El nuevo cine




Algún tiempo después de la eclosión de la nouvelle vague francesa, surgió en Alemania un grupo de cineastas jóvenes que compartían un punto de vista crítico sobre la sociedad de su tiempo, rechazando de plano el complaciente materialismo burgués. Werner Herzog, uno de sus representantes más típicos, haría, a través de paisajes impresionantes y personajes exóticos, una reflexión sobre la vida en condiciones difíciles y peligrosas, como en su película más conocida, Aguirre, la cólera de Dios (1972), sobre el conquistador español Lope de Aguirre, que en el siglo XVI y en pleno Amazonas se declaró rebelde al rey Felipe II, pretendiendo, perdido y famélico, dominar un continente entero. Wim Wenders, por su parte, ha tratado sobre la alienación y la autorrealización, como en El amigo americano (1977), París, Texas (1984) o Cielo sobre Berlín (1987), en películas que muestran también su interés por la cultura estadounidense. De una generación posterior es la directora Doris Dörrie, autora de comedias como la popular Hombres, hombres... (1985), que tiene como tema central la lucha de sexos, y Sabiduría garantizada (2000).
Pero el más prolífico (38 largometrajes) y el más destacado de estos cineastas, pese a su temprana desaparición cuando sólo tenía 36 años, fue Rainer Werner Fassbinder, que llevó el cine alemán al nivel de los mejores cines europeos, haciendo, en sólo 12 años, desde el cine más clásico y accesible para el gran público, como Lili Marlen (1981), hasta el más experimental y provocador, como Querelle (1982), pasando por sus cuadros sobre la Alemania de la posguerra con El matrimonio de María Braun (1978), Las amargas lágrimas de Petra von Kant (1972) o Todos nos llamamos Alí (1973), emotiva reflexión sobre el racismo. En todas sus películas trató temas de implacable actualidad, como la alienación, el consumismo, la desigualdad económica, la colonización cultural y el racismo o la opresión política.
El cine australiano
Mel Gibson
Aunque nacido en Estados Unidos, el actor Mel Gibson se trasladó a Australia en 1968, y desde entonces ha trabajado en películas producidas en ambos países. Protagonizó su primer papel importante como el implacable Mad Max en la serie de películas del mismo nombre. Sin embargo, ha demostrado su versatilidad interpretativa dando vida a Hamlet en la película de Franco Zeffirelli.

Tras décadas de dominación en las que Australia era un mero decorado para filmar películas extranjeras, un cine nacional pudo emerger a comienzos de la década de 1970, con la obra de Peter Weir (el más destacado de los cineastas australianos) Picnic en Hanging Rock (1975). En esta película se recreaba un incidente de 1900 en el que un grupo de colegialas desapareció de forma inexplicable en una excursión. También han destacado las obras de Bruce Beresford The Getting of Wisdom (1977), sobre la vida en un colegio victoriano de chicas, y Consejo de guerra (1980), que cuenta la historia real de tres soldados australianos que durante la Guerra Bóer fueron juzgados por asesinato de prisioneros y condenados a muerte. Por último, Gillian Armstrong en My Brilliant Career (Mi brillante carrera, 1979) cuenta los primeros años de vida de una escritora feminista de principios de siglo.
Asociada por su cercanía geográfica y cultural a Australia se encuentra la cinematografía de Nueva Zelanda, con la directora Jane Campion a la cabeza, autora de El piano (1993) y Retrato de una dama (1996).
EL CINE ESTADOUNIDENSE A PARTIR DE LA DÉCADA DE 1960
Woody Allen
El director, guionista y actor estadounidense Woody Allen obtuvo un gran reconocimiento por su talento cómico para explorar relaciones de amor y muerte a través de personajes neuróticos acosados por sentimientos de culpabilidad. Allen comenzó como escritor de chistes para diversos cómicos. En 1961 empezó a actuar en clubes de Nueva York, recintos universitarios y a editar discos. Comenzó a escribir para el cine y a actuar en 1965, convirtiéndose en objeto de culto intelectual. Además de comedias, Allen ha realizado películas serias y ha experimentado con técnicas cinematográficas innovadoras.
l impacto del cine europeo sobre los cineastas estadounidenses y el posterior declive del sistema de los estudios coadyuvaron durante las décadas de 1960 y 1970 al cambio del estilo del cine estadounidense.


Los inversores toman el control
A finales de la década de 1960, de los estudios cinematográficos sólo quedaba el nombre, ya que su función original y su propiedad habían sido asumidas por inversores ajenos a la industria. Los nuevos propietarios, las grandes corporaciones audiovisuales, pusieron el acento preferentemente en la producción de películas como una mera inversión de los excedentes de los negocios musicales. Así, los estudios aún funcionaron durante la década de 1960 produciendo adaptaciones de musicales y comedias de Broadway. En 1968, el fin de la censura permitió a la industria de Hollywood especializarse en películas que mostraban un alto grado de violencia y una visión más explícita de las relaciones sexuales.
Los nuevos cineastas estadounidenses
Spike Lee
El director Spike Lee rompió muchas de las barreras de la industria cinematográfica y abrió las puertas a jóvenes cineastas, especialmente de raza negra. Las provocativas y a menudo polémicas películas de Lee exploran las relaciones sociales y étnicas en la sociedad estadounidense. Su prometedora habilidad artística y la popularidad de sus películas, especialmente Haz lo que debas (1989), obligó a los estudios a proporcionar apoyo financiero para sus proyectos.

Al mismo tiempo surgió una nueva generación de realizadores bajo la influencia de las tendencias europeas y con el deseo de trabajar con diferentes distribuidores, tomando cada película como una unidad por separado. Muchos de ellos realizaron películas de gran calidad, tanto fuera de la recién descentralizada industria como dentro de sus límites. Algunos de ellos, como Stanley Kubrick, Woody Allen, Arthur Penn, Francis Ford Coppola o Martin Scorsese, han tratado en numerosas ocasiones de trabajar con el respaldo de una compañía financiera, buscando la distribución de sus obras a través de un estudio distinto para cada proyecto, o manteniendo una relación relativamente estable con uno de ellos. Otros directores, como Robert Altman, John Cassavetes o John Sayles, han tratado de eludir los canales establecidos, pero eso les ha supuesto que sólo ocasionalmente hayan conseguido un éxito comercial suficientemente amplio como para financiarse sus siguientes proyectos.
Stanley Kubrick produjo durante unos años una serie de obras interesantes, desde la sátira política de ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1963), hasta el desafío técnico de 2001: una odisea del espacio (1968), la meticulosa adaptación del siglo XVIII de Barry Lyndon (1975) o el horror gótico de El resplandor (1980), aunque sus mejores películas siguen siendo las primeras: Atraco perfecto (1956), hermosa síntesis del género policiaco, de un fatalismo poético; Senderos de gloria (1957), una de las mejores películas antibélicas de la historia; Espartaco (1960), sobre la revuelta de los esclavos romanos, y Lolita (1962), todas ellas además magistralmente interpretadas. Arthur Penn, más complaciente, con Bonnie y Clyde (1967) conmovió a los espectadores de las salas de arte y ensayo y a los aficionados al cine de violencia y de aventuras, y sirvió de punto de partida para el gusto de nuevas generaciones de espectadores, que marcaron también Mike Nichols con El graduado (1967), o Dennis Hopper con Buscando mi destino (1969). Penn continuó con el cine ‘contracultural’ de la década de 1960 con El restaurante de Alicia (1969) y Pequeño gran hombre (1970). Por su parte, Woody Allen dirigió y protagonizó una serie de películas formalmente semejantes a las de los cómicos clásicos estadounidenses, algo entre sus admirados Bob Hope y Groucho Marx, pero con un mensaje y unas actitudes peculiares, propias de la sensibilidad de la ciudad de Nueva York. Entre ellas son buenos ejemplos Toma el dinero y corre (1969), Bananas (1971) y El dormilón (1973). Más tarde, Woody Allen ha alcanzado una madurez indudable, alejado ya de la payasada, más reflexivo y al mismo tiempo más amargo, preguntándose permanentemente sobre el sexo, el amor, la muerte y la responsabilidad personal. Aquí cabe citar Annie Hall (1977), Manhattan (1979), Hannah y sus hermanas (1986), Días de radio (1987), Delitos y faltas (1989) y Acordes y desacuerdos (1999).
En otro estilo totalmente distinto, Francis Ford Coppola aparece como un director de grandes producciones y arriesgados experimentos, no siempre fructíferos comercialmente. Aunque esto no le ha impedido continuar una obra tan personal como la de los autores europeos, ajeno a las conveniencias y a las modas. De sus primeros fracasos económicos se repone con El padrino (1972), un éxito comercial de tal magnitud que le permite hacer la personal La conversación (1973), a la que sigue la producción de American Graffiti (1973), de George Lucas. Con los beneficios obtenidos con esta película realiza El padrino II (1974) y Apocalypse now (1979), adaptación del relato corto de Joseph Conrad “El corazón de las tinieblas”. Ésta resulta una gran obra aclamada por la crítica pero con un irregular resultado de público. Corazonada (1981) fue un fracaso comercial, lo que no le impide hacer poco después otra de sus mejores obras, La ley de la calle (1983). Vuelve a conseguir el éxito con Tucker: un hombre y su sueño (1988), otra obra maestra. Cierra el ciclo de la familia Corleone con El padrino III (1990). De nuevo obtuvo gran éxito de público en todo el mundo con su particular Drácula (1992). Más clásico, aunque con un estilo personal indiscutible es el también italoamericano Martin Scorsese, autor de Malas calles (1973), Taxi Driver (1976), Toro salvaje (1980), Uno de los nuestros (1990), La edad de la inocencia (1993) o Casino (1995).
Robert Altman, tras un enorme éxito comercial con M*A*S*H* (1970), que se convirtió posteriormente en una larga y popular serie de televisión, hace una serie de películas, por lo general complejas para el gran público, exceptuando el musical Nashville (1975), en el que intervienen 26 personajes principales formando un gran tapiz de la política, la música, el teatro y la religión. En sus obras más recientes vuelve a recuperar el contacto con el espectador, como en El juego de Hollywood (1991), una comedia negra sobre las intrigas de la producción cinematográfica hollywoodiense, Vidas cruzadas (1993) y Prêt-à-porter (1994) y Kansas City (1996). Cassavetes, actor-director cuyo primer largometraje fue el documental experimental Sombras (1960), se sumó a la producción convencional tras su éxito comercial con Faces (1968), que repetiría con Una mujer bajo la influencia (1974), protagonizada por su mujer, Gena Rowlands. John Sayles, escritor-director-actor independiente, consiguió el aplauso de la crítica por películas como Return of the Secaucus Seven (1980), Matewan (1987) y Passion Fish (Peces de pasión, 1992). Spike Lee, que escribió, dirigió, produjo y protagonizó películas tan alabadas por la crítica y por el público como Nola Darling (1986), Haz lo que debas (1989) o Malcolm X (1992), en la actualidad parece empeñado en crear un nuevo tipo de cine, centrado casi exclusivamente en la problemática de la comunidad afroamericana en Estados Unidos.
Fantasías de gran presupuesto
Kubrick, 2001: una odisea del espacio
El astronauta David Bowman dialoga con la computadora HAL 9000 en la película de Stanley Kubrick, 2001: una odisea del espacio, basada en la novela homónima de Arthur Charles Clark. La película está considerada como un clásico de la ciencia ficción por su realista descripción de un viaje espacial.

Frente al cine que representan los anteriores realizadores de cine de autor, pese a ser estadounidense y en ocasiones ligado a la industria de Hollywood, ésta ha continuado otras líneas de producción para el consumo masivo, especialmente de niños y adolescentes. Se basan principalmente en el efectismo que las nuevas tecnologías y los grandes presupuestos permiten. Dentro de esta categoría figuran las películas de catástrofes, como La aventura del Poseidón (1972), de Ronald Neame, El coloso en llamas (1974), de John Guillermin e Irvin Allen, o Titanic (1997), de James Cameron, galardonada con 11 premios Oscar de la Academia; las recreaciones de personajes del cómic, como Superman (1978), de Richard Donner, Batman (1989), de Tim Burton, y Spider-Man (2002), de Sam Raimi; o las películas bélicas de ciencia ficción como la saga Star Wars, de Georges Lucas: La guerra de las galaxias (1977), El imperio contraataca (1980), El retorno de Jedi (1983), La amenaza fantasma (1999) y El ataque de los clones (2002), la primera película totalmente digital. A esto hay que añadir las fantasías tecnológicas que ha hecho posible los avances de la informática, como Matrix (1999), de Larry y Andy Wachowski.

Steven Spielberg
Las imaginativas películas de Steven Spielberg son conocidas por sus efectos especiales y por sus personajes. Muchas de ellas, como Tiburón, E.T. y En busca del arca perdida, han cosechado algunos de los más grandes éxitos de taquilla.

En estos géneros comerciales ha destacado Steven Spielberg, desde Tiburón (1975), modelo de películas en las que una criatura terrorífica atemoriza a una pacífica comunidad, a las más serenas y emotivas de ciencia ficción Encuentros en la tercera fase (1977) y E.T. el extraterrestre (1982), que explotaron la fascinación por las posibilidades de vida extraterrestre y su posible contacto con los humanos. En la serie de Indiana Jones recrea el cine clásico de aventuras: En busca del arca perdida (1981), Indiana Jones y el templo maldito (1984) e Indiana Jones y la última cruzada (1989).

James Cameron dirige la película Titanic
James Cameron, director de cine, productor y guionista (derecha) dirige a los actores Leonardo DiCaprio y Kate Winslet en una escena de su película Titanic (1997). Esta película es un relato de ficción sobre el primer viaje y el hundimiento de este barco de lujo en 1912. La película obtuvo 11 premios Oscar, entre ellos a la mejor película y al mejor director.

Los disparatados costes de estas megalómanas películas han llevado a varios estudios a la bancarrota y han forzado a otros a producir sólo 2 o 3 películas al año, con lo que la oferta de películas disponibles se reduce, fenómeno que tiende a intensificarse con las políticas de marketing aplicadas desde comienzos de la década de 1990: concentrar el esfuerzo publicitario y promocional en pocas películas que copan luego casi todas las salas de cine de las ciudades de todo el mundo, con lo que queda escaso lugar para la exhibición de pequeñas producciones independientes o producciones medias de las industrias nacionales. Estas películas quedan así arrinconadas en salas especializadas, semejantes a las antiguas de arte y ensayo, de aforo reducido, a las que acuden los aficionados y no el gran público. De hecho, incluso en Estados Unidos, aunque se siguen produciendo películas intimistas, más basadas en el guión, la interpretación y la habilidad de los realizadores, como Kramer contra Kramer (1979, de Robert Benton), Gente corriente (1980, de Robert Redford), Paseando a Miss Daisy (1989, de Bruce Beresford) o Las normas de la casa de la sidra (1999, de John Irving), son a menudo (por no ser fantásticas ni efectistas y por tratar de analizar o recrear la realidad cotidiana) consideradas una empresa azarosa por los distribuidores, lo que facilita aún menos su pervivencia.
La televisión por cable y el vídeo doméstico
La década de 1980 ha sido testigo de una revolución en las formas de acceder a los productos cinematográficos, con la sustitución del visionado en las salas de cine por el vídeo doméstico, en el que los títulos de estreno —especialmente los de las grandes superproducciones— están disponibles poco después de su pase por las salas. Este hecho, unido a la implantación progresiva de la televisión por cable, con canales temáticos, en las que hay y habrá aún más canales especializados en la emisión continua de películas, amenaza seriamente no ya a la industria, sino el hecho mismo del cine. Como consecuencia, se está creando un clima parecido al de la década de 1950, cuando las productoras buscaron, ante la llegada de la televisión, nuevos formatos en busca de un mayor espectáculo, para conseguir atraer nuevamente a los espectadores a las salas de cine.
Fuente: Encarta.

Los directores de cines, cineastas





Ingmar Bergman
Uno de los directores más originales del panorama internacional de posguerra fue el sueco Ingmar Bergman, que dio a sus películas un aire filosófico muy valorado por los espectadores con inquietudes intelectuales. Por el tratamiento de los grandes problemas que aquejan al hombre: la soledad humana, los conflictos religiosos y las obsesiones sexuales, se convirtió en el principal director sueco y en un creador esencial en la historia del cine. En El séptimo sello (1956) analiza los misterios de la muerte y la moralidad a través de la historia de un caballero medieval que juega una partida de ajedrez con la muerte. En Fresas salvajes (1957), que interpreta el también cineasta Victor Sjöström, crea una serie de flashbacks poéticos rememorando la vida de un viejo profesor. Las películas de Bergman examinan el amor y otras cuestiones clave de la existencia humana; en ellas analiza con mucha habilidad las relaciones y los caracteres de diferentes personajes, todos ellos vívidamente reflejados. En Persona (1966), Secretos de un matrimonio (1973), Gritos y susurros (1972) y Sonata de otoño (1978), las relaciones de amor-odio entre los distintos personajes se entremezclan con las temáticas religiosas y filosóficas que envuelven sus vidas. La carrera de Bergman se ha extendido a lo largo de tres décadas con obras de gran valor, y un estilo visual extraordinario al que acompañan una energía y una inteligencia únicas.

Luis Buñuel
Otra de las figuras imprescindibles en la historia del cine universal es la del español Luis Buñuel, cuya carrera cinematográfica ha transcurrido en su mayor parte en México y Francia, debido a los problemas que tuvo con la dictadura del general Franco tras la Guerra Civil española. De joven era ya un autor de vanguardia; rodó junto al pintor surrealista Salvador Dalí el cortometraje Un perro andaluz (1929) y el mediometraje La edad de oro (1930). Son obras irreverentes con una enorme capacidad para irritar a las autoridades (no sólo españolas, sino también francesas) civiles y eclesiásticas por la fuerza de sus imágenes surrealistas. Buñuel llegó a alcanzar renombre internacional en la década de 1960 por su retrato despiadado de personajes incapaces de asumir su propia esencia humana, como se muestra en Viridiana (1961), rodada y prohibida en España, que obtuvo la Palma de Oro en Cannes. En esta obra, Buñuel muestra las conexiones entre el fetichismo sexual y la simbología religiosa, haciendo lo mismo en Diario de una camarera (1964), rodada en Francia; Bella de día (1966) y Tristana (1970), realizada también en España. Sus películas, a veces de un realismo crudo, son también irónicas e ingeniosas cuando muestran el mundo civilizado de la burguesía occidental, como en El ángel exterminador (1962), en la que un grupo de gente de la alta sociedad debe convivir durante días encerrados en una habitación de la que no pueden salir (pese a que no haya impedimento físico alguno para hacerlo), o en El discreto encanto de la burguesía (1972), Oscar de Hollywood a la mejor película de habla no inglesa. La idea de Buñuel de que la persona busca negar su naturaleza animal creando códigos de civilización y modos de comportamiento ritualizados hasta lo ridículo es demostrada durante toda su obra a través de la subversión —o la perversión— del orden moral establecido, situación que deja a los personajes indefensos e incómodos ante su propio absurdo.
La nouvelle vague francesa
Eric Rohmer
El director y crítico de cine francés Eric Rohmer, uno de los fundadores de la nouvelle vague.


Francia continuó dominando el mercado mundial del cine artístico en las décadas de los años 1950 y 1960, produciendo cineastas muy independientes que experimentaron diversos modos de expresión. Así, Jacques Tati hizo comedias muy personales, reviviendo la pantomima ligera con Las vacaciones de Monsieur Hulot (1953) o Mi tío (1958), entre otras. Con menos éxito comercial, pero con el aprecio de los críticos (que eran los cineastas de su propio grupo), se situaron los directores de la llamada nouvelle vague, inspirados entre otros por Robert Bresson, con El diario de un cura de campaña (1951), películas introspectivas y sobrias, con una fotografía sencilla y producidas con muy bajos presupuestos, en las que se muestra un punto de vista agudo y minucioso del mundo, a través de planos medios constantes, lo que les confiere un aire literario o teatral. Además de esta influencia francesa, los jóvenes de la nouvelle vague se inspiraron en el cine comercial estadounidense de Howard Hawks, Alfred Hitchcock y John Ford, partiendo de su experiencia como espectadores y críticos cinematográficos agrupados en la revista Cahiers du Cinéma, desde la que expusieron su teoría de quién es el verdadero autor: en el cine es solamente el director, cuya personalidad queda grabada en la película a pesar de las presiones de los estudios o las influencias exteriores de cualquier otro tipo.
Alain Resnais
El director de cine francés Alain Resnais fue una de las principales figuras del movimiento de la década de 1950 conocido como nouvelle vague. Heterodoxo y muy controvertido, sus películas, a menudo angustiosas y con unas imágenes que impactaban poderosamente, fueron a veces prohibidas.

Los primeros representantes de esta corriente, François Truffaut, Jean-Luc Godard y Alain Resnais, hicieron películas sobre la vida contemporánea francesa entre 1958 y 1959, apoyados por los espectadores de su generación y por una industria insegura en lo financiero, deseosa de que alguien se atreviera a hacer películas comercialmente rentables de bajo presupuesto de producción. Truffaut, admirador de Hitchcock, se dedicó a hacer películas realistas de tono autobiográfico. Así surgieron Los cuatrocientos golpes (1959), El amor a los veinte años (1962), Besos robados (1968), serie que la crítica aprecia y que se continúa con Domicilio conyugal (1970) y L’amour en fuite (El amor en fuga, 1978). En ellas, como en Jules y Jim (1961) y en Disparad al pianista (1960) trata de la libertad en una sociedad restrictiva. Además Truffaut hizo otras películas, menos en la línea de la nouvelle vague, como El pequeño salvaje (1970) o Fahrenheit 451 (1966). Las películas de Resnais, en especial Hirosima, mi amor (1959) y El año pasado en Marienbad (1961), son paradigmas del cine intimista, en el que se trata de que la voz y las imágenes reflejen con su distanciamiento la lucha —que constituye la vida— entre la distancia emocional y las relaciones con los otros, lucha en la que la distancia suele salir vencedora. Empleando abstracciones estilísticas e intelectuales, y técnicas de montaje distorsionadoras de forma deliberada, Resnais plantea preguntas sobre la cualidad y las consecuencias del tiempo y la memoria, y su relación con las emociones humanas.
El más experimental de los directores del movimiento fue Jean-Luc Godard, cuya primera película, Al final de la escapada (1959), protagonizada por Jean-Paul Belmondo, es un hermoso homenaje a las películas de gánsteres estadounidenses, pero desde una perspectiva europea. Los asuntos tratados por este director han sido de lo más variopintos, desde una serie de retratos más o menos autobiográficos de su entonces esposa, como Vivir su vida (1962), hasta la comedia sexual y política de Masculin-féminin (1966), pasando por experimentaciones con el tiempo y el espacio, moviendo la cámara con libertad y permitiendo a sus actores la improvisación a voluntad. En Week-end (1967) hace un amargo estudio de la sociedad contemporánea a través de las peripecias de las víctimas de un accidente de automóvil, que vagan por las autopistas, discutiendo sobre la vida, sobre su propia vida, con personajes literarios y de cine que se cruzan en su camino, conectando pasado, presente y futuro. Después de ésta sus películas se volvieron menos accesibles para el gran público, politizándose decididamente, como en Todo va bien (1972), protagonizada por Jane Fonda, aunque posteriormente ha rodado algunas películas interesantes como Nombre: Carmen (1983).

Renacimiento del cine en los países





Cine italiano
Escena de Fellini ocho y medio
La película Fellini ocho y medio fue realizada por el innovador director italiano en 1963. La historia trata de los problemas que tiene un director de cine al iniciar su proyecto. Esta escena muestra al director, Guido Anselmi, interpretado por Marcelo Mastroianni, y su esposa Luisa, interpretada por Anouk Aimée, en una discusión.

A finales de la década de 1940 el cine italiano experimentó un renacimiento con la aparición del neorrealismo, un movimiento cinematográfico que captó la atención mundial y dio a conocer al gran público a varios de los principales directores italianos. El movimiento se caracterizaba por películas de un realismo intenso, casi sobrecargado, rodadas en localizaciones naturales y con actores no profesionales. Este movimiento fue iniciado por Roberto Rossellini con Roma, ciudad abierta (1945), que lograba transmitir una profundidad de emociones nuevas para el público en la descripción de la ocupación nazi de Roma y la resistencia del pueblo italiano. También las películas del actor-director Vittorio de Sica, especialmente Ladrón de bicicletas (1948), rodada por entero en las calles de Milán, reflejaba la dura realidad de la posguerra italiana, y consiguió fama internacional. Otros cineastas formados en el neorrealismo consiguieron también renombre internacional imponiendo su propio estilo. Pier Paolo Pasolini rodó El evangelio según San Mateo (1964), entre otras, siguiendo la tradición neorrealista pura, mientras que Federico Fellini, que había participado en los inicios del movimiento (de hecho, era el guionista de Roma, ciudad abierta), le dio un estilo más poético, como muestra La strada (1954), ensayo sobre la soledad mostrada a través de las figuras de dos cómicos ambulantes, o la sátira de la decadente clase alta italiana de La dolce vita (1960), para llegar en fases posteriores de su obra a la fantasía más personal de Fellini, ocho y medio (1963) o Giulietta de los espíritus (1965). También uno de los más polémicos directores de la década de 1960, Michelangelo Antonioni, emergió del movimiento neorrealista, como se puede percibir en Crónica de un amor (1950), La aventura (1960) o El desierto rojo (1964). Tanto en esta película de Antonioni, como en Giulietta de los espíritus de Fellini, se pone de manifiesto el dominio del color por parte de estos dos directores, que habían rodado hasta entonces en blanco y negro. También procedía del neorrealismo Luchino Visconti, que en sus inicios alternó los montajes teatrales y operísticos con obras totalmente neorrealistas, como Bellísima (1951). Tras este brillante inicio en la posguerra, el cine italiano ha continuado demostrando gran capacidad creativa con una generación de cineastas comprometidos política y socialmente, entre los que, aparte del propio Pasolini, hay que citar a Bernardo Bertolucci, con El conformista (1971), Novecento (1976), una de las obras maestras del cine, o La estrategia de la araña (1970), adaptación de un relato del escritor argentino Jorge Luis Borges; y a Ettore Scola, autor de Una mujer y tres hombres (1974), Brutos, sucios y malos (1975), Una jornada particular (1977), La sala de baile (1983) y Macarroni (1985). En la década de 1980 surgió un movimiento de renovación que trajo nuevos aires al cine italiano. A la cabeza se sitúan dos figuras que se han dado a conocer en todo el mundo: Nanni Moretti, autor de Querido diario (1993), y Roberto Benigni, ganador del Oscar a la mejor película extrajera por La vida es bella (1997).
Películas británicas
Peter O'Toole
Peter O'Toole inició su carrera como actor teatral en el Bristol Old Vic y consiguió gran fama gracias a su interpretación en la película Lawrence de Arabia (1962). O'Toole tiene todas las cualidades de un actor clásico. Sus problemas con el alcohol supusieron un bajón en su carrera, aunque volvió a ganarse al público gracias a su papel en la obra teatral Jeffrey Bernard is Unwell (1989).

Un lugar en la cumbre (1959), de Jack Clayton, marcó el inicio de una serie de películas realistas cuyos argumentos analizaban los problemas de la clase trabajadora inglesa, al igual que como Un sabor a miel (1961), de Tony Richardson, o Sábado noche, domingo mañana (1960), de Karel Reisz, coincidentes con un enorme interés en Estados Unidos por la moda y la cultura británicas. El grupo The Beatles protagonizó dos películas, ¡Qué noche la de aquel día! (1964) y Help! (1965), ambas de Richard Lester, mientras los actores y actrices británicos e irlandeses, como Julie Christie, Albert Finney, Glenda Jackson, Richard Harris, Peter O’Toole, Alec Guinness o Vanessa Redgrave se hicieron muy populares. En este sentido, el cine británico ha venido siendo un punto intermedio entre la industria comercial de Hollywood y el cine europeo de calidad. Ejemplo de ello son las producciones Blow-up (Deseo en una mañana de verano, 1966), el mayor éxito comercial de Antonioni, adaptación de un relato del argentino Julio Cortázar; Cowboy de medianoche (1969, de John Schlesinger), un mordaz relato de la decadencia del sueño americano; El paciente inglés (1996, de Anthony Minghella), financiada por una productora estadounidense, o El diario de Bridget Jones (2001, de Sharon Maguire). Estas películas, por ejemplo, se distribuyeron en Estados Unidos superando los circuitos de las salas de arte y ensayo, llegando al gran público con enorme éxito. En la otra cara de la moneda se sitúan directores como Stephen Frears y Mike Leigh, que siguen fieles a la tradición cinematográfica británica.
Cine español
Escena de Muerte de un ciclista
Muerte de un ciclista (1955) es un clásico del cine español y está considerada como una de las mejores películas de la historia del cine. Fue uno de los títulos que dieron a conocer el cine de España fuera de sus fronteras, en una década en la que se produjeron obras muy interesantes, con influencia del neorrealismo italiano, en el panorama cinematográfico español.

La aparición del cine sonoro provoca desorientación en la industria cinematográfica española, que, incapaz de adaptarse con rapidez a los adelantos técnicos, queda por un tiempo paralizada. Se produce una importante emigración a Hollywood. Entre esos profesionales figuraban Benito Perojo, Jardiel Poncela, Edgar Neville y otros. En 1934 se crean los estudios Cinematográfica Española y Americana (CEA), fundados por varios dramaturgos. En esa misma fecha se produce Agua en el suelo, de Eusebio Fernández Ardavín. También en esos años se crea la distribuidora Compañía Industrial Film Española Sociedad Anónima (CIFESA), que después se convertiría también en productora. Durante la dictadura del Francisco Franco se creó la Junta Superior de Censura Cinematográfica, que obligaba a quienes quisieran realizar una película a presentar previamente el guión y después la película, pues ésta debía ajustarse a “la exaltación de los valores raciales y la enseñanza de nuestros principios morales y políticos”.
No obstante, durante esta etapa se realizó un puñado de excelentes películas, como Esa pareja feliz, de Juan Antonio Bardem y Luis García Berlanga, y Surcos, de Nieves Conde, ambas de 1951. En esos años en el cine español se deja sentir la influencia del neorrealismo italiano. Títulos de esa etapa son Bienvenido Mr. Marshall (1952) y El verdugo (1963), ambas de Luis García Berlanga, y Muerte de un ciclista (1955), de Juan Antonio Bardem. En la década de 1960 aparece el llamado nuevo cine español, con realizadores como Carlos Saura, que dirige La caza (1965). Otros directores de esta etapa son Mario Camus, Basilio Martín Patino, Miguel Picazo y el actor y director Fernando Fernán Gómez. La década de 1970 se caracterizó por las comedias populares comerciales, todo un subgénero bautizado como ‘destape’. Luis Buñuel vuelve a España para rodar Tristana (1970) y Víctor Erice realiza El espíritu de la colmena (1973). Una vez reinstaurada la monarquía, el cine se liberaliza y toca temas que en el franquismo estaban prohibidos. En esta etapa el cine español ha cosechado importantes galardones internacionales, como los premios Oscar ganados por Volver a empezar (1982, de José Luis Garci), Belle Époque (1992, de Fernando Trueba) y Todo sobre mi madre (1999, de Pedro Almodóvar). En la década de 1990 surgió un movimiento de renovación del cine español en busca de nuevos temas y nuevas narrativas que aglutinó a una serie de realizadores, como Juanma Bajo Ulloa, Alex de la Iglesia, Julio Médem, Icíar Bollaín y Alejandro Amenábar, entre otros.
Cine latinoamericano
Jorge Negrete
Mito de la canción ranchera mexicana, es una de las figuras más consideradas del cine y la canción en el ámbito iberoamericano. Su potente voz y su aspecto gallardo popularizaron la imagen del charro mexicano. El día de su muerte se declaró día de duelo nacional.

Los dos países latinoamericanos que poseen una industria cinematográfica más sólida y con mayor tradición son México y Argentina. Véase Cine latinoamericano.
México


Arturo Ripstein
El director mexicano Arturo Ripstein es una de las figuras más importantes de la cinematografía en su país y en toda Latinoamérica. Entre sus producciones más destacadas se encuentran Principio y fin (1993), Profundo carmesí (1996) y La perdición de los hombres (2000).
En 1920 se crean en México los estudios Camus y, ocho años más tarde, Cándida Beltrán, pionera de las realizadoras mexicanas, dirige El secreto de la abuela. Más fuerte que el deber (1930), de Rafael J. Sevilla, inaugura formalmente el cine sonoro mexicano, con técnicos que se habían formado en Hollywood. En 1931 Eisenstein rueda su inacabada ¡Que viva México! Fernando de Fuentes realiza dos obras fundamentales llenas de madurez cinematográfica: El compadre Mendoza (1933) y el relato épico de la Revolución Mexicana Vámonos con Pancho Villa (1935). En 1940 se consagra Mario Moreno, Cantinflas, con la película Ahí está el detalle, de Juan Bustillo Oro. En esta década se producen películas cuya calidad sería reconocida en todo el mundo, como María Candelaria (1943), de Emilio Fernández; Doña Bárbara (1943), de Fernando de Fuentes, o Distinto amanecer (1943), de Julio Bracho. Es también la década de los grandes actores mexicanos, como Dolores del Río, María Félix, Pedro Armendáriz y Jorge Negrete. En 1942 se crea el Banco Cinematográfico como aval para la producción de películas, pero sólo beneficia a las productoras más fuertes como Grovas, Filmex, Films Mundiales y Posa Films (de Cantinflas). En 1944 se fundan los estudios Churubusco, de donde saldrá la abundante producción mexicana de películas de todos los géneros que invadirá el resto de países latinoamericanos. Juan Orol cultivó un peculiar cine negro mexicano con películas como Misterios del hampa (1944). En 1950 se producen 122 películas, el año más fructífero. Aquel año Luis Buñuel realiza su obra maestra mexicana Los olvidados, premiada en el Festival de Cannes, sobre los jóvenes marginados de las grandes ciudades.
Desde la Dirección General de Cinematografía se da impulso a producciones como Tarahumara (1964), de Luis Alcoriza, que es un nuevo acercamiento a los indígenas marginados. La actriz mexicana Silvia Pinal protagoniza Viridiana (1961), otra obra maestra de Luis Buñuel, rodada en España. El cine mexicano aborda la historia del país desde nuevos enfoques con películas como Emiliano Zapata (1970), de Felipe Cazals, y Reed, México insurgente (1972), de Paul Leduc, o emprende búsquedas en el lenguaje cinematográfico con La hora de los niños (1969), de Arturo Ripstein. Cuando todo apunta a un renacimiento del cine mexicano, al reanudarse además la entrega de los premios Ariel, en la década siguiente la crisis de esa cinematografía se hace evidente. En 1983 los estudios Churubusco son alquilados para películas extranjeras. Aunque directores como Arturo Ripstein, Felipe Cazals, Paul Leduc y otros continúan realizando producciones independientes en la década de 1990, no se ven signos claros de fortalecimiento del cine mexicano como industria capaz de competir con otras cinematografías. Véase Cine mexicano.
Argentina
Héctor Alterio
Actor de cine y de teatro, Héctor Alterio ha intervenido tanto en producciones argentinas como españolas. Uno de sus trabajos más memorables fue en la dramática película La historia oficial, de Luis Puenzo (1985), en la que interpreta a una hombre que adopta una niña hija de desaparecidos durante la dictadura militar.

En Argentina, el otro país latinoamericano con tradición cinematográfica, el panorama es similar. Su industria se remonta a 1915, año en que se realizó Nobleza gaucha, de Humberto Cairo, el mayor éxito del cine mudo argentino. En 1917 debuta en el cine Carlos Gardel con Flor de durazno. En la década de 1930 se construyen los estudios Liminton y Argentina Sono Film. Proliferan las película con temas de tango, como Los muchachos de antes no usaban gomina, de Manuel Romero, que ganan el mercado latinoamericano. En 1942 se alcanza la mayor producción de películas, con un total de 57 títulos, entre ellos La guerra gaucha, de Lucas Demare. Pero en estos años se hace evidente el boicoteo de Estados Unidos con la escasez de película virgen. La industria argentina del cine pierde el mercado latinoamericano en beneficio de las producciones mexicanas. Aunque el gobierno promulga un decreto de exhibición obligatoria de películas nacionales, la crisis continúa y se agrava con las guerras intestinas entre las principales productoras. A finales de la década de 1940 se cierran varios estudios. A partir de entonces, el cine argentino recibe subvenciones, pero la pérdida de los mercados exteriores pesa demasiado. En 1950 se construyen los estudios Alex, pero para entonces muchas productoras habían quebrado.
En 1955 fue invitado Emilio Fernández, el gran director mexicano, para realizar La Tierra del Fuego se apaga. En la década de 1960 apareció lo que se llamó nuevo cine argentino, con películas como Alias Gardelito (1961), de Lautaro Murúa. El gran cineasta argentino Torre Nilsson realiza una nueva versión de Martín Fierro en 1968. En la década de 1970 hay un leve repunte de la industria argentina del cine encarnada por producciones independientes y con temáticas distintas a las tradicionales de tangos y gauchos, como La fidelidad (1970), de Juan José Jusid, con el actor Héctor Alterio, que después ha trabajado en el cine español; La Patagonia rebelde (1974), de Héctor Olivera; La Raulito (1975), de Lautaro Murúa; La parte del león (1978), de Adolfo Aristarain, que dirigiría también Tiempo de revancha (1981), con el actor Federico Luppi; Momentos (1980), de María Luisa Bemberg, y El arreglo (1983), de Fernando Ayala. Después de un periodo de cierto estancamiento, en los últimos años el cine argentino ha experimentado un renacer con autores como Eliseo Subiela (No te mueras sin decirme a dónde vas, 1995). Véase Cine argentino.
El cine japonés
Rashomon
Rashomon, de Akira Kurosawa, narra la dramática historia de la violación de una mujer y el asesinato de su esposo. Ambientada en el Japón medieval, ofrece al espectador cuatro versiones contradictorias de los mismos hechos: la del criminal, la de la mujer, la del fantasma del marido muerto y la de un leñador que pasaba accidentalmente por el lugar de los hechos.
Escena de Y por tanto, hemos nacido
Escena de la película muda Umarete wa mita keredo (Y por tanto, hemos nacido), dirigida por Ozu Yasujiro en 1932. El film trata sobre una pandilla de niños liderada por dos hermanos y reflexiona sobre el camino hacia la madurez y la pérdida de la inocencia.
En 1951, el director de cine japonés Akira Kurosawa, con Rashomon, ganó el gran premio del Festival Internacional de Cine de Venecia, dando a conocer el potente cine de su país al público occidental, después de años en que maestros japoneses del cine, como Ozu Yasujiro, hubieran sido la fuente de inspiración para los cineastas occidentales (de hecho, el propio Kurosawa fue plagiado por la industria de Hollywood en dos ocasiones, con Los siete samuráis (1954), de la que los estadounidenses hacen Los siete magníficos, de John Sturges, seis años después, y con Mercenario (1961), de la que parte Sergio Leone para hacer sus spaghetti-western). Las películas de Mizoguchi y de Kinugasa eran dramas hermosamente producidos con una fotografía bella y caracterizada por un original empleo del color. Cuentos de la Luna pálida de agosto (1953), de Mizoguchi, sobre leyendas japonesas del siglo XVI, y La puerta del infierno (1954), de Kinugasa, sobre un cuento medieval de honor familiar, destacaron como trabajos de una gran madurez artística, profundidad filosófica e impacto visual. Sin embargo, del cine japonés, pese a su calidad y solidez industrial, han llegado a Occidente pocas obras, exceptuando las de Kurosawa, como Trono de sangre (1957), adaptación del Macbeth de Shakespeare, Dersu Uzala (1975), Kagemusha. La sombra del guerrero (1980), Ram (1985) o Los sueños de Akira Kurosawa (1990); las de Shohei Imamura, como La balada de Narayama (1983) o Agua tibia bajo un puente rojo (2001); o las de Nagisa Oshima, como El imperio de los sentidos (1976). Véase Cine japonés.
El cine indio
Industria cinematográfica india
Actualmente, esta industria, que se conoce popularmente como Bollywood, es capaz de producir unas 800 cintas al año, que abastecen a unos catorce millones de espectadores.

En la India la industria cinematográfica ha producido una elevada cantidad de películas, pero con unos niveles de calidad dudosa. Actualmente, esta industria, que se conoce popularmente como Bollywood, es capaz de producir unas 800 cintas al año, que abastecen a unos catorce millones de espectadores, pudiendo ocurrir que el musical, el melodrama, el romance, la mitología y la acción se den en una misma película. Destacan realizadores como Satyajit Ray, con Pather Panchali (Canción de la carretera, 1955), Aparajito (1956) y Apur Sansar (El mundo de Apu, 1959), y más recientemente, Mira Nair, con La boda del monzón (2001), y Ashutosh Gowariker, con Lagaan: érase una vez en India (2001).

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