El invento del:
Arte japonés
Cerámica Karatsu
Las piezas de cerámica Karatsu,
propias del periodo Azuchi-Momoyama (1568-1600), suelen adornarse con pinturas
de motivos geométricos o vegetales.
Arte japonés, conjunto de obras de
arte realizadas en Japón desde el asentamiento de los primeros habitantes
(alrededor del 10.000 a.C.) hasta la actualidad.
Históricamente Japón ha
estado sujeto a súbitas invasiones de ideas nuevas procedentes del extranjero,
seguidas por largos periodos de mínimo contacto con el mundo exterior. A lo
largo del tiempo, los japoneses han desarrollado la habilidad de absorber,
imitar y hacer suyos los elementos de culturas extranjeras que servían para
complementar sus preferencias estéticas. Las manifestaciones artísticas más
antiguas que se desarrollaron en Japón datan de los siglos VII y VIII y están
relacionadas con el budismo. En el siglo IX Japón empezó a abandonar la
influencia china y a desarrollar formas de expresión propias. De manera
paulatina fue cobrando importancia el arte profano, que continuó floreciendo,
junto al religioso, hasta finales del siglo XV. A raíz de la guerra de Onin
(1467-1477) el país entró en un periodo de desorganización política, social y
económica que se prolongó durante casi un siglo. Bajo el mandato de la dinastía
Tokugawa (o periodo Edo, 1603-1867) disminuyó el protagonismo de la religión en
la vida diaria y las artes que se cultivaron fueron básicamente las profanas.
Otani Oniji como Eitoku
Otani Oniji como Eitoku es uno de
los numerosos grabados hechos en madera por Toshusai Sharaku entre 1794 y 1795
durante el periodo Edo de Japón. Representa a un actor del kabuki pintado en el
estilo Ukiyo-e ('mundo flotante'). Los grabados en madera alcanzaron su cumbre
en el arte japonés de los siglos XVIII y XIX.
El pincel es el medio
de expresión artística preferido de los japoneses. Su uso es especialmente
notable en las artes de la pintura y la caligrafía japonesas, que se practican
tanto de forma profesional como aficionada. Hasta los tiempos modernos siempre
se ha utilizado el pincel, y no la pluma, para escribir. La escultura era a
ojos de los artistas un medio de expresión mucho menos eficaz; la mayor parte
de ella está relacionada con la religión, por lo que su importancia disminuyó
con la decadencia del budismo tradicional. Por el contrario, la cerámica
japonesa es una de las más bellas del mundo y, de hecho, a esta modalidad
artística pertenecen muchos de los objetos japoneses más antiguos que se
conocen. En cuanto a la arquitectura, revela claramente las preferencias
japonesas por los materiales naturales así como la interacción del espacio
interior y del exterior.
La principal característica
del arte japonés es su polaridad. Por ejemplo, en la cerámica de los periodos
prehistóricos, la exuberancia dio paso a un arte disciplinado y refinado. De la
misma manera, hay dos tendencias en el siglo XVI radicalmente distintas: el
palacio de Katsura, cerca de Kioto, es una muestra de la sencillez de líneas,
en la que destacan la delicada utilización de la madera y la integración en los
jardines circundantes, que realzan la belleza del edificio; por contraste, el
templo-santuario mausoleo de Toshogu en el monte Nikkō es una estructura
rígidamente simétrica con relieves coloreados que cubren toda la superficie
visible. El arte japonés es apreciado no sólo por su simplicidad sino también
por la exuberancia de su colorido, y ha ejercido una considerable influencia
sobre la pintura y la arquitectura occidentales de los siglos XIX y XX
respectivamente.
La primera civilización
importante fue la de los Jomon (en japonés, “huella de cuerdas”,
c. 10000-300 a.C.). Se caracteriza por la fabricación de figuritas de
arcilla llamadas dogu y vasijas decoradas con motivos que recuerdan a
una cuerda, lo que dio origen a su nombre. Era una cultura de cazadores y
agricultores que vivían en pequeñas comunidades en casas de madera o de paja,
construidas en hoyos poco profundos para aprovechar el calor del suelo. Los
utensilios Jomon, que suelen tener complicadas formas flamígeras, son las
piezas de cerámica conocidas más antiguas del mundo. La siguiente oleada de
inmigrantes fue la del pueblo Yayoi, que toma su nombre del barrio de Tokio
donde se encontraron los primeros vestigios de sus asentamientos. Llegaron a
Japón hacia el año 300 a.C. y aportaron sus conocimientos en materia de
cultivo del arroz mediante el riego, técnicas de metalistería para la
fabricación de armas de cobre (doboko) y de campanas de bronce (dotaku),
y fabricación de objetos de cerámica modelados con el torno y cocidos en el
horno.
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ARTE KOFUN O DE LOS
GRANDES TÚMULOS
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La tercera etapa de la
prehistoria japonesa es el periodo Kofun o de los grandes túmulos
(c. 300-710 de nuestra era). Se llama así por la construcción de
imponentes estructuras de un enorme volumen. La mayor de todas, la tumba de
Nintoku, tiene unos 460 m de largo y más de 30 m de alto. Esta etapa
representa un cambio con respecto a la cultura Yayoi, que se puede atribuir
tanto al desarrollo interno como a la activación exterior. En este periodo
diversos pueblos pactaron alianzas políticas y se fundieron en una sola nación.
Los objetos artísticos de la época son los espejos de bronce (símbolos de las
alianzas políticas) y las esculturas de arcilla llamadas haniwa, que se
levantaban en el exterior de las tumbas.
Durante los periodos Asuka
y Nara, llamados así porque sus gobiernos estuvieron asentados en el valle de
Asuka desde el año 593 hasta el 710 y en la ciudad de Nara hasta el año 794, se
produjo en Japón la primera influencia importante de la cultura procedente del
continente asiático. La introducción del budismo en el año 552 desde Corea
proporcionó el empuje inicial para los contactos entre Corea, China y Japón.
Los japoneses advirtieron que la cultura china tenía muchas facetas que podían
ser incorporadas a la suya propia de forma provechosa: un sistema para expresar
las ideas y los sonidos por medio de símbolos escritos, la historiografía,
complejas teorías de gobierno, así como una eficaz burocracia y, lo más
importante para el arte, una avanzada tecnología, nuevas técnicas de
construcción, métodos muy perfeccionados para fundir en bronce y nuevas
técnicas y materiales de pintura.
Sin embargo, durante los
siglos VII y VIII, el principal foco de contacto entre Japón y el continente
asiático fue el budismo. No todos los especialistas están de acuerdo en la
periodización y en la nomenclatura adecuada para designar las diferentes etapas
entre el año 552, fecha oficial de la introducción del budismo en Japón, y el
año 784, en que se trasladó la capital de Nara.
Las primeras construcciones
budistas que aún se conservan en Japón (los edificios de madera más antiguos
del Lejano Oriente) se encuentran en el templo de Horyu-ji, un complejo
religioso al suroeste de Nara. El monasterio, construido en los comienzos del siglo
VII como templo privado del regente Shotoku Taishi, consta de 41 pabellones
independientes. De entre ellos, los más importantes (el salón de culto
principal o kondo, salón dorado, y la gojunoto, pagoda de cinco
plantas) están en el centro de una zona abierta rodeada de un claustro
cubierto. El kondo, al estilo de las salas de culto chinas, es una
construcción de dos plantas, con postes y vigas, coronada por un irimoya
o tejado de cuatro aguas de azulejos.
Dentro del kondo, en una
amplia plataforma rectangular, se encuentran algunas importantes esculturas del
periodo. La imagen central es una figura de bronce realizada por Tori Busshi
(activo a principios del siglo VII) en homenaje al recientemente desaparecido
regente Shotoku, que representa a la trinidad Shaka (623), compuesta por el
Buda histórico flanqueado por dos bodhisattvas (santos budistas). En las
cuatro esquinas de la plataforma están situados los reyes guardianes de las
cuatro direcciones, tallados en madera hacia el año 650. También en el Horyu-ji
se encuentra la capilla Tamamushi (copia en madera de un kondo), situada
en alto sobre una base de madera decorada con figuras pintadas con pigmentos
minerales mezclados con laca.
En el siglo VIII la construcción
de templos se centraba en Nara, alrededor de Todai-ji, el complejo religioso
más ambicioso levantado en los primeros siglos de culto budista, como sede
central de una red de templos situados en cada una de las provincias. El Buda
de 16,2 m (terminado en el 752) que está ubicado en el salón principal, o Daibutsuden,
simboliza la esencia del budismo, de la misma manera que el Todai-ji representa
la observancia religiosa apoyada por el estado y su diseminación por todo
Japón. Sólo quedan algunos fragmentos de la estatua original y tanto el salón como
el Buda que se pueden contemplar en la actualidad son reconstrucciones del
periodo Edo.
Alrededor del Daibutsuden,
en la suave ladera de una colina, se agrupan varios pabellones secundarios: el hokkedo
(salón del Loto Sutra), con su imagen principal, el Fukukenjaku Kannon (el bodhisattva
más popular), realizado en laca seca (tejido empapado en laca y moldeado sobre
un armazón de madera); el kaidanin (salón de Ordenaciones) con sus
magníficas estatuas de arcilla representando a los cuatro reyes guardianes; y
el almacén, llamado shosoin. Este último pabellón tiene gran importancia
para la historia del arte pues en él se guardan los utensilios que se emplearon
en la ceremonia de dedicación del templo, así como documentos oficiales y
muchos objetos profanos que pertenecieron a la familia imperial.
En el año 794 la capital
del Japón se trasladó oficialmente a Heian-kyo (hoy Kioto), donde permaneció
hasta 1868. El periodo Heian abarca desde el 794 hasta el 1185, año en que
terminó la Guerra Gempei. A partir de entonces el periodo se divide en Heian
primitivo y Heian posterior, siendo fundamental el año 894, fecha de retirada
de las embajadas imperiales de China. El siguiente periodo toma el nombre de
Fujiwara (866-1160), a la sazón la familia más poderosa del país, cuyos
miembros gobernaban como regentes del emperador.
Como reacción ante la
creciente riqueza y poder del budismo organizado en Nara, el sacerdote Kukai
(denominado póstumamente Kobo Daishi), viajó a China para estudiar el Shingon,
una variedad de budismo más riguroso, que introdujo en Japón en el 806. La base
del culto Shingon son los mandala o diagramas del universo espiritual: el kongo-kai,
o mapa de los innumerables mundos del budismo, y el taizo-kai, o
representación pictórica de los reinos del universo budista.
Los templos de esta nueva
secta fueron levantados en las montañas, lejos de la corte y de la mundana
capital. La irregularidad del terreno obligó a los arquitectos a replantear la
construcción de templos y, al hacerlo, eligieron elementos de decoración más
autóctonos. En los tejados utilizaron la corteza de ciprés en lugar de los
azulejos, la tarima de madera sustituyó a los suelos de tierra y delante del
santuario principal se añadió una zona separada destinada al culto de los
seglares.
El templo que mejor refleja
el espíritu de los santuarios Shingon del Heian primitivo es el Muro-ji (principios
del siglo IX), escondido en un bosque de cipreses en una montaña al sureste de
Nara. Allí, en una construcción secundaria, se encuentra una imagen típica de
la escultura del periodo, que representa a Shaka, el Buda histórico, con el
enorme cuerpo cubierto por los gruesos pliegues de su ropaje y una expresión de
reserva en su rostro.
Templo Byodo-in
El Byodo-in, templo budista Amida
de Uji, cerca de Kioto fue terminado en el año 1053. Destaca el Ho-o-do,
vestíbulo del Fénix, que contiene una gran figura de Amida dorada en madera,
realizada por el escultor Jocho. El vestíbulo del Fénix fue en un principio una
casa de campo aristocrática, y se transformó en monasterio en el año 1053
cuando se construyó el resto del edificio.
En el periodo Fujiwara
se extendió la secta de la Tierra Pura, que ofrecía una salvación fácil por
medio de la fe en Amida (el Buda del paraíso occidental). No se necesitaba nada
más: ni templos, ni monasterios, ni rituales, ni clero. Paralelamente, entre la
nobleza de Kioto se desarrollaba una sociedad refinada y entregada al cultivo
de una estética elegante. Su mundo era tan seguro y tan bello que no podían
concebir que el paraíso fuera muy distinto. El salón de Amida, que aglutinaba
lo profano con lo religioso, cuenta con alguna imagen de Buda en el interior de
una construcción que parece una mansión noble.
El ejemplo más característico
de los salones Amida de la era Fujiwara es el Ho-o-do (salón del Fénix,
terminado en 1053) del templo Byodo-in, en Uji, al sureste de Kioto. Está
formado por una estructura principal rectangular flanqueada por dos corredores
laterales y uno trasero situado al borde de un gran estanque. Dentro, en una
plataforma elevada, hay una imagen dorada de Amida (c. 1053), realizada
por Jocho, responsable de la aplicación de un nuevo canon de proporciones y una
nueva técnica (yosegi) consistente en múltiples piezas de madera
esculpidas a modo de conchas y unidas desde el interior. En las paredes del
salón hay pequeños relieves que representan a los seres celestiales que según
la creencia acompañaban a Amida cuando bajaba del paraíso occidental para
recoger a las almas de los creyentes en el momento de su muerte y
transportarlas en capullos de loto al paraíso. En las puertas de madera hay
representaciones pictóricas del Raigo (descendimiento del Buda Amida) con
paisajes de los alrededores de Kioto, que constituyen una muestra temprana del
Yamato-e, estilo decorativo e ilustrativo que se desarrolló en ese
periodo.
Durante el último siglo
del periodo Heian empezaron a destacar los emaki, rollos horizontales
que narraban historias ilustradas. Uno de los ejemplos más importantes de la
pintura japonesa es La historia de Genji, que data de hacia 1130, donde
se ilustra una historia escrita hacia el año 1000 por Murasaki Shikibu, dama de
honor de la emperatriz Akiko, en la que cuenta la vida y amores del príncipe
Genji y describe el mundo de la corte Heian después de su muerte. Los artistas
del siglo XII que realizaron la versión emaki idearon un sistema de
convenciones pictóricas que sirven para transmitir visualmente el contenido
emocional de cada escena. En la segunda mitad del siglo se puso de moda un
estilo de ilustración narrativa continua, diferente y más vivo, como el rollo Ban
Dainagon Ekotoba (finales del siglo XII, Colección Sakai Tadahiro), en el
que se narra una intriga en la corte y en el que resaltan las figuras en
movimiento plasmadas por medio de pinceladas rápidas en colores claros pero
vibrantes.
En 1180 estalló la guerra
civil, la Guerra Gempei entre dos clanes militares, los Taira y los Minamoto;
cinco años más tarde, Minamoto Yorimoto, a la cabeza de su facción, conseguía
la victoria y establecía su gobierno en el pueblo costero de Kamakura, donde
permaneció hasta 1333. Con el traspaso de poderes de la nobleza a la clase
guerrera, el arte debía ponerse al servicio de un público nuevo: los soldados,
los hombres dedicados a las técnicas y oficios relacionados con la guerra, los
sacerdotes encargados de difundir el budismo entre los plebeyos iletrados y
también a los miembros más conservadores de la sociedad, entre los que se
hallaba la nobleza y algunos religiosos que lamentaban el debilitamiento del
poder de la corte. Todas estas circunstancias confluyeron en el arte del
periodo Kamakura, que se caracteriza por su mezcla de realismo, tendencia hacia
lo popular y resurgimiento de lo clásico.
Un estilo de escultura
más realista y dinámico fue creado por la escuela de Kei, especialmente por
Unkei, cuya factura queda patente en los dos guardianes (1203) de la gran
puerta sur del Todai-ji de Nara. Estas estatuas, de unos 8 m de altura,
fueron talladas en numerosos bloques durante un periodo de tres meses, hecho
que indica que existía un taller de artesanos que trabajaban a las órdenes de
un maestro escultor. La técnica de los bloques múltiples permitía construir
grandes estatuas sin peligro de resquebrajamiento de la madera. Entre las obras
más realistas de la época destacan las esculturas de madera policromada de
Unkei (1208, Kofuku-ji, Nara) que representan a los dos sabios indios Muchaku y
Seshin, legendarios fundadores de la secta Hosso y que, como es habitual en la
obra de este artista, son imágenes muy singulares y de gran credibilidad.
Caligrafía japonesa
Este rollo de pergamino es un
ejemplo de la caligrafía japonesa. Aunque la caligrafía está considerada
generalmente como una forma de escritura, en Japón fue aceptada también como
una forma artística. Las letras y la figura del sabio están realizadas con
tinta, utilizando un pincel. Los sellos rectangulares están hechos con tampones
y tinta roja.
El Kegon Engi Emaki (historia
ilustrada de la fundación de la secta Kegon) es un excelente ejemplo de la
tendencia de la pintura Kamakura hacia lo popular. La secta Kegon, una de las
más importantes del periodo Nara, atravesó momentos difíciles durante el
dominio de las sectas de la Tierra Pura. Resurgió después de la Guerra Gempei
(1180-1185) gracias al sacerdote Myo-e del Kozan-ji, quien pretendía además
crear un refugio para las viudas de guerra. Los conocimientos de las esposas de
los samurái, aún siendo nobles, se limitaban al silabario nativo para la
transcripción de sonidos e ideas y la mayoría de ellas tenían dificultades con
los textos que empleaban ideogramas chinos. Por ello, el Kegon Engi Emaki
es una combinación de textos, escritos con la mayor cantidad posible de sílabas
de fácil lectura, y de ilustraciones en las que los diálogos entre los
personajes están escritos al lado del orador, siguiendo una técnica comparable
a las tiras cómicas de hoy. Narra las vidas de los dos sacerdotes coreanos
fundadores de la secta con una trama ágil, llena de hechos fantásticos, como un
viaje al palacio del rey del Océano, y una desgarradora historia de amor. Una
obra que sirve de ejemplo al estilo más conservador es la versión ilustrada del
diario de Murasaki Shikibu. Aún se seguían haciendo versiones emaki de
su novela, pero la nobleza, que aunque adaptada al nuevo interés por el
realismo sentía nostalgia por las pasadas épocas de riqueza y poder, recuperó
el diario y lo ilustró para hacer revivir el esplendor de los tiempos de la
autora. Uno de los pasajes más bellos ilustra el episodio en el cual dos
jóvenes cortesanos juegan a mantener prisionera a Murasaki Shikibu en su
habitación, mientras fuera la luna se refleja en las orillas cubiertas de musgo
de un riachuelo que recorre el jardín imperial.
Durante el periodo Muromachi
(1333-1568), llamado también periodo Ashikaga por ser éste el nombre del clan
militar gobernante, se operó un profundo cambio en la cultura japonesa. El clan
se hizo cargo del sogunado y volvió a instalar la sede del gobierno en la
capital, en el distrito de Muromachi de Kioto, lo que significó el final de las
tendencias populares del periodo Kamakura y la adopción de formas culturales de
expresión más aristocráticas y elitistas. El budismo Zen, la secta Ch'an, que
según la tradición fue fundada en China en el siglo VI, se introdujo en el
Japón por segunda vez, y allí arraigó.
Halcones y garzas
Sesshu, artista y sacerdote
budista zen, fue uno de los artistas más importantes del periodo Muromachi
(1333-1568). En el siglo XV pintó Halcones y garzas, donde se observa la
influencia china del estilo de pintura monocromática. Sus delicadas
composiciones paisajísticas y su pincelada espontánea reflejan el dominio de
Sesshu del estilo chino Ma-Xia de la pintura paisajística.
Con las expediciones seglares
y las misiones comerciales a China organizadas por los templos Zen, se
incrementó en el Japón la importación de pinturas y objetos de arte chinos, que
ejercieron una profunda influencia sobre los artistas japoneses que trabajaban
para los templos Zen y para el sogunado, no sólo en lo relativo a los temas,
sino en el uso del color, que pasó de la brillantez del estilo Yamato-e a los
tonos monocromos característicos de la escuela china. Un ejemplo típico de la
pintura primitiva Muromachi es la obra del sacerdote-pintor Kao (activo a
principios del siglo XV) en la que representa al legendario monje Kensu
(Hsien-tzu en chino) en el momento de su iluminación. Este tipo de pintura se
realizaba con pinceladas rápidas y un mínimo de detalles. La obra Un hombre
cogiendo un pez-gato (principios del siglo XV, Taizo-in, Kioto), del
sacerdote-pintor Josetsu (activo hacia 1400) marca un hito en la pintura Muromachi.
Ilustra una paradoja Zen, o koan, y originalmente estaba concebida para
un biombo, pero se ha vuelto a montar bajo la forma de rollo colgante,
acompañado de inscripciones de personajes contemporáneos, una de las cuales se
refiere al cuadro como de “nuevo estilo”. Representa, en primer término, a un
hombre a la orilla de un río, con una pequeña calabaza en la mano, mirando a
una resbaladiza anguila de gran tamaño; la niebla invade el fondo y las
montañas aparecen lejanas, en un segundo plano. Se supone que el “nuevo estilo”
de la obra, realizada hacia 1413, se refiere al sentido de profundidad que se
observa en el plano del cuadro.
Los artistas más destacados
del periodo Muromachi fueron los sacerdotes-pintores Shubun y Sesshu. En su
obra Un sabio leyendo en una ermita en un bosque de bambúes (1446, Museo
Nacional de Tokio) Shubun, monje en el Shokoku-ji de Kioto, crea un paisaje
realista y una asombrosa sensación de profundidad. Sesshu, a diferencia de la
mayoría de los artistas del periodo, pudo viajar a China y estudiar la pintura
de ese país de las fuentes originales. Una de sus obras más notables es el Paisaje
de las cuatro estaciones (Colección Mori, Yamaguchi) en la que representa
un paisaje continuado a lo largo de las cuatro estaciones.
Otra innovación importante
de la época es la ceremonia del té y el lugar donde se celebraba; su finalidad
era pasar el tiempo con los amigos amantes de las artes, liberando la mente de
las preocupaciones de la vida cotidiana y tomar un té cuidadosamente preparado
y servido con refinamiento y gusto exquisito en un precioso cuenco. Para las
casas de té se adoptó la estética aparentemente simple de las viviendas
rurales, dando preferencia a materiales naturales, como troncos de árboles para
los muros exteriores y los tejidos de paja para las divisiones interiores.
En el periodo Azuchi-Momoyama
(1568-1600), y después de casi un siglo de guerra, una sucesión de jefes
militares intentó llevar la paz y la estabilidad política a Japón. Entre ellos
se encontraban Oda Nobunaga, Toyotomi Hideyoshi y Tokugawa Ieyasu, fundador de
la dinastía que lleva su nombre. Oda Nobunaga alcanzó suficiente poder como
para asumir el control del gobierno en 1568 y acabar, cinco años más tarde, con
el último sogún Ashikaga. Hideyoshi tomó el mando después de la muerte de Oda,
pero sus planes para el establecimiento de un sogunado hereditario fueron
desbaratados por Ieyasu, quien instauró el sogunado Tokugawa en 1603.
Castillo de Himeji, Japón
El castillo de Himeji, en la
prefectura de Hyogo, Japón, fue construido a partir del siglo XIV y restaurado
en 1609. El edificio está hecho de madera revestida de yeso blanco, sobre un
enorme muro de piedra levantado con una finalidad defensiva. Declarado
Patrimonio de la Humanidad en 1993, su estructura combina la solidez y la
elegancia.
Como respuesta al clima
militar de la época se desarrollaron dos nuevas formas de arquitectura: el
castillo, construcción defensiva que, en tiempos convulsos, servía de
alojamiento al señor feudal y a sus soldados, y el shoin, pabellón de
recepción y zona de estudio privada que reflejaba las relaciones entre el señor
y los vasallos dentro de la sociedad feudal. El castillo de Himeji (cuya forma
actual data de 1609), conocido popularmente como castillo de la Garza Blanca,
es una de las construcciones más bellas del periodo Momoyama, con sus tejados
graciosamente curvados y sus tres torres accesorias alrededor del tenshu
(o torre del homenaje). El Ohiroma del castillo de Nijo (siglo XVII), en Tokio,
constituye un ejemplo clásico de shoin, con su tokonoma (nicho),
la ventana que se abre sobre un cuidado jardín y las zonas claramente
diferenciadas para los señores Tokugawa y sus vasallos.
La escuela de pintura
más importante del periodo Momoyama fue la de Kano y la mayor innovación de la
época la constituyó la fórmula ideada por Kano Eitoku para decorar con paisajes
monumentales las puertas correderas de los interiores de las viviendas. Los
pintaba sobre un fondo de oro que iluminaba los oscuros interiores de los
castillos y se complementaba muy bien con el carácter ostentoso de los
aventureros militares de la época. La mejor muestra de su obra es quizá la
decoración del pabellón principal, que da al jardín, del Juko-in, subtemplo del
Daitoku-ji (templo Zen de Kioto). En las puertas correderas de dos esquinas
diagonalmente opuestas, hay representados un imponente ciruelo y unos pinos
gemelos cuyos troncos repiten las verticales de las columnas del rincón,
mientras que sus ramas se extienden a derecha e izquierda unificando los
paneles contiguos. El biombo realizado por Eitoku Leones chinos, que
también se conserva en Kioto, denota el estilo pictórico, audaz y de brillante
colorido, preferido por la clase samurái.
Hasegawa Tohaku, coetáneo
de Eitoku, desarrolló un estilo algo diferente y más decorativo para los
biombos de gran tamaño. En su Biombo del arce, que se conserva
actualmente en el templo de Chishaku-in, Kioto, el tronco del árbol aparece en
el centro y las ramas se extienden casi hasta el borde, creando una composición
más plana y menos arquitectónica que las de Eitoku, pero con un efecto
suntuoso. Su biombo de seis hojas Pinar (Museo Nacional de Tokio) es una
maravillosa representación de un bosque envuelto en la niebla, realizado con
tinta monocroma.
Palacio de Katsura en Kioto
El palacio Katsura en Kioto,
Japón, fue construido entre 1620 y 1662, durante el periodo Edo, por una
familia de príncipes imperiales. El palacio es una de las obras maestras de la
arquitectura tradicional japonesa, construido en madera, paneles de papel
móviles, llamados shoji, y una planta irregular que integra el jardín
circundante. Observamos también cómo las antiguas familias aristocráticas
mantuvieron su status como custodios de una tradición estética mucho después de
que su poder político hubiera sido usurpado por los daimyo y los sogunes
militares. Los jardines del entorno tienen estanques ornamentales y un salón de
té para cada estación del año.
El sogunado Tokugawa del
periodo Edo se hizo con el control absoluto del gobierno en 1603,
comprometiéndose a aportar al país paz y estabilidad económica y política; en
gran medida lo consiguió. El sogunado se mantuvo hasta 1867, en que se vio
obligado a capitular al fracasar en las negociaciones y ante las presiones de
las naciones occidentales para la apertura del país al comercio exterior. Una
de las características dominantes del periodo Edo fue la política represiva del
sogunado y los esfuerzos de los artistas por escapar de las medidas
restrictivas, que llegaban a impedir la entrada de los extranjeros y de su
cultura, y a imponer estrictos códigos de comportamiento que afectaban a todos
los aspectos de la vida, como la elección de cónyuge y otras actividades.
Durante los primeros años
del periodo Edo todavía no se había dejado sentir con toda su fuerza el poder
de los Tokugawa. De esa época son el palacio imperial de Katsura, en Kioto, y
las pinturas de Sotatsu, pionero de la escuela de Rimpa, que constituyen bellos
ejemplos del estilo arquitectónico y pictórico japonés.
El palacio imperial de
Katsura combina elementos de la arquitectura clásica japonesa con elementos
innovadores. Todo el conjunto está rodeado de un bello jardín con senderos para
pasear.
Sotatsu desarrolló un
magnífico estilo decorativo con el que recreaba temas de la literatura clásica
que ilustraba con figuras de brillantes colores y motivos de la naturaleza
sobre fondos de pan de oro. Una de sus obras más bellas es la pareja de biombos
titulada Olas en Matsushima (Freer Gallery of Art, Washington D. C.). Un
siglo más tarde Korin Ogata retomó el estilo de Sotatsu y lo adaptó a arte
creando obras de gran riqueza visual, entre las que destacan las pinturas de
biombos con flores de ciruelo rojas y blancas.
La hora del jabalí
La hora del jabalí (c. 1790) del
artista japonés Utamaro es un grabado en madera que pertenece a la escuela
Ukiyo-e. La obra muestra a una prostituta sirviendo sake a un cliente mientras
su doncella se inclina sobre la tetera. Pertenece a la serie de xilografías
sobre los burdeles titulada Doce horas en las casas verdes.
La escuela artística más
conocida en Occidente es la de Ukiyo-e, de pintura y de grabados en madera,
cuyos temas centrales son la vida de las cortesanas, el mundo del teatro kabuki
y el barrio de los burdeles. Los primeros grabados de Ukiyo-e datan de finales
del siglo XVII, pero la estampa más antigua en color fue realizada por Harunobu
en 1765. Los grabadores de las siguientes generaciones, como Torii Kiyonaga y
Utamaro, representaron escenas cortesanas elegantes para las que emplearon un
agudo sentido de la observación.
El puente Ohashi bajo la lluvia
La habilidad de Hiroshige para
captar escenas de la vida cotidiana de una forma poética e íntima le concedió
popularidad y éxito como grabador y pintor en el Japón de principios del siglo
XIX. Hiroshige creó grabados con colores delicados e introdujo en muchos casos
pequeñas figuras humanas dentro de sus composiciones. En El puente Ohashi bajo
la lluvia el artista destaca el escenario lluvioso, ilustrando la situación con
gente que cruza el puente.
El principal exponente
del estilo Ukiyo-e en el siglo XIX fue Hokusai, quien dedicó su larga vida a
pintar y a grabar con maestría paisajes, figuras y todo tipo de escenas,
destacando La ola, que forma parte de las Treinta y seis vistas del
monte Fuji, quizá una de las obras más conocidas del arte japonés. Entre
sus coetáneos destaca Hiroshige, autor de preciosos grabados de paisajes
románticos. Los curiosos ángulos y formas a través de los cuales veían el
paisaje Hokusai e Hiroshige, junto con la obra de Kiyonaga y Utamaro en la que
resaltaban los planos lisos y fuertes contornos lineales, ejercieron una
profunda influencia en artistas occidentales como Edgar Degas y Vincent van
Gogh.
Mientras la escuela Ukiyo-e
se decantaba por representaciones que se escapaban de las restricciones del
sogunado Tokugawa, los artistas de la escuela Bunjinga se inclinaban por la
cultura china y basaban su estilo en las obras de los pintores académicos chinos.
A esta última escuela pertenecen Ike no Taiga, Yosa Buson, Tanomura Chikuden y
Yamamoto Baiitsu.
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EL ARTE A PARTIR DE
1867
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En los años que siguieron
a 1867, fecha de la subida al trono del emperador Meiji Tenno, Japón volvió a
ser invadido por formas de cultura nuevas procedentes del exterior.
Amapolas
Las Amapolas de Kokei Kobayashi,
son un rollo de pergamino colgante contemporáneo. Se observa la influencia de
la pintura sobre pergamino del siglo XVI, así como de la pintura sobre biombo
de los siglos XVII y XVIII. El trazo de las hojas es extremadamente elegante y,
aunque no existe un sentido amplio de profundidad, la superposición del follaje
es compleja.
La primera reacción de
los japoneses ante esta nueva situación fue de sincera aceptación, y en 1876 se
inauguró la Escuela de Artes tecnológicas, con profesores italianos que
enseñaban las técnicas occidentales. La segunda reacción fue un rechazo hacia
lo occidental, encabezado por Okakura Kakuzo y por el estadounidense Ernest
Fenollosa, quienes alentaban a los artistas japoneses a conservar los temas y
las técnicas tradicionales, si bien creando obras más acordes con el gusto
contemporáneo. De estos dos polos de la teoría artística surgieron los estilos Yoga
(pintura al estilo occidental) y Nihonga (pintura japonesa), que siguen
vigentes en la actualidad.
Pabellón japonés de la Expo'92
Proyectado por el arquitecto
Tadao Ando, el pabellón japonés de la Expo'92 de Sevilla combinaba la
construcción tradicional nipona en madera con el diseño más vanguardista.
La necesidad de reconstruir
el Japón a raíz de la II Guerra Mundial constituyó un fuerte estímulo para
los arquitectos japoneses y los edificios de hoy compiten con los mejores del
mundo en cuanto a tecnología (resistentes a los terremotos) y concepto formal.
El arquitecto más conocido de la primera generación de la posguerra es Kenzo
Tange, constructor de dos pequeños estadios (1964) para los Juegos Olímpicos de
Tokio, caracterizados por su elegancia y por la disposición de las cubiertas
suspendidas. Figuras posteriores como Isozaki Arata y Tadao Ando han aportado
una presencia japonesa más fuerte y significativa en el panorama de la
arquitectura internacional.