El invento de la Literatura japonesa




La historia de Genji
Escrita por la japonesa Murasaki Shikibu en el siglo XI, está considerada como la obra capital de la literatura japonesa y la primera novela propiamente dicha de la historia. En esta escena del capítulo Asagao, el príncipe Genji acaba de regresar de una frustrante visita al palacio de su amante, la princesa de la Gloria Matutina. Mientras conversa sobre sus otras amantes con su esposa favorita, contempla cómo sus criadas juegan en la nieve. La novela está repleta de ricos retratos de la refinada cultura del Japón del periodo Heian, que se entremezclan con agudas visiones de la fugacidad del mundo.


Literatura japonesa, literatura escrita por japoneses tanto en lengua japonesa como en lengua china. El presente artículo se ocupa principalmente de las obras en lengua japonesa.
La literatura japonesa ante todo se desarrolló en forma de novela, poesía, ensayo y teatro (véase Teatro japonés). Este desarrollo se divide habitualmente en los periodos Yamato, Heian, Kamakura–Muromachi, Edo y moderno; los cuatro primeros se llaman así de acuerdo con la sede del centro administrativo japonés principal de la época.
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PERIODO YAMATO
(desde las épocas arcaicas hasta fines del siglo VIII d. C.). Aunque no existía literatura escrita antes del siglo VIII, en los siglos anteriores se compusieron un número considerable de baladas, rezos rituales, mitos y leyendas. Posteriormente estas composiciones fueron recogidas en Kojiki (Relación de cuestiones antiguas, 712), obra fundamental escrita por O no Yasumaro en una lengua que no era todavía japonés, pero ya tampoco chino, resultado de un esfuerzo considerable de adaptación de la grafía china y la sintáxis japonesa, y en Nihon Shoki o Nihongi (Crónica del Japón, 720), escrita en chino. Estas obras son las primeras historias de Japón y explican el origen del pueblo japonés, la formación del Estado y la esencia de la política nacional. Aunque las dos obras parten de los mismos materiales míticos e históricos, Kojiki está destinada a los japoneses, mientras que Nihon shoki, que muestra influencia del pensamiento chino, tiene una perspectiva más amplia.
Una poesía lírica que surgió a partir de las primitivas baladas incluidas en estas obras quedó recogida en la primera gran antología japonesa, la Manyoshu (Colección de diez mil hojas), realizada por el poeta Otomo no Yakamochi después del 759. En esta antología se utiliza un silabario primitivo, conocido como manyo-gana, en el que los caracteres chinos sirven como símbolos fonéticos de las sílabas, en vez de palabras. Las dos formas poéticas más importantes de la antología son el choka (poema largo), consistente en versos alternos de cinco y siete sílabas, seguidos por un verso final de siete sílabas al que se añaden uno o más hankas (envíos) y el tanka (poema breve), consistente en 31 sílabas, escritas en cinco versos según un esquema de cinco, siete, cinco, siete y siete sílabas. El tanka se convirtió en la forma poética japonesa más importante, manteniendo su vitalidad hasta el periodo moderno, mientras que el choka perdió pronto popularidad. El poeta más importante del Manyoshu es Kakinomoto no Hitomaro, que utilizó libremente todas las formas de versificación. El estado de ánimo que se impone en la antología es el de makoto (verdad o sinceridad), el compromiso total de la persona.
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PERIODO HEIAN

(fines del siglo VIII-fines del siglo XII). A finales del siglo VIII la sede del gobierno se trasladó a Heian (actualmente Kioto), y surgió un nuevo tipo de literatura entre la sociedad aristocrática de la corte. La creación de silabarios japoneses en este siglo contribuyó tanto al desarrollo de la prosa como al de la poesía. La Kokinshu (Colección de poemas antiguos y nuevos, 905) refleja claramente el cambio de actitud desde aquella sinceridad personal, que caracterizó al periodo anterior, a una de empatía con la esencia de las cosas, un lazo que unía la naturaleza y los seres humanos. El compilador principal, Ki no Tsurayuki (fallecido hacia 945), que proporcionó las bases del canon para la poética japonesa en el prefacio, era también un excelso poeta, y sus obras se incluyen en la antología. La mayoría de los poemas, sin embargo, pertenecen a periodos anteriores. Ki no Tsurayuki es conocido también como autor del diario Tosa nikki (Diario de Tosa, 935), que es el primer ejemplo de un importante género literario japonés, el diario literario. La obra narra su viaje de vuelta a Kioto desde la provincia de Tosa, e incluye conmovedoras referencias a una hermana que murió allí.
La literatura de comienzos del siglo X aparece, bien en forma de cuentos de hadas como Taketori monogatari (El cuento del cortador de bambú), o bien de poemas-cuentos como los Ise monogatari (Cuentos de Ise, c. 980). Las obras principales de la literatura del periodo Heian aparecieron a fines del siglo X y comienzos del XI, en especial Genji monogatari (Cuentos o Historia de Genji, c. 1010), de Murasaki Shikibu, y Makura no soshi (El libro almohada, que había que entenderlo como ‘Notas de cabecera’), de Sei Shonagon, otra dama de la corte. La Historia de Genji, un detallado retrato panorámico de la vida en la corte, se puede considerar la primera novela importante de la literatura mundial. También incluye muchos tankas escritos por los personajes en diversas situaciones. La novela presenta en 54 extensos capítulos la vida y amores del príncipe Genji y de Kaoru, su supuesto hijo. Se va haciendo cada vez más profunda, sobre todo en los últimos capítulos, muestra de la intensidad de la historia y del perfeccionamiento y dominio de la narración por parte de la autora. El libro almohada, la primera de las dos obras clásicas, es una colección de apuntes ingeniosos y a menudo brillantes que revelan el aspecto más mundano de la misma sociedad cortesana.
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PERIODO KAMAKURA-MUROMACHI
(fines del siglo XII-siglo XVI). El colapso del sistema feudal en Japón culminó con la derrota del clan Taira por parte del clan Minamoto, que estableció el gobierno en Kamakura en 1192. Desde fines del siglo XII hasta comienzos del XVII, Japón estuvo en un estado casi permanente de guerra y desorden. Las figuras dominantes en la sociedad japonesa eran los samuráis, o guerreros, que llevaban una vida de acción, y el monje budista, que dedicaba su vida a la contemplación (véase Budismo).
La primera de varias antologías imperiales de poesía, la Shin kokinshu (Nueva colección de poemas antiguos y modernos, 1205), recopilada por Fujiwara Teika, refleja el cambio de actitud nacional y literaria a un estado de ánimo melancólico y solitario. Los eruditos japoneses utilizan el término de yugen (misterio y profundidad), que tiene claras referencias religiosas, para caracterizar toda la literatura de este periodo. Uno de los poetas principales de esta antología es una figura religiosa, el monje Saigio. La derrota del clan de los Taira por el de los Minamoto se convirtió en el argumento de la obra en prosa más famosa del periodo, los Heike monogatari (Cuentos de Heike, c. 1220), escritos por un autor anónimo. Relato de mi choza (1212) son reflexiones filosóficas escritas a modo de diario por Kamo no Chomei, con unas secciones finales de gran importancia literaria. Ensayo en ocio (1340), de Kenko Yoshida, recuerda El libro almohada, pero con un estado de ánimo más melancólico que refleja indudablemente un lamento ante los conflictos de la época. El tipo de narrativa más importante de este momento fueron los otogizoshis, colecciones de relatos de autores anónimos.
El desarrollo poético fundamental del periodo posterior al siglo XIV fue la creación de rengas, o versos unidos, una forma sometida a muchas reglas. Tres o más poetas colaboraban en la composición de un extenso poema, consistente en estrofas alternas, una que contenía versos de siete, cinco y siete sílabas, y la otra dos versos de siete sílabas cada uno. El más grande maestro de esta forma, Sogi, y sus discípulos Shohaku y Socho, compusieron juntos el famoso Minase sangin hyakuin (Un centenar de estrofas de tres poetas de Minase) en 1488.
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PERIODO EDO
(siglo XVII-1868). Con la paz, que tuvo lugar en 1603 bajo la dinastía Tokugawa, que estableció la sede del gobierno en Edo (actualmente Tokio), floreció el comercio y las ciudades prosperaron, originando una clase de comerciantes que pronto creó su propia literatura: una prosa obscena y mundana de un carácter radicalmente diferente al de la literatura del periodo precedente.
La figura más importante del periodo fue Ihara Saikaku. Hombre lascivo y sin linaje (1682) es una brillante obra de literatura erótica, en prosa, llena de humor y agudeza que presenta una visión panorámica de la vida sensual de la sociedad de mercaderes. En el siglo XVIII hubo muchos escritores que imitaron a Saikaku, pero ninguno igualó sus logros. En el siglo XIX fue famoso un escritor en prosa importante, si bien limitado, Jippensha Ikku (c. 1765-1831). Es autor de Tokaidochu hizakurige (1802-1822), que es una obra picaresca deliciosa que relata las desventuras de dos pícaros.
El haiku, una composición de 17 sílabas, se perfeccionó durante este periodo. Probablemente la mayor conquista estética japonesa en el terreno de la literatura, se puede describir como la esencia destilada de la literatura, y refleja la influencia del zen, una forma de budismo que adquirió gran importancia en el Japón de esta época. Tres poetas destacan por sus haikus. El primero es el monje Basho, que viajó a regiones remotas del país, componiendo de acuerdo con las circunstancias, de modo que su poesía aparece dentro de sus relatos de viajes, aunque las partes en prosa también son importantes. Se le considera el mayor de los poetas japoneses por su sensibilidad y profundidad y es especialmente famoso por su Senda hacia tierras hondas (1694; traducido por el escritor mexicano Octavio Paz, en 1970, —de las versiones francesa e inglesa y con ayuda de un japonés— como Sendas de Oku). El segundo es Yosa Buson, cuyos haikus expresan su experiencia como pintor. El tercero es Kobayashi Issa, un poeta de origen humilde, que obtuvo su material de la vida campesina. La poesía cómica, en una diversidad de formas, floreció también en el periodo Edo.
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PERIODO MODERNO
(1868 hasta la actualidad). Durante el periodo moderno los escritores japoneses han recibido la influencia de otras literaturas, principalmente occidentales, y han utilizado muchos conceptos literarios y muchas técnicas extranjeras en prosa y poesía.
6.1
Siglo XIX
El humorista Kanagaki Robunis fue una figura de transición que trató inútilmente de adaptarse a una nueva edad, pero que básicamente se mantuvo dentro del estilo cómico del periodo Edo. Las traducciones de la literatura occidental, al principio fundamentalmente de obras de autores ingleses, proporcionaron ímpetu a la novela política, un género interesante, aunque no de gran calidad literaria que se impuso a finales de siglo. Reunión con dos mujeres, de Tokai Sanshi, es una obra extravagante y humorística que sigue los viajes y avatares de un joven político japonés. La esencia de la novela (1885), del escritor Tsubuochi Shoyo, defiende un arte de la prosa enraizado en el realismo, según el modelo occidental. El paso siguiente hacia la modernización fue La nube errante (1887), de Futabatei Shimei, la primera novela seria en lenguaje coloquial.
La Kenyusha (Sociedad de los amigos de la tinta), una sociedad literaria fundada por el novelista y poeta Ozaki Koyo, fue importante en la vida literaria japonesa en los años posteriores a 1890. La sociedad influyó en la creación de una literatura nueva que mantenía valores estéticos tradicionales aunque incorporara técnicas occidentales. Un escritor joven de esta tendencia, Higuchi Ichiyo, traza con destreza la psicología de los niños y los jóvenes enamorados en bastante relatos; Haciéndose mayor (1896) se considera su obra maestra.
6.2
Siglo XX
Aklira Kurosawa
El director de cine japonés Akira Kurosawa recibió en 1990 el Oscar a toda una vida dedicada al cine. Kurosawa mezcla elementos del arte y la cultura japoneses con una tensión dramática y belleza visual que es admirada por espectadores de todo el mundo. Entre sus obras más conocidas figuran adaptaciones de obras literarias, entre ellas, Rashomon, de Akutagawa Ryunosuke.


La novela naturalista francesa atrajo a los escritores japoneses jóvenes, que pronto crearon un naturalismo propio con menos contenido social y una mayor subjetividad. La figura principal de este estilo naturalista es Shimazaki Toson, cuya La transgresión del mandamiento (1906), que describe la confesión de un joven marginal, estableció con firmeza el movimiento.
Otras dos figuras importantes, Mori Ogai y Natsume Soseki, se mantuvieron alejados de esta tradición francesa dominante. Mori Ogai se inspiró en la literatura alemana; escribió poesía, teatro, novela y biografías históricas. Probablemente su mejor obra sea Patos salvajes (1911-1913), que examina con una gran lucidez los sentimientos de una muchacha que se ve obligada a ser amante de un usurero. Natsume Soseki era especialista en literatura inglesa antes de dedicarse a la escritura de creación. Su logro monumental en la novela psicológica le convierte indudablemente en uno de los más grandes escritores que haya producido Japón en los tiempos modernos. En sus obras escritas entre 1905 y su muerte, en 1916, creó un mundo literario que constituye una denuncia directa del egoísmo moderno. Su última obra incompleta, Luz y tinieblas, puede que sea la única novela moderna japonesa, que en alcance y profundidad, se asemeja a los maestros rusos.
En el periodo de 1910 a 1930, Akutagawa Ryunosuke, discípulo de Natsume Soseki, creó una forma de relatos perfectamente estructurada y depurada. Rashomon (1915), que fue convertido en una famosa película, dirigida en 1950 por Kurosawa, es uno de sus cuentos más conocidos.
Yukio Mishima
Las obras del novelista japonés Yukio Mishima reflejan su profundo pesar por la esterilidad espiritual de la sociedad japonesa del siglo XX. Tanto en su vida como en sus escritos, expresó su nostalgia por los valores fuertes y la poderosa unidad cultural de la sociedad japonesa tradicional. En la que sería su última protesta contra la sociedad contemporánea, se suicidó ritualmente en 1970.


La dominación militarista impuesta sobre la vida japonesa en la década de 1930 estuvo a punto de ahogar la literatura, aunque unos cuantos escritores se refugiaron en un esteticismo que no planteaba problemas. Kawabata Yasunari, que obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1968, y Tanizaki Junichiro se cuentan entre los autores que emergieron de la II Guerra Mundial y continuaron perfeccionando su estilo. Sus obras más conocidas son País de nieve (1947), del primero, y Hay quien prefiere las ortigas (1929), del segundo.
Otro escritor japonés de la posguerra altamente considerado es Yukio Mishima, que escribió novelas, obras de teatro y relatos donde deja constancia de su desesperación por la occidentalización de su país y su deseo de un retorno a las épocas antiguas más nobles. Entre sus atrayentes obras está su primera novela, parcialmente autobiográfica, Confesiones de una máscara (1949), y su tetralogía El mar de la fertilidad (1970), una historia épica del Japón moderno. Mishima estaba obsesionado por la muerte y cometió un harakiri ritual.
Abe Kobo es otro interesante escritor de este periodo. Su novela influida por el existencialismo y el teatro del absurdo, La mujer de la arena (1962) es de sobra conocida. También destaca Oé Kenzaburo, que obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1994. Entre sus novelas de denuncia del militarismo japonés, destaca La presa (1959). En Una cuestión personal (1964) aborda las relaciones con su hijo, logrando una de las grandes narraciones de este siglo.
Aunque durante el periodo moderno la poesía ha sido menos importante que la prosa, Masaoka Shiki merece una mención como creador de formas modernas de tanka y haiku. Desde finales del siglo XIX se ha producido un vigoroso movimiento en favor de la creación de poesía al estilo occidental, y han surgido varios excelentes poetas dentro de este género.
A partir del final de la II Guerra Mundial, y gracias sobre todo a especialistas estadounidenses, entre los que destaca Donald Keene, la literatura japonesa ha llegado a ser reconocida como una de las más vitales de la literatura mundial.
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La literatura francesa en la II Guerra Mundial




Jean Giono
El escritor francés Jean Giono utilizó su Provenza natal como escenario de muchas de sus novelas.

El relato realista de la I Guerra Mundial en El fuego (1916) de Henri Barbusse inspiró Las cruces de madera (1919) de Roland Dorgelès, precursores de los libros antibélicos de finales de la década de 1920 que aparecen no sólo en Francia, sino también en Alemania, Inglaterra y Estados Unidos. El ensayista André Maurois escribió sobre la guerra en clave de humor en Los silencios del coronel Bramble (1918). Más tarde fue uno de los primeros en escribir biografías noveladas como Ariel, o la vida de Shelley (1923). La suave ironía con la que el cirujano Georges Duhamel trató el tema bélico en Vida de mártires (1917) le separó tanto de aquéllos que veían la guerra como una experiencia gloriosa como de los que sólo veían el horror. En sus últimas novelas Duhamel se convirtió en cronista de la Francia burguesa. Todos los horrores de la I Guerra Mundial aparecieron en toda su crudeza en El gran rebaño (1931) de Jean Giono, cuyas obras muestran un pacifismo militante y una antipatía por la hegemonía de las máquinas.



Dadá y Surrealismo

Philippe Soupault
El escritor francés Philippe Soupault fue, junto con André Breton, una de las figuras relevantes del movimiento surrealista.

En los últimos años de la I Guerra Mundial surgió en Francia, Alemania, Suiza, España y muchos otros países, un movimiento de jóvenes poetas y pintores que dieron lugar a las vanguardias artísticas. En rebelión contra todas las formas artísticas tradicionales, iniciaron su andadura declarando su intención de destruir el arte. Hacia 1923, algunos miembros del grupo, bajo el liderazgo de André Breton, se separaron del resto y formaron un movimiento, utilizando para denominarlo un término inventado por Guillaume Apollinaire: el surrealismo. Breton, el líder y máximo exponente del grupo, empezó su carrera estudiando medicina. En 1916 influyó en él notablemente Jacques Vaché, que proclamaba su deseo de vivir en permanente estado de aberración mental. La impresión que le produjo este personaje casi legendario, junto con el entusiasmo de Breton por los poemas de Rimbaud, dieron una nueva filosofía del arte y de la vida, en la que los valores más importantes son los dictados por el inconsciente. A pesar de los ataques a los que se vio sometido el surrealismo, este movimiento tenía sus orígenes muy arraigados en la literatura francesa. Lautréamont, Baudelaire, Cros, Rimbaud, y los simbolistas en general fueron sus antecesores directos.
Por la naturaleza dictatorial de Breton, que chocaba con la independencia de sus miembros, el grupo siempre fue muy cambiante. Algunos de los que pertenecieron, en un momento u otro, al surrealismo se mencionan más adelante.
Primero dadaísta, Louis Aragon se pasó al surrealismo en 1924 y escribió varios libros de poemas, incluyendo El libertinaje (1924). En 1928, sin embargo, en Tratado de Estilo, atacó los motivos de sus obras. Se hizo comunista en 1930, fue entonces expulsado del movimiento surrealista. Sus novelas Las campanas de Basilea (1934) y Los bellos barrios (1936) le consagraron dentro y fuera de Francia. Durante la ocupación alemana en la II Guerra Mundial, volvió a escribir poesía, en Le Crève-coeur (1941; El quebranto, 1943) y Los ojos de Elsa (1942), para lamentar la derrota de su país.
En Paul Eluard, el movimiento halló, quizás, a su mejor poeta. Tras un comienzo dadaísta, sus poemas, de Le Necéssité de la vie et la conséquence des reves (La necesidad de la vida y la consecuencia de los sueños, 1921), son modelos de imágenes independientes entre sí. Cuando se unió al grupo surrealista, en 1923, Eluard entrelazó las imágenes en la contemplación del amor como parte del espíritu universal, particularmente en Morir de no morir (1924) y Capital del dolor (1926). En estos libros las imágenes emanan del poeta, sin conexión alguna con la naturaleza, que es una entidad separada. Aunque rompió su conexión con el surrealismo, los poemas de Eluard sobre la II Guerra Mundial, Poesía y verdad (1942) y En la cita alemana (1945), presentan la misma técnica de imágenes para lamentar la caída de Francia y ensalzar la consiguiente resistencia.
Philippe Soupault, fundador del movimiento surrealista con Breton, fue desacreditado por los propios surrealistas en 1930 por el contenido de sus estudios Henri Rousseau, le Douanier (1927) y William Blake (1928), en los que se dejaban ver ciertos principios contrarios al movimiento. Desde entonces ha escrito algunos libros de interés como por ejemplo Charlot (1931), un ensayo sobre el cómico estadounidense Charlie Chaplin, y Recuerdos sobre James Joyce (1943), en el que Soupault recuerda sus experiencias como traductor de la novela de Joyce, Ulises.
5.4
Otras maneras y temas
Algunos novelistas emplearon maneras diferentes de expresión, no surrealistas, para describir el espíritu de aquellos tiempos. André Malraux, que había vivido la revolución y la contrarrevolución, refleja una vida sobre la que siempre se cierne la muerte en sus novelas La condición humana (1933), sobre la revolución en China; La época del desprecio (1935), sobre el movimiento marginal anti-nazi en Alemania, y La esperanza (L'Espoir, 1938), sobre la Guerra Civil española.
El aviador Antoine de Saint-Exupéry llegó a ser considerado el escritor mejor de su generación, con obras como Vuelo nocturno (1931) y Tierra de hombres (1939). El enfoque humanístico de El principito (1943), ha convertido esta fábula amable en libro favorito universal de chicos y grandes. En materia de misantropía absoluta, no se han llegado a superar las novelas de Louis Ferdinand Céline; Viaje al fin de la noche (1932) describe la catástrofe sin posibilidad de alivio, y en Mort à crédit (1936) todas las aspiraciones humanas están sujetas a una cruel ironía. Marguerite Yourcenar, nacida en Bruselas de doble nacionalidad francesa y estadounidense, es alabada por la pureza clásica de su estilo e intelectualidad. Escritora de novelas históricas tales como Memorias de Adriano (1951) y su biografía familiar Recordatorios (Souvenirs Pieux, 1973), fue la primera mujer en 1980, que accedió a la Academia Francesa. En contraste, están las historias populares semiautobiográficas sobre el amor moderno de Françoise Sagan, una de las primeras novelistas que publicó después de la II Guerra Mundial. La primera novela de Sagan, Buenos días tristeza (1954), que ganó el premio de la crítica, fue la que la consagró.
Entre los poetas más destacados de este siglo está Saint-John Perse. Su Anábasis (1924) describe paradójicamente al poeta separado y al mismo tiempo muy involucrado en la actividad humana. La actitud oficial de los simbolistas fue la reserva; la de los surrealistas, la agresividad. Perse representa una actitud más equilibrada y clásica en la que el poeta contempla la vida y participa en ella. Esta actitud se hace aparente en Marcas (1957), el poema más largo que escribió. René Char fue uno de los poetas más importantes de su generación. Su adhesión al surrealismo en la década de 1930 se modificó al participar en la década siguiente en la resistencia. Escribió sus mejores poemas entre 1940 y 1944 y publicó una colección de poemas, Las hojas de Hypnos sobre la guerra.
A Jean-Jacques Servan-Schreiber, fundador del semanario L'Express (1953) y miembro del gabinete del presidente Valéry Giscard d'Estaing en 1970, se le atribuye haber cambiado la opinión pública francesa sobre la guerra de Argelia por sus exposiciones de las atrocidades cometidas por los franceses, Teniente en Argelia (1957). En El desafío americano (1967) alertaba sobre la excesiva influencia de los Estados Unidos en Europa.
5.5
Existencialismo
En la década de 1940, bajo el liderazgo del filósofo, dramaturgo y novelista Jean-Paul Sartre, una dimensión negativa y pesimista desarrolló el movimiento filosófico y literario llamado existencialismo. La tesis general —expuesta en El ser y la nada (1943) de Sartre— plantea básicamente que la existencia humana es inútil y frustrante, y que el individuo es solamente un cúmulo de experiencias personales. En sus obras dramáticas Las moscas (1943), A puerta cerrada (1944), y Las manos sucias (1948), Sartre se extendió en temas que ya habían sido tratados antes de la guerra en su libro de cuentos El muro (1939). En su trilogía Los caminos de la libertad (1945), intentó mostrar al individuo sin ilusiones y consciente de la necesidad de participar en todas las instancias de la sociedad. La discípula más acérrima de Sartre fue su compañera de toda la vida Simone de Beauvoir, que escribió, entre otras muchas obras, la novela Los mandarines (1954), que trata de un modo encubierto las relaciones personales de algunos de los principales existencialistas franceses. Su obra La ceremonia del adiós (1981) es un homenaje a Sartre. En su día, Albert Camus podría haber sido englobado en el existencialismo, particularmente por su obra Calígula (1944); aunque en sus dos novelas más importantes, El extranjero (1942) y La peste (1947), reconoció la conveniencia y la necesidad del esfuerzo humano.
5.6
Últimas tendencias
Eugène Ionesco
Las obras del autor francés del siglo XX Eugène Ionesco reflejan, utilizando elementos cómicos, su punto de vista pesimista respecto a la condición humana y a lo ridículo de la existencia. Considerado como el principal exponente del teatro del absurdo, creó situaciones escénicas privadas de toda lógica en las que utilizaba un lenguaje sin sentido alguno con el fin de resaltar el aislamiento y la extrañeza que sienten los seres humanos.

En la década de 1950, dos escuelas de literatura experimental surgieron en Francia. El teatro del absurdo y el antiteatro cuyo claro ejemplo son las obras del rumano de nacimiento Eugène Ionesco, de Samuel Beckett y de Jean Genet. La popular Esperando a Godot (1948) de Beckett, y Los negros (Les Nègres, 1959) y Los biombos (Les Paravents, 1961) de Genet son claros ejemplos de esta escuela, opuesta al análisis psicológico y al contenido ideológico del existencialismo.
Jean Genet
Suele destacarse en el escritor francés Jean Genet su relación con el teatro del absurdo. Tanto en su obra narrativa como teatral construye un universo donde los valores se han invertido. El robo y la traición, la homosexualidad y el crimen son temas que se enlazan a través de un estilo que adquiere una dimensión poética, capaz de transmitir una visión crítica de la falsedad de las convenciones sociales.

A la vez que el antiteatro, surgió la antinovela o nouveau roman (un término aplicado por primera vez por Sartre a una novela de Nathalie Sarraute) que ha llamado mucho la atención, principalmente las novelas y teorías de Sarraute, Claude Simon, Alain Robbe-Grillet y Michel Butor. Al igual que los dramaturgos, los nuevos novelistas se oponen a las formas tradicionales de la novela psicológica, enfatizando el mundo puro y objetivo de las cosas. Las emociones y los sentimientos no se describen como tales; más bien, el lector debe imaginarse como son, siguiendo la relación entre los personajes y a través de los objetos que tocan y ven. La novela de Sarraute Retrato de un desconocido (1949) abrió el camino, seguido de obras tales como ¿Los oye usted? (1972) y anterior a ésta, la de Robbe-Grillet La celosía (1957) y la de Butor La modificación (1957). Simon escribe novelas históricas muy densas, utilizando la técnica expresiva del monólogo interior. Su obra más importante es La ruta de Flandes (1960).
Una nueva escuela de crítica literaria, el estructuralismo, basada en parte en el trabajo del antropólogo francés Claude Lévi-Strauss, surgió en Francia a partir de la década de 1960. El máximo exponente de esta escuela fue Roland Barthes. Su obra Elementos de semiología (1964) es una introducción a la semiótica; sus Ensayos críticos y Nuevos ensayos críticos fueron publicados en 1964 y 1972 (respectivamente). La última tendencia crítica es la conocida por desconstrucción, cuyo pionero es el filósofo y crítico Jacques Derrida. (Véase Véase también Crítica literaria).
Entre los escritores que han dominado el panorama literario más reciente destacan los miembros del OuLiPo (Ouvroir de Littérature Potentielle, ‘taller de literatura potencial’), como Georges Perec, Raymond Queneau y Jacques Roubaud, o escritores de la talla de Michel Tournier, Jean-Marie Gustave Le Clézio, Philippe Sollers y Marguerite Duras.


El invento de la literatura francesa en el EL SIGLO XX




La literatura en Francia en el siglo XX se ha visto profundamente afectada por los cambios que han conmovido a toda la vida cultural de la nación. A los impulsos innovadores del simbolismo, se añadieron grandes influencias foráneas, como por ejemplo, la danza moderna introducida por la bailarina estadounidense Isadora Duncan y el ballet ruso, la música del compositor ruso Ígor Stravinski, el arte primitivo y, en literatura, el impacto que produjo el novelista Fiódor Dostoievski y, un poco más tarde, el novelista irlandés James Joyce. Las tendencias se compenetraron tanto, y los cambios fueron tan rápidos, que es necesario que los veamos desde la perspectiva del tiempo para comprenderlos bien.
5.1
Algunos individualistas
Jean Giraudoux
La obra del novelista y dramaturgo francés Jean Giraudoux muestra un gran ingenio y un estilo elegante.

Por el camino de Swann (1913), de Marcel Proust, volumen primero de En busca deltiempoperdido (16 volúmenes, 1913-1927), se considera generalmente, una de la mejores novelas psicológicas de todos los tiempos. Romain Rolland, cuya obra más famosa, Jean Christophe, apareció en diez volúmenes entre 1904 y 1912, pasó la I Guerra Mundial en Suiza, escribiendo llamamientos pacifistas. Sus ideas sobre la guerra están contenidas en su novela Clérambault: historia de una conciencia libre durante la guerra (1920). El inmoralista (1902) de André Gide expresaba la convicción de que, mientras la libertad en sí misma es admirable, la aceptación de las responsabilidades requeridas por la libertad es difícil, tema que llevó aún más lejos en La puerta estrecha (1909). La obra de Gide se distinguió por su independencia en el pensamiento y la expresión. La famosa novela Jean Barois (1913), de Roger Martin du Gard, es un estudio sobre el conflicto existente entre el entorno místico y la mente científica del siglo XIX. Entre los grandes escritores católicos, destacaron el poeta místico y novelista Francis Jammes y François Mauriac. La obra de Mauriac, carente por completo de didáctica o proselitismo, está dedicada al estudio del mal, del pecado, de la debilidad, y del sufrimiento. Sus novelas y poesía traslucen la influencia, no de novelistas, sino de Pascal, Racine y Baudelaire, y en todas ellas anida un sentimiento trágico, cierta actitud reservada y un estilo puro.
Jean Cocteau, trabajó en diferentes campos artísticos, y fue el autor, entre muchas otras obras, de el libro de poemas Canto llano (1923), de la novela Los hijos terribles (1929), de la obra de teatro La máquina infernal (1934), de la película La sangre de un poeta (1930), de crítica, así como de ballets.
Colette
Colette llegó a ser reconocida como una importante novelista francesa con la publicación de Querido en 1920. Sus novelas, casi autobiográficas, se ocupan de las relaciones humanas y de su amor por la naturaleza.

Jean Giraudoux llamó la atención en un principio por sus narraciones realistas de la vida provinciana francesa (Los Provinciales, 1909). La impresión que ya causaba de escritor poderoso y original, se vio potenciada por el realismo de sus libros de guerra, consiguiendo el premio Balzac con uno de ellos. Se consagró después como escritor dramático. Dos de sus obras, Anfitrión 38 (1939) y La loca de Chaillot (1945), lograron fama internacional. La mayor parte de la obra de Giraudoux muestra fantasía, inventiva y un estilo elegante, que algunos críticos han tildado de preciosista, aunque otros le han proclamado uno de los grandes estilistas de la literatura.
Jules Romains empezó escribiendo teatro pero luego se pasó a la novela. En Los hombres de buena voluntad (27 volúmenes, 1932-1947), intentó condensar la vida moderna francesa al completo. Escribe sobre la doctrina llamada unanimismo, teoría según la cual el individuo y la sociedad son un todo. La novela de Jules Romains retrata el alma colectiva de la sociedad.
François Mauriac
El poeta y novelista francés François Mauriac obtuvo en 1952 el Premio Nobel de Literatura. Interesado por los conflictos morales, Mauriac consiguió al mismo tiempo afirmar su reputación como riguroso estilista.

Guillaume Apollinaire fue escritor y poeta de manifiestos culturales. Su obra Los pintores cubistas (1913) sirvió de instrumento para establecer la escuela cubista de pintura. Sus volúmenes de poemas Alcoholes (1913) y Caligramas (1918) fueron muy populares entre los surrealistas, grupo en el que influyó de manera notable.
El poeta católico, dramaturgo y apologista Paul Claudel se mantuvo apartado de los círculos literarios. El sentimiento religioso predomina en toda su obra y es la inspiración de su poesía lírica, lo que se muestra en Cinco grandes odas (1909-1910), en La cantata a tres voces (1931) y en obras dramáticas como El libro de Colón (1930).
Marcel Proust
El novelista francés Marcel Proust escribió En busca del tiempo perdido, una de las obras capitales de la literatura universal. Escrita entre 1913 y 1927, está poblada de numerosos personajes delineados con maestría, y expresa una profunda conciencia filosófica del sentido del tiempo.

El teatro del Vieux-Colombier, fundado en 1913 por el actor y crítico literario Jacques Copeau, dio un gran apoyo a jóvenes dramaturgos como Claudel. Produjo, en su primera temporada, obras suyas y de Martin du Gard, entre otros.
Paul Valéry comenzó como simbolista y llegó a ser uno de los mejores poetas psicológicos de su tiempo. A través de su técnica, intentó expresar sus ideas abstractas dentro de la más rigurosa estructura formal. Mallarmé y Valéry siguieron la tendencia de la poesía francesa moderna introducida por Baudelaire, a través de sus traducciones de las obras del escritor estadounidense del siglo XIX Edgar Allan Poe, y de sus propios trabajos. Se caracteriza, en parte, por una inquietud especial por el sonido significativo. En su definición del simbolismo, Valéry observaba que la nueva poesía quería recuperar de la música lo que le pertenecía. En la práctica, sin embargo, Valéry volvió a utilizar las reglas clásicas de la métrica. Creía que en el acto de escribir la poesía se doblega ante la voluntad con una fuerza útil.
Los temas de las novelas de Henry de Montherlant abarcan desde los deportes (Las olímpicas, 1924) a las corridas de toros (Los bestiarios, 1926), o el lugar de la mujer en la vida moderna (Adolescentes, 4 volúmenes, 1936-1939). Como en el caso de Mauriac y Giraudoux, Montherlant también escribió teatro, tragedias históricas como La Reina muerta (1942) y algunas obras dramáticas situadas en la época moderna.
Debido a su gran éxito popular y a su extraordinaria productividad (publicó un total de ochenta volúmenes), Colette (Sidonie Gabrielle Colette) tardó mucho en ser reconocida. El valor literario de sus escritos fue finalmente reconocido en Francia por Marcel Proust y André Gide. El estilo de novelas como Chéri (1920) y Gigi (1945) es muy elegante, y su aguda percepción la une a los grandes realistas psicológicos del mundo literario.

El invento del EL SIGLO XIX en la literatura francesa




Durante el siglo XIX surgieron numerosos grupos literarios. Los primeros fueron los románticos, seguidos por los realistas, parnasianos, simbolistas y naturalistas.
4.1
Romanticismo
Alfred de Vigny
El escritor francés Alfred de Vigny, uno de los más destacados representantes de los primeros años del romanticismo, es autor de una obra de marcado carácter intelectual y filosófico. En los poemas titulados Los destinos expresa un profundo aislamiento espiritual y ensalza los valores humanos del amor y la bondad. En el drama romántico Chatterton (1835), basado en la vida del poeta británico Thomas Chatterton, Vigny exalta la figura de un artista que reúne todas las virtudes y que encarna el espíritu romántico.

A pesar de sus ideas políticas radicales, las novelas de Madame de Staël fueron un anticipo de las preocupaciones y métodos de los románticos de la generación siguiente. Corinne o Italia (1807) fue considerada su obra maestra.
Alphonse de Lamartine
Este retrato de Alphonse de Lamartine, obra del pintor François Gérard, se encuentra en el Castillo de Versalles.

Estuvo a la cabeza de los primeros románticos Alphonse de Lamartine, escritor sentimental y artesano consumado. Los románticos se aventuraron a romper las reglas y sustituir la contención clásica por la emoción exaltada. El componente más productivo y militante de esta corriente fue Victor Hugo, que, en Hernani (1830) utilizó el escenario de tribuna para exponer sus ideas románticas. Le apoyaron los novelistas Dumas padre y Théophile Gautier, y los poetas Alfred de Vigny, Alfred de Musset y Charles Nodier. La literatura romántica formó parte de un movimiento artístico y general como se ve en la pintura del artista Eugène Delacroix y del compositor Ambroise Thomas.
Victor Hugo
Victor Hugo pasa por ser la figura más destacada del romanticismo francés; mantuvo una lucha abierta contra el neoclasicismo. Sus obras expresan su indignación por las injusticias sociales y el sufrimiento.

El conflicto entre el pensamiento revolucionario y reaccionario tras la restauración de la monarquía francesa en 1815 se vio reflejado en la literatura. Los principales escritores conservadores han sido mencionados anteriormente y entre los escritores radicales se encuentran el poeta Pierre Jean de Béranger, que estuvo dos veces en prisión por sus ideas republicanas expresadas en su obra; la novelista y una de las primeras feministas George Sand, que fue pionera de la novela social; el historiador Jules Michelet, que exaltaba la Revolución Francesa, y algunos precursores del socialismo como Saint-Simon, Charles Fourier, Pierre Proudhon y Louis Blanc. En un punto intermedio se encuentran las obras de los historiadores François Guizot, Adolphe Thiers y Augustin Thierry, y los escritos de Benjamin Constant. La novela más famosa de Constant, Adolfo (1816), en la que describe su tormentosa relación con Madame de Staël, no tiene sin embargo ningún trasfondo político.
4.2
Realismo
Prosper Mérimée
El escritor e historiador francés Prosper Mérimée es conocido sobre todo por sus relatos cortos, entre los que destaca Carmen (1846), una obra ambientada en una España exótica y romántica.

A Honoré de Balzac se le considera un autor puente entre las dos corrientes, la romántica y la realista. Se asemeja a los escritores románticos por su gran fuerza, variedad y carencia de forma. Pero su disposición materialista, observación minuciosa y preocupación por el detalle, le convierten en el primer realista. Su ambiciosa obra La comedia humana (47 volúmenes, 1829-1850), escrita en veinte años, consta de novelas y relatos breves. Los personajes de esta obra pertenecen a casi todas las clases sociales y profesiones, y representan el panorama social de la Francia del siglo XIX.
Gustave Flaubert
El escritor francés del siglo XIX Gustave Flaubert destaca por su continua búsqueda de la perfección literaria. Sus novelas, próximas al naturalismo, se caracterizan por una meticulosa observación y descripción de los detalles de la vida, tienen como contrapunto una forma y lenguaje románticos. Su novela Madame Bovary (1857), en la que describe el adulterio de una mujer francesa de clase media, es una de las mejores de la literatura francesa.

Entre los grandes escritores realistas franceses figuran Stendhal, Gustave Flaubert y Prosper Mérimée. La aguda percepción psicológica de Stendhal se anticipó a los novelistas psicológicos modernos y fue reconocida y alabada por Balzac. Las novelas principales de Stendhal son La Cartuja de Parma (1839) y Rojo y negro (1830). El ejemplo más claro del realismo meticuloso de Flaubert lo tenemos en Madame Bovary (1857). Su técnica es sutil y sus resultados sublimes; los personajes y las situaciones van creciendo ante el lector a través de una acumulación gradual de detalles cuidadosamente observados y presentados por el autor. A pesar de tener ciertas cualidades románticas, a Mérimée puede considerársele como realista por el retrato psicológico de sus personajes. Sus mejores obras son historias breves (un poco más largas de lo habitual), entre ellas Carmen (1846) y Colomba (1852).
Stendhal
Marie Henri Beyle, uno de los principales novelistas franceses del siglo XIX, firmó sus obras con el seudónimo Stendhal. Sus dos novelas más importantes fueron Rojo y negro (1830) y La cartuja de Parma (1839). En ambas, los protagonistas son jóvenes que persiguen la felicidad mientras se rebelan contra las represivas convenciones sociales. Aunque por lo general se le ha asociado con el romanticismo, sus profundos análisis de los personajes permiten que se le pueda citar como uno de los primeros autores realistas.

Al mejor crítico francés, Charles Augustin Sainte-Beuve, se le clasifica como realista. Empezó siendo partidario de los románticos, pero rompió con ellos y se convirtió en defensor del realismo. Creía que el deber principal de un crítico no era juzgar sino entender, investigaba la biografía y el entorno, creyendo que todo ello podía afectar a la obra de un escritor. Sus ensayos son prácticamente los primeros, y quizás los mejores, ejemplos de crítica sociológica y psicológica. Entre sus principales obras están Las charlas del lunes (15 volúmenes, 1851-1862); Retratos de mujeres (1844); Retratos contemporáneos (1846); y Historia de Port-Royal (1840-1859).
4.3
Parnasianismo y simbolismo
Remy de Gourmont
El escritor y crítico francés Remy de Gourmont fue uno de los principales representantes del movimiento simbolista.

En poesía, la reacción contra el romanticismo empezó con Esmaltes y camafeos (1852), de Théophile Gautier, que había sido cabecilla de la escuela romántica en su juventud. Los parnasianos llevaron el cambio más lejos, entre ellos Charles Marie René Leconte de Lisle, Sully Prudhomme y José María de Heredia. Estos poetas buscaban y lograban una belleza limitada, impersonal y cincelada, aunque se considera más una vuelta al clasicismo que una innovación tras el romanticismo. El caso de Charles Baudelaire es diferente. A pesar de que la técnica pulida de su verso está tan trabajada como la de los parnasianos, su obra es muy personal al expresar su amargura, agonía, y desesperación. Se prohibió la publicación de su mejor obra, Las flores del mal (1857), hasta que suprimió ciertas estrofas ofensivas.
Arthur Rimbaud
Arthur Rimbaud en 1871, en la época en la que escribió El barco ebrio.

Baudelaire ejerció influencia sobre los simbolistas, a veces llamados despectivamente decadentes, que fueron sus discípulos. Su obra tuvo carácter marcadamente experimental, en verso libre. Entre los simbolistas destacan Paul Verlaine, Henri de Régnier, Stéphane Mallarmé, el conde de Lautréamont, Tristan Corbière, Charles Cros y Jules Laforgue. La obra de Lautréamont Los cantos de Maldoror (1868) influyó más tarde en los surrealistas. Algunos escritores belgas se asociaron con los simbolistas, entre ellos Georges Rodenbach, Émile Verhaeren y Maurice Maeterlink. El escritor más influyente del simbolismo sin embargo fue Arthur Rimbaud, que escribió sus poemas más representativos e ingeniosos antes de cumplir los 19 años. La poesía simbolista tiene una calidad sugerente y velada que le une al impresionismo de pintores como Claude Monet y compositores como Claude Debussy.
Charles Baudelaire
El poeta francés del siglo XIX Charles Baudelaire, que aparece en un retrato de 1863, murió en 1867 sin haber recibido reconocimiento alguno. Sin embargo, hoy su obra se considera precursora de la poesía moderna. En su momento, levantó las iras del gobierno francés por las supuestas ofensas a la moral que contenía su libro de poemas Las flores del mal (1857). Maestro del soneto y brillante crítico literario, contribuyó a difundir en Europa las obras de Edgar Allan Poe traduciéndolas al francés. Su decadente estilo de vida le llevó a una muerte prematura a los 46 años.

En prosa, varios escritores buscaron efectos simbolistas. Entre ellos, Remy de Gourmont, crítico literario, Édouard Dujardin, cuya novela Han cortado los laureles (1888) es un ejemplo temprano de expresión del fluir de la conciencia, y Henri de Régnier, un destacado poeta simbolista.
4.4
Naturalismo
Émile Zola
A comienzos de la década de 1870, el escritor francés Émile Zola creó un nuevo tipo de novela en el que, para describir las conductas patológicas de la humanidad y los males de la sociedad, utilizó métodos de observación de tipo científico. Entre 1871 y 1893 escribió veinte novelas de estilo naturalista. Llevado por su deseo de mejoras sociales, escribió en 1898 una célebre carta, "J’accuse" (Yo acuso), en la que revelaba las mentiras de las autoridades francesas en el controvertido caso del oficial judío Alfred Dreyfus.

Al final del siglo XIX algunas de las tendencias realistas, que tuvieron en la obra de Flaubert su máximo ejemplo, llevaron a la corriente llamada naturalismo, que hacía especial hincapié en el entorno y la herencia como principales determinantes de la acción humana. Dirigió esta corriente el historiador y crítico Hippolyte Taine, cuya obra más famosa es Historia de la literatura inglesa (1863-1864). Taine creía que actitudes humanas, como la virtud y el vicio son productos como el azúcar y los ácidos, y que la cultura humana es el resultado de influencias formativas como la raza y el clima. Los hermanos y colaboradores literarios Edmond y Jules de Goncourt fueron teóricos y defensores de la novela naturalista. Destacaron con Germinie Lacerteux (1864). Tras la muerte de su hermano, Edmond de Goncourt fundó y legó testamentariamente sus bienes a la sociedad Goncourt que tenía como fin alentar la literatura naturalista. Influyó en la obra de Alphonse Daudet, un novelista realista —más conocido por sus descripciones de Provenza en Cartas desde mi molino (1869)— cuya obra está plagada de humor.
El naturalismo fue adoptado como principio fundamental y técnica literaria por Émile Zola, el escritor más significativo de este movimiento. Usaba el término en particular, para describir el contenido y propósito de sus novelas, que se caracterizaban por el determinismo histórico formulado por Taine. La técnica literaria de Zola se ve claramente en La taberna (1877), Nana (1880), y Germinal (1885). Fue tan extrema la influencia de su técnica que en 1887 Edmond de Goncourt y Daudet, junto con cinco discípulos del mismo Zola, formaron un grupo de oposición responsable por medio de un manifiesto contra la novela de Zola La Tierra (1888). También se opuso a Zola el escritor Paul Bourget, famoso por su novela El discípulo (1889) que daba más importancia a la motivación psicológica que a la ambiental, un aspecto del naturalismo ignorado por Zola. En el campo del relato breve, el escritor naturalista más importante fue Guy de Maupassant, cuyas obras incluyen las colecciones Mademoiselle Fifí (1882) y Cuentos de día y de noche (1885), así como varias novelas; como escritor de relatos breves, Maupassant, cuyo maestro literario fue Flaubert, no tiene igual.
Guy de Maupassant
El escritor francés del siglo XIX, Guy de Maupassant está considerado como uno de los mejores autores de relatos cortos de su época. Caracterizados por su realismo y sencillez, giran, por lo general, en torno a la crueldad humana e incorporan sus observaciones sobre la sociedad francesa. Además de sus más de 200 relatos, escribió seis novelas y numerosos apuntes de viajes.

Contrario al materialismo de Taine y también al individualismo romántico de Michelet está la obra del crítico e historiador Ernest Renan. Su obra principal es Historia de los orígenes del cristianismo (7 volúmenes, 1863-1881). Renan ejerció influencia en los novelistas Pierre Loti, Maurice Barrès y Anatole France.
Anatole France tenía una visión social parecida, en cierto modo, a la de Zola, pero él utilizó la ironía en su expresión. Sus libros son un comentario de la irracionalidad de las fuerzas sociales. Están llenos de compasión hacia el débil, y de ira contra los abusos de poder. Sus obras más características son, quizás, la novela corta realista, El caso Crainqueville (1901), y sus fantasías satíricas La isla de los pingüinos (1908) y La rebelión de los ángeles (1914).
Otro gran escritor del siglo XIX fue el naturalista Jean Henri Fabre. Sus estudios sobre la vida de los insectos, muy fáciles de leer, se han convertido en modelo para popularizar textos científicos, tanto en Francia como en el extranjero.

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