Catedral de Santo Domingo La fachada de la catedral de Santo Domingo, atribuida a Rodrigo Gil de Liendo, es un prominente ejemplo de arquitectura plateresca. El interior del templo aún conserva las trazas del gótico tardío español que se pone de manifiesto, así mismo, en las nervaduras ojivales.
Arquitectura colonial, conjunto de manifestaciones arquitectónicas que surgieron en América Latina desde el descubrimiento del continente, en 1492, hasta la emancipación del mismo, a principios del siglo XIX.
A comienzos del siglo XVI puede decirse que ha terminado la conquista de América en su mayor parte. Sobre ruinas de grandes imperios precolombinos, como México y Perú, se preparan los cimientos de la nueva civilización hispanoamericana. El arte en Latinoamérica va a ser fundamentalmente religioso, marcado por el poder de las principales órdenes religiosas llegadas del viejo continente. En el trazado reticular de las ciudades, con origen en los esquemas romanos filtrados a través de los españoles que los proponen, aparecen las plazas y los monumentos como elementos capaces de tensionar y referenciar el conjunto. La iglesia, edificada junto a la plaza central de las poblaciones, se erige en punto de referencia del espacio urbano. Pese a la uniformidad que las órdenes religiosas, muy centralizadas, van a intentar aportar, las nuevas formas artísticas van impregnándose de variaciones étnicas y geográficas. Las distintas escuelas se diferenciarán tanto por los materiales utilizados para la construcción, específicos en cada zona, como por las tipologías de los edificios en virtud de la función que deban cumplir.
En este artículo se realiza un recorrido por la arquitectura colonial siguiendo el esquema cronológico de los grandes estilos artísticos desarrollados en paralelo en Europa y Latinoamérica desde finales del siglo XV: gótico, renacimiento, barroco y neoclasicismo.
La coincidencia histórica entre el nacimiento de la nueva civilización hispanoamericana, sobre las ruinas de los pueblos indígenas americanos, y la situación del arte en la península Ibérica, es un hecho fundamental de cara al desarrollo de las nuevas formas artísticas en el marco histórico de finales del siglo XV. El gótico va dejando paso a la llegada del plateresco y posterior purismo renacentista. Los ejemplos de traza gótica que encontramos en Latinoamérica son por ello escasos y muy directamente emparentados con el primer renacimiento del siglo XVI.
La catedral de Santo Domingo (1521-1537), República Dominicana, todavía es de trazas góticas, pero ya aparecen en la fachada formas posteriores como los típicos grutescos platerescos. El templo de los dominicos conserva también su primera estructura gótica (1527-1537) de nave única, capillas laterales, crucero y cabecera ochavada. Se conservan otros ejemplos del último gótico en Santo Domingo, como la iglesia de San Francisco y la de la Merced, así como algunas portadas y edificios civiles. También se encuentran modelos góticos en la iglesia de los dominicos de San Juan de Puerto Rico, con un hermoso trazado de crucero y presbiterio.
En México, los templos de las órdenes religiosas (franciscanos y agustinos principalmente) anteriores a 1570 son de trazas góticas. El tipo de construcción es el de iglesia fortificada (con algunos precedentes hispanos), de una nave, cabecera poligonal, bóvedas de crucería o de cañón en templos agustinos, y un tratamiento exterior de gran sobriedad, muros desnudos y remates almenados. Junto a estos elementos, la voluntad de evangelización derivará en la construcción de atrios, con ‘capillas para indios’ o posas en los ángulos. Como ejemplos de conventos franciscanos podemos citar el de Huejotzingo (1550) o el de San Andrés de Calpan (1548). Son interesantes igualmente las capillas para indios de Tepejí, Xochimilco y Acolman. La influencia indígena se hace notar en lo decorativo, con un tipo de talla de superficies planas a bisel que encontramos en portadas como las de Tlanalapa (Hidalgo) y Otumba (México). Avanzado el siglo XVI se construyen modelos platerescos, como la portada del templo agustino de Acolman o la de la iglesia de Yuriria.
En el último cuarto de siglo ya se puede hablar de renacimiento, que se implanta paulatinamente en tres etapas diferenciadas: una primera muy ligada aún al gótico, una segunda emparentada con el plateresco, y una tercera fase, coincidente con la construcción de las grandes catedrales, caracterizada por el empleo de motivos decorativos más geométricos para buscar contrastes de claroscuro. A esta última etapa corresponde el convento agustino de Actopan (Hidalgo), así como los franciscanos de Tecali y Zacatlán de las Manzanas.
En el llamado Nuevo Reino de Granada (Venezuela, Colombia) no se encuentran apenas edificios plenamente góticos. El renacimiento sí inspiró algunas portadas, como la de la capilla de los Mancipe (1569-1598). La influencia del mudéjar toledano se dejó sentir en las arquerías de claustros y cubiertas de los templos, como en las catedrales de Cartagena y Coro, la iglesia mayor de Tunja y la parroquial de la Asunción. Como ejemplos de artesonados mudéjares destaca el de la capilla mayor del convento de la Concepción (Bogotá). Existen algunos ejemplos de arquitectura civil en Tunja, con interesantes arquerías y galerías arquitrabadas de estilo toledano.
En la zona de Ecuador, avanzado el siglo XVI, tendrá peso específico el plateresco, con portadas interesantes como la del Evangelio de la catedral de Quito. Pero quizá el templo más representativo es el convento de San Francisco, con una fachada renacentista que enmarca un conjunto mudéjar de iglesia y claustro, así como una monumental escalinata al estilo de Bramante de acceso al templo desde la plaza a la que se abre el conjunto. Del estilo gótico sólo quedan algunos arcos apuntados o algún tramo de bóveda nervada más tardía. El plateresco tiene también especial desarrollo en Cuzco, con una interesante fachada y patio en la llamada Casa del Almirante, y en Ayacucho, con una interesante portada en la iglesia de San Cristóbal. En la meseta del Collao, en el Alto Perú, floreció una arquitectura sencilla y austera en el último tercio del siglo XVI. Se conserva la iglesia de Paucarcolla, de los dominicos, con una portada en arco de triunfo. Merecen citarse así mismo las iglesias mudéjares de San Francisco de Sucre, el templo de Santa Clara (1568) o la iglesia de San Miguel (1612-1620). En la iglesia del convento de Guadalupe aparecen bóvedas de crucería del último gótico. El modelo de iglesia con atrio y posas lo encontramos también en el Santuario de Copacabana (Bolivia). Son construcciones que están a caballo entre el siglo XVI y XVII, como el convento de San Francisco, con una majestuosa estructura de madera en la cubierta.
A partir del último cuarto del siglo XVI comenzaron a construirse las principales catedrales renacentistas de Hispanoamérica. La catedral de México deriva de la de Jaén, de Andrés de Vandelvira. Tiene trazas renacentistas con alguna reminiscencia gótica como la distinta altura de las naves. Las dimensiones del templo en planta son monumentales, como imponentes los órdenes clásicos de la fachada, enmarcada entre sendas torres. La catedral de Puebla es más pequeña y con mayor unidad de estilo que la de México, y con una mayor esbeltez en las torres. En la catedral de Guadalajara se observan trazas de la escuela granadina de Diego de Siloé. Finalmente, las catedrales peruanas de Lima y Cuzco, inspiradas en los mismos modelos hispanos, se ajustan al modelo de iglesia-salón, de planta rectangular con cabecera plana. Las bóvedas de la catedral limeña son de crucería gótica, sustituyendo a las primitivas de arista. Merecen citarse también los grandes templos mexicanos de Mérida y Oaxaca, con bóvedas vaídas.
Podría decirse que el barroco adquirió mayor significación en América que en la propia península Ibérica. El barroco en Hispanoamérica es esencialmente decorativo. Se aplica un lenguaje ornamental a esquemas constructivos y estructurales inalterados desde los comienzos de la arquitectura hispanoamericana. México y Perú son quizá los dos grandes focos donde con más intensidad iba a encontrar eco el nuevo estilo así entendido.
Uno de los rasgos característicos del barroco mexicano es el manejo privilegiado de materiales, como la piedra de distintos colores (Zacatecas, Oaxaca, México) y el yeso, para crear ricas policromías tanto en el interior de los templos como en las fachadas. Por otra parte, van a adquirir especial desarrollo elementos como la cúpula, presente en casi todos los templos, elevada sobre un tambor generalmente octogonal y recubierta con gran riqueza ornamental, y las torres, que se alzarán esbeltas y osadas allí donde los temblores de tierra lo permitan.
El siglo XVII será el de las iglesias conventuales y monasterios, construidos según el esquema hispánico de nave única con fachada lateral siguiendo la dirección de la calle y con un ancho atrio. El siglo XVIII comienza con la construcción de la basílica de Guadalupe (1695-1709), emparentada en planta con la del Pilar de Zaragoza: cúpula central, cuatro cúpulas menores y torres en los ángulos. En la iglesia jesuítica de la Profesa (1714-1720) se observa la reiteración de formas poligonales lejos de los trazos curvos del barroco europeo. La construcción más relevante es quizá la iglesia del Sagrario, con su impresionante fachada retablo construida en 1749 por Lorenzo Rodríguez. Es una planta en cruz griega, cúpula central con cuatro menores y novedosa en el tratamiento decorativo exterior, con acusada ornamentación central al modo de un tapiz tallado en piedra de Chiluca y rodeada de muros de tezontle rojo recortados en formas mixtilíneas. Este modelo, muy imitado en iglesias posteriores, será sustituido a finales de siglo por el de la capilla del Pocito, realizada por Antonio Guerrero y Torres, con planta de trazos curvos y brillante cromatismo exterior.
Puebla es uno de los grandes centros de exaltación de la policromía, con empleo de azulejos de colores, cerámicas vidriadas y destacados trabajos de yeserías. Son ejemplos punteros la iglesia de San Francisco de Acatepec, o el interior de la capilla del Rosario de la iglesia de Santo Domingo. La grandiosa fachada del santuario de Ocotlán, construido en Tlaxcala a comienzos del siglo XVIII, es un impresionante retablo monumental enmarcado entre sendas torres con un cuerpo superior de inconfundible silueta barroca. Otra de las fachadas más destacadas del barroco mexicano la encontramos en la catedral de Oaxaca, donde también es interesante la iglesia de la Soledad, en la que la ornamentación cubre incluso los contrafuertes que jalonan la portada. De mediados de siglo son ejemplos interesantes la iglesia de la Compañía de Jesús, en Guanajuato, o la iglesia de San Sebastián y Santa Prisca, en Taxco, una de las joyas del barroco hispanoamericano. El punto culminante de la exuberancia decorativa lo encontramos en la fachada de la catedral de Zacatecas, un imponente tapiz ornamental, muestra del arte barroco de influencia indígena.
Dentro de la arquitectura civil mexicana, la casa barroca suele ser de dos plantas, patio generalmente enclaustrado en tres lados y gran repertorio formal y decorativo en las fachadas. Encontramos ejemplos interesantes de casas señoriales en la ciudad de México, Querétaro, Puebla y Guadalajara.
En Perú se observan diferencias entre la zona litoral y la andina, según peculiaridades del clima y materiales. El adobe y los materiales ligeros corresponden a la costa, donde se utilizan estructuras ligeras de adobe o ladrillo, con bóvedas y cúpulas de quincha (entramado de cañas y barro). La piedra, por el contrario, será el material básico en la zona de la sierra. El barroco peruano es, pese a estas diferencias, fundamentalmente decorativo.
Los tres grandes centros de esplendor serán Lima, Cuzco y Arequipa. En Lima, el portal del Perdón de la catedral (1626-1636) marca el punto de arranque de un estilo que se consolida en el convento de San Francisco, construcción caracterizada por la gran unidad de estilo y por la aparición de elementos que crearán escuela en el barroco limeño, como la hornacina sobre columnillas que apoyan en ménsulas, claraboya en el ático sobre la portada y las dobles arcadas del claustro. En el siglo XVIII se consolida el tipo de iglesia de nave única, bóveda de cañón y cúpula en quincha, así como el empleo de almohadillados y la columna salomónica. Muestra de lo anterior es el convento de San Agustín (1720). La casa de los marqueses de Torre Tagle, con su bella portada, balconadas de madera y patio con dobles arcos conopiales y mixtilíneos, es uno de los ejemplos más significativos de arquitectura civil del barroco limeño.
En Cuzco las construcciones se amoldan más al condicionante de los temblores de tierra en la zona. Son edificaciones más sólidas y robustas que huyen de la altura. Las más representativas pueden ser el convento de la Merced, con su claustro, construido en 1663, de gran virtuosismo escultórico en piedra, y la iglesia de la Compañía de Jesús (1651-1668), nave con capillas poco profundas, crucero y cúpula, y fachada retablo de gran repertorio decorativo. La iglesia de la Compañía en Arequipa es interesante por la decoración en relieve característica formando el gran tapiz que cubre la fachada. Cajamarca, uno de los más importantes enclaves barrocos del siglo XVIII, destaca por sus fachadas retablo de acusados claroscuros, almohadillados y empleo de columnas salomónicas. Las construcciones más significadas, la catedral, la iglesia de San Antonio de Padua y la iglesia del hospital de Belén, quedaron inacabadas.
3.3 | | El resto de América Latina |
En América Central las construcciones son también edificios masivos, resistentes a temblores, con torres robustas y de baja altura, y en los que son frecuentes los artesonados mudéjares. Son ejemplos barrocos interesantes el convento de la Merced en Antigua Guatemala (Guatemala) o la fachada retablo de la catedral de Tegucigalpa (Honduras). La sobriedad decorativa es también característica del barroco del siglo XVIII en Cuba, como la antigua iglesia del convento de San Francisco, la fachada de la catedral de La Habana, sobre el antiguo templo de la Compañía, o las cubiertas mudéjares de la iglesia de Santo Domingo de Guanabacoa.
Semejantes características encontramos en Venezuela y Colombia, donde los alardes decorativos se reservan para el interior de los templos. En Ecuador prevalecen las formas mudéjares e italianizantes, como observamos en la iglesia de la Compañía en Quito, cuya fachada, con sus columnas salomónicas, hornacinas y acusadas cornisas, es una de las obras maestras del barroco hispanoamericano del siglo XVIII. En Bolivia destaca la catedral de Sucre, del siglo XVII, y la portada de la iglesia de San Lorenzo en Potosí, del XVIII, con su ornamentación planiforme característica de influencia peruana. La catedral de Potosí también se encuentra en el grupo de las grandes catedrales hispanoamericanas. Del sobrio barroco chileno y argentino del siglo XVIII destacan, como templos más representativos, la iglesia de Santo Domingo, en Santiago de Chile, y la iglesia de San Ignacio, en Buenos Aires.
La fundación en España de la Real Academia de San Carlos en 1783 coincide con el momento de mayor evolución del barroco en México. Esto supondrá en Iberoamérica la vuelta a los modelos clásicos traídos por los arquitectos españoles de la Academia y la consiguiente aparición del neoclasicismo.
En 1787, José Damián Ortiz de Castro impone, frente a la aportación de modelos barrocos de otros arquitectos, su solución neoclásica para terminar la fachada y las torres de la catedral de México. Pero las obras serán acometidas por Manuel Tolsá, quien, llegado al virreinato en 1791, tras la muerte de Ortiz de Castro, remata la fachada y la cúpula del crucero. La obra maestra de Tolsá es la Escuela de Minería, con su orgullosa fachada de marcada impronta neoclásica. Antonio González Velázquez construye la hoy desaparecida plaza Mayor en 1787. Otras obras representativas, todas ellas de comienzos del siglo XIX, son: la iglesia de Loreto, de Ignacio Castera, de planta hexagonal, cúpula y capillas semicirculares; la iglesia del Carmen, en Celaya, de Francisco Tresguerras, una de las grandes figuras del neoclasicismo mexicano; y la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato, de José Alejandro Durán y Villaseñor. El poblano José Manso y Jaramillo y el español Lorenzo de la Hidalga son quizá los exponentes más destacados del neoclásico mexicano de la segunda mitad del siglo XIX.
La ciudad de Guatemala será prácticamente reconstruida según el nuevo estilo tras el terremoto de 1773. Entre los edificios más significativos podemos citar la catedral (1782) y la iglesia de Santo Domingo (1792-1804). La casa de Aldama (1836) es uno de los más interesantes edificios neoclásicos cubanos. En Venezuela son representativas la fachada de la catedral de Valencia y la iglesia de Santa Teresa. En el virreinato de Nueva Granada merecen citarse la iglesia de Chiquinquirá (1796-1823), o la de Zipaquirá (1805), así como la catedral de Bogotá, parcialmente reconstruida a mediados del siglo XX.
Matías Maestro es el principal representante del neoclasicismo peruano. Su obra más relevante es el Colegio de Medicina de San Fernando. La casa de la Moneda, en Santiago de Chile, con su severa fachada de órdenes apilastrados y balaustrada de remate, es uno de los edificios civiles más monumentales de la época construidos en América. En Argentina, el español Felipe Senillosa es una de las figuras más interesantes, con la iglesia de Chascomús (1831). El estilo neoclásico encuentra su máxima expresión en la fachada de la catedral de Buenos Aires (1822), con su impresionante frontón clásico sobre un pórtico de doce columnas corintias que cubre la anchura de las tres naves del templo. Finalmente, mencionaremos la catedral de Montevideo, con órdenes gigantes y frontón curvo de remate en la fachada, que le otorgan una especial belleza.