Siglo de oro (literatura), término que implica una época de esplendor literario, político y militar. Los escritores del siglo XVI y de comienzos del XVII fueron conscientes muchas veces de estar viviendo una época de esplendor en todos los ámbitos, pero sólo ocasionalmente se sirvieron de la expresión “siglo de oro” para referirse a ella.
El ejemplo más notable lo ofrece de forma tardía, aunque con un sentido político, Bartolomé de Góngora en El corregimiento sagaz (1656): “Dejando yo ahora los varones heroicos en todo género de aquel siglo del prudente Rey don Phelipe, baste decir que en él floreció el mismo Rey en quien hago epílogo del talento más escogido (en su modo) de aquella edad a mi parecer Siglo de Oro”. El término edad de oro, mucho más frecuente, sobre todo hasta Miguel de Cervantes, sirvió en este momento una vez más para recrear, con nostalgia, el mito de una era de felicidad y paz, a la que habían seguido otras de plata, cobre y hierro, que recorría la cultura occidental desde Hesíodo.
Será en la segunda mitad del siglo XVIII cuando arraigue el concepto de siglo de oro para designar a la literatura del siglo XVI, en especial a la poesía —la novela, a pesar del creciente interés por Cervantes que se produce en esta época, fue menos apreciada y el teatro apenas tenido en cuenta. En 1713, el Diccionario de autoridades todavía define así el siglo de oro: “Fue el espacio de tiempo que fingieron los poetas haber reinado el dios Saturno, en el que decían habían vivido los hombres justificadísimamente, y, por extensión, se llama así cualquier tiempo feliz”. Pero ya en los Orígenes de la poesía castellana (1754), Luis José Velázquez dice de este periodo: “Esta tercera edad (desde Carlos V hasta Felipe IV) fue el Siglo de Oro de la poesía castellana; siglo en que no podía dejar de florecer la buena poesía, al paso que habían llegado a su aumento las demás buenas letras”. En los Diálogos de Chindulza (1761), Manuel Lanz de Casafonda nos revela, a través de las palabras de un italiano, cómo el término había arraigado entre los ilustrados: “Traigo muchos libros preciosos, así en prosa como en verso, en especial de traducciones de las mejores obras de la antigüedad, hechas por los hombres más sabios del siglo XVI, que los españoles llaman el Siglo de Oro”. Gaspar Melchor de Jovellanos, en una carta a su hermano, fechada en 1779, precisa: “Antes que acabase el dorado siglo XVI había ya producido España muchos épicos, líricos y dramaturgos comparables a los más célebres de la antigüedad. Casi se puede decir que estos bellos días anochecieron con el siglo XVI. Los Góngoras, los Vegas, los Palavicinos, siguiendo el impulso de su sola imaginación, se extraviaron del buen sendero que habían seguido sus mayores”. José Cadalso, en sus Cartas marruecas (número XXI), afirma que Alonso García Matamoros, maestro de Retórica de la Universidad de Alcalá de Henares, era “uno de los hombres mayores que florecieron en el siglo nuestro de oro, a saber, el decimosexto”.
Algunos eruditos tuvieron que ampliar esas fechas a las primeras décadas del siglo XVII para poder rescatar a autores como los Argensola o Esteban Manuel de Villegas, quienes, al menos en parte de su obra, se habían mantenido al margen de los gustos barrocos entonces imperantes. En el Parnaso español (1768), Francisco Cerdá y Juan José López de Sedano, en su deseo de confeccionar una antología con poetas que, además de “competir con los de Grecia y Roma”, pudieran en adelante “servir de modelo para fijar el buen gusto de la Nación”, llegan hasta mediados del siglo XVII. Algo parecido ocurre en la antología bilingüe Poesie di ventidue autori spagnoli del cinquecento (Roma, 1786) de Juan Francisco Masdeu.
Para los ilustrados, esta época dorada, de la que además se destaca la grandeza militar y política, a la que había seguido una de decadencia que se prolongaba hasta el presente, constituía un ejemplo para sus deseos de reforma literaria y un arma en la competencia cultural, ya iniciada en 1672 por Nicolás Antonio, con Italia y Francia —la historiografía italiana, desde las Vidas de Giorgio Vasari, había situado su época áurea en el pontificado de León X; para la francesa, el siglo de oro, el Grand Siècle, correspondía al reinado de Luis XIV. Ya en 1750, el conde de Torrepalma afirmaba, después de mencionar a diversos poetas que habían seguido el camino abierto por Garcilaso: “Volverá, si la reverencia de nuestros mayores nos persuade que ha pasado, el Siglo de Oro de la poesía española”. También los jesuitas expulsados llevaron a cabo una apología de esta época en los debates “sobre España y su mérito literario”. Uno de ellos, Juan Andrés y Morell, en Origen, progresos y estado actual de toda la literatura (1792-1799), advertía: “Los españoles, con igual razón que los italianos, pueden gloriarse de tener el siglo XVI por su siglo de oro”.
La valoración de buena parte del siglo XVII se va a producir en el romanticismo. Los autores de esta época, aunque apenas hablan de siglo de oro, no ocultan sus preferencias, además de por la época medieval, por los dramaturgos y novelistas barrocos (véase Barroco), también defensores de una literatura popular y nacionalista —a ellos se había adelantado Casiano Pellicer en 1804 con su Tratado histórico sobre el origen y progreso de la comedia y del histrionismo en España. Más reticentes se muestran frente a los poetas conceptistas y culteranos, a pesar de que Góngora, Quevedo y el conde de Villamediana se convierten ahora en personajes de algunos dramas.
A la divulgación de la literatura de dicha época contribuyeron poderosamente las obras de August Wilhelm y Friedrich von Schlegel, cuyas ideas fueron divulgadas en España por Nicolás Böhl de Faber en las polémicas que mantuvo con el escritor y político liberal Antonio Alcalá Galiano y con José Joaquín de Mora, y con otros autores extranjeros (Damas Hinard, Lafond, Chasles, Shelley, lord Holland y otros). Lo mismo ocurre con las historias de la literatura, en las que también se evita el término siglo de oro, de F. Bouterweck y G. Ticknor, donde se atiende preferentemente a Cervantes, Lope de Vega y Calderón de la Barca, y de J. Fitzmaurice-Kelly, que prefiere la ordenación por periodos: épocas de Carlos V, Felipe II, Lope de Vega y Felipe IV y Carlos II. En la traducción española de una obra del conde Schack, Historia de la literatura y del arte dramático en España, comenzada en 1839, se lee: “Es innegable que el espacio comprendido entre los últimos decenios del siglo XVI y los del XVII forman el periodo más rico y más brillante de su historia. Los reinados de los tres Felipes abrazan la verdadera Edad de Oro de la literatura española y, principalmente, de la poesía. Si no, ¿qué significan las aisladas, aunque preciosas producciones de la época anterior, cuando se comparan con la multitud de obras maestras que se escribieron desde Cervantes hasta Calderón?”.
En la Biblioteca de autores españoles, de Manuel Rivadeneyra, iniciada en 1846, en la que ocupan un lugar destacado los dramaturgos del siglo XVII, se prefiere hablar de épocas. La expresión siglo de oro sólo se emplea en algunas introducciones biográficas de las colecciones de textos del siglo XVIII.
Por razones políticas y religiosas, los representantes de la España liberal, a partir del krausismo, preocupados por analizar las causas de la decadencia española, procuraron evitar el sintagma siglo de oro. Aunque no escatiman los elogios de la literatura de esa época, consideran que el esplendor del barroco artístico y literario no fue acompañado por el científico o el de la especulación filosófica —la polémica sobre la ciencia española arranca, en gran medida, de este desequilibrio. Para Julián Sanz del Río, “en el llamado siglo de oro, el ingenio español se desarrolló sólo bajo un parcial aspecto, que no fue el de la razón ni el del entendimiento”. Para ellos, España, desde Trento (véase Concilio de Trento), se había negado a sí misma toda idea de transformación social y de progreso científico, y se había rodeado de una atmósfera moral irrespirable.
Por el contrario, Marcelino Menéndez y Pelayo, deseoso de demostrar la existencia de un verdadero renacimiento en los diversos campos de las ciencias, las artes y las letras, se sirve, al menos en una primera época, del mencionado término: “Entramos en el siglo XVI, época de mayor esplendor para nuestras letras, siglo de oro de nuestra poesía lírica”. Después, cuando amplía sus estudios a la centuria siguiente, prefiere referirse, quizá debido a su poco aprecio por el gongorismo, a los siglos XVI y XVII o a la edad de oro.
La aséptica periodización por siglos o reinados y el empleo de otros términos —humanismo, renacimiento, reforma, contrarreforma y, más tarde, después de la I Guerra Mundial, barroco, desprovisto de connotaciones peyorativas— serán habituales en otros historiadores.
Los escritores y ensayistas de las primeras décadas del siglo XX (Unamuno, Azorín, Maeztu, Ortega y Gasset, Madariaga y Azaña, entre otros) se inclinaron por un cervantismo filosófico y subjetivo, aunque tampoco olvidaron a otros creadores —en Lecturas españolas, Clásicos y modernos y Al margen de los clásicos, de Azorín, conviven Garcilaso de la Vega, Luis Vives, Góngora y Gracián.
Los de la generación del 27, en busca de valores universales superadores del nacionalismo decimonónico, atendieron a los grandes poetas de los siglos XVI y XVII, en especial a Góngora, el más olvidado, y, con él, a Luis Carrillo de Sotomayor, Pedro de Espinosa, el conde de Villamediana y Pedro Soto de Rojas —en 1935 se dedican diversos estudios a Lope de Vega con motivo del tercer centenario de su muerte. También numerosos investigadores, vinculados con frecuencia al Centro de Estudios Históricos, aunque muchas veces mostraron mayor interés por la historia del español y por la edad media, dedicaron ensayos y ediciones magistrales a los autores de este periodo. A la revalorización del barroco contribuyeron, además, diversos estudios de Ortega y Gasset, Eugeni d’Ors y José Moreno Villa.
Es ahora, en las décadas de 1920 y 1930, cuando desprovisto ya de valoraciones ideológicas se impone la expresión siglo de oro, a veces sustituida por la de edad de oro, para designar a la época que va desde el reinado de Carlos V (1516) hasta la muerte de Calderón de la Barca (1681) —un nuevo término, el de manierismo, se irá popularizando para caracterizar un periodo, de imprecisa cronología, entre el renacimiento y el barroco. En 1927 se sirven de dicho término Dámaso Alonso y Pedro Sáinz Rodríguez, respectivamente, en una conferencia en el Ateneo de Sevilla, “Escila y Caribdis de la literatura española”, y en la Introducción a la historia de la literatura mística española. Poco después, en 1929, José Pastor publica Las apologías de la lengua castellana en el Siglo de Oro. Dos libros que se traducen al castellano contribuyen a afianzar el término: Historia de la literatura nacional española de la Edad de Oro (1933), de L. Pfandl, donde se considera que esa edad de oro se extiende desde 1550 hasta 1681 —otros hispanistas y algunos críticos españoles, como Juan Bautista Avalle-Arce, dividirán también esta época en renacimiento, que coincide con el reinado de los Reyes Católicos y Carlos V, y siglo de oro, correspondiente al periodo que se inicia con Felipe II y se cierra con Calderón de la Barca—, y la Introducción a la literatura española del Siglo de Oro (1934) de K. Vossler.
Del arraigo del término siglo de oro, sustituido a veces por siglos de oro y edad de oro —algunos ensayistas, como Américo Castro y Julio Rodríguez Puértolas, han preferido hablar de edad conflictiva—, hay constancia en diversas historias de la literatura y en numerosas obras sobre asuntos variados aparecidas en fechas posteriores —también algunas cátedras creadas en las universidades llevan el epígrafe de siglo de oro. Sirvan de ejemplo los títulos que siguen: Ángel González Palencia, La España del Siglo de Oro (1939); Emiliano Díez-Echarri, Teorías métricas del Siglo de Oro (1949); Alfredo Hermenegildo, Burgos en el romancero y en el teatro de los siglos de oro (1958); Javier Malagón-Barceló, La literatura jurídica española del Siglo de Oro en la Nueva España (1959); Dámaso Alonso, De los siglos oscuros al de oro (1962); Manuel Criado de Val, De la Edad Media al Siglo de Oro (1985); Antonio Prieto, La poesía de la Edad de Oro: renacimiento (1988); Luisa López Grigera, La retórica en la España del Siglo de Oro: teoría y práctica (1994), y José Manuel Navas, La abogacía en el Siglo de Oro (1996). También, el término se emplea en obras extranjeras: Marcelin Defourneaux, La vie quotidienne en Espagne au Siècle d’Or (La vida cotidiana en la España del Siglo de Oro, 1983); Bartolomé Bennassar, Un Siècle d’Or espagnol (vers 1525-vers 1648) (La España del Siglo de Oro, 1990); y Josef Oehrlein, Der Schauspieler im spanischer Theater des Siglo de Oro: 1600-1681 (El actor en el teatro español del Siglo de Oro, 1993).