Guerra Civil
española
Guerra Civil española
En esta interactividad están recogidos
los principales hitos de la Guerra Civil española (1936-1939) divididos en
cuatro grandes bloques temáticos.
Guerra Civil española, conflicto bélico que
dio comienzo en julio de 1936, a raíz de la sublevación de un sector del
Ejército contra el gobierno de la II República española, y que concluyó el
1 de abril de 1939 con la victoria de los rebeldes. El triunfo de éstos
permitió la instauración de un régimen dictatorial encabezado por el general
Francisco Franco, principal dirigente militar y político de los sublevados, que
sustituyó al sistema parlamentario republicano.
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CUESTIONES TERMINOLÓGICAS
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La Guerra Civil española (1936-1939)
El general Franco ante la catedral de
Burgos
El mutuo respaldo recibido por la
Iglesia católica y el régimen político instaurado por el general Francisco
Franco ha recibido el nombre de nacionalcatolicismo. Dicha institución
cristiana apoyó a las fuerzas encabezadas por Franco durante la Guerra Civil
española (1936-1939), hasta el punto de otorgar a la misma la categoría de
Cruzada. La instauración del régimen dictatorial triunfante estuvo unida a la
hegemonía religiosa e incluso cultural de la Iglesia católica. En esta imagen,
el general Franco realiza el saludo fascista en un acto celebrado el 24 de
noviembre de 1938 ante la fachada principal de la catedral de Burgos, cuando el
conflicto todavía no había llegado a su fin.
Aunque para definir el
conflicto se prefiere, sobre todo desde la década de 1960, la denominación
“guerra civil”, ésta no fue la única utilizada por la reciente historiografía
española o por los propios combatientes. También recibió otros nombres:
movimiento cívico militar, Cruzada, guerra de tres años, guerra nacional y
revolucionaria del pueblo español, entre otros. Son nombres todos ellos que
ocultan el 'enfrentamiento de dos entusiasmos' al que se refirió el historiador
británico Raymond Carr. Esos nombres esconden dos concepciones en cierto modo
ya presentes en los resultados de las elecciones celebradas en febrero de 1936
—que supusieron el triunfo, por un corto número de votos, de la coalición de
izquierdas agrupada en el Frente Popular— y que se venían gestando desde la
proclamación de la II República en abril de 1931.
Ningún acontecimiento como éste
repercutió tanto en la opinión internacional hasta entonces, convirtiéndose en
uno de los episodios históricos que ha dado lugar a un mayor número de
publicaciones. La 'guerra de tinta', en expresión del historiador y diplomático
español Salvador de Madariaga, fue desde el principio una guerra de propaganda
con dos tipos de valoraciones propiciadas desde los dos bandos participantes en
la contienda. La muy distinta versión informativa que expresaba un mismo
periódico editado en ambas zonas —la cabecera del diario ABC, que
aparecía al tiempo en el Madrid republicano y en la Sevilla dominada por los
sublevados— puede servir como ejemplo de la ruptura o enfrentamiento nacional
existente. Otro tanto cabe decir de las revistas culturales —antifascistas y
azules, respectivamente— publicadas durante el trienio, sin olvidar las
manifestaciones del teatro, del cine y del cartelismo, así como los símbolos,
consignas y mensajes difundidos durante el conflicto y después de su
conclusión.
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DE LOS TRES DÍAS DE JULIO A LA GUERRA
LARGA
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Guernica
La toma del norte de España por los
alzados durante la Guerra Civil estuvo profundamente relacionada con la
intervención de fuerzas internacionales que apoyaban la rebelión. Especial
violencia adquirieron los bombardeos que la Legión Cóndor alemana efectuó sobre
la población vasca de Guernica en abril de 1937. La sinrazón de la tragedia
allí ocurrida fue reflejada por Pablo Ruiz Picasso en una de sus más
importantes obras, Guernica, actualmente expuesta en el Museo Nacional Centro
de Arte Reina Sofía (Madrid).
Desde el primer momento, el
territorio nacional quedó dividido en dos zonas en función del éxito que
obtuvieron los militares sublevados. Prácticamente se reproducía el mapa
resultante de las elecciones de febrero de 1936; salvo casos aislados, los
militares triunfaron en aquellas provincias donde fueron más votadas las
candidaturas de derechas, mientras que fracasaron en aquellas donde la victoria
electoral correspondió al Frente Popular. El “Alzamiento” (nombre dado por los
rebeldes a su levantamiento contra el gobierno constitucional republicano)
comenzó el 17 de julio en la ciudad norteafricana de Melilla. Las unidades
militares destacadas en Marruecos que no controlaba el gobierno republicano se
hicieron pocas horas después con Tetuán y Ceuta. El general Francisco Franco
partió el día 18 desde las islas Canarias hacia Tetuán, en una avioneta privada
(Dragon Rapide). Ese mismo día se sublevaron los mandos militares de
otras divisiones peninsulares; sin embargo, el levantamiento fracasó en las
principales ciudades del país. Por otro lado, el 20 de julio de ese mismo año,
recién comenzada la sublevación, falleció en un accidente de aviación el que
había sido designado por los conspiradores jefe de la rebelión, el general José
Sanjurjo.
Desde el día 18, ni el
gobierno ni los rebeldes controlaban la totalidad del país. En un principio, la
sublevación dejó en manos de los rebeldes Galicia, Navarra, Álava, el oeste de
Aragón, las islas Baleares (excepto Menorca) y las Canarias, así como la zona
del protectorado español sobre Marruecos, buena parte del territorio de lo que
hoy es la comunidad autónoma de Castilla y León, casi toda la provincia de Cáceres
y algunas poblaciones de Andalucía. El gobierno republicano conservaba casi
toda Andalucía, el País Vasco (salvo Álava), Asturias (excepto la ciudad de
Oviedo) y Cataluña, así como la isla balear de Menorca y los territorios de las
actuales comunidades autónomas de Cantabria, Castilla-La Mancha, Región de
Murcia y la Comunidad Valenciana. Conforme avanzó la contienda, el poder
republicano perdió zonas que, desde finales de marzo de 1939, pasaron íntegras
a disposición del Ejército franquista.
Batalla de Brunete
La victoria franquista en la localidad
madrileña de Brunete, que tuvo lugar el 25 de julio de 1937, permitió a los
alzados preparar detenidamente el definitivo avance hacia los territorios del
norte peninsular que todavía permanecían fieles al gobierno republicano. La
Guerra Civil española tomaba así un derrotero significativo en favor de los
intereses de los autodenominados ‘nacionales’.
De cualquier forma, el
comienzo de la guerra estuvo vinculado al plan establecido previamente por los
conspiradores en la primavera de 1936 y en el que participaron mandos militares
—la antirrepublicana Unión Militar Española (UME) y la Junta de generales (de
la que Emilio Mola era el coordinador)— monárquicos, tradicionalistas
(carlistas) y otros sectores de extrema derecha. El asesinato de José Calvo
Sotelo, líder del derechista Bloque Nacional y participante activo en la
conspiración contra el gobierno, que tuvo lugar la noche del 12 al 13 de julio,
fue el episodio previo al pronunciamiento militar.
Franco en el frente de Cataluña
La Guerra Civil española llegaba a su
final cuando fue tomada esta imagen (19 de enero de 1939), en la que aparece el
general Francisco Franco al frente de sus tropas en el decisivo avance sobre
Cataluña, meses después de vencer a las fuerzas militares republicanas en la
denominada batalla del Ebro. El retroceso que sufriría la cultura catalana tras
la inmediata conquista franquista no recuperó unos niveles aceptables hasta
muchas décadas más tarde.
Pronto pudo comprobarse que el
plan conspirador había fracasado y que el pretendido pronunciamiento
decimonónico se convertiría en una guerra larga y cruel de tres años. Durante
este trienio las operaciones militares permitieron establecer un desarrollo
cronológico, a partir del paso del estrecho de Gibraltar por las tropas del
Ejército de África mandadas por el general Franco (julio-agosto de 1936), con
tres fases principales. La primera muestra la importancia que ambos bandos
otorgaron a la ocupación de Madrid, ciudad que, en consecuencia, pronto fue
motivo de asedio por las tropas insurrectas (dando lugar a la conocida como
batalla de Madrid). La estrategia de los sublevados, que pretendía acceder a la
capital desde el norte y desde el sur, fracasó. Una acción importante en esta
primera fase, que en seguida quedaría en el elenco de “mitos” de la contienda,
fue la liberación de los rebeldes asediados en el Alcázar de Toledo (28 de
septiembre de 1936), defendido desde el 22 de julio por el coronel José
Moscardó ante el acoso de las tropas republicanas. Contando con las fuerzas de
África, así como con la ayuda alemana e italiana, Franco había avanzado
previamente sobre Andalucía y conseguido ocupar en agosto las plazas extremeñas
de Mérida y Badajoz, enlazando de esta manera con los sublevados del norte a lo
largo de la frontera portuguesa. Mola, a su vez, había logrado cortar la
frontera francesa al ocupar la ciudad guipuzcoana de Irún a principios de
septiembre.
Guernica bombardeada
Esta fotografía, captada en mayo de
1937, muestra el estado de devastación en que quedó la población vizcaína de
Guernica tras los bombardeos que sufrió durante el mes anterior por parte de la
Legión Cóndor alemana. Fue uno de los episodios más trágicos de la Guerra Civil
española.
La segunda fase no abandonó
la marcha sobre Madrid. Pero la batalla de Guadalajara (finales de marzo de
1937) se saldó con el éxito republicano, que tuvo presente el plan de ofensiva
previsto por el general José Miaja contra las tropas enviadas por Italia. Los
alzados decidieron entonces centrar sus principales operaciones en el norte.
Con el apoyo decisivo de la aviación integrada en la Legión Cóndor alemana, que
realizó una salvaje agresión a la localidad vizcaína de Guernica (26 de abril
de 1937), las tropas rebeldes rompieron las defensas de Bilbao (el llamado
“cinturón de hierro”) el 19 de junio de 1937, pocos días más tarde del
fallecimiento del general Mola en accidente de aviación. En agosto (un mes
después de obtener la victoria en la batalla de Brunete), esas mismas tropas
entraron en Santander y, en octubre, tomaron las ciudades asturianas de Gijón y
Avilés, con lo que los rebeldes completaban la última etapa de la ocupación de
la zona norte.
Batalla de Madrid
El 23 de noviembre de 1936, el general
Francisco Franco dio la orden de suspender el ataque frontal que las fuerzas
sublevadas, a su mando, efectuaban contra la ciudad de Madrid desde días antes.
No obstante, ello no supuso el definitivo cese de la que fue llamada batalla de
Madrid, una de las más importantes de la Guerra Civil española. Esta fotografía
del 6 de enero de 1937 da prueba de cómo la ciudad se convirtió desde entonces
en un verdadero frente bélico aun cuando la capital de España había dejado de
sufrir el decidido y reiterado acoso militar de las tropas franquistas. La
calle que se puede apreciar en la imagen, Martín de los Heros, se encuentra en
las inmediaciones de la plaza de España madrileña, muy cerca del centro
neurálgico de la ciudad.
A partir de finales de
1937 comenzó la tercera fase. Los republicanos, siguiendo los planes del
general Vicente Rojo, conquistaron en enero de 1938 Teruel, ciudad que no
obstante perdieron al mes siguiente. En julio de ese año comenzó la dura y
decisiva batalla del Ebro, en la que la derrota del Ejército republicano
(noviembre de 1938) dejó despejada la ruta para el avance de los sublevados
hacia Cataluña. En los últimos días de enero de 1939, las tropas franquistas se
instalaron en Barcelona, para avanzar en fechas sucesivas hacia la frontera
francesa y ocupar los pasos desde Puigcerdá hasta Portbou (Girona). La ofensiva
final (febrero-marzo de 1939) tuvo por objeto quebrantar las posiciones
republicanas todavía pendientes, situadas en la zona centro y en el sur
peninsular. A principios de marzo de ese año fracasó el criterio de mantener la
resistencia defendido por el presidente del gobierno republicano, Juan Negrín,
debido a la creación en Madrid del Consejo Nacional de Defensa. Este organismo,
que encabezó el jefe del Ejército del Centro, el coronel Segismundo Casado,
destituyó a Negrín y procuró alcanzar una paz honrosa con el gobierno
franquista de Burgos después de hacerse con el control de Madrid mediante un
cruento enfrentamiento entre las propias tropas republicanas. Sin embargo, no
prosperaron sus gestiones encaminadas a lograr una paz acordada. Las tropas
franquistas entraron en Madrid el 28 de marzo. Tres días más tarde, el gobierno
republicano perdió las últimas plazas todavía fieles. El 1 de abril la guerra
había terminado, no así las represalias.
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DESARROLLO POLÍTICO DE LA CONTIENDA
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Tropas republicanas
En esta fotografía, obra del
estadounidense Robert Capa, aparecen tres soldados defensores de la legitimidad
del gobierno republicano disparando al enemigo durante la Guerra Civil española
(1936-1939).
Si toda guerra reclama
prestar atención a los “hechos de armas”, necesariamente conviene asimismo
atender al entramado político que determinó las actuaciones de cada bando.
Mucho más si, situados en el final del conflicto, tenemos en cuenta la agonía
de la experiencia republicana y el proceso que se inició de forma inmediata
tras el estallido de la guerra y que permitió la implantación de un nuevo
Estado dirigido por el general Franco.
Cartel frentepopulista
Una de las figuras más destacadas del
cartelismo republicano, que se desarrolló durante la Guerra Civil española, fue
el valenciano Josep Renau. Desde su cargo de director general de Bellas Artes
ejerció una importante labor de propaganda política con carteles como el de la
imagen.
Por parte del gobierno
republicano, la jefatura pasó sucesivamente de manos del azañista y dirigente
de Izquierda Republicana, José Giral (19 de julio de 1936), a Francisco Largo
Caballero (5 de septiembre de 1936) y de éste a Juan Negrín (desde el 18 de
mayo de 1937 hasta el final de la guerra) —los dos últimos pertenecientes al
Partido Socialista Obrero Español (PSOE)—, en lo que bien puede definirse como
una pugna entre dos prioridades: desarrollar un proceso revolucionario o
apostar por ganar la guerra primero.
José Antonio Primo de Rivera
José Antonio Primo de Rivera fundó
Falange Española en 1933. Defensor de unos principios totalitarios y
nacionalistas, sus fundamentos ideológicos quedan reflejados de forma patente
en esta alocución por él efectuada poco antes de su muerte, en la que
propugnaba la empresa colectiva que debía afrontarse en España para erradicar
sus principales problemas, entre los cuales tacha como perniciosa la influencia
de los movimientos autonomistas.
Manuel Azaña, presidente de la
República, sustituyó el 19 de julio de 1936 al dimitido presidente del gobierno
Santiago Casares Quiroga por Diego Martínez Barrio, quien no llegó a jurar el
cargo. No obstante, Azaña nombró ese mismo día a José Giral jefe del gabinete.
Tan pronto como este último asumió las responsabilidades de gobierno, la
autoridad del poder central se descompuso y se crearon numerosos poderes
locales de carácter popular y espontáneo que generaron divisiones intensas y
supusieron la pérdida de la unidad política e incluso militar en el ámbito
republicano.
Juan Negrín
Destacado catedrático de fisiología y
miembro del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) desde 1929, el canario
Juan Negrín no pasó a desempeñar cargos gubernamentales hasta que, ya iniciada
la Guerra Civil española, fue nombrado ministro de Hacienda, en septiembre de
1936, por Francisco Largo Caballero. Asumió la dirección política republicana
desde junio de 1937 hasta prácticamente el final de la contienda.
El debilitamiento de autoridad,
al que aludiría el propio Azaña en su obra teatral La velada de Benicarló
(1937), y los avances de las fuerzas rebeldes, explican el cambio de Giral por
Francisco Largo Caballero (septiembre de 1936), que ejercía su prestigio y
autoridad sobre los obreros principalmente desde la dirección de la Unión
General de Trabajadores (UGT), el sindicato afín al PSOE. Largo Caballero hizo
cuanto pudo por controlar la situación revolucionaria y formó un gobierno de
concentración con presencia de socialistas, comunistas, una minoría de
republicanos y nacionalistas vascos y catalanes. Dos meses después incorporó a
militantes de la central obrera anarcosindicalista Confederación Nacional del
Trabajo (CNT), cuya fuerza era destacada en Aragón, Cataluña y Valencia. Con
todo, el enfrentamiento entre las dos tendencias ya aludidas (revolución o
guerra) —y ello pese a que durante el gobierno de Largo Caballero mejoró la
coordinación en el Ejército republicano— dio al traste con esta experiencia
porque fue incapaz de hacer amainar las disputas entre las principales corrientes
políticas de la coalición gubernamental.
Tropas franquistas
Una rebelión militar intentó poner fin
al gobierno frentepopulista español en julio de 1936. Su fracaso llevó al
inicio de la Guerra Civil, conflicto en el que los rebeldes acabaron por lograr
la victoria tres años más tarde gracias a su propia superioridad organizativa,
pero también a la ayuda recibida de otros países afines a la ideología de los
subleados, principalmente Alemania y, en menor medida, Italia.
En mayo de 1937, Azaña
puso las riendas del gobierno en manos de Negrín, que pronto sería acusado de
estar dominado por los comunistas. Negrín prescindió de inmediato de los
anarcosindicalistas y orientó su gestión hacia la victoria militar; la
revolución debía esperar. Pero los avatares bélicos desencadenaron una nueva
crisis gubernamental en abril de 1938. Desde entonces, Negrín pasó a desempeñar
también el cargo de ministro de la Defensa Nacional (anterior Ministerio de la
Guerra), que venía ejerciendo el socialista Indalecio Prieto. Los denominados
trece puntos de Negrín (nombre por el cual fue conocido el acuerdo propuesto
por el presidente del gobierno republicano a las fuerzas franquistas, como base
de una posible negociación), promulgados el 1 de mayo de ese año, en un afán
por restablecer una democracia consensuada sobre principios alejados del
conflicto bélico, no consiguieron recomponer la unidad del Ejército republicano
ni sostener el escaso apoyo internacional, debilitado a medida que se retiraban
los voluntarios extranjeros que habían formado parte de las Brigadas
Internacionales.
El éxito definitivo de la
ofensiva franquista sobre Cataluña, a principios de febrero de 1939, impidió
que dieran fruto las garantías que el gobierno republicano pedía de cara a la
paz: independencia de España y rechazo de cualquier injerencia exterior, que el
pueblo pudiera decidir libremente acerca del futuro del régimen, así como
garantía de evitar persecuciones y represalias después de la guerra. Estas
condiciones propuestas por Negrín en las Cortes reunidas el 1 de febrero de 1939
en Figueras (Girona) no fueron aceptadas por el gobierno de Burgos, que
presumía concluir la guerra en breves días. En efecto, la reunión de las Cortes
republicanas en Figueras fue la última que tuvo lugar en suelo español. Antes
de esa fecha se celebraron reuniones de las Cortes en distintas sedes,
dependiendo de las propias circunstancias militares de la contienda. Las
primeras tuvieron lugar en Valencia (diciembre de 1936 y febrero y octubre de
1937), en tanto que las postreras se produjeron en distintas zonas del
territorio catalán, tales como Montserrat (febrero de 1938), San Cugat del
Vallés (septiembre de 1938) y Sabadell (octubre de 1938).
En lo que respecta a la
zona sublevada (denominada “nacional” tanto por las propias fuerzas rebeldes
como por la historiografía favorable a las mismas), se dictaron paulatinamente
medidas políticas al compás de las acciones bélicas, que fueron aplicadas en
los territorios ocupados desde el principio y en todos aquellos que se
incorporaban tras los éxitos militares rebeldes. La primera y pronta medida
adoptada por los insurrectos fue la creación en Burgos de la Junta de Defensa
Nacional, el 24 de julio de 1936, que presidió el general Miguel Cabanellas por
ser el militar más antiguo e integraron en calidad de vocales los generales
Emilio Mola, Fidel Dávila, Andrés Saliquet, Miguel Ponte y los coroneles
Fernando Moreno y Federico Montaner.
A finales de septiembre de
ese año, la Junta de Defensa Nacional designó a Franco generalísimo de las
fuerzas sublevadas (principal jefe militar de las mismas) y jefe del gobierno.
Así, el 1 de octubre de 1936 se hizo oficial el acceso de Franco a la jefatura
militar y política de quienes se autodenominaban “nacionales”, cargos a los que
él mismo unió el de jefe del Estado. Esta medida tuvo su complemento en el
llamado Decreto de Unificación (19 de abril de 1937), por medio del cual se
creó Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva
Nacional-Sindicalista (FET y de las JONS), única formación política legal del
nuevo régimen —llamado “Movimiento Nacional” por sus partidarios— que fundía
los núcleos falangistas y tradicionalistas (carlistas). Esa operación política
agudizó las tensiones latentes entre los falangistas desde que, en noviembre de
1936, fuera ajusticiado por los republicanos José Antonio Primo de Rivera,
fundador y jefe nacional de Falange Española. El nuevo jefe nacional
falangista, Manuel Hedilla, se opuso al decreto unificador, por lo que fue
arrestado junto con sus seguidores.
En enero de 1938 se formó
el primer gobierno “nacional” presidido por Franco, tras la disolución de la
Junta Técnica de Estado, que había sido creada en octubre de 1936 inicialmente
como una entidad de apoyo gubernamental a la primigenia Junta de Defensa
Nacional. El primer gobierno franquista estuvo compuesto tanto por militares
como por figuras civiles falangistas, tradicionalistas y monárquicas. Entre sus
miembros cabe destacar a los generales Francisco Gómez Jordana (vicepresidente
del gobierno y ministro de Asuntos Exteriores), Severiano Martínez Anido
(responsable del Ministerio de Orden Público) y Fidel Dávila (ministro de la
Defensa Nacional), al ingeniero naval Juan Antonio Suances (encargado del
Ministerio de Industria y Comercio), así como al abogado y cuñado de Franco Ramón
Serrano Súñer (ministro de Interior y secretario del Consejo de Ministros), al
notario y falangista Raimundo Fernández Cuesta (responsable del Ministerio de
Agricultura) y al escritor y político monárquico Pedro Sainz Rodríguez.
Asimismo, el 9 de marzo de 1938 se promulgó el Fuero del Trabajo, que acabada
la guerra alcanzaría el rango de ley fundamental y, por tanto, entraría a
formar parte del peculiar constitucionalismo propio del franquismo.
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LA INTERNACIONALIZACIÓN DEL CONFLICTO
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Brigadistas internacionales
Las tropas de voluntarios extranjeros
que lucharon durante la Guerra Civil española (1936-1939) para defender al
gobierno republicano estaban compuestas por miembros de muy distintas
nacionalidades y diferentes ideologías (si bien éstas siempre con un innegable
componente izquierdista). Agrupadas bajo la denominación de Brigadas
Internacionales, su participación en el conflicto duró sólo dos años (desde
octubre de 1936 hasta noviembre de 1938), tiempo en el que casi el 17% de sus
componentes perdieron la vida. En la fotografía, aparecen brigadistas sobre un
camión, los cuales, tras defender Madrid durante el otoño de 1936 y el invierno
de 1937 de los ataques de los ejércitos rebeldes, se diponen a dirigirse a la
línea del frente. El Parlamento concedió en 1996 el derecho a usar la plena
ciudadanía española a todos los voluntarios miembros de las Brigadas
Internacionales .
Si bien es cierto que
la guerra comenzó como un conflicto interno 'nacido en suelo español y a la
manera española' (en palabras de Salvador de Madariaga), no pudo mantenerse
ajena al entorno internacional debido a sus propias raíces ideológicas. Ambos
bandos reclamaron inmediatamente apoyos de otras potencias extranjeras, según
el panorama existente en la alineación del mundo en la década de 1930, hasta el
extremo de que algunos vieron en el conflicto un prólogo de un nuevo
enfrentamiento mundial. Si no lo fue, al menos consiguió implicar a la mayoría
de partidos políticos y potencias europeas. Hoy nadie pone en duda que la
intervención extranjera contribuyó tanto a prolongar la contienda como al
futuro del “Movimiento Nacional”. La primera fase de urgencia (julio-agosto de
1936) llevó, por un lado, al gabinete presidido por Giral a solicitar el
auxilio del gobierno del Frente Popular francés (presidido por el socialista
Léon Blum) y, por el otro, a los rebeldes a concretar el inicial apoyo prestado
por Italia (gobernada por el fascista Benito Mussolini) y Alemania (con el
nacionalsocialista Adolf Hitler en el poder).
El Frente Popular español
contó con el apoyo primigenio de Francia y de la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas (URSS). Sin embargo, el temor del gobierno francés a
crear una situación conflictiva en todo el continente frenó su ayuda y se
acogió a la política de no intervención que, propugnada por el gobierno
británico, asimismo acabaría aplicando la Sociedad de Naciones. Francia cerró
su frontera a la entrada de material bélico destinado a cualquiera de los
contendientes, con lo que en realidad perjudicó notablemente al gobierno
republicano. Por su parte la URSS, gobernada por Iósiv Stalin, tras comprobar
la participación activa y directa de italianos y alemanes, rechazó la política
de no intervención. Su apoyo resultó fundamental en blindados, aviones y
equipos de asesores militares. En tanto que los rebeldes recibieron aviones,
armamento y combatientes de Italia y Alemania (valga como ejemplo la Legión
Cóndor), así como la ayuda de los voluntarios portugueses, enviados por el
gobierno encabezado por António de Oliveira Salazar, además de otras
colaboraciones.
Entre los auxilios recibidos
por el gobierno republicano merecen recordarse las Brigadas Internacionales: la
III Internacional (también conocida como Komintern) creó un comité
internacional para organizar a sus miembros, que contó con la participación de
los dirigentes comunistas Palmiro Togliatti y Josip Broz (Tito). Participaron
en ellas voluntarios de distintos países movidos por sentimientos
antifascistas, cuyo número es difícil de precisar (tal vez, unos 40.000) a
causa de los relevos producidos en sus filas durante el transcurso de la
guerra. El centro de reclutamiento estuvo en París y entre sus gestores cobró
especial relieve el dirigente comunista francés André Marty. Los primeros
brigadistas llegaron al puerto español de Alicante en octubre de 1936 para
continuar hasta Albacete, en donde se formó la XI Brigada, que pronto participó
en la batalla de Madrid. Su intervención al lado de la causa republicana duró
hasta octubre de 1938.
El presidente Cárdenas con refugiados
españoles
Lázaro Cárdenas, presidente mexicano
desde 1934, apoyó la causa republicana durante la Guerra Civil española
(1936-1939). Concedió asilo a numerosos refugiados y facilitó el hospedaje y la
educación a cientos de huérfanos que huían de las tropas finalmente vencedoras.
Esta imagen fue tomada el 8 de junio de 1937, en la ciudad de México.
En medio de todo este
proceso destacó de manera especial lo que se conoció como la política de no
intervención asumida por la Sociedad de Naciones, que, en principio, suponía la
prohibición de exportar cualquier material de guerra, sin más compromisos por
parte de los gobiernos. En septiembre de 1936 nació en Londres el Comité de No
Intervención, integrado por los embajadores residentes en la capital británica
con el objeto de reducir el conflicto al ámbito nacional. Sin embargo, a la
vista de las numerosas violaciones del compromiso, las medidas adoptadas por el
Comité de No Intervención no resultaron efectivas y, desde luego, no impidieron
que las potencias extranjeras apostaran por uno u otro contendiente, si bien la
mayor beneficiada de la actitud de las democracias occidentales acabó siendo la
causa franquista, auxiliada de forma reiterada por las potencias del Eje.
Por lo que se refiere
al apoyo soviético, la financiación de los suministros bélicos entregados al
gobierno republicano se relacionó con las reservas del Banco de España. Dos
terceras partes del oro guardado en el banco nacional salieron hacia Moscú, en
concepto de depósito primero, y como pago por aquellos suministros
posteriormente. El famoso “oro de Moscú” sería un asunto controvertido y
utilizado como propaganda por el gobierno franquista. Mientras éste recibió a
crédito suministros alemanes e italianos, que fueron abonados en parte después
de finalizar la guerra, el gobierno republicano agotó las reservas para pagar
la ayuda soviética.
Refugiados al final de la Guerra Civil
En 1939, en los días finales de la
Guerra Civil española, miles de personas, no sólo combatientes, se vieron
obligados a traspasar la frontera española con Francia situada en Cataluña. El
dolor provocado por la penosa huida ante el decidido avance de los ejércitos
franquistas se ve reflejado en el rostro de la mujer que aparece en primer
plano en esta fotografía.
La principal consecuencia de la
Guerra Civil española fue la gran cantidad de pérdidas humanas (tal vez más de
medio millón), no todas ellas atribuibles a las acciones propiamente bélicas y
sí muchas de ellas relacionadas con la violenta represión ejercida o consentida
por ambos bandos, entre las que se pueden incluir también las muertes
producidas por los bombardeos sobre poblaciones civiles.
Final de la Guerra Civil española
Cuando el 28 de marzo de 1939, tres días
antes del final de la Guerra Civil española, las vencedoras tropas del general
Francisco Franco entraron en la capital estatal, la ciudad de Madrid, ésta se
encontraba en el estado lamentable que cabía esperar después de haber sufrido
durante más de dos años los avatares de la contienda. Buena muestra de ello es
esta fotografía del 1 de abril de ese año (fecha de la finalización definitiva
del conflicto), en la cual se puede apreciar una calle madrileña todavía protegida
por una barricada, a cuyo desmantelamiento se está procediendo en ese momento.
En un nivel inmediatamente
inferior se puede considerar como consecuencia destacada el elevado número de
exiliados producido por el conflicto. Algunas de las principales figuras
políticas constituyeron durante muchos años el gobierno republicano en el
exilio, de entre cuyos más destacados miembros cabe mencionar al nacionalista
gallego y escritor Alfonso Rodríguez Castelao, al socialista Fernando de los
Ríos, al comunista Joan Comorera, o a los propios José Giral y Juan Negrín,
quienes, al igual que los socialistas Luis Jiménez de Asúa y Rodolfo Llopis,
presidieron dicho gabinete, por no olvidar a Diego Martínez Barrio, que entre
1945 y 1962 ejerció el cargo de presidente de la República en el exilio.
En lo que respecta al
aspecto económico, las consecuencias principales fueron la pérdida de reservas,
la disminución de la población activa, la destrucción de infraestructuras
viarias y fabriles, así como de viviendas —todo lo cual provocó una disminución
de la producción—, y, en fin, el hundimiento parcial del nivel de renta. La
mayoría de la población española hubo de padecer durante la contienda y, tras
terminar ésta, a lo largo de las décadas de 1940 y 1950, los efectos del
racionamiento y la privación de bienes de consumo.