Grandes inventos: ciencia Arqueología
Templo Mayor de Tenochtitlan
La estructura urbana de Tenochtitlan
tenía su epicentro en el Recinto Ceremonial, entorno al Templo Mayor, del cual
partían las calzadas que se dirigían a Tepeyac, Ixtapalapa, Tacuba, Texcoco y
al acueducto de Chapultepec. Las ruinas del Templo Mayor, en la actual ciudad
de México, la sucesora de Tenochtitlan, salieron a la luz a finales de la
década de 1970 y principios de la siguiente.
Arqueología (del griego archaios,
‘viejo’ o ‘antiguo’, y logos, ‘ciencia’), disciplina que se dedica
al estudio de viejas o antiguas culturas humanas. La mayoría de los arqueólogos
del pasado, que retrotrajeron el origen de su disciplina a los estudios de los
anticuarios, definieron la arqueología como el “estudio sistemático de los
restos materiales de la vida humana ya desaparecida” otros arqueólogos
enfatizaron los aspectos conductistas y definieron la arqueología como “la
reconstrucción de la vida de los pueblos antiguos”. En algunos países,
especialmente en Estados Unidos, la arqueología ha estado considerada siempre
como una subdisciplina de la antropología; mientras que ésta se centraba en el
estudio de las culturas humanas, la arqueología se dedicaba al estudio de las
manifestaciones materiales de dichas culturas. De este modo, en tanto que las
antiguas generaciones de arqueólogos estudiaban un antiguo útil de cerámica
como un elemento cronológico que ayudaría a datar la cultura que era objeto de
estudio, o simplemente como un objeto con un cierto valor estético, los
antropólogos verían el mismo objeto como un instrumento que les serviría para
comprender el pensamiento, los valores y la cultura de quien lo fabricó.
La investigación arqueológica ha
estado vinculada fundamentalmente a la edad de piedra y a la antigüedad; sin
embargo, durante las últimas décadas la metodología arqueológica se ha aplicado
a etapas más recientes, como la edad media o el periodo industrial iniciado a
finales del siglo XVIII y principios del XIX. En la actualidad, los arqueólogos
dedican ocasionalmente su atención a materiales actuales, investigan residuos y
vertederos urbanos, con lo que está naciendo la denominada arqueología
industrial.
La moderna arqueología entra en
relación con otras disciplinas científicas; así, los arqueólogos, para
establecer la cronología, suelen utilizar métodos de datación desarrollados por
otras ciencias: el sistema del carbono 14 (radiocarbono) fue desarrollado por los
físicos nucleares, las técnicas de datación geológica se deben a los geólogos y
las técnicas de estudio de los restos de fauna son obra de los paleontólogos.
Además, para reconstruir antiguas formas de vida, los arqueólogos se sirven de
procedimientos utilizados por la sociología, la demografía, la geografía, la
economía o las ciencias políticas.
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HISTORIA
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La historia de la arqueología
puede dividirse en seis grandes periodos. Durante el primero, que se inicia en
el renacimiento y acaba en el siglo XVIII, los anticuarios coleccionaban obras
de arte y otros objetos, y se establecían postulados poco científicos sobre su
significado, aunque se asumió que los antiguos útiles de piedra eran obra del
hombre. Tres hechos acaecidos en torno a 1800 marcaron el inicio de una nueva
etapa: John Frere descubrió una serie de hachas paleolíticas (más tarde
reconocidas como propias del periodo achelense) en una cantera de Sufolk, en un
depósito intacto que contenía huesos pertenecientes a animales de gran tamaño
ya extinguidos, lo que le permitió atribuir a esos útiles una cronología muy
antigua. En 1807 se fundó el Museo Nacional de Dinamarca y sus piezas fueron
clasificadas por Christian Thomsen, que estableció la clásica división de la
prehistoria en tres periodos: edad de piedra, edad del bronce y edad del
hierro. Más tarde, el erudito francés Jacques Boucher de Crèvecoeur de Perthes
halló y estudió entre las décadas de 1840 y 1850 útiles antiguos de piedra,
asociados con total certeza a restos de animales extinguidos, en los depósitos
de grava del valle francés del Somme; su investigación condujo finalmente a la
aceptación de la existencia de las culturas primitivas.
Todos estos estudios estaban
basados en el trabajo de geólogos de finales del siglo XVIII y principios del
XIX, como Charles Lyell, que había liberado a los estudios geológicos de los
límites de una cronología bíblica que confinaba a la historia en un periodo de
6.000 años, iniciado con la creación divina en el 4004 a.C. Casi de forma simultánea,
el desciframiento de la inscripción jeroglífica en la piedra de Rosetta,
logrado por el egiptólogo francés Jean François Champollion, y de la escritura
cuneiforme persa en la trilingüe inscripción de Behistún por el profesor
británico Henry Creswicke Rawlinson, posibilitaron el estudio de las culturas
bíblicas y las situaron sobre una base histórica sólida.
Hacia 1859 comenzó una
nueva fase, cuando Charles Darwin y Alfred Russell Wallace publicaron sus
teorías sobre la evolución orgánica, con sus obvias implicaciones para la
evolución cultural. Con el paso del tiempo, los estudios iniciados en Francia
desembocarían en la clasificación del paleolítico efectuada por el investigador
Gabriel de Mortillet. Al mismo tiempo se llevaron a cabo excavaciones en el
Oriente Próximo y en las regiones características del mundo clásico; la más
famosa de éstas fue la excavación de Heinrich Schliemann en Troya,
descubrimiento tras el que los arqueólogos estadounidenses iniciaron
investigaciones en la Grecia continental, los franceses en Delfos y los
británicos en Creta y Egipto. Como resultado de las investigaciones en Europa
(trabajos en el norte de Italia y Suiza sobre asentamientos lacustres,
excavaciones y análisis daneses en la zona del Báltico así como los realizados
por Augustus Pitt-Rivers de túmulos, poblados y fortalezas en Gran Bretaña) se
desarrollaron importantes técnicas y métodos arqueológicos. Los arqueólogos
comenzaron a trabajar en América, intentando unos determinar el origen de los
constructores de túmulos, mientras que otros buscaban testimonios del
paleolítico en el Nuevo Mundo.
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NUEVAS TENDENCIAS Y GRANDES
DESCUBRIMIENTOS
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Los primeros años del siglo
XX vieron el nacimiento y el desarrollo de meticulosos estudios
estratigráficos, además de métodos adecuados de excavación y trabajo de campo.
Los pioneros fueron William Matthew Flinders Petrie en Egipto, Robert Koldewey
en Babilonia y Pitt-Rivers en Gran Bretaña. Estas técnicas se llevaron al Nuevo
Mundo desde Europa, en particular por el arqueólogo de origen alemán Max Uhle,
que llevó a cabo excavaciones estratigráficas en yacimientos de grupos
concheros californianos y en Perú, donde estableció la primera cronología
regional.
Durante el periodo de
entreguerras (1919-1939), se realizaron grandes proyectos en el Mediterráneo
oriental y en el Oriente Próximo. Leonard Woolley realizó excavaciones en Ur,
sir Arthur Evans en Cnosos, James Breasted en Meguido, Howard Carter en Egipto
y Claude Schaeffer en Ugarit; algunas de estas excavaciones sacaron a la luz
impresionantes restos. Por lo que respecta a la arqueología en el mundo clásico
(Grecia y Roma), la primera actuación destacada quizá sea la excavación del
ágora de Atenas, realizada por un equipo estadounidense. Al mismo tiempo se
produjeron desarrollos cruciales en la metodología para recuperar información
sobre el pasado; así, se generalizó el uso de la fotografía aérea para
descubrir y estudiar yacimientos, o la palinología para la datación de restos a
través de la vegetación de la antigüedad.
Por último, poco después de
acabada la II Guerra Mundial, la aparición del método de datación del
radiocarbono (o carbono 14), desarrollado por el químico estadounidense Willard
Frank Libby supuso una autentica revolución en el mundo de la arqueología
puesto que, gracias al mismo, fue posible obtener fechas absolutas a partir de
materias orgánicas y de este modo se pudo establecer un cuadro cronológico
firme de la prehistoria.
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LA NUEVA ARQUEOLOGÍA
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La obra Estudio de la
Arqueología (escrita en la década de 1940) del arqueólogo estadounidense
Walter Taylor originó otra revolución, pero en este caso de diferente carácter;
su autor expresaba el descontento que los antropólogos mostraban por la forma
en que se desarrollaba la arqueología estadounidense, y proponía que la
arqueología debería ir más allá de la mera clasificación y análisis de los
objetos encontrados, para intentar conocer a la gente que los hizo; esta
opinión arraigó en muchos jóvenes arqueólogos que intentaron investigar cómo y
por qué se produjeron los cambios culturales, en vez de limitarse a
describirlos y datarlos; éstos consideraban que la finalidad de la arqueología
debía ser la formulación de las leyes del cambio cultural, lo que la
convertiría además en una disciplina científica. En su opinión, la comprensión
de los procesos de cambio cultural en una zona objeto de estudio arqueológico,
proporcionaría unos principios básicos que podrían hacerse extensivos a otras
áreas. El líder de este nuevo movimiento, Lewis R. Binford, trató este tema
hacia 1960, dando inicio a la llamada ‘nueva arqueología’.
Sus características básicas son
el uso explícito de la teoría evolucionista, la utilización de sofisticados
conceptos culturales y ecológicos que en ocasiones requieren una aproximación
interdisciplinar en el trabajo de campo y precisan de la informática para el
análisis de los datos, y el uso de la teoría de sistemas. A pesar de que en las
décadas de 1970 y 1980 ya se hizo evidente que la nueva arqueología había
fracasado en su pretensión de convertir la arqueología en una ciencia
generadora de leyes, no deben minimizarse las aportaciones que la década de
1960 hizo a esta disciplina, facilitando, en gran parte, la estructura de la
arqueología actual.
En la década de 1970,
arqueólogos europeos reconocieron que la cronología de la prehistoria
establecida a partir del carbono 14 era incorrecta, debido a las imperfecciones
del método. Se han propuesto otros sistemas cronológicos que han dado como
resultado no sólo la datación de monumentos concretos sino además (según
palabras del arqueólogo británico Colin Renfrew), “un nuevo enfoque del
desarrollo cultural a lo largo de la prehistoria”. Anteriormente se consideraba
que ciertos logros culturales, como el inicio de la metalurgia, habían sido
irradiados desde un único punto de origen localizado en Oriente Próximo; en la
actualidad se defiende la existencia de numerosos focos de irradiación cultural,
dando lugar a la idea de que el hombre es mucho más innovador de lo que se
creía en un principio.
Durante la década de 1980
y comienzos de la de 1990, los arqueólogos estadounidenses, australianos y
neozelandeses han sido requeridos, de forma incesante, para que adapten sus
estrategias de investigación a los deseos e intereses de los pueblos indígenas,
que no sólo exigen la devolución de ciertos objetos y de restos humanos para
volver a ser inhumados, sino también el respeto de sus valores culturales en
las excavaciones que realizan. La adecuación de las estrategias científicas de
investigación a la sensibilidad de las culturas tradicionales señala una nueva
dirección en la actividad arqueológica y supone un desarrollo que apenas se
contemplaba hace unas décadas, cuando se consideraba que la rígida objetividad
científica dominaría en breve plazo la arqueología.
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MÉTODOS Y TÉCNICAS
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El trabajo del arqueólogo
puede dividirse en sucesivas fases: obtención de datos, descripción de los
mismos, análisis preliminar e interpretación.
5.1
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Obtención de datos
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El trabajo de campo está
precedido por una exhaustiva revisión de la literatura científica existente;
antes de iniciar la excavación se consultan textos antiguos, artículos modernos
y estudios geológicos y medioambientales; luego se realiza un prospección
arqueológica con el fin de localizar los yacimientos que van a proporcionar los
datos, procedimiento que tradicionalmente se ha basado en los hallazgos
casuales y en la investigación histórica. La fotografía aérea es, desde
mediados del siglo XX, un método de reconocimiento adicional muy importante. A
partir de la década de 1970 se han sumado un número notable de nuevas y sofisticadas
técnicas, como el uso del radar para estudiar el subsuelo, de sensores de rayos
infrarrojos, resistencias eléctricas, magnetómetros de protones y sensores
remotos por satélites. Por lo que respecta a la arqueología submarina, la
introducción de un nuevo sonar y de equipos sensores eléctricos ha permitido
mejorar la detección de los restos de barcos hundidos. En el campo de la
arqueología terrestre, el objetivo es localizar yacimientos intactos, con
depósitos estratificados y sus correspondientes materiales. Desde un punto de
vista ideal, la aparición de los materiales en un contexto estratigráfico claro
permite establecer una cronología precisa y reconstruir (teniendo la suficiente
información contextual), todo el sistema cultural en los distintos niveles
históricos; cuanto mejor sea la investigación inicial, más fácil será la
excavación y en general todo el trabajo de campo.
Esta labor preliminar conduce
directamente a una intensa recogida de datos, llevada a cabo principalmente
mediante una excavación realizada de forma sistemática. El objetivo de una
excavación es doble: establecer una cronología y observar el contexto. El viejo
y fiable sistema para establecer la cronología consistía en la excavación de
yacimientos con estratigrafía clara, estableciendo los distintos niveles de
ocupación que se hallaban superpuestos. En la actualidad, se han desarrollado
otros muchos sistemas para obtener una cronología relativa o absoluta. Gracias
a técnicas interdisciplinares es posible conseguir tales datos en cualquier
yacimiento, estratificado o no. La obtención del contexto de los distintos
niveles de ocupación requiere unas cuidadosas técnicas de excavación, prestando
particular atención a la localización de cada artefacto y ecofacto (restos de
antiguos materiales orgánicos); toda esta actividad debe ser complementada con
datos medioambientales obtenidos mediante el uso de técnicas
interdisciplinares, a partir de estudios zoológicos, botánicos, geológicos,
edafológicos y climáticos, con el objetivo de definir el ecosistema y el medio
ambiente donde se va a realizar la excavación.
5.2
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Descripción y análisis preliminares
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Los análisis de laboratorio
y la descripción constituyen normalmente el paso siguiente a la recopilación de
datos, aunque la realización simultánea de todos estos trabajos puede mejorar
en gran medida la excavación. Los análisis preliminares durante la recopilación
de datos pueden revelar huecos en la cronología y en el contexto e indicar
dónde se deberían recoger más datos para completar las lagunas de información.
No obstante, los análisis más importantes tienen lugar más tarde. Al igual que
durante el proceso de recopilación de datos, su finalidad es doble: cronológica
(por la que se establece las fechas absolutas o relativas) y contextual (por la
que los datos son situados en su contexto cultural).
5.3
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Establecimiento de la cronología
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Datación con carbono 14
Todos los organismos vivos absorben
carbono radiactivo, forma inestable de carbono que tiene una vida media de unos
5.730 años. Durante su vida, un organismo renueva de forma continua su
provisión de radiocarbono al respirar y al comer. Tras su muerte, el organismo
se convierte en un fósil y el carbono 14 decae sin ser reemplazado. Para medir
la cantidad de carbono 14 restante en un fósil, los científicos incineran un
fragmento pequeño para convertirlo en gas de dióxido de carbono. Se utilizan
contadores de radiación para detectar los electrones emitidos por el decaimiento
de carbono 14 en nitrógeno. La cantidad de carbono 14 se compara con la de
carbono 12, forma estable del carbono, para determinar la cantidad de
radiocarbono que se ha desintegrado y así datar el fósil.
Aunque el uso de técnicas
interdisciplinares pueda determinar un marco cronométrico ajustado, la
cronología debe estar determinada fundamentalmente por la secuencia de los
objetos procedentes de los distintos niveles estratigráficos excavados. No
obstante, la estratigrafía no es el único medio para determinar la cronología
relativa. La datación de los objetos según la fecha de su estrato geológico,
según su asociación a restos fósiles de animales o de polen, o por su relación
con otros objetos datables, constituyen otros sistemas para establecer la
cronología relativa. Desde luego, en ciertas ocasiones es posible obtener una
cronología absoluta gracias al uso del carbono 14, de la dendrocronología
(sistema de datación basado en las capas de los troncos de los árboles), de la
termoluminiscencia, o del arqueomagnetismo. En la actualidad se utilizan el
espectrómetro de masas, el acelerador de partículas y otros métodos
radiométricos para datar los objetos encontrados.
5.4
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Establecimiento de los contextos
culturales
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Una vez fijada la cronología
se procede al estudio analítico del contexto cultural y medioambiental, un
proceso más complicado cuya finalidad es reconstruir los sistemas culturales y
ecológicos. Cada artefacto es considerado, desde este punto de vista, no como
un elemento cronológico sino más bien como resultado de la actividad humana en
el tiempo en que fue fabricado. La ubicación física de un artefacto puede ser
determinada por medios relativamente simples, como una excavación cuidadosa,
pero determinar con exactitud qué actividad lo produjo y como esa actividad
encaja en la antigua cultura de su hacedor es a veces problemático. La
obtención de datos interdisciplinares pueden revelar dónde y en qué parte del
ecosistema se localizaron las materias primas del artefacto y, lo que es más
importante, pueden establecer una relación entre la cultura y el medio
ambiente. Restos de desechos (por ejemplo huesos y restos de plantas)
proporcionan información sobre la forma de vida de quién los tiró, sobre los
elementos del ecosistema, sobre la estacionalidad de los patrones de
asentamiento o sobre las relaciones comerciales. Las formas de enterramiento y
los ajuares de las tumbas aportan mucha información sobre el pasado,
particularmente en aspectos como la concepción de la realeza, la jerarquía, el
rango social o las prácticas religiosas; cada objeto refleja las actividades
realizadas en el periodo en que los hombres ocuparon el yacimiento.
5.5
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Interpretación
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Con toda esta información,
el arqueólogo intenta sintetizar las cronologías regionales en una secuencia de
culturas y ecosistemas de áreas más amplias o de regiones relacionadas entre
sí. Esto conlleva idealmente la descripción dinámica de los procesos que pueden
ser analizados para determinar las causas del cambio cultural, es decir, no
sólo cómo suceden los cambios, sino también por qué se producen.
6
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EL REGISTRO ARQUEOLÓGICO
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Arqueología de campo
La arqueología es una ciencia que
requiere minuciosidad. Las excavaciones se realizan metódicamente para evitar
la pérdida o destrucción accidental de hallazgos valiosos. Esta fotografía
muestra a un grupo de arqueólogos que examinan los restos de un esqueleto en
una tumba encontrada en el País Vasco (norte de España).
A continuación se presentan
algunas de las conclusiones a que han llegado los arqueólogos al estudiar el
pasado del hombre y se describen algunos de los yacimientos y objetos más
importantes descubiertos en los dos últimos siglos.
6.1
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El Oriente Próximo
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Ya desde los comienzos de
la investigación arqueológica realizada de una forma sistemática, el Oriente
Próximo (de Mesopotamia a Egipto, desde los tiempos más antiguos hasta la época
islámica) ha constituido una de las principales zonas de investigación y quizás
sea la región donde se han producido los descubrimientos más espectaculares.
6.1.1
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Mesopotamia
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La investigación arqueológica en
Mesopotamia comenzó con los trabajos que realizó C. James Rich en Babilonia y
Nínive. Guiado por sus informes, el cónsul francés Paul Émile Botta inició las
excavaciones en las ruinas de Nínive y en Jursabad (Jorsabad) entre los años
1843 y 1845. Dos años más tarde, el viajero británico Austin H. Layard siguió
los mismos pasos en Nínive y en Nimrud (la antigua Calach). Ambos fueron
apoyados por sus respectivos gobiernos. Henry C. Rawlinson, Edward Hincks y
otros eruditos, apoyándose en el desciframiento de la escritura cuneiforme
persa por el primero de ellos, tradujeron la escritura cuneiforme
asirio-babilónica, con lo que pudieron leerse los textos grabados en piedra y
en cientos de tablillas de arcilla halladas en Nínive, y reconstruir la
historia de los distintos reinos. Los grandes palacios, con numerosísimos
relieves esculpidos, demostraban el poder de los reyes asirios, sólo conocido
antes por referencias bíblicas y de textos griegos. Las excavaciones en los
palacios asirios han continuado de forma esporádica hasta el presente.
Doce campañas de excavaciones
arqueológicas británicas entre 1949 y 1963 en Nimrud han sacado a la luz
cientos de placas de marfil bellamente grabadas (decoración de mobiliario),
botín de los ejércitos asirios. Un equipo alemán excavó (1903-1913) las ruinas
de Assur, capital del Imperio asirio; con gran habilidad fueron desenterrados
los vestigios de templos y palacios construidos con adobes y fechados desde el
III milenio a.C. hasta el siglo III d.C. Esas estructuras mostraron la cultura
de la antigua Asiria y su dependencia de Babilonia; además, las numerosas
inscripciones proporcionaron una importante información histórica. Un poco más
al sur, otra misión arqueológica alemana, dirigida por Robert Koldewey, trabajó
desde 1899 hasta 1914 en Babilonia y desveló la planta de la ciudad en su
apogeo, es decir, durante el reinado de Nabucodonosor II; la Puerta de Istar,
recubierta de azulejos con motivos animalísticos en relieve, el templo de
Marduk, el palacio real, la muralla de la ciudad y un puente que en su día
cruzaba el Éufrates fueron los principales hallazgos.
En 1877, el cónsul francés
Ernest de Sarzac descubrió en la ciudad de Lagash (la actual Tell al-Hiba, en
Irak) una serie de magníficas estatuas del gobernante sumerio Gudea
(c. 2144 a.C.-2124 a.C.), lo que proporcionó importantes pistas
sobre el elevado nivel cultural que allí floreció hacia el 2130 a.C. y
aumentó el interés por Sumer y su civilización. Una expedición estadounidense
inició su trabajo en Nippur en 1887 y encontró miles de tablillas en escritura
cuneiforme, con notables composiciones literarias en sumerio. La labor de
Leonard Woolley en Ur, entre 1922 y 1934, permitió descubrir las tumbas de los
reyes sumerios (c. 2500 a.C.) con espléndidos ajuares y unas casas
bien construidas (c. 1800 a.C.). El arqueólogo francés André Parrot
excavó en Mari (actual Tell Hariri), en el Éufrates medio, un gran palacio
datado hacia el 1800 a.C. que además de una serie de edificios, trajo a la
luz diversas esculturas del III milenio a.C. Los hallazgos alemanes en Uruk
(actual Warka) desde 1928, han demostrado la gran capacidad técnica de
arquitectos y artesanos del IV milenio a.C. También han permitido la obtención
de los textos escritos conocidos más antiguos. El trabajo ininterrumpido desde
la II Guerra Mundial ha ampliado el conocimiento de todos los periodos,
especialmente de los más antiguos (c. 6000-3000 a.C.),
correspondientes a los primeros asentamientos en Babilonia.
La investigación sobre los
vestigios de los imperios de los partos y de los reyes Sasánidas
(c. 250 a.C.-650 d.C.) han descubierto edificios palaciegos y
templos en Hatra, Ctesifonte y Kis (todas ellas en Irak). Se han excavado, o al
menos prospectado, yacimientos islámicos como Sāmarrā y Wasit; también se han
restaurado los restos arquitectónicos que permanecen en pie.
6.1.2
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Egipto
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Máscara funeraria de Tut Anj Amón
La máscara del faraón egipcio Tut Anj
Amón, que data de alrededor del 1325 a.C., está realizada en oro con
incrustaciones de lapislázuli y cornalina. Procede del sarcófago donde se
encontraba la momia, dentro de la tumba del faraón. Mide 54 cm de largo.
El conocimiento exhaustivo del
antiguo Egipto comenzó cuando Napoleón I Bonaparte llevó consigo científicos
para estudiar el país durante la campaña de 1798. El descubrimiento de la
piedra de Rosetta (un bloque de basalto, ahora en el Museo Británico), que
presentaba una inscripción en escritura jeroglífica, demótica y griega,
permitió a Jean François Champollion descifrar en 1822 los jeroglíficos
egipcios y a partir de ese momento se pudieron leer las inscripciones de los
monumentos. Karl R. Lepsius y otros investigadores comenzaron a estudiar los
monumentos que aún permanecían en pie, trabajos que continúan siendo valiosos
hoy día porque muchos de estos monumentos han sufrido daños o han sido
destruidos. Al mismo tiempo, la expoliación a gran escala de objetos para
colecciones particulares o públicas han originado la pérdida de mucha
información. En 1858 se fundó el Museo Nacional de Egipto en El Cairo y se fue
controlando progresivamente el saqueo de los yacimientos. Finalmente, en 1880,
Flinders Petrie comenzó las excavaciones sistemáticas e interpretó sus
hallazgos de forma más metódica.
La investigación en el sur
del país, desde la década de 1960, ha localizado yacimientos donde las
poblaciones del paleolítico superior cultivaron cebada en los primeros intentos
de aprovechar los ricos suelos de la cuenca del río Nilo. Más tarde, las
culturas neolíticas iniciaron la auténtica agricultura, la producción de
cerámica y de tejidos, que culminó en la cultura tasiense (del yacimiento
arqueológico de Tasa), que en su fase final se mezcla con el inicio de la
metalurgia de la cultura badariense (del yacimiento de Badari), momento en que
se utilizó por primera vez el cobre. También aparece en Egipto una cerámica de
superficie pulida de color rojo con su borde superior en negro. El hallazgo
entre 1894 y 1895 de 3.000 tumbas en Nayada (Nagada) realizado por Petrie permitió
conocer el periodo inmediatamente anterior al inicio de la etapa histórica
egipcia (c. 3400 a.C.); estudios posteriores han diferenciado la
cultura del sur de Egipto de la del norte, donde las influencias asiáticas
occidentales fomentaron el progreso de la cerámica (pintada con
representaciones de figuras humanas y de barcas) y de la metalurgia.
Según la tradición, el rey
Narmer (quizás al que denominaron Menes los griegos) unificó el Alto y el Bajo
Egipto al comienzo del periodo dinástico (c. 3100 a.C.). Una serie de
paletas de pizarra de cosméticos de esa época representan escenas grabadas de
batallas y de caza; la más importante es la denominada paleta del rey Narmer
(c. 3100 a.C.). Grabados similares en cabezas de mazas y en asas, de
piedra o marfil, revelan contactos con otras culturas del Oriente Próximo; los
textos jeroglíficos conocidos más antiguos proceden de esta época. La historia
más lejana del norte de Egipto era virtualmente desconocida hasta que recientes
excavaciones han revelado testimonios de los periodos predinástico y dinástico.
Con la aparición de poderosas familias de gobernantes, surgen las primeras
tumbas egipcias con ricos ajuares. Las necrópolis de Nayada, Abidos y Saqqara
suministran testimonios considerables sobre la historia y cultura de esta
época. Las grandes pirámides escalonadas (mastabas) de Saqqara son los
antecesores de las grandes pirámides posteriores, como la de Keops en Gizeh,
que se construyen en bloques uniformes. A pesar de haber sido saqueadas a lo
largo del tiempo, las pirámides hablan de la habilidad de los canteros y de la
maestría de los ingenieros para desplazar esos bloques en época tan remota. El
mobiliario funerario de madera con planchas de oro de la reina Heteferes
(c. 2600 a.C.), enterrada de nuevo tras haber sido saqueada su tumba,
fue brillantemente restaurado a partir de una masa de fragmentos por George A.
Reisner, de la Universidad de Harvard, entre 1924 y 1927. El rey Mikerinos
(Micerinos) es conocido por su bella estatua, hallada por Reisner, que en la
actualidad se conserva en el Museo de Bellas Artes de Boston.
Piedra de Rosetta
La piedra de Rosetta, descubierta cerca
de Rosetta (Egipto) en 1799, proporcionó la clave que permitió descifrar la
escritura jeroglífica egipcia. El texto, un elogio de Tolomeo V, estaba escrito
en caracteres jeroglíficos, en demótico y en griego. La versión griega permitió
a Jean François Champollion descifrar la escritura egipcia. Este hallazgo
representó una aportación fundamental para la arqueología egipcia.
Hasta hace poco, la arqueología
egipcia se centraba en las tumbas y en los templos, puesto que los antiguos
poblados continúan habitados. Por lo general, se hallan situados en las tierras
húmedas del valle del Nilo, donde los materiales perecederos no se conservan;
los enterramientos se realizaron en el desierto, cuyo ambiente seco ha
conservado los restos y materiales orgánicos. Los útiles de madera usados en
las actividades domésticas y depositados en las tumbas, las pinturas y grabados
murales y los objetos enterrados con el cadáver nos han proporcionado una visión
más completa de la vida en el antiguo Egipto que en cualquier otra
civilización. La tumba de Tut Anj Amón (reinó en 1334 a.C.-1325 a.C.)
destacó por la riqueza del ajuar hallado; la mayor parte de éste se exhibe en
el Museo Nacional Egipcio en El Cairo. Cientos de tumbas desde la
I Dinastía han mostrado las formas de vida de los distintos grupos
sociales.
Próximo a los sepulcros
reales del Valle de los Reyes se encuentra un poblado completo donde vivieron
generaciones de constructores de tumbas y artesanos. Ha sido excavado de forma
científica y sus casas complementan el material hallado en las tumbas, se han
encontrado numerosas notas garabateadas en trozos de cerámica o lascas de
piedra que identifican a algunos de los obreros y sus casas, proporcionándonos
datos sobre su trabajo, alimentación y creencias.
Nefertiti
Los estudios arqueológicos sobre el
antiguo Egipto disponen de una excelente fuente de información gracias al gran
número de objetos y documentos que se conservan. Los retratos encontrados,
tales como el de Nefertiti, esposa de Ajnatón, hacen más tangible un periodo
fascinante de la historia de la civilización.
Las creencias religiosas
monoteístas de Ajnatón (Amenofis IV), le hicieron fijar una nueva capital en
Ajtatón (ahora Tell el-Amarna). El hallazgo casual en 1887 de unas 400
tablillas de arcilla con escritura cuneiforme llamaron la atención sobre el
lugar; estas tablillas constituían la correspondencia mantenida entre los
principales estados del Oriente Próximo desde el 1375 a.C. hasta el
1330 a.C. La excavación de la ciudad ha sacado a la luz casas de obreros,
además de ricas villas. El arte de este periodo está caracterizado por un
naturalismo inusual en el Egipto faraónico, como ilustra el exquisito busto de
Nefertiti, la reina principal de Ajnatón IV.
Los estudios de los grandes
templos de Karnak y Luxor han desvelado las distintas fases de construcción de
los mismos, y con frecuencia han conducido a la recuperación de bloques
esculpidos reutilizados, lo que supone un autentico enigma para los actuales
estudiosos, especialmente en la zona del delta del Nilo. Ramsés II y sus
sucesores vivieron en Pi-Ramsés, situada en el Delta. Al principio, los
arqueólogos buscaron la ciudad en Pelusio (Pelusa) y más tarde en Tanis, donde
la abundancia de bloques de piedra labrados con el nombre de Ramsés sugería que
la ciudad había estado allí. Esos bloques fueron transportados a Tanis en el
periodo que abarca desde la XI Dinastía hasta el siglo VIII a.C., periodo en el
que esta ciudad fue la capital de Egipto. La moderna investigación sugiere que
las piedras de Ramsés II proceden de Qantir, 29 kilómetros al sur de Tanis,
donde Ramsés tuvo con certeza un palacio; de hecho Qantir ha sido identificado
con Pi-Ramsés.
Los arqueólogos han detectado
contactos comerciales entre el mar Egeo y Egipto desde el siglo XV hasta el
XIII a.C. La asociación de cerámica micénica con tumbas de reyes egipcios
conocidos es vital para el estudio de los inicios de la arqueología griega,
aunque no del todo satisfactoria. Comerciantes, mercenarios e incluso viajeros
griegos estuvieron en Egipto desde el siglo VII a.C., y dejaron testimonios de
su presencia. Al conquistar Alejandro Magno Egipto, la lengua griega comenzó a
sustituir a la egipcia. Se han encontrado miles de papiros en las ciudades de
la región de Fayum, cerca de El Cairo, abandonadas cuando el sistema de
regadíos dejó de funcionar; en otros yacimientos se han encontrado miles más.
Estos papiros recogen todos los aspectos de la vida con sorprendente detalle y
además constituyen las copias más antiguas de muchos libros griegos y del Nuevo
Testamento.
6.1.3
|
Siria y Palestina
|
Biblos
Cerca de la actual capital de Líbano,
Beirut, se encuentran las ruinas de la que fuera la principal ciudad fenicia,
Biblos, un destacado puerto marítimo durante el siglo II a.C., en la orilla del
Mediterráneo, y uno de los ejemplos de urbanismo más antiguo. Su nombre,
aplicado por los griegos al papiro que importaban desde la ciudad, es el origen
de la palabra Biblia. Aquí podemos apreciar los vestigios del templo de Biblos.
Los descubrimientos en Siria y
Palestina son de particular importancia para el estudio de los inicios de la
vida sedentaria y, particularmente, por estar asociados a toda una rama del
estudio histórico que es conocida como arqueología bíblica. Se han encontrado
cuevas mesolíticas y yacimientos en terrazas pertenecientes a la cultura
natufiense (c. 10.800-8500 a.C.) en Monte Carmelo, excavados por la
arqueóloga británica Dorothy Garrod entre los años 1929 y 1934 y también en el
desierto de Judea. Los restos de casas en el valle del Alto Jordán y de
estructuras en Jericó son otros ejemplos de grupos natufienses. Durante la
transición del mesolítico al neolítico surgieron varias comunidades agrícolas,
como la de Mureybat en el Éufrates medio, yacimiento excavado a mediados de la
década de 1960 y en los primeros años de la de 1970. En algunos yacimientos
neolíticos donde no se fabricaba aún cerámica utilitaria, se enterraron bajo el
suelo de las casas mascarillas de barro, modeladas con delicadeza sobre los
cráneos de los difuntos. Una vez que el uso de la cerámica se extendió durante
el neolítico (c. 6000-4000 a.C.), llegaron una serie de estímulos
culturales procedentes del norte, situación que continuó en los inicios del
calcolítico, representado en Palestina por los yacimientos de Gasul, en el
valle del Jordán, y otros próximos a Beersheva. Se han descubierto ciudades con
cierta planificación, fechadas en el bronce antiguo
(c. 3200-2200 a.C.) en Biblos, Tell el-Farah y Jericó, en Palestina.
Todas estas ciudades estaban amuralladas y contaban con torres cuadradas o
semicirculares muy cercanas unas de otras; el magnífico palacio de adobe de
Ebla data de finales de este periodo. Los archivos reales, con sus documentos
escritos en una lengua semítica y cuneiforme sumerio, sobre tablillas de
arcilla, iluminan brillantemente la historia de Siria desde el año 2500 hasta
el 2200 a.C. aproximadamente. Los sellos cilíndricos y diversos objetos
tallados en piedra, concha o madera, atestiguan el alto nivel de la producción
artística en Ebla.
Tras una etapa de declive,
asociada por muchos investigadores a los movimientos de los amorreos, las
ciudades de la zona volvieron a florecer desde el 1900 hasta el 1200 a.C.
Las excavaciones francesas en Ugarit (en la costa siria), realizadas desde
1929, han aportado un buen ejemplo de una gran ciudad cananea. Aquí, las cerámicas
chipriota, cretense y griega demuestran la existencia de un comercio marítimo
hacia el oeste, y han aparecido otros objetos que indican relaciones con Egipto
y Babilonia. Los escribas utilizaron papiros en jeroglíficos egipcios,
babilonio (un dialecto del acadio), y lo hicieron en cuneiforme hurrita sobre
tablillas de arcilla. Para escribir en su propia lengua, el ugarítico, usaban
(c. 1400 a.C.) una escritura alfabética de 30 signos que está
considerada como el primer alfabeto, en el que se escribieron documentos de
toda clase, también mitos sobre sus dioses que nos dan una imagen única de la
religión cananea.
Palmira (Siria)
Las ruinas que aparecen en primer plano
en la fotografía pertenecen a la antigua ciudad siria de Palmira y datan del
siglo II. Al fondo, se puede observar el castillo árabe, muy posterior (siglo
XVIII), que domina el conjunto.
Los edificios incendiados y
arrasados testimonian la violenta destrucción de Ugarit y otras ciudades del
bronce final a principios del siglo XII a.C., llevada a cabo por los invasores
conocidos en los documentos egipcios con el nombre de los ‘pueblos del mar’,
entre los que se encontraban los filisteos y otros pueblos. La edad del hierro
ha sido estudiada de forma mucho más intensiva en Palestina que en Siria; en el
río Orontes, una expedición danesa descubrió entre los años 1931 y 1938 una
ciudadela cuyos edificios habían sido destruidos por tropas asirias en el
720 a.C. así como piedras y marfiles con grabados. Más al norte, las
excavaciones dirigidas por el Museo Británico en Karkemish, en la frontera sirio-turca,
desenterraron estelas de piedra y una estatua de estilo neohitita probablemente
esculpida en el siglo IX a.C.
Todavía permanecen en pie
algunos edificios monumentales de los periodos helenístico y romano en Siria y
Palestina que han llamado durante mucho tiempo la atención de los
investigadores. En Petra (Jordania), capital de los nabateos, las tumbas
excavadas en la roca muestran una mezcla de motivos orientales y griegos; otros
ejemplos de esta fusión de estilos pueden ser observados en Palmira, ciudad
comercial situada en Siria, donde se han llevado a cabo extensas excavaciones y
en donde es evidente la planificación urbana siguiendo criterios romanos, como
en muchas otras ciudades de la región. Los edificios datados en el Bajo
Imperio, las iglesias bizantinas, las sinagogas y los posteriores edificios
islámicos a veces están adornados con mosaicos en sus suelos. La Gran Mezquita
de Damasco está erigida en el lugar de un antiguo templo romano, que luego fue
una catedral cristiana; su patio está decorado con exquisitos mosaicos que
representan jardines y edificios al lado de un río. Los primeros gobernantes
musulmanes aprovecharon la destreza de los artesanos locales, como demuestran
los mosaicos y el trabajo en piedra de la villa Omeya (c. 740 d.C.)
de Qirbert al-Mafjar, cerca de Jericó; otras villas y fortalezas en el desierto
sirio son ejemplos de los conocimientos existentes en los inicios de la
arquitectura islámica.
Varias instituciones gubernamentales
de Siria, Líbano, Jordania e Israel patrocinan excavaciones realizadas con
personal propio o por cualificadas misiones arqueológicas extranjeras; las
excavaciones están proporcionando continuamente nuevos hallazgos.
6.1.4
|
Otras zonas del Oriente Próximo
|
Tesoro de Troya
La exploración realizada por Heinrich
Schliemann en la antigua ciudad de Troya, en las décadas de 1870 y 1880, es una
de las excavaciones más interesantes de las emprendidas hasta el momento.
Turquía fue escenario de una de
las más famosas excavaciones en los comienzos de la arqueología, cuando
Heinrich Schliemann trabajó en Troya. La joyería de oro encontrada por aquél y
las placas de oro halladas en tumbas de Alaca prueban la gran habilidad de los
habitantes de Anatolia durante la edad del bronce antiguo. Las observaciones
realizadas por viajeros condujeron al descubrimiento de Hattusa (ahora
Bogazköy, al este de Ankara), capital del Imperio hitita
(c. 1800-1200 a.C.). Arqueólogos alemanes comenzaron a excavar allí
en 1906 y los trabajos continúan aún. En el interior de la ciudad, fuertemente
amurallada, hay complejos palaciegos y templos, en algunos de los cuales han
aparecido cientos de tablillas de arcilla con textos escritos en lengua hitita.
Más antigua que Troya es
Çatal Höyük, excavada entre 1961 y 1965. En este lugar, habitado por una
comunidad agrícola y ganadera, se creó durante el mesolítico y neolítico un
poblado formado por pequeñas casas, muy estrechamente unidas, a las que se accedía
por el techo; algunos pequeños santuarios estaban adornados con relieves que
representan a la diosa madre, figuras animalísticas y pinturas murales de
escenas de cacería. Todos estos descubrimientos, favorecidos por nuevas
técnicas para recuperar restos de plantas, han iniciado una nueva fase en el
conocimiento de los primeros asentamientos humanos en Anatolia.
La península Arábiga, desde el
punto de vista arqueológico, la zona peor conocida de la región. Se han
recogido útiles de piedra del paleolítico en diversos lugares, pero apenas han
sido hallados materiales que antecedan a la cerámica del tipo ubaidí (de
El-Obeid) mesopotámico (c. 4000 a.C.). Hay un intervalo de unos 3.000
años antes de la siguiente etapa documentada, en la que las ciudades del suroeste
se enriquecieron gracias al comercio de incienso. Las excavaciones en Adén y
Yemen han desvelado templos construidos en piedra, inscripciones propias del
sur de Arabia y objetos de metal que indican la existencia de relaciones
comerciales con Roma y la India.
6.2
|
Europa
|
La secuencia de los periodos
correspondientes al neolítico, calcolítico (edad del cobre), edad del bronce y
a la edad del hierro describe la evolución de la civilización europea sobre la base
del material más empleado en la fabricación de útiles; esta evolución se
produjo con un ritmo más rápido y bajo circunstancias diferentes tanto en la
zona del mar Egeo como en la Grecia continental. La historia de esta zona
aporta fechas correlativas para el resto de Europa, donde la edad del bronce
duró desde el 2000 hasta el 700 a.C. aproximadamente.
Por lo general, la práctica
de la arqueología en Europa ha crecido de forma evidente en la última
generación. Cientos de investigadores de países de todo el mundo trabajan en
disciplinas que hoy son fundamentales para la arqueología.
6.2.1
|
Grecia
|
Teatro griego de Siracusa
Testimonio imponente de la arquitectura
griega del siglo II a.C., el teatro de la ciudad italiana de Siracusa fue
excavado en la roca aprovechando la pendiente natural de una colina. Era capaz
de albergar en su origen a 15.000 espectadores, y en la actualidad acoge,
durante el verano, una serie de manifestaciones culturales que incluyen
representaciones de tragedias y comedias de autores clásicos griegos y romanos.
La urbe de Siracusa es la capital de la provincia del mismo nombre y está
situada en la costa suroriental de la isla de Sicilia, de la cual fue la mayor
y más importante ciudad durante la edad antigua.
La arqueología de Grecia
comprende el estudio de la edad del bronce centrada en la denominada
civilización del Egeo, que protagonizaron las culturas minoica y micénica, al
final de la cual se desarrolló en Grecia la edad del hierro. El estudio de la
arqueología griega durante la edad del hierro está dividido en cinco periodos:
protogeométrico (c. 1050-900 a.C.); geométrico
(c. 900-700 a.C.); periodo arcaico (c. 700-500 a.C.),
denominado así por el estilo artístico que se desarrolla; periodo clásico
(c. 500-330 a.C.), etapa que vio destacables logros en el arte, la
arquitectura y en la literatura, convirtiéndose en un punto de referencia
clásico para muchas civilizaciones posteriores; y, por último, el periodo
helenístico (c. 330-50 a.C.), en el que la cultura griega se difundió
a lo largo de gran parte del Mediterráneo central y oriental, en una expansión
iniciada por las campañas de Alejandro Magno y continuada por sus sucesores.
Durante todos estos periodos, que abarcan unos 1.000 años, la civilización
griega desarrolló formas artísticas, arquitectónicas, literarias y políticas que
han tenido un impacto muy duradero, especialmente en la cultura occidental.
Los periodos protogeométrico y
geométrico se desarrollaron en Grecia continental y en la costa jónica de Asia
Menor. A finales del geométrico y durante gran parte del periodo arcaico, las
ciudades-estado griegas, incitadas por el crecimiento de las actividades
comerciales y quizá por un notable crecimiento demográfico fundaron colonias en
Sicilia, en el sur de Italia (que fue conocido en la antigüedad como Magna
Grecia) y en la zona del mar Negro. Los arqueólogos han podido establecer la
cronología de todo este periodo al relacionar las fechas de fundación de esas
colonias en las fuentes literarias antiguas con los materiales hallados en las
excavaciones, particularmente en Sicilia y en la Magna Grecia. Las cronologías
del periodo clásico y posteriores tienen un respaldo mayor en las fuentes
literarias ya que éstas son más numerosas. Mientras que el centro de la cultura
griega arcaica y clásica se localiza en Grecia continental, principalmente en
ciudades como Atenas, Esparta y Corinto, el periodo helenístico cuenta con sus
centros más importantes hacia el este y el oeste, en ciudades como Éfeso (en la
costa de Asia Menor), Alejandría (Egipto), Siracusa (Sicilia) y la propia Roma.
Ruinas de Delfos
La antigua ciudad griega de Delfos,
situada en la región de Fócida, fue el emplazamiento del famoso oráculo del
dios Apolo. La fotografía que aparece aquí corresponde a los restos del tholos
que data del primer cuarto del siglo IV a.C. y se encuentra en el interior del
recinto del santuario de Atenea Pronaia. Todavía se contemplan tres de las
veinte columnas que componían su peristilo dórico, las cuales soportan parte
del friso y la cornisa que coronaban el edificio.
Recientes excavaciones en la isla de
Creta han aportado un amplio testimonio material de los inicios de la edad del
hierro que, en ausencia de documentos escritos, ha sido denominada en ocasiones
como la ‘edad oscura’. Estas investigaciones, así como las realizadas en otros
yacimientos prehistóricos y clásicos a lo largo del Mediterráneo han estado
favorecidas por el desarrollo y aplicación de amplios estudios topográficos, de
análisis palinológicos (estudio de restos de polen) y arqueozoológicos (estudio
de los restos de animales).
Las excavaciones en Sicilia,
particularmente en su costa oriental, y en Italia (desde el sur de Nápoles) han
sacado a la luz cerámica y otros objetos que muestran claras relaciones con la
Grecia continental desde finales de la edad del hierro en adelante; es
especialmente abundante la cerámica de Corinto y Atenas, muy apreciadas en el
comercio. La ciudad de Atenas en particular sobresale en el conocimiento que se
tiene de la Grecia continental, puesto que sus ciudadanos han legado un copioso
número de textos escritos en miles de inscripciones, libros y obras que han
pervivido a lo largo de los años. Atenas ha sido también el centro de la
investigación arqueológica desde hace siglo y medio, cuando fue nombrada
capital de la moderna Grecia en 1834. El trabajo de los arqueólogos ha
permitido conocer una cantidad ingente de objetos: esculturas, figurillas,
cerámica, joyas, monedas y utensilios de la vida cotidiana, además de restos
arquitectónicos que ilustran la civilización ateniense con gran detalle. Se han
efectuado otras investigaciones en varios centros griegos, entre ellos Corinto
y Esparta, dos de las más poderosas ciudades-estado, y los grandes santuarios
(o lugares sagrados) de Olimpia y Delfos, excavados desde finales del siglo XIX
por misiones alemanas y francesas respectivamente. Las recientes excavaciones,
realizadas por arqueólogos griegos en el norte de Grecia, especialmente en las
enormes necrópolis en las ciudades de Vergina y Pella, han aportado información
novedosa sobre el nacimiento del reino de Macedonia, cuyos reyes Filipo y su hijo
Alejandro expandieron la civilización helénica a lo largo del Mediterráneo
oriental y el norte de la India. Véase también Arte y arquitectura de
Grecia; Periodo helenístico.
6.2.2
|
Roma
|
La arqueología de Roma ha
sido dividida en diversas fases: la edad de hierro, que abarca casi el mismo
lapso cronológico que en el mundo griego; el periodo arcaico, en el que Roma
estuvo gobernada por una serie de reyes; la República y, por último, el
Imperio. El periodo arcaico acabó a finales del siglo VI a.C. (según la
tradición en el 509 a.C.), cuando la monarquía dio paso a la República. El
final de la República y el inicio del Imperio se fechan, de forma convencional,
en el 31 a.C., con la victoria total de Octavio (el futuro emperador Augusto)
sobre sus rivales y la acumulación del poder en manos de una sola persona.
Durante siglos las enormes
ruinas de la Roma imperial y la inmensa cantidad de textos escritos centraron
la atención de los arqueólogos sobre la historia tardía de Roma, pero las
investigaciones llevadas a cabo en el siglo XX han sacado a la luz numerosos
restos arqueológicos de la edad de hierro y de la época republicana. Las
excavaciones en la colina Palatino (una de las siete colinas de Roma) han
mostrado un modesto poblado de la edad del hierro caracterizado por una serie
de casas simples, similares a cabañas. La arqueología también ha desvelado el
proceso por el cual este poblado y los otros cercanos se unieron para formar
una ciudad que, con el paso del tiempo, reemplazó el dominio etrusco sobre
Italia central. Durante este periodo, equivalente al periodo arcaico griego, se
desarrolló en Roma una arquitectura monumental y la fase inicial de un área
urbana central planificada, en la que había un sofisticado sistema de drenaje.
Durante el periodo de la
República, Roma sometió toda Italia y Sicilia, y gradualmente expandió su
dominio durante la época helenística hacia el Mediterráneo oriental. La
arqueología ha trazado el crecimiento de Roma siguiendo la construcción de
monumentos en la ciudad, donde la mezcla de las formas locales con las
adoptadas del mundo griego originaron un estilo arquitectónico propio que hace
su aparición en esta época. Una de las mayores contribuciones de Roma a la
arquitectura fue el uso de un material similar al hormigón, que liberó a los
arquitectos de las restricciones impuestas por el rectilíneo sistema
adintelado, al permitirles construir estructuras abovedadas como la cúpula del
Panteón.
Quizá el más importante y
completo testimonio arqueológico de finales de la República y comienzos del
Imperio procede de las ciudades sepultadas de Pompeya y Herculano, al sur de
Nápoles; destruidas por la erupción del Vesubio entre el 24 y el 25 de agosto
del 79 d.C. y enterradas por materiales volcánicos, estas ciudades fueron
descubiertas en el siglo XVIII por medio de excavaciones que aún hoy continúan
realizándose aunque de forma más meticulosa que hace 200 años. Ambas ciudades
han ofrecido un testimonio de gran valor sobre todos los aspectos de la vida,
no sólo en estas ciudades de provincia sino también de la misma capital. Las
pinturas murales de Pompeya, de gran importancia para la historia del arte, han
servido a los arqueólogos para establecer la clasificación y cronología de la
pintura romana de finales de la República y comienzos del Imperio.
El emperador Augusto y sus
sucesores continuaron extendiendo las fronteras del Imperio romano, que, con el
paso del tiempo, abarcaría casi todo el territorio comprendido desde las islas
Británicas hasta el mar Caspio. Las legiones romanas construyeron nuevas
ciudades en todos los rincones del Imperio. La investigación arqueológica de
muchas de ellas ha revelado una sorprendente uniformidad en su planificación, a
pesar de las variaciones locales. Basada en un sistema reticulado, la ciudad
tipo romana presenta un centro oficial que comprende la basílica (edificio
rectangular para el desarrollo de múltiples actividades), templos sobre un
podio elevado, termas de gran tamaño, gimnasios, estadios, teatros,
bibliotecas, mercados al aire libre y cubiertos, y, en muchos casos, sistemas
de conducción de agua y de alcantarillado por medio de cloacas; junto a estas
características generales existen fuertes elementos de carácter local. Las
excavaciones en estas ciudades han aportado información sobre la vida y
sociedad hasta los inicios de la edad media. Véase también Urbanismo;
Foro romano; Arte y arquitectura de Roma.
6.2.3
|
Otras zonas europeas
|
Yacimiento de Los Millares
El principal yacimiento de la cultura de
Los Millares (c. 2500-1900 a.C.) se encuentra en la provincia española de
Almería. Dicha cultura fue erróneamente asociada, durante años, a las
colonizaciones provenientes del Mediterráneo oriental.
El neolítico y el calcolítico
son los periodos en que se introdujeron la agricultura y ganadería en Europa,
que más tarde, se adaptaron al clima templado de la Europa transalpina. Como en
Grecia e Italia, la edad del bronce constituyó en el resto de Europa la fase de
formación de la que emergerían los patrones de posteriores y más diversificadas
culturas. Debido a la ausencia de testimonios escritos, la identificación de
pueblos y de culturas específicos continúa siendo objeto de investigación. Los
nombres usados por los autores clásicos contemporáneos para referirse a
determinados pueblos, a pesar de tener probablemente una representatividad
limitada para las antiguas poblaciones europeas organizadas en tribus, son
todavía útiles: celtas para los habitantes de Europa occidental, pueblos
germanos para los habitantes de Europa central y escitas para las tribus de las
estepas al sur de Rusia, entre los Cárpatos y el Cáucaso. Sus construcciones
(también las fortificaciones) eran de madera y por tanto muy efímeras. La
pintura y la escultura eran ajenas al interés de estos pueblos, si bien su
habilidad en la confección de manufacturas gozó de una impresionante calidad
artística a finales del I milenio a.C.
La cultura de Hallstatt
(denominación procedente de un yacimiento austriaco) es el nombre que se
utiliza para referirse a la primera fase de la edad del hierro en el centro y
suroeste de Europa (c. 750-450 a.C.). La excavación de tumbas de
túmulos han desvelado complejos enterramientos, con ricos ajuares formados por
cuencos, joyas y armas de metal, además de productos de lujo importados de
zonas tan alejadas como Grecia; incluso se han encontrado carros. Estos
enterramientos sugieren la existencia de una estratificación social y los
inicios de una economía mercantil europea relativamente sofisticada.
Bronce de Carriazo
El conocido como Bronce de Carriazo
(denominación recibida en honor del investigador español J.M. de Carriazo) es
un bocado de caballo procedente del curso bajo del río Guadalquivir, datado
hacia el 600 a.C., que se encuentra en el Museo Arqueológico de la ciudad
española de Sevilla.
La fase siguiente, que se
extiende por Europa central y Noroccidental, se denomina La Tène
(c. 450-58 a.C.) por el nombre de un yacimiento localizado en un lago
suizo donde se hallaron armas, útiles y joyas. En ocasiones, la decoración en
los objetos de La Tène no es figurativa y presenta complejos motivos
circulares, que en muchos casos proceden de prototipos mediterráneos. Todo
ello, junto a las representaciones expresionistas de animales derivadas del
arte escita, constituye un importante estilo por ser precursor del estilo
‘bárbaro’ que floreció durante las migraciones de los pueblos germanos durante
los primeros siglos de la era cristiana.
Por lo que respecta a
los territorios que actualmente conforman España, su suelo ha sido generoso en
aportaciones a la ciencia arqueológica, permitiendo conocer sus más remotos
orígenes. El paleolítico inferior (con sus restos culturales y humanos
asociados) está bien representado en los yacimientos del Aculadero (Puerto de
Santa María, Cádiz), Orce (Granada) y especialmente en el de Atapuerca
(Burgos), donde los nuevos hallazgos realizados en la década de 1990 anuncian
una auténtica revolución de los conocimientos existentes sobre la prehistoria,
no ya española sino europea. Destacados son igualmente los restos arqueológicos
del paleolítico medio (cueva de Morín, Cantabria) y superior, en cuya
transición hacia el neolítico se sitúan las muestras artísticas de los ciclos
de pintura levantina y macroesquemática, así como de la denominada cerámica
cardial.
Profusos son los estudios
arqueológicos de la edad de los metales en España: desde la muy antigua cultura
del cobre de Los Millares, hasta las brillantes muestras del bronce de El Argar
y Las Motillas, y las del hierro, tales como la cultura de los castros o la
baleárica cultura talayótica.
6.3
|
Asia
|
En tanto que en algunas
regiones de Asia la investigación arqueológica se inició hace más de 100 años,
otras regiones son desconocidas desde el punto de vista arqueológico. Por
consiguiente, la calidad y cantidad de los datos arqueológicos en este
continente varían cronológica y espacialmente.
6.3.1
|
Suroeste asiático
|
Restos arqueológicos de Mohenjo-Daro,
Sind
Esta antigua ciudad perteneciente al
periodo de la edad del bronce, es el yacimiento más importante de la
civilización del valle del Indo. Ubicada al sur de la actual Larkana (provincia
de Sind, Pakistán), fue excavada por el arqueólogo británico John Marshall en
la década de 1920. Mohenjo-Daro cuenta con calles rectas y alineadas, y grandes
casas de dos pisos, equipadas con cañerías.
El subcontinente indio pudo
haber sido poblado por migraciones procedentes del norte que cruzarían la
meseta irania, o bien por otra corriente migratoria a través de la costa
suroccidental desde África. Los restos humanos más antiguos (un fragmento de cráneo
de un arcaico Homo sapiens) fueron hallados en el valle del río Narmada
(antiguo Narbada) en la India central. Aunque el cráneo de Narmada no estaba
asociado a restos materiales de ningún tipo, hay varios yacimientos
arqueológicos que potencialmente lo fechan con una antigüedad superior a los
300.000 años. La India y el Sureste asiático manifiestan la presencia más
oriental del achelense, fase cultural del paleolítico inferior que también
aparece en África, Europa y Próximo Oriente. Los yacimientos achelenses se
caracterizan por numerosos útiles de piedra como bifaces, choppers y
perforadores, así como una amplia variedad de lascas usadas para cortar y
raspar. Son raros los hallazgos de restos fáunicos y de plantas, pero
indudablemente esos grupos humanos eran cazadores-recolectores. En las regiones
más al norte, los yacimientos donde no se han encontrado bifaces han sido
atribuidos a la cultura soaniense (así denominada por haber aparecido
principalmente sus restos en el valle del río Soan), aunque poseen útiles
similares. Existen diversos estadios pertenecientes al paleolítico medio y
superior a lo largo del sur de Asia, pero se sabe poco de sus patrones
culturales, ya que son escasos los lugares de habitación y los datos
medioambientales. La información obtenida de diversos yacimientos sugiere que
la tecnología paleolítica y la forma de vida cazador-recolectora persistieron
en el sur de Asia hasta alrededor del 10.000 a.C., e incluso en época más
moderna.
Hace unos 25.000 años, en
pleno desarrollo de la tecnología lítica, se produjo la sustitución de los
grandes útiles por instrumentos más pequeños y con formas geométricas,
denominados microlitos, que se utilizaron para cortar, raspar, perforar, hendir
y grabar. Los yacimientos en que se encuentran estos microlitos evidencian la
explotación de todos los recursos naturales disponibles; este utillaje aparece
en campamentos temporales o estacionales en los que, a causa de una más larga
ocupación, se encuentran también diversos enterramientos. Las estructuras varían
según las zonas: desde sencillas tiendas a cabañas de techo de paja recubierto
con barro, realizadas en madera, en bambú o con ambos materiales a la vez. Se
documenta hacia el 5000 a.C. la fabricación de cerámica y objetos de
adorno personal, como pulseras y anillos en el valle del río Ganges. La
asociación de útiles de hierro con grupos de cazadores-recolectores, como en
Langhnaj, cerca de Ahmadābād (India), indican que éstos mantenían relaciones
con otros grupos con un mayor desarrollo tecnológico y social; incluso algunos
pueblos se habían dedicado a una incipiente agricultura. Hay indicios de que el
arroz estaba siendo cultivado en Koldihwa, en el valle del río Ganges, antes
del 5000 a.C.
En Mehrgarh, cerca de Sibi
(Pakistán), se identificaron restos de diversos cereales cultivados, como trigo
y cebada, y de animales domesticados, especialmente ganado vacuno, pero también
cabras y ovejas. Este antiguo poblado con estructuras construidas con adobe
tiene una fecha anterior al 6500 a.C. Sus pobladores también realizaron
diversas actividades artesanales, como la cestería, el trabajo de piedras
semipreciosas, ornamentos en cobre y, a partir del 5000 a.C., la
producción de cerámica; las necrópolis fueron localizadas dentro del propio
pueblo. Algunas de las tumbas descubiertas contienen objetos artísticos y
restos de cabras domesticadas.
La edad del bronce antigua
en el noroeste vio la aparición de diversos grupos agrícolas característicos:
las culturas de Amri, Sothi y Kot Diji (que reciben su nombre de sus respectivos
yacimientos), todos ellos en Pakistán. Cada una tiene su propio estilo en la
cerámica y son abundantes los objetos de piedra, hueso, concha y metal. Sus
habitantes vivían en poblados de casas de adobe, y sólo unos pocos yacimientos
son lo suficientemente grandes como para poder ser calificados como ciudades.
Estas culturas mantuvieron ciertos contactos entre ellas, reflejados en el
comercio de conchas marinas, objetos metálicos y piedras semipreciosas,
síntomas de que existieron otros tipos de relaciones. Aunque cada una de estas
culturas compartieron rasgos característicos comunes con la civilización del
valle del Indo, no existe consenso entre los investigadores para señalar en
particular a una de ellas como la precursora directa. Con el paso del tiempo,
algunas de estas culturas sobrevivieron y fueron contemporáneas de la
civilización del valle del Indo.
La civilización del valle
del Indo (2500-1700 a.C.), también conocida como cultura de Harappa, según
el nombre de la antigua ciudad de Harappa, se extendió por todo el valle de
este río. El yacimiento más importante de esta civilización es la ciudad de
Mohenjo-Daro, al sur de la actual Larkana (Pakistán), excavada por el
arqueólogo británico John Marshall en la década de 1920. Los centros urbanos se
caracterizan por una gran similitud entre los objetos, como la cerámica roja y
negra, joyas, utensilios metálicos, pesas de piedra y sellos con una escritura
característica aún sin descifrar. Todos los asentamientos tienen edificios
públicos y una planificación urbana, aunque aún no se han encontrado ejemplos
definitivos de templos, palacios o cementerios reales. Los cambios ecológicos
ocurridos después del 2000 a.C. forzaron el abandono de muchos
asentamientos del valle del Indo, especialmente las ciudades, por lo que se
produjo una corriente migratoria desde el este hacia el valle del río Ganges y
desde el sur hacia la región de Gujarāt. La última etapa de la cultura de
Harappa se caracterizó por la aparición de pequeñas comunidades agrícolas. Se
conocen algunos grandes poblados pero todavía no han sido excavados. Continuó
la producción de los objetos característicos de esta cultura y se detecta un
aumento de las variaciones regionales, aunque los sellos y la escritura parecen
más inusuales en esta época final y no se conocen ciudades del periodo tardío
de esta cultura.
Los inicios del periodo
histórico estuvieron caracterizados por el surgimiento de una organización
estatal, el uso de instrumentos de hierro y al menos dos tipos nuevos de
cerámica: la cerámica gris pintada (1100-300 a.C.) y la cerámica bruñida
negra del norte (500-100 a.C.). Los productores del primer tipo vivían
principalmente en poblados de casas de adobe y de ramaje recubierto de barro;
en algunos yacimientos esta cultura era contemporánea de la fase final de la
cultura de Harappa, y por tanto enlaza el bronce final con la fase inicial de
la edad del hierro. Durante el periodo de la cerámica bruñida negra se
constituyó el Imperio de la dinastía Maurya y los documentos escritos complementan
los datos arqueológicos. Véase también Arte y arquitectura de India.
6.3.2
|
China
|
Objetos de bronce de la dinastía Shang
La dinastía Shang se caracterizó por sus
importantes avances en la manipulación del bronce para la fabricación de armas,
artefactos y herramientas. Entre los objetos presentados en esta fotografía, se
encuentra un ge (arriba a la izquierda), un distintivo de rango, y un yüeh (el
segundo utensilio por la izquierda), un hacha empleada en sacrificios humanos.
El azadón y el hacha (abajo a la izquierda) están realizados en piedra.
Los restos de un Homo
erectus hallado en la cueva de Zhoukoudian, cerca de Pekín, asociado a
huesos de animales, útiles líticos usados para cortar, raer y hendir y huellas
de hogares, han sido datados con una fecha que se remonta a casi medio millón
de años. La mayor parte de los huesos encontrados en la cueva fueron
posiblemente llevados allí por animales carnívoros, seguramente hienas. Los
sencillos hogares en este lugar representan el testimonio más antiguo del uso
del fuego por seres humanos, al margen de escasos y controvertidos casos en
África. El hombre llegó al Lejano Oriente procedente de Asia central o del
Sureste asiático, donde se han hallado ejemplares de Homo erectus
primitivos de hace 1,8 millones de años. Poblaciones de este homínido quizá
persistieran hasta unos 250.000 años en China, mucho más que en ninguna otra
parte.
Es reducido el número de
testimonios de grupos de cazadores y recolectores a finales del pleistoceno en
China; tan sólo en el norte se han encontrado algunos yacimientos, como el de
Sjara-osso-gol, zona que hace unos 30.000 años estaba ocupada por grupos que
establecieron campamentos cercanos a recursos acuíferos al aire libre y que
vivían, probablemente, en sencillas chozas y empleaban útiles líticos para raer
y cortar; se han conservado algunos restos de animales. Durante la época
posglacial proliferaron los asentamientos a lo largo de ríos y lagos,
especialmente en el sur, cuyos habitantes explotaron las plantas y animales que
había alrededor de ríos y lagos; con el paso del tiempo acabarían por plantar
semillas.
La primera etapa de producción
de alimentos en China se fecha entre el 7000 y el 5500 a.C. en
Pengtoushan, en el valle medio del Yangzi Jiang, donde los arqueólogos han
identificado granos de arroz cultivado. Entre el 5000 y el 3000 a.C.
surgió la cultura agrícola de Ma-xia-pang, en la región del lago Tai Hu, en el
valle bajo del Yangzi Jiang; allí se localizan poblados de casas de madera en
elevaciones del terreno o sobre túmulos artificiales cercanos a los recursos
acuíferos. Los cultivos principales fueron el arroz y las calabazas, y se
domesticaron el perro, el búfalo de agua y el cerdo, aunque continuó siendo
importante la actividad recolectora y la caza. Además de los útiles líticos,
los arqueólogos han encontrado hachas, azuelas y azadones de hueso, una
variedad de instrumentos de madera, bambú y de hueso de cornamentas, así como
cerámica. La llamada cultura Ho-mu-tu, localizada en una pantanosa región al
sur de Shanghai, se desarrolló paralelamente a la anterior; este grupo
construyó palafitos de madera y produjo cerámica cordada impresa, de la que se
han hallado variedades regionales en los primeros poblados agrícolas a lo largo
del este y sur de China. Hacia el 5000 a.C. un grupo similar en Taiwan
(Formosa) se dedicó a la pesca y recolección de conchas marinas y al cultivo de
cereales. Grupos agrícolas semejantes se expandieron por el sur y este de China
hacia el 3000 a.C.; las excavaciones de enterramientos en esta zona
muestran el nacimiento de sociedades jerarquizadas, fenómeno que continuó
durante la edad del bronce al desarrollarse los primeros poderes políticos. El
resto de los datos arqueológicos de estos grupos son insignificantes.
En el noroeste de China
y hacia el IV milenio, se localizan los poblados agrícolas de la cultura de
Yangshao, en torno al valle del río Huang He (o río Amarillo), que han sido
también asociados a la cerámica cordada impresa. Los investigadores dudan sobre
el grado de desarrollo de la agricultura en esta cultura. Los pobladores
explotaron las plantas silvestres y la fauna de la zona en especial el cultivo
del panizo común y la domesticación de perros y cerdos. El yacimiento de
Banpocun en la provincia de Shaanxi, prototipo de asentamiento de esta cultura,
estaba rodeado por un foso y poseía numerosas construcciones de habitación de
zarzo recubiertas de barro y parcialmente subterráneas. En el centro del
poblado había una estructura grande y elaborada que acaso fuera la casa de un
importante personaje o quizá un edificio público. Además de la agricultura, los
pobladores criaron gusanos de seda, tejieron hilo, tallaron jade y en las
últimas fases elaboraron una característica cerámica pintada. Dado que los
objetos hallados en los distintos yacimientos son sorprendentemente similares,
algunos investigadores piensan que surgieron grupos socioeconómicos de
artesanos especializados.
Tras una serie de complejos
cambios sociales, políticos y económicos que afectaron a los grupos de la
cultura de Yangshao, surgió la cultura de Longshan en el norte de China. Como
en la cultura anterior existe una gran similitud entre los objetos hallados en
los distintos poblados de la cultura de Longshan, especialmente en la bella
cerámica negra. Los poblados aumentaron de tamaño, los rodearon de grandes
murallas y estuvieron habitados durante más tiempo. Continuó el cultivo de
cereales y se introdujo el arroz, procedente del sur. También hay testimonios
de la fabricación de armas y de muertes violentas, lo que induce a pensar en la
existencia cada vez más frecuente de conflictos sociales. Aparece por vez
primera la escritura sobre huesos que servían de oráculos y tenían grabados
símbolos cuyo significado está relacionado con técnicas adivinatorias. La
excelencia de los objetos de artesanía, la escritura, las murallas y la variada
riqueza de ajuares funerarios sugieren la compleja estratificación social de la
cultura de Longshan.
Los cambios internos que se
produjeron en la cultura Longshan permitieron su evolución gradual hasta dar
origen a la primera civilización china, que engloba las dinastías Xia y Shang.
La mayor parte de la información sobre este periodo procede de los yacimientos
cercanos a Zhengzhou, y durante la dinastía Shang aparecen los primeros
documentos escritos, al igual que la arquitectura monumental, la
especialización artesanal, las ciudades y una notable jerarquización social y
política: Anyang, la segunda capital de la dinastía Shang, tenia un recinto
amurallado que aislaba a las residencias nobiliarias, mientras que los artesanos
y los agricultores vivían en el exterior; estos artesanos fabricaron los
objetos característicos de este periodo, entre los que destacan las
manufacturas de bronce.
Cerca de Anyang se han
excavado el centro administrativo y ceremonial de Xiaotun y la necrópolis real
de Xibeigang; estos yacimientos de la dinastía Shang han proporcionado miles de
huesos utilizados para la adivinación que ofrecen nueva información sobre esta
cultura. Los espectaculares objetos de arte y otros signos de riqueza, además de
los indicios de numerosos sacrificios humanos aparecidos en el cementerio real,
muestran el poder político y económico de la nobleza. Todos los rasgos
característicos de la civilización china estaban ya establecidos en el momento
en que la dinastía Shang fue sustituida por la Zhou a finales del II milenio
a.C.
Véase también Arte y arquitectura de China.
6.3.3
|
Otros países asiáticos
|
Los fragmentos de Homo
erectus hallados en el Sureste asiático, especialmente en Java (Indonesia),
han sido fechados en 1.800.000 años atrás. Los restos culturales del
paleolítico se limitan a dispersos hallazgos de bifaces, choppers,
raederas sobre lascas y cuchillos, que evidencian la actividad de grupos
cazadores y recolectores. Parece que entre el 15.000 y el 10.000 a.C. se
explotaron intensivamente plantas silvestres como el arroz, la batata y el taro
(planta de la zona cuyos tubérculos son comestibles) además de la caza. En la
cueva del Espíritu (Tailandia, 7000-5700 a.C.) uno de estos grupos cazadores-recolectores
fabricó azuelas de piedra, cerámica y una especie de cuchillo de pizarra, que
ha sido asociado en periodos posteriores al cultivo del arroz, aunque no se han
evidenciado testimonios directos del cultivo de cereales. Otros yacimientos en
Tailandia que indican un probable cultivo del arroz son: Khok Phanom Di, en la
costa (entre el 2000 y el 1400 a.C. aproximadamente), la cueva del valle
de Banyan en el norte, con depósitos que pueden ser datados entre el
5500 a.C., como fecha más antigua, y el 800 a.C. como fecha más
reciente, y Non Nok Tha en el río Mekong (c. 3000-2000 a.C.), donde
existen pruebas de la domesticación de ganado. La polémica rodea la aparición
de la metalurgia en Tailandia. Se han encontrado sofisticadas hachas de bronce en
el cementerio real de Non Nok Tha, fechado inicialmente en el 3700 a.C.
pero cuya cronología se considera en la actualidad que abarca desde el 2000
hasta el 1000 a.C. aproximadamente. Algo parecido ocurre con los
sofisticados bronces de la necrópolis de Bang Chieng, en el norte de Tailandia,
que fueron fechados inicialmente en torno al 2100 a.C., fecha que también
ha sido cuestionada. Recientes excavaciones en Non Pa Wai en el noreste de
Tailandia han revelado amplias actividades de fundición de cobre que se han datado
aproximadamente en el 2000 a.C. como fecha más antigua. Se han recuperado
objetos de bronce similares a éstos en yacimientos vietnamitas, fechados en el
II milenio a.C.
Japón estuvo habitado durante el
pleistoceno, han aparecido en muchos yacimientos útiles líticos similares a los
de la culturas asiáticas de este periodo. A finales del pleistoceno, grupos de
cazadores y recolectores explotaron los recursos marinos y plantas silvestres,
tendencia que persistió hasta la introducción en el sur del cultivo del arroz y
de la cebada poco después del 1100 a.C. Los miembros de la cultura jomon,
como es conocido este periodo, vivían en pequeños poblados de casas
semienterradas, asociadas a montículos concheros, donde se han encontrado
restos de cerámica datados en el 14.000 a.C., los primeros conocidos en el
mundo antiguo. En Honshū, la principal y más grande de las islas que conforman
Japón, también se ha hallado cerámica jomon muy sofisticada en grandes grupos
de casas bien construidas en madera, que se fecha aproximadamente poco después
del 5000 a.C. El periodo jomon pervivió hasta el 350 a.C.
aproximadamente y fue seguido por el periodo yayoi, durante el cual se fue
conformando la cultura tradicional japonesa. Véase también Arte y
arquitectura de Japón.
6.4
|
El continente americano
|
Plaza Principal de Monte Albán
La capital de la cultura zapoteca, Monte
Albán, se desarrolló, cerca de lo que en la actualidad es la ciudad mexicana de
Oaxaca de Juárez, especialmente a partir del siglo III, y es considerada un
modelo del urbanismo mesoamericano del periodo clásico (250-900).
Los estudios arqueológicos en
América han revelado cinco etapas, generalmente sucesivas aunque a veces se
superponen, de la prehistoria de este continente: los periodos lítico, arcaico,
de formación, clásico y posclásico.
6.4.1
|
El periodo lítico
|
Punta Clovis
Esta fotografía da muestra del tamaño de
una de las llamadas puntas Clovis, con una antigüedad que se remonta incluso al
11500 a.C. El yacimiento en el que se han hallado restos como el de la imagen
se encuentra cerca del lugar que ha dado nombre a esa cultura paleolítica:
Clovis, en el este de lo que hoy en día es Nuevo México, en Estados Unidos.
Esta punta es uno de los elementos más característicos de la cultura Clovis y
se trata de un proyectil de sílex empleado para la caza de grandes animales.
Dicha manifestación cultural se extendió por casi toda Norteamérica, especialmente
sobre la zona central y suroccidental, pero es probable que también alcanzara
Centroamérica.
Esta primera etapa comenzó
cuando grupos cazadores-recolectores, probablemente mongoloides, alcanzaron el
continente americano cruzando el estrecho de Bering, antes tierra firme, que
unía Asia y América durante el periodo glacial; los primeros seres humanos
quizá llegaron hace unos 50.000 años. Las evidencias arqueológicas sugieren
cuatro oleadas migratorias, aunque modernos estudios lingüísticos sobre tribus
actuales consideran que fueron sólo tres.
Los arqueólogos han estado
profundamente divididos sobre cuándo llegaron por primera vez esos primeros
pobladores del continente americano. Algunos mantienen que no hay testimonios
sólidos de una presencia humana anteriores a los 11.500 años, fecha de las
puntas de lanza halladas en Clovis (Nuevo México); otros consideran que los
hallazgos arqueológicos en lugares como Meadowcroft Rockshelter (Pennsylvania)
o Monte Verde (Chile), fechados hace 16.000 y 13.000 años respectivamente,
prueban una presencia anterior a la de Clovis, lo que permite establecer una
fecha incluso más antigua para otros hallazgos de naturaleza más fragmentaria.
Los útiles de este periodo
lítico, procedentes de hallazgos escasos y dispersos, muestran una progresión
generalizada durante el transcurso de 20.000 años, desde los cantos de piedra y
huesos trabajados por una sola cara, pasando por puntas bifaciales en forma de
hoja hasta llegar a las puntas con estrías, como las utilizadas por los
habitantes de Clovis, con las que cazaban mamuts y otros grandes animales hasta
el final del pleistoceno; en algunas zonas, como la Tierra del Fuego, el
periodo lítico perduró hasta tiempos históricos.
6.4.2
|
El periodo arcaico
|
Al extinguirse la macrofauna
pleistocénica, muchos grupos abandonaron la caza mayor y se dedicaron a la
recolección; esta nueva situación ofreció muchas posibilidades de subsistencia
que a veces condujeron a formas de vida dependientes de las diversas estaciones
climatológicas. Quizá el modo de vida más característico de este periodo fue el
adoptado en el este de Estados Unidos entre el 9000 y el 4000 a.C., donde
los grupos humanos, en ocasiones asentados a lo largo de los ríos,
desarrollaron técnicas especiales para la caza mayor y menor con utilización de
dardos, propulsados por una especie de arco. También aprovecharon los recursos
acuáticos, usando frecuentemente redes con plomadas; recolectaron raíces que
molturaban con piedras de moler y usaron diversas clases de raederas con filo
en forma de uña para múltiples funciones.
Los grupos recolectores de los
bosques boreales de Canadá y Alaska y los de la costa del océano Ártico hasta
el estrecho de Bering mantuvieron cierta relación con los anteriores; también
procedían de Asia y representaron un nuevo sistema de vida en la parte más
septentrional de Norteamérica. Entre sus utensilios más significativos destacan
diversas clases de microláminas en forma de lengua hechas con huesos de frutas,
similares a las encontradas a menudo en Siberia, Mongolia y Japón. Practicaron
la caza mayor con dardos y lanzas, capturaron animales pequeños con trampas y
se dedicaron a la pesca en los lagos. El pueblo de tradición microlaminar del
noroeste, que vivió fundamentalmente en tierras del interior, contrasta con el
que habitó a lo largo de la costa, que pertenecía a la tradición microlítica;
aunque con el paso del tiempo fabricó microlitos, puntas de flecha y otros
objetos adaptados para la caza del caribú en las tierras interiores y para
arponear animales acuáticos.
Durante este periodo, tanto en
el norte como en el sur del continente, muchos pueblos se adaptaron a la vida
en las zonas costeras, donde se han encontrado grandes montículos formados por
conchas, sin embargo existen muchas diferencias locales entre estos grupos. Los
del noroeste del Pacífico trabajaron la pizarra y construyeron una especie de
canoas, los grupos californianos se hicieron sedentarios y recolectaron
moluscos, mientras que los pueblos que habitaron la costa atlántica de América
del Norte decoraron dagas hechas en hueso y placas de pizarra y enterraron a
sus muertos realizando ceremonias complejas en las que destaca el uso de
pintura roja. En Mesoamérica algunos grupos comenzaron a construir botes con los
que quizá alcanzaron las Antillas. Otros grupos, como los peruanos, explotaron
ciertas áreas (lomas) del interior de las regiones costeras en una
estación y el mar en otra.
En general, los pueblos del
periodo arcaico del desierto suroccidental de Estados Unidos y de las tierras
altas de México y Perú contrastan de forma muy notable con los grupos
recolectores descritos anteriormente. Aunque también pueden ser considerados
recolectores, su entorno medioambiental les ofrecía plantas potencialmente
cultivables y sus actividades de carácter estacional, en las que explotaban
diferentes ambientes, requerían sistemas de almacenamiento; algunos de estos
grupos comenzaron a cultivar plantas. Con el paso del tiempo, estos primeros
cultivos condujeron a la agricultura y con ello a la vida urbana y a la
fabricación de cerámica, características propias del periodo de formación. No
obstante, la vida urbana agrícola del periodo de formación nunca llegó a
desarrollarse en muchas zonas, como las tierras bajas tropicales de California,
la Gran Cuenca (Great Basin) estadounidense, la Pampa argentina o los bosques
del norte de Canadá. En todas ellas perduró bastante tiempo el periodo arcaico.
6.4.3
|
El periodo de formación
|
La fase Woodland, desarrollada
en el este de Norteamérica, constituye uno de los primeros estadios del periodo
de formación. Comenzó hacia el 500 a.C. y continuó hasta el siglo XI de
nuestra era; estuvo caracterizada por sus rituales con tumbas en forma de
túmulos y una cerámica tosca a veces decorada con impresiones cordadas. A la
fase Woodland sucedió, especialmente en el sur y sureste de Estados Unidos, una
segunda etapa caracterizada por templos en túmulos, una agricultura más
avanzada, cerámica incisa y grandes poblados con empalizadas, similares a las
del posterior periodo clásico.
Quizá la cultura más características
de este periodo de formación sea la desarrollada por los hoy llamados indios
pueblo, en el suroeste de Estados Unidos, y sus diversos predecesores, así como
los denominados ‘hombres de las cavernas’ (poblaciones agrícolas que cultivaron
y molieron maíz y judías y produjeron una hermosa cerámica blanca y negra,
también policromada, con motivos geométricos). Este periodo de formación de los
indios pueblo, iniciado a comienzos de la era cristiana, perdura hasta el
presente.
Contemporáneos son los grupos
del este de Estados Unidos que usaron una cerámica sin pintar y practicaron una
agricultura de subsistencia. Aunque cultivaron las mismas plantas, su
agricultura era menos intensiva y sus poblados no estaban construidos con
piedras o tapias sino con troncos de madera sin descortezar.
El periodo de formación
comenzó entre los pueblos que habitaron las Grandes Llanuras de Estados Unidos
y Canadá más tardíamente, incluso ya iniciada la era cristiana. Estos pueblos
fabricaron cerámica tosca y sin pintar y la mayoría no practicó la agricultura
o lo hicieron de forma muy superficial, su economía se basaba en la caza de
búfalos. Sólo a lo largo del río Missouri desarrollaron una vida urbana y
agrícola justo antes del inicio de la época histórica.
Más al norte existieron
otros grupos que parecen pertenecer a este periodo de formación, aunque
realmente no es así; los inuits, por ejemplo, usaron la cerámica y junto a los
aleutianos vivieron en poblados, pero en lugar de la agricultura desarrollaron
una economía fundada en la caza de ballenas. Los pueblos de la costa noroeste
también dependían de los recursos marinos para su subsistencia y además
emplearon barcos de navegación de altura. Vivieron en poblados de casas de
tablones de madera, no desarrollaron la cerámica, pero son famosos por sus
tótems y objetos tallados en madera; a pesar de no practicar la agricultura (el
rasgo más característico del periodo de formación), su nivel de vida era
ciertamente más elevado que el de los pueblos del periodo arcaico.
El auténtico periodo de
formación se inició principalmente en América Central y sus proximidades; su
zona más destacada se extendió, no obstante, desde México hasta Perú. Los
pueblos de este área desarrollaron una vida urbana con casas estables y con
características pirámides, una cerámica cuidadosamente pintada y figurillas de
arcilla. Practicaron una agricultura de subsistencia cuyos alimentos básicos
eran maíz, judías (frijoles) y diversas frutas; en México cultivaron amaranto,
aguacates, habichuelas y otras diversas plantas; en América Central, en la zona
septentrional de América del Sur y en las Antillas se cultivó tapioca como
elemento adicional a esos productos básicos; en Perú se cultivó la patata
(papa) y el cacahuete (maní) y se domesticaron la alpaca, la llama, los cobayas
y el pato.
En el núcleo central de
esta zona, todos estos progresos del periodo de formación desembocaron en la
formación de culturas más complejas en la última etapa del periodo, pero fuera
de él, en el sur, en la Amazonia, el norte de Chile y Argentina, sus pobladores
continuaron manteniendo el nivel de vida de este periodo de formación hasta
épocas históricas.
6.4.4
|
El periodo clásico
|
Sólo en el área mencionada
anteriormente, después del periodo de formación surgieron culturas más
complejas, con la creación de pueblos y auténticas ciudades que requerían una
organización política muy jerarquizada y una división social del trabajo,
aparecieron trabajadores especializados a tiempo completo, no solo en el sector
textil (como en Perú), sino también en la metalurgia (Colombia y América
Central) y en el trabajo de la piedra para la realización de sus obras
arquitectónicas y escultóricas (Guatemala y México). Gran parte de todos estos
avances tuvieron lugar inmediatamente antes del inicio de la era cristiana.
Esta fase llegó hasta el 700 o 1100 d.C. pero en Centroamérica y el norte
de Sudamérica perduró hasta la conquista española.
6.4.5
|
El periodo posclásico o imperial
|
Restos arqueológicos de Tulum
Esta hermosa vista de la costa caribeña
muestra el emplazamiento y los restos de la que fuera ciudad maya de Tulum,
ubicada en lo que en la actualidad es el municipio de Cozumel, perteneciente al
estado mexicano de Quintana Roo, en la parte nororiental de la península de
Yucatán, dentro del Parque nacional Tulum. Aunque la ciudad tal vez fuera
erigida en el siglo VI, durante el periodo clásico de la civilización maya, los
edificios que podemos contemplar son una notable muestra del periodo
posclásico, quizás realizados en el siglo XIII.
Sólo en Mesoamérica (concreta
y principalmente, en México y Guatemala) y en la zona central andina (Perú,
norte de Bolivia y sur de Ecuador) el desarrollo nativo alcanzó este último
periodo, caracterizado por el nacimiento de estados o imperios y de una
autentica civilización. Los dos mejores ejemplos de este periodo son los
aztecas de México y los incas de Perú, pero ambos tuvieron precedentes
culturales en otros grupos vecinos. Los predecesores de los aztecas fueron los
olmecas y los toltecas. Entre otros grupos contemporáneos en Mesoamérica,
destacan los mixtecos y los mayas. En Perú, la civilización asentada en la
ciudad de Huari y la cultura chimú precedieron al Imperio inca. Todos ellos
muestran las características básicas del periodo posclásico: la existencia de
estados organizados, ciudades, una especialización del trabajo, división en
clases sociales, sistemas económicos y comerciales complejos, arquitectura
monumental, sistema numérico y una agricultura intensiva. Eran civilizaciones
urbanas cuyo apogeo cultural fue cortado bruscamente por la conquista española
en el siglo XVI. Véase también Indígenas americanos; Chavín de Huantar;
Chichén Itzá; Machu Picchu; Monte Albán; Palenque; Arte y arquitectura
precolombinas; Tenochtitlan; Teotihuacán; Tiahuanaco; Tula.
6.5
|
África
|
Los arqueólogos se enfrentan
en el África subsahariana con miles de lugares de ocupación conocidos que
retrotraen a los inicios de la vida humana, además de multitud de problemas
relativos a los orígenes del ser humano, a las migraciones y a la existencia de
múltiples culturas. También se encuentran con el problema de la ausencia de una
de las fuentes básicas de datos arqueológicos: los habitantes de África
realizaron sus construcciones con materiales perecederos, en especial madera y
adobes. Excepto en Etiopía, Zimbabue y África oriental, los arqueólogos han de
trabajar con una mínima parte de los testimonios disponibles con los que
trabajan sus colegas del Oriente Próximo.
Los arqueólogos que investigan
en África oriental, entre los que han sobresalido los paleoantropólogos Louis
Seymour Bazett Leakey, Mary Douglas Leakey y Richard Erskine Leakey, han
encontrado restos de los más antiguos ancestros conocidos del hombre. Uno de
los descubrimientos más destacable es el hallazgo en Etiopía, en 1974, de los
restos del esqueleto de un Australopithecus afarensis femenino al que
dieron el nombre de Lucy, datado en 3.180.000 años, y que constituye el
primer homínido conocido, así como el de un Homo erectus joven de
1.600.000 años, hallado en Kenia en 1984. Se han identificado cientos de
asentamientos paleolíticos por toda África, aunque sólo unos pocos han sido
estudiados con profundidad. Se ha utilizado el método de datación del
potasio-argón en África oriental para determinar la cronología de restos de
homínidos y de útiles líticos hallados en la garganta de Olduvai (próxima al
lago Victoria), en Tanzania, y en Hadar (Etiopía).
El descubrimiento y estudio
detallado de una serie de yacimientos de la edad del hierro en el sur de África
meridional durante este siglo, ha revolucionado el conocimiento de la historia
y desarrollo del pueblo bantú. Los yacimientos de la edad del hierro, fechados
entre los siglos XI y XIII, a lo largo del río Limpopo, en Bambandyanelo y
Mapungabwe, han demostrado la existencia de relaciones comerciales con la costa
oriental, en las que el marfil y el oro fueron las principales mercancías
intercambiadas. El yacimiento de Broederstroom, al suroeste del Transvaal,
aportó pruebas de las relaciones mantenidas entre los bantúes y el grupo de
población conocido con el nombre de khoisan desde el siglo IV hasta el VII. Se
han llevado a cabo excavaciones en Lydenberg, yacimiento fechado entre los
siglos V al VIII, donde se encontraron unas cabezas de terracota únicas; en
Mzonjani (provincia de Natal), que ha proporcionado el yacimiento más
meridional de África, de comienzos de la edad del hierro (siglo III); en el
yacimiento del siglo VIII de Phalaborwa en el Transvaal Oriental (actual
Mpumalanga), que ha aportado numerosos objetos de hierro y cobre; y en el de
Toutesewemogale, en Botsuana, donde se ha localizado un gran poblado del siglo
VII que demuestra la importancia que ya por entonces tenía el cuidado del
ganado.
Sólo en pocos yacimientos
del final de la edad del hierro en África han pervivido estructuras de piedra
de edificios, de monumentos o de estelas; el mejor ejemplo es el antiguo reino
de Aksum. En otras partes de Etiopía, estructuras de piedras testimonian la
evolución social acaecida durante 1.500 años. Otro área importante es el sur de
Zimbabue, donde se han detectado restos de poblados y fortalezas construidas en
piedra en las cimas de cerros; la Gran Zimbabue, construida por los pueblos
shona y rozwi (siglos XI-XVIII), con sus vastos muros ciclópeos, edificios
interconectados y con sus torres cónicas, es el mejor ejemplo de construcción
pétrea al sur de Sudán. Los constructores musulmanes de África oriental también
han dejado hermosos ejemplos de edificios en piedra, como es el caso de la
ciudad de Gedi (siglos XI-XVI), en Kenia.
Los hallazgos arqueológicos en
otras partes de África son más modestos. Se han descubierto los cimientos de
edificios en yacimientos donde se supone estaban las capitales de los imperios
de Ghana y de Kanem-Bornu. Se han excavado varios de los numerosos círculos de
piedras hallados en la zona de Senegambia y se han encontrado restos humanos y
diversos objetos fechados en el siglo XIV. Los fragmentos de cerámica
procedentes de distintos yacimientos han permitido a los investigadores
especular sobre migraciones bantúes. Nigeria ha proporcionado gran información,
en especial en el terreno artístico: la cultura Nok (c. 500 a.C.-300 d.C.)
ha sido reconstruida parcialmente a partir de los descubrimientos en la región
de Bauchi, en el norte de Nigeria; las numerosas terracotas y estatuas de
bronce y de piedra de estilo naturalista, junto con numerosos objetos hallados
en Ifé, confirman el elevado grado cultural de los yorubas. Los bronces
procedentes de Benín muestran un panorama notable del pasado del reino, desde
el siglo XIV en adelante, y los descubrimientos en Igbo-Ukwu, realizados en
1959, revelan la existencia de un poderoso reino al sur de Nigeria a partir del
siglo IX.