdicciones, política y religiosa,
y recurrió a una serie de impuestos destinados a paliar los gastos de la
guerra, que enconaron a la burguesía. En este momento comenzaron a operar
quienes la historiografía española dio el nombre de “mendigos del mar”, que
llegaron a controlar el estuario del Escalda y a comprometer el tráfico
comercial de Amberes. Además, Francia e Inglaterra vieron la ocasión de
presionar a España apoyando a los rebeldes.
El duque de Alba no pudo
poner fin a la revuelta y en 1573 fue relevado por Luis de Requesens y Zúñiga,
quien llegó a los Países Bajos con el cargo de gobernador e instrucciones
precisas de negociación. Debía salvaguardar, a toda costa, la soberanía
española y la ortodoxia católica. Requesens era un hombre de opiniones
moderadas, pero fue incapaz de romper la dinámica política de su predecesor; la
guerra pues continuó, con desigual fortuna para las tropas españolas. Felipe II
enviaba a los Países Bajos ingentes sumas de dinero (en 1574, concretamente,
más del doble que en los dos años anteriores), pero los gastos del Ejército,
que en esas fechas contaba con 86.000 hombres, superaban con creces las
posibilidades económicas. En septiembre de 1575, el Rey declaró suspensión de
pagos de los intereses de la deuda pública de Castilla y la financiación del
Ejército de Flandes quedó cortada. Fue el revés definitivo para un hombre que
había encajado a la fuerza un cargo, cuyos objetivos no había logrado encauzar.
Requesens murió en marzo de 1576. El vacío de poder propició el 4 de noviembre
de ese año el inicio del más célebre de los saqueos de Amberes, que sirvió de
aglutinante para una rebelión general de católicos y calvinistas frente al
Ejército español.
Felipe II encomendó el
control de la situación a su hermano, Juan de Austria. Mediatizado por la
escasez de recursos, el nuevo gobernador no pudo hacer otra cosa que aceptar la
mayor parte de las condiciones de los rebeldes, lo cual no aclaró la complicada
situación política. Juan de Austria murió en octubre de 1578 y fue sustituido
por Alejandro Farnesio, uno de los mejores diplomáticos de la época y un
formidable militar.
Alejandro Farnesio, duque de Parma
Hijo de Octavio Farnesio y de Margarita
de Parma, heredó en 1586 los ducados italianos de Parma y Plasencia. Tras
participar en 1571 en la batalla de Lepanto, su tío paterno, el rey español
Felipe II, le nombró gobernador de los Países Bajos siete años después.
Continuó desde ese cargo la llamada guerra de los Países Bajos, en la cual
conquistó varias ciudades y recuperó para la Monarquía Hispánica, entre otras,
las de Bruselas y Amberes. Más tarde colaboró con la Liga Santa, enfrentada a
Enrique de Navarra (el futuro rey francés Enrique IV), en las llamadas guerras
de Religión. El artista español Alonso Sánchez Coello le representó en este
retrato juvenil que se conserva en la Galería Nacional de la ciudad italiana de
Parma.
Los nobles católicos del
sur mantenían la esperanza de un acuerdo honorable con el rey de España, en
contra de la intransigencia de los burgueses calvinistas del norte, aglutinados
en torno a la persona de Guillermo de Orange-Nassau. Alejandro Farnesio se
valió de esta diversidad de intereses, logró controlar a los tercios y recibió
enormes cantidades de plata procedente de las Indias.
En enero de 1579, diputados
de las provincias de Holanda, Zelanda, Utrecht, Frisia, Güeldres y del
territorio que circundaba la ciudad de Groninga (Ommelanden) firmaron la Unión
de Utrecht, por medio del cual nacieron las Provincias Unidas. El acuerdo no
mencionaba la autoridad del rey de España y comprometía a estos territorios a
la lucha hasta la victoria total. Pocos días antes, los estados de Hainaut y
Artois habían concluido la Unión de Arras, a la que pronto se uniría el Flandes
valón.
En el Tratado de Arras,
acordado en mayo de 1579, los valones reconocieron la plena autoridad de Felipe
II, con lo que el sur de los Países Bajos quedó definitivamente integrado en
los dominios españoles. Las provincias del norte continuaron la guerra, y el
mar fue en adelante el campo de batalla fundamental. Los intereses de Inglaterra
vinieron a incidir en una lucha perdida de antemano para los españoles. En
efecto, tanto Inglaterra como Francia firmaron en 1596 con ellas la llamada
Coalición de Greenwich, con el único objetivo de enfrentarse a la posición
española en el orden internacional imperante. Después de haber acordado con
Francia en mayo de 1598 la Paz de Vervins, Felipe II entregó los Países Bajos a
su hija Isabel Clara Eugenia y al marido de ésta, el archiduque Alberto de
Habsburgo, para que los gobernaran como soberanos conjuntos, con un estatuto de
semiindependencia. Las provincias meridionales aceptaron, pero las
septentrionales siguieron luchando.
El rey Felipe III, en
el trono español desde 1598, reconoció oficialmente la independencia de los
territorios septentrionales de los Países Bajos (Provincias Unidas) cuando el 9
de abril tuvo lugar en Amberes la firma de la denominada Tregua de los Doce
Años.
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EL FIN DE LA TREGUA: LA GUERRA EN EL
SIGLO XVII
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Conflictos durante el reinado de Felipe
IV
Durante el reinado de Felipe IV
(1621-1665), la Monarquía Hispánica vivió un notable proceso de decadencia. En
buena medida como consecuencia de la política de su valido, el conde-duque de
Olivares, fueron múltiples las secesiones y sublevaciones de los distintos
territorios que se encontraban bajo su cetro. Entre ellas, la guerra de
Separación de Portugal, la rebelión de Cataluña (ambos conflictos iniciados en
1640), la conspiración de Andalucía (1641) y los distintos incidentes acaecidos
en Navarra, Nápoles y Sicilia a finales de la década de 1640. A estos hechos se
sumaban los distintos frentes extrapeninsulares: la guerra de los Países Bajos
(reanudada en 1621 tras expirar la Tregua de los Doce Años) y la guerra de los
Treinta Años. A su vez, el enfrentamiento con Francia en esta última (desde
1635) quedó conectado con el problema catalán.
Una de las razones de
la intervención española en la guerra de los Treinta Años, que dio comienzo en
1618, ha de buscarse en los Países Bajos. Cuando la Tregua de los Doce Años
estaba a punto de finalizar, Gaspar de Guzmán y Pimentel, el futuro conde-duque
de Olivares, era partidario de reanudar la lucha, en tanto que en las
Provincias Unidas el príncipe Mauricio de Nassau-Orange, hijo de Guillermo de
Orange-Nassau (que había sido asesinado en 1584), encabezaba a un grupo de
calvinistas y comerciantes especialmente interesados en volver a las armas.
En 1621, coincidiendo con el
comienzo del reinado de Felipe IV, se reinició la guerra. Durante los primeros
años las operaciones militares carecieron de espectacularidad, pero los
recursos de las Indias llegados en 1624 permitieron a la Monarquía Hispánica
llevar a cabo una gran inversión militar que condujo a Ambrosio de Spínola a la
toma de Breda en junio del año siguiente. De forma paralela, la Armada española
logró mejorar su posición en América.
La rendición de Breda
Conocido también como Las lanzas, este
lienzo es una de las más afamadas y bellas muestras de la historia de la
pintura. Lo pintó, hacia 1634, el sevillano Diego de Silva Velázquez para
adornar el principal salón del palacio regio del Buen Retiro. En la actualidad,
se conserva en el madrileño Museo del Prado. El cuadro representa la entrega de
las llaves de la ciudad de Breda (Países Bajos) que efectuó Justino de Nassau a
Ambrosio de Spínola, el 5 de junio de 1625. El hecho se enmarca en la
denominada guerra de los Países Bajos que la Monarquía Hispánica mantuvo contra
el intento, finalmente logrado, de independencia de esos territorios.
A partir de 1626, los
intereses de España tomaron un rumbo diferente, acentuado a raíz de la captura
en las cercanías de Cuba de la plata transportada por la flota de las Indias
efectuada por la escuadra holandesa de Piet Heyn (1628). Sin embargo, y en contra
de la opinión de Spínola, el conde-duque de Olivares decidió mantener una
política agresiva frente a las Provincias Unidas, a pesar de que hasta después
de la batalla de Nördlingen (1634) no consiguió el apoyo de los ejércitos
imperiales.
La ayuda del Sacro Imperio
Romano Germánico a las fuerzas españolas no fue más que simbólica y temporal;
las dificultades económicas, financieras y políticas fueron en aumento desde
1638 y la sustitución de Olivares por Luis Menéndez de Haro y Guzmán, marqués
de Carpio, en 1643, no varió sustancialmente el curso de la contienda. De
hecho, en 1639, la derrota hispana en la batalla de las Dunas frente a una
flota independentista ya había significado el ocaso del poderío naval español.
A comienzos de 1648 concluyó
por medio la Paz de Westfalia la guerra de los Treinta Años. En el contexto de
esos acuerdos, España buscó un tratado bilateral con las Provincias Unidas que
se firmó en Münster el 30 de enero de ese año. Después de más de ochenta años
de lucha, las Provincias Unidas vieron reconocida de forma definitiva su
independencia, aunque los Países Bajos del sur continuaron siendo españoles
hasta que en 1714 pasaron a incrementar las posesiones del Sacro Imperio Romano
Germánico.