El invento de la Novela picaresca




Novela picaresca, extensa obra de ficción, por lo general de carácter satírico, cuyo personaje principal es un individuo cínico y amoral (véase Novela). La novela picaresca narra una serie de incidentes o episodios de la vida del protagonista que se presentan en orden cronológico sin entremezclarse en una trama sólida. El género se originó en España a mediados del siglo XVI y tomó su nombre de la figura del pícaro. El primer ejemplo de novela picaresca español es el Lazarillo de Tormes (1554), de autor desconocido, la autobiografía de un pillo que sirve a diversos amos aprovechándose invariablemente de ellos. El principal ejemplo de la picaresca alemana es El aventurero Simplicissimus (1669), del escritor Hans Jakob Christoph von Grimmelshausen. En Francia cabe destacar Historia de Gil Blas de Santillana (4 volúmenes, 1715-1735), fruto de la pluma de Alain René Lesage, y en Inglaterra Moll Flanders, escrita por Daniel Defoe. En América Latina la obra que inicia el género novelesco es, precisamente, El Periquillo Sarniento, de José Joaquín Fernández de Lizardi, reflejo de la novela picaresca española.
La novela picaresca es uno de los géneros más representativos, genuinos y populares de la literatura española y posteriormente derivó hacia la novela de aventuras o cuadros de costumbres. Utiliza el esquema tradicional de los libros o novelas de caballería, pero lo hace con una voluntad claramente desmitificadora, a partir de la crítica a la sociedad de la época. La estructura es un relato en primera persona de episodios o la vida del autor que vienen a justificar su situación final poco afortunada. Sin embargo, la novela picaresca no constituye un género claramente diferenciado, pues el propósito de sus autores es siempre distinto. Entre las principales obras del género cabe mencionar el Guzmán de Alfarache (1599), de Mateo Alemán, o la Historia del buscón llamado don Pablos (1626), de Francisco de Quevedo, donde la estructura autobiográfica cede en importancia ante la brillantez del lenguaje. Otros títulos y continuaciones de las obras maestras ya citadas son: La pícara Justina (1605), de Francisco López de Úbeda, La hija de la Celestina (1612), de Alonso Jerónimo de Salas, La vida del escudero Marcos de Obregón (1618), de Vicente Espinel y El siglo pitagórico (1644), de Antonio Enríquez Gómez.


El invento de la Novela de caballerías




Miguel de Cervantes Saavedra
El escritor español Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) está considerado como una de las figuras fundamentales de la literatura universal, al igual que su novela Don Quijote de la Mancha, una obra ambiciosa, con una temática rica y variada, llena de humor y ternura y que consigue llegar y entretener a los más variados públicos. El conocido principio de la inmortal obra es lo que aquí lee un actor. El retrato de la ilustración se le atribuye al pintor Juan de Jáuregui.

Novela de caballerías, género narrativo que tuvo su máximo desarrollo en España entre los siglos XIV y XVII, y que en su momento también se llamó libro de caballerías.
Muy semejantes a las novelas de aventuras, los libros de caballerías se basan —según Gonzalo Torrente Ballester— en la odisea de un caminante que se enfrenta a múltiples azares —batallas, desafíos, amores, pérdidas, reencuentros y tránsitos—, normalmente en un espacio lejano y exótico. Un rasgo bastante común en estas obras es que el autor afirma que el texto procede de un manuscrito que él ha encontrado; de ahí la parodia que realiza Cervantes al respecto en el Quijote, cuando alude a que el texto lo ha sacado de una traducción que un morisco hizo de un texto de un historiador llamado Cide Hamete Benengeli (véase Miguel de Cervantes: El Quijote como juego literario).
La primera novela importante es Libro del caballero Zifar, compuesto hacia 1300, que utiliza la técnica del sermón: cada personaje o situación es un ejemplo y figura de realidades espirituales.
Con el Amadís de Gaula, cuya versión original de principios del siglo XIV está perdida casi por completo y que se conoce por la refundición que a finales del siglo XV realizó Garci Rodríguez de Montalvo, el género comienza a fijarse, gracias a la calidad del texto. Durante el siglo XVI hubo abundantes imitaciones y continuadores del Amadís, cuyo resultado más interesante puede que sea Amadis de Grecia (1530) de Feliciano Silva. Llegaron a realizarse casi veinticinco libros tanto en España como en Europa hasta bien entrado el siglo XVI. Otro ciclo importante fue la serie de Palmerín, que se inició con Palmerín de Oliva (1511) del que se realizaron once impresiones hasta 1580, y uno de los mejores libros de la serie fue Palmerín de Inglaterra (1547-1548) escrito en portugués por Francisco de Morais. Tirant lo Blanc, de Joanot Martorell, es otro ejemplo en lengua catalana, publicado en 1490, y, según Miguel de Cervantes, “es el mejor libro del mundo”.
Las novelas de caballerías encontraron grandes detractores desde sus orígenes. Se les criticaba por su inverosimilitud, inmoralidad y descuidado lenguaje. Durante mucho tiempo se dijo que eran libros que leían gentes de escasa formación, pero la realidad es que interesaban a todos los estamentos sociales y culturales y eso se ha demostrado por lo que dicen de ellos personajes como santa Teresa de Jesús, el humanista Juan de Valdés y hasta el emperador Carlos V.
Los antecedentes de la novela de caballerías deben situarse en la difusión europea, con gran influencia española, de tres ciclos épicos medievales: el artúrico, el carolingio y el troyano. El código moral caballeresco se entrelaza con el código erótico —el caballero brinda sus empresas a la dama de su elección—, y ello explica los puntos comunes entre la novela caballeresca y la novela sentimental, en la que el paisaje de las hazañas se hace alegoría del deseo amoroso y su búsqueda. Mario Vargas Llosa ha estudiado la actualidad de las novelas de caballerías, hasta el punto de afirmar que el coronel Buendia, de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez “parece descender en línea recta de los cruzados caballerescos”.


El invento de la Novela bizantina




Novela bizantina, género narrativo de novela de aventuras, que se desarrolló ampliamente en España y otros países europeos durante los siglos XVI y XVII, cuya característica consiste en que recurren a lo fantástico e inverosímil, y que el lector reconoce como irreales.
Alcanzaron gran difusión y popularidad gracias al desarrollo de la imprenta, si bien, en cuanto género literario, todavía no gozaban del prestigio de la poesía y el teatro. Con todo, las relaciones que se establecieron entre esas formas narrativas y la tradición helénica clásica, continuada siglos después en Italia por Boccaccio y otros autores, hicieron que fueran estimadas como ‘poemas épicos en prosa’. Predominaban en ellos el viaje y la búsqueda, con episodios muy complejos entre los que no faltan naufragios, raptos, reconocimientos sorprendentes entre los personajes (anagnórisis), y otras enrevesadas peripecias argumentales.
La primera novela bizantina en español fue la Historia de los amores de Clareo y Florisea, y los trabajos de la sin ventura Isea, publicada en 1552, y de la que es autor Alonso Núñez de Reinoso. Es un relato que cuenta con todos los elementos definitorios del género: el enamoramiento, el voto de fidelidad, el parentesco aparente, los desplazamientos por mar, el cautiverio, los sueños premonitorios, las muertes simuladas, el regreso a la patria y las bodas como premio a la constancia. Según declara su propio autor, era una adaptación libre de Leucipa y Clitofonte del autor clásico griego Aquiles Tacio, que conoció a través de la versión de Ludovico Dolce en Amorosi ragionamenti. Pero Menéndez y Pelayo afirma que Núñez de Reinoso tuvo que conocer directamente la obra de Aquiles Tacio por la traducción italiana que realizó Aníbal Coccio y que se publicó en 1551, lo que se nota especialmente en la parte dedicada a las desdichas de Isea.
Selva de aventuras, de Jerónimo de Contreras, publicada en 1565, es otra de las novelas bizantinas más características.
A comienzos del siglo XVII aparece una de las novelas del género de mayor alcance, El peregrino en su patria (1604), de Lope de Vega. Incluye bastantes poemas y cuatro autos sacramentales.
Por su parte, de Miguel de Cervantes se publicó póstumamente su obra Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617), que, como todas las novelas bizantinas, desarrolla un asunto amoroso. Anteriormente ya había publicado, dentro de sus Novelas ejemplares (1613), algunos relatos que seguían pautas helenísticas, como La española inglesa y El amante liberal. Con todo, y a pesar de su ambición, la crítica considera que Persiles y Sigismunda es decepcionante.


El invento del Mester de juglaría




Mester de juglaría, frente al isosilabismo del mester de clerecía, el mester de juglaría se caracteriza por la mayor libertad métrica. Aun en las obras identificadas en líneas generales con la clerecía, se advierte la influencia juglaresca, sobre todo en las vacilaciones en la rima y en la medida de los versos. Su momento de máximo apogeo corresponde a los siglos XII y XIII aunque se prolongó hasta el XIV. Una obra como el Libro de Buen Amor, aunque utiliza la cuaderna vía y, por tanto, es obra de 'clérigo' (de hombre culto), el hecho de que en ella figuren coplas de escolares y de ciegos, con un lenguaje popular y chispeante, permite que también se incluya entre las obras del mester de juglaría. En la Razón deamor, del siglo XIII, predominan las asonancias de versos octosílabos, que se deslizan hacia los eneasílabos, como ocurre también en los Denuestos del agua y el vino. Otros textos oscilan entre el heptasílabo y el eneasílabo, metro este último que se mantiene sin interrupción desde el siglo XIII en la poesía popular.
El mester de juglaría se apoya en la tradición oral y sus temas son las hazañas y gestas de héroes reales, históricos o míticos.


El invento del Mester de clerecía




Juan Ruiz, Arcipreste de Hita
El poeta español Juan Ruiz (c. 1283-c. 1350), también conocido como Arcipreste de Hita es uno de los poetas más exuberantes no solo de la literatura española sino de la europea medieval. Muy en la línea del italiano Giovanni Boccaccio y del inglés Geoffrey Chaucer, realizó una obra culta que daba entrada a los anhelos y posición de la naciente burguesía medieval urbana. Su Libro de Buen Amor, una de cuyas páginas reproduce la ilustración, es un texto fundamental de las letras españolas, una de cuyas estrofas en cuaderna vía recita un actor.


Mester de clerecía, escuela literaria española de los siglos XII y XIII que se entendía como un oficio de hombres cultos. La oposición entre mester de clerecía y mester de juglaría proviene de la segunda estrofa del Libro de Alexandre (primera mitad del siglo XIII):


Mester traigo fermoso, non es de joglaría,
mester es sin pecado, ca es de clerezía;
fablar curso rimado por la cuaderna vía,
a sílabas contadas, ca es grant maestría.
En estos versos se afirma un arte poética: combinación estrófica llamada 'cuaderna' (del latín quaterna, 'cuatro cada vez') cuya vía es un curso rimado consonante de cuatro versos a sílabas contadas (isosilabismo): alejandrinos divididos en dos hemistiquios de siete sílabas cada uno. La estrofa citada permite entrever que el mester de juglaría no respeta la métrica (es anisosilábico) y, por tanto, carece de maestría y es hablar con pecado (con error). Es Gonzalo de Berceo quien lleva a su máxima expresión el uso de la cuaderna vía, de procedencia francesa. Junto con Berceo debe citarse, por la regularidad métrica (que no se cumple en otros autores), el Rimado de Palacio de Pero López de Ayala (1332-1407).
El Libro de Alexandre es el primer texto en el que se utiliza este estilo. Es un extenso poema, sobre Alejandro Magno, de más de diez mil versos del que se han conservado dos manuscritos, uno de finales del siglo XIII, que se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid, y otro del XV, que está en la Biblioteca de París. No se sabe cuándo se escribió pero suele datarse en la primera mitad del siglo XIII.
El libro es un poema épico sobre Alejandro Magno —personaje sobre el que se escribieron muchas historias durante la edad media— que se inicia con su infancia y acaba con su muerte. La finalidad es ensalzar al héroe y tiene gran erudición, sin embargo, cae en anacronismos tales como que Alexander forma parte de los Doce Pares de Francia o que Aquiles se esconde en un convento de monjes.
El Libro de Apolonio es también otra obra primeriza en cuaderna vía, de más de dos mil versos, compuesta en la primera mitad del siglo XII en la que se narran las gestas del rey Apolonio de Antioquía que, al descubrir que ha cometido incesto, huye, pasa mil penalidades y pruebas, y al final se reconcilia con todos sus familiares. Es una obra dinámica y delicada, cuyo tema procede de la tradición popular europea.
La cuaderna vía prospera hasta finales del siglo XIV, con oscilaciones entre versos de 14 y versos de 16 sílabas, dado el vigor en español del octosílabo. Por otra parte, la rigidez de la cuaderna vía hizo que muchos poetas abandonasen el alejandrino en busca de otras combinaciones métricas. Lo fundamental del mester de clerecía es, por tanto, la tendencia hacia una composición isosilábica, cualquiera que sea el metro elegido.


El invento de la Literatura de española en exilio





Literatura española del exilio, la escrita por los españoles que marcharon al exilio después de la derrota en la Guerra Civil española (1936-1939) y que, regresados o no a España, vivieron con ese carácter hasta la muerte de Francisco Franco (1975). La mayor parte de ellos se afincaron en países hispanoamericanos, aunque también en Estados Unidos (Jorge Guillén, Federico de Onís, Américo Castro, Pedro Salinas), en París (Jorge Semprún), en la Unión Soviética y en otros países.
La actividad de estos exiliados fue múltiple: creación literaria, fundación de revistas y editoriales, cátedras universitarias, periodismo, orientación de grupos y renovación de tendencias. Su ámbito lingüístico fue mayoritariamente español, pero hubo también escritores en gallego (Eduardo Blanco Amor, Rafael Dieste, Alfonso Rodríguez Castelao) o en catalán (Josep Carner, Joaquín Xirau).
Entre las revistas literarias y de pensamiento fundadas por exiliados cabe recordar: en México, Nuestra España, La España Peregrina, Taller (dirigida por el mexicano Octavio Paz), Romance, Ultramar, Cuadernos Americanos; en Argentina, Pensamiento Español, Correo Literario, Realidad, Galeuzca; en Cuba, Atentamente; en Colombia, Espiral; en Venezuela, España; en Chile, España Libre; en Uruguay, Temas; en París, Libre, Cuadernos de Ruedo Ibérico.
En materia de editoriales, en México, aparece Séneca y en cierta medida, el Fondo de Cultura Económica; en Cuba, La Verónica; en Argentina, Losada, Sudamericana, Emecé, Santiago Rueda y Bajel.
El número de escritores emigrados sería interminable, y se han publicado algunos censos y obras de carácter bibliográfico, que recogen algunas listas, casi todas ellas incompletas.
Notable, por el trabajo previo realizado, y la fecha de su publicación es la obra impresa de Los intelectuales españoles en América (1936-1945) de Julián Amo y Charmion Shelby, con prólogo de Alfonso Reyes, elaborada en la Biblioteca del Congreso, de Washington, editada por la Standford University Press (1950) y reimpresa en Madrid (1994).
En el exilio republicano estuvieron representantes de todas las formas literarias, corrientes y estilos, de todas las escuelas y tendencias. En poesía, se exiliaron la mayor parte de los componentes de la generación del 27. También se exiliaron algunos que, sin tomar decidido partido por algún bando en pugna, se alejaron de la España en conflicto: José Ortega y Gasset, Ramón Pérez de Ayala, Gregorio Marañón, Azorín, Pío Baroja. Caso especial es el de Antonio Machado, que permaneció fiel a la República hasta el último momento y encerrado en un campo de concentración, murió en Francia al poco de llegar.
Algunos de estos escritores, aparte de seguir cultivando su memoria personal y colectiva y el recuerdo, intelectivo o apasionado de la patria lejana, produjeron obras de tema americano como Max Aub, Francisco Ayala o Ramón José Sender.

El invento del Lazarillo de Tormes




Lazarillo de Tormes, novela picaresca española de autor desconocido, considerada por muchos críticos literarios como la primera novela moderna. Aunque probablemente existió una edición anterior, quizá de 1552 o 1553, las primeras ediciones conservadas son las de 1554, impresas en Burgos (Juan de Junta), Amberes (Martín Nucio) y Alcalá de Henars (Salcedo), con el título de La vida del lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades.
Los críticos no se ponen de acuerdo en cuanto a la fecha de redacción, debido a que las pocas referencias históricas que ofrece el texto no son fáciles de rastrear. El supuesto anticlericalismo del Lazarillo de Tormes ha llevado también a la polémica entre los estudiosos de la obra respecto a su autoría. Entre ellos, Américo Castro defiende que el autor debió ser un converso, mientras que Manuel J. Asensio postula la existencia de un escritor impregnado de espíritu erasmista.
El Lazarillo de Tormes consta de siete capítulos o “tratados” de muy variable extensión. Es una novela escrita en primera persona, a la manera de carta dirigida a una persona de rango superior (“vuestra merced”), en un acto de obediencia y rendición de cuentas, sin comentarios ni reflexiones de orden moral. En este autobiografismo reside la primera gran innovación de las muchas que presenta la obra: el Lazarillo de Tormes es la narración de la trayectoria vital de un ser de vergonzosa extracción social y de su lucha por la supervivencia.
Lázaro, antihéroe por excelencia, nos proporciona datos sobre su vida: nació junto al río Tormes, en Salamanca, y es hijo de un molinero y de una viuda amancebada con un negro. Por la obra desfilan los diversos amos a los que ha servido y de los cuales se ha aprovechado invariablemente: el mendigo ciego y ruin, el cura avaro, el escudero deseoso de aparentar, el fraile de la Merced, el buldero (un clérigo dedicado al lucrativo negocio de vender bulas papales), el capellán o el alguacil. El protagonista de la novela vivirá una sucesión de experiencias que irán paulatinamente socavando su integridad moral, en un proceso educativo subvertido. Finalmente, Lázaro obtendrá el oficio real de pregonero en Toledo y nos cuenta cómo un arcipreste le propone el matrimonio con su criada, que además es también su barragana. Desde esa situación actual vergonzante, Lázaro refiere su caso a esa “vuesa merced” que aparece ya en el prólogo.
El autor del Lazarillo de Tormes aprovecha elementos preexistentes en la tradición folclórica (el propio protagonista está inspirado en materiales tradicionales), así como motivos pertenecientes a la literatura culta, para contarnos la historia de una vida, en un relato que es fiel reflejo de la incertidumbre de la España de la Época, expuesta a una grave crisis económica y a una profunda miseria moral. Esta obra, prototipo de la novela picaresca que florecería en la literatura española de comienzos del siglo XVII, muestra una visión pesimista de la sociedad a través de los ojos de un pícaro.


El invento de la La Celestina




La Celestina, obra medieval por excelencia con la que se inicia la modernidad literaria en España y que sería la obra cumbre de las letras españolas de no ser por la existencia del Quijote.
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EL AUTOR
'El bachiller Fernando de Rojas acabó la Comedia de Calisto y Melibea y fue nascido en la Puebla de Montalban' dicen los versos acrósticos que sirven de presentación a la obra. Durante mucho tiempo se ha especulado sobre la veracidad de la afirmación y la identidad real del autor, pero, aunque no se tenga una gran información sobre Rojas, a la crítica actual le parece incuestionable que el bachiller nació en la Puebla de Montalbán (Toledo) hacia el 1470 en el seno de una familia acomodada de judíos conversos. Puede que no alcanzara el título de bachiller pero sí estudió leyes en la Universidad de Salamanca. También está documentado que fue alcalde, en varias ocasiones, de Talavera de la Reina, y que allí se casó y vivió. Por el inventario de sus bienes se sabe que contaba con una abundante biblioteca de libros jurídicos y profanos, entre ellos, muchos históricos, enciclopédicos e incluso la obra latina del poeta italiano Petrarca; de estas lecturas proceden las abundantes referencias a libros clásicos que, a partir del acto segundo de La Celestina, aparecen en la obra. Murió en 1541 en Talavera de la Reina.
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PRIMERAS EDICIONES Y FIJACIÓN DEL TEXTO
Portada de La Celestina
Esta portada de una de las ediciones de La Celestina de 1502 y que se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid recoge el momento crucial de la obra, el encuentro amoroso entre Calisto y Melibea en el jardín de su casa. La ilustración parece un boceto para la representación, incluso figuran las iniciales de los nombres de los personajes. Tras Melibea se encuentra su criada Lucrecia y detrás de Calisto está Pármeno, cuidando su caballo. Celestina aparece fuera de escena llamando con la aldaba en casa de

La Celestina tuvo un éxito de publico extraordinario desde su primera aparición por eso se conservan bastantes ejemplares que proceden de primeras ediciones antiguas e incluso tempranas traducciones. El texto de estas ediciones no es el mismo ya que el autor fue modificando la obra. La primera edición y más antigua de las conservadas se imprimió en Burgos, por Fadrique de Basilea en 1499, y consta de dieciséis actos con el título de Comedia de Calisto y Melibea. Hubo después varias segundas ediciones de Toledo, Valencia y Salamanca (1500), de las que se conserva la de Toledo, impresa por Pedro Hagenbachc, que añade los versos acrósticos. Estos libros tienen en común el título, que constan de dieciséis actos, que incluye una carta del autor a un amigo en el que le dice que se ha encontrado un texto anónimo y que como le ha gustado mucho ha decidido reunirlo todo en un acto —el primero— y concluir la obra. Después siguen los versos acrósticos sobre la intención de la obra en los que figura su nombre, aunque ningún ejemplar está firmado. Entre 1502 y 1507 aparecieron muchas ediciones ampliadas y con el título de Tragicomedia de Calisto y Melibea, y también El libro de Calisto y Melibea y de la puta vieja Celestina, en Sevilla, Toledo, Salamanca y Zaragoza; ésta, de 1507, es la más antigua que se conserva de la Tragicomedia, que inserta cinco actos nuevos entre el XIV y el XV de la Comedia, fijándose el texto en veintiún actos definitivamente. Dado el enorme éxito de la obra y la garra del personaje de la alcahueta empezó a llamársela La Celestina, título que ha triunfado, y además el nombre del personaje ha pasado a designar en el léxico español a aquellas mujeres que median en amores bien por interés o gusto.
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ARGUMENTO
La acción de La Celestina se construye sobre los amores de Calisto y Melibea, en torno a los cuales se incorporan otros episodios que a su vez son causa y consecuencia del argumento principal. Calisto, de noble linaje y claro ingenio, persiguiendo un halcón entra en la huerta de casa de Melibea, joven, rica y de serenísima sangre; queda prendado de ella; intenta hablarle pero ésta le despide con gesto airado. Marcha a su casa compungido y su criado Sempronio le convence para que use los servicios de una vieja alcahueta llamada Celestina. Los criados se ponen de acuerdo con ella en repartir el dinero que consiga sacarle a Calisto. Celestina cumple su misión y Melibea se entrega a Calisto. Los criados van a casa de Celestina a reclamar su parte, mas cuando ésta se niega a darles nada, ellos la matan, y ante los gritos de las pupilas de Celestina, Elicia y Areúsa, acude la justicia, los prende y ejecuta públicamente. Elicia y Areúsa deciden vengar las muertes y, sabiendo que esa noche los amantes se verán en la torre de casa de Melibea, envían a un brabucón contra Calisto, el cual al oír ruidos intenta acudir en ayuda de su criado, se cae de la escala y muere. Melibea se desespera y ante la presencia de su padre se tira de la torre.
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SU GÉNERO LITERARIO
En la obra todo es diálogo; los personajes se van definiendo por lo que dicen y hacen, sin necesidad de anotaciones de un autor externo, por eso se ha valorado la teatralidad de La Celestina. Pero como consta de veintiún actos, con cambios de escenarios constantes y variados —el huerto, la casa de Calisto, la casa de Melibea, la casa de Celestina, la torre, varias calles—, hace muy difícil su montaje escénico; por eso se ha dicho que se trataba de una obra de teatro irrepresentable. La crítica actual la clasifica como una comedia humanista, que es un género creado por Petrarca en Italia en el siglo XIV y que alcanzó un gran desarrollo en el renacimiento europeo. Se caracterizaba por un argumento sencillo cargado de tensión dramática, con mucho diálogo y con fines moralizantes o educadores. Lo importante era el texto y la enseñanza, lo de menos que fuese representable o no, aunque siempre cabía la posibilidad del escenario circular en una plaza que con efectos lumínicos alumbrase el rincón en el que tenía lugar la acción. Quienes defienden La Celestina como obra educadora no representable se apoyan en algunos párrafos largos, de difícil dicción, en sus muchas citas eruditas y en las resonancias de los clásicos que se perderían en una audición ligera. Lo cierto es que Rojas utilizó el castellano y no el latín propio de estas comedias, introdujo un realismo fuera de lo común, además de caracterizar, con gran profundidad psicológica a todos sus personajes y que por lo tanto creó una gran obra precursora de la modernidad.
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MEDIEVALISMO Y RENACENTISMO EN LA CELESTINA
El argumento de La Celestina procede de una comedia latina medieval Panphilus, que cuenta cómo un caballero enamora a una dama gracias a los ardides de una vieja, que a su vez está tomada de las comedias de Plauto. La deuda al Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita es indudable. Calisto y Melibea son prototipos del amor cortés y en la obra se tocan los tres grandes temas medievales: el amor, la fortuna y la muerte. Pero anuncia el renacimiento porque ninguno de estos temas se trata de una manera jerarquizada sino individualizada: cada personaje es autónomo y se labra su propio fin, con independencia de cuál sea su cuna y rango social. Hay también una sensualidad más exaltada que reprimida y en ningún momento se plantea la posibilidad de que los jóvenes enamorados tengan intención de casarse como hubiese sido el fin natural en el teatro coetáneo. A Rojas le interesa retratar una sociedad desasosegada y explorar el mundo de las pasiones humanas, lo que le aleja de los ejemplos medievales de premios y castigos transcendentes según la vida llevada.
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LOS PERSONAJES
Celestina se alza como el personaje central de la obra por su inteligencia, habilidad, avaricia, falsedad y malas artes. Es el lado oscuro medieval y pecador, y a la vez quien va repartiendo sexualidad y pasiones porque también las ha conocido. Será su avaricia lo que la conduzca a la muerte, no sus artes para despertar el deseo en jóvenes que están deseando caer en sus redes. Calisto y Melibea proceden del amor cortés pero serán los arquetipos físicos de la poesía renacentista sentimental, aunque Rojas va más allá y en su indagación humana no duda en presentar a un joven indolente dispuesto a gastar su fortuna por satisfacer su deseo y en manifestarse ante su diosa Melibea como un ser vulgar y grosero ante su apetito carnal. Melibea es un personaje lleno de matices: es la más espiritual de la obra, lo que no significa que sea ingenua, es tentada y una vez que su lujuria se ha despertado lucha por no caer en el deshonor que presiente que se le avecina, mas no puede resistirse. En definitiva son personajes humanos y creíbles que se van transformando conforme avanza la acción.
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LENGUAJE Y ESTILO
Hay en La Celestina una fusión constante entre lo erudito y lo vulgar, entre lo retórico más elaborado y el lenguaje llano más directo, entre la cita clásica y el refrán. A Calisto y Melibea les corresponde el lenguaje propio de las clase cultas y del mundo universitario de la época de los Reyes Católicos. Celestina y los criados usan un lenguaje popular con registros picarescos y realistas muy elaborado por Rojas, ya que no sólo usan refranes, como marca la tradición para caracterizar el habla popular, sino que incluso se permiten bromas a propósito de citas filosóficas y humanistas. Este doble registro lo utilizará de una manera genial Miguel de Cervantes, especialmente en Don Quijote de la Mancha, novela que ha suplantado a La Celestina el privilegio de ser la obra cumbre de las letras españolas.


El invento de la Generación del 27




Rafael Alberti
Rafael Alberti (1902-1999) es el representante de la generación del 27 que ha desarrollado una obra más amplia y variada aunque siempre muy ceñida a su sociedad y con aspectos formales surgidos del regionalismo popular andaluz, lo que no le ha impedido introducirse en los mundos surrealistas y vanguardistas.

Generación del 27, nombre con el que se identifica al grupo de escritores españoles ligados históricamente por el homenaje a Luis de Góngora, al cumplirse, en 1927, el tricentenario de su muerte.
La recuperación del poeta barroco plantea una diferencia sustancial con el movimiento ultraísta (véase Vanguardias): mientras éste proponía una búsqueda constante de lo nuevo, en la generación del 27 se produce un encuentro entre ciertos principios de las vanguardias literarias y la poesía española clásica, desde la lírica popular, Gonzalo de Berceo o Gil Vicente, hasta poetas barrocos, además de Góngora, como el conde de Villamediana, Pedro Soto de Rojas, Bocángel, Polo de Medina y, entre otros, Gustavo Adolfo Bécquer y fray Luis de León, a quien la revista Carmen, dirigida por Gerardo Diego, rindió homenaje en 1928, con ocasión del cuarto centenario de su nacimiento. En efecto, como muy bien definiera al grupo del 27 uno de sus poetas representativos, Rafael Alberti, ellos eran 'vanguardistas de la tradición'. Tienen incluso una actitud de reconocimiento hacia la generación del 98 aunque, más interesados por una literatura de alcance universal, no se ocuparon tanto de asuntos relacionados con las debilidades de la estructura social española. No obstante, un escritor joven del 98, el filósofo José Ortega y Gasset, aporta con La deshumanización del arte (1925) una visión crítica y en cierto modo descriptiva de la estética del 27.
Además de la recuperación de Góngora y de la influencia del pensamiento de Ortega y Gasset, la generación del 27 tuvo especial admiración por Juan Ramón Jiménez, sobre todo por su idea de la poesía pura, que implicaba, en su afán de superar las formas del realismo, un culto de la imagen (que también realizó, a su manera, el ultraísmo) y una elaboración del sentimiento ajeno al desborde y a la emoción fácil. Al mismo tiempo proponían la pluralidad de estilos y de lenguajes, sin renunciar a las formas clásicas. Pero también se hizo visible la presencia del surrealismo, que permitió incorporar nuevos temas e imágenes a la poesía, desde el mundo de los sueños hasta otros lenguajes (las hipérboles numéricas en el poeta Federico García Lorca o los juegos matemáticos en Alberti), sin desdeñar impurezas tales como la denuncia y la burla dirigidas contra las instituciones. Destacan, por su clara filiación surrealista, obras como La flor de California (1926) y La sangre en libertad (1931) de José María Hinojosa (1904-1936); Sobre los ángeles (1929) de Rafael Alberti (1902); Los placeres prohibidos (1931) de Luis Cernuda (1902-1963); Poeta en Nueva York (1929-1930) de Federico García Lorca. Esta obra de Lorca, así como sus piezas teatrales El público y Comedia sin título, y el guión cinematográfico Viaje a la luna, fueron el resultado del viaje del poeta a Nueva York en 1929 y revelan una afinidad con las búsquedas estéticas de Luis Buñuel y de Salvador Dalí, cuyo cortometraje Un chien andalou (Un perro andaluz) se había estrenado ese mismo año en París, al que siguió L’âge d’or (La edad de oro), con guión sólo de Buñuel.
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LOS COMPONENTES
Poetas andaluces
El poeta sevillano Luis Cernuda (en el centro), junto con los también poetas, andaluces, amigos y adscritos a la generación del 27, el granadino Federico García Lorca (a la izquierda) y el malagueño Vicente Aleixandre.

La diversidad de la generación del 27 queda suficientemente probada porque en ella se incluyen autores como Pedro Salinas, traductor de Paul Valéry y Marcel Proust, autor de Presagios (1924), Fábula y signo (1931), La voz a ti debida (1933), Razón de amor (1939), entre otras obras; Jorge Guillén, premio Cervantes 1976, ejemplo de poesía casi pura, en la que abunda el 'esprit géometrique' del que hablaba Valéry y una visión afirmativa de los seres a través de una emoción que depura y condensa en libros como Cántico (1928) y Clamor (1957-1963), obra esta última donde se detiene en ciertas personalidades históricas y en algunos horrores contemporáneos, sin renunciar a un 'Resumen' alentador:

'Amé, gocé, sufrí, compuse. Más no pido.
En suma: que me quiten lo vivido'.
Federico García Lorca
Sin ninguna duda, el poeta español del siglo XX más universal es Federico García Lorca (1898-1936). A ello han contribuido circunstancias extraliterarias, como el hecho de que fuera asesinado en los primeros días de la Guerra Civil española por elementos franquistas; y literarias, en especial, el Primer romancero gitano, ejemplo genial de poesía compuesta a partir de materiales populares, y que ofrece una visión de Andalucía de carácter mítico por medio de unas metáforas deslumbrantes y símbolos, como la luna, los colores, los caballos, el toro, el agua, destinados a transmitir sensaciones de amor y muerte, es decir, pasión española.

Otros autores, ligados directa o indirectamente a la generación del 27, son: Vicente Aleixandre, premio Nacional de Literatura en 1934, premio Nobel en 1977, autor de Ámbito (1928), Espadas como labios (1932), Pasión de la tierra y La destrucción o el amor (1935), Sombra del paraíso (1944), Historia del corazón (1954), Diálogos del conocimiento (1974); Dámaso Alonso (1898-1990), premio Cervantes en 1978, estudioso de Góngora, especialmente de la Fábula de Polifemo y Galatea y las Soledades, de quien cabe mencionar El viento y el verso (1923-1924), Hijos de la ira (1944), Duda y amor sobre el Ser Supremo (1985); Luis Cernuda (1902-1963), entre cuyas obras sobresalen La realidad y el deseo (1936-1964) y sus estudios críticos sobre poesía en general, poesía española y poesía inglesa del siglo XIX; Rafael Alberti (1902), premio Nacional de Literatura en 1925 por Marinero en tierra, premio Cervantes en 1983, autor, entre otros, de un poemario como Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos (1929), en el que rinde homenaje a actores del cine mudo (Buster Keaton, Charles Chaplin, Harold Lloyd); Gerardo Diego (1896-1987), partícipe junto con Juan Larrea del ultraísmo, realizó en 1932 una antología de la Poesía española contemporánea 1915-1931 y escribió Versos humanos (1925), canciones, sonetos, odas y una Fábula de Equis y Zeda (1932), homenaje paródico al gusto barroco por las fábulas mitológicas. Mención aparte merecen escritores como Emilio Prados y Manuel Altolaguirre, fundadores de la revista Litoral (véase Revistas literarias). Muchos de los escritores del 27 debieron exiliarse al estallar la Guerra Civil española: Salinas en Puerto Rico, Emilio Prados y Luis Cernuda en México, Rafael Alberti en Argentina e Italia, Manuel Altolaguirre en Cuba y México.
Aunque siempre se habla de poesía al hacer referencia a la generación del 27, cabe recordar que algunos de los poetas ya citados también escribieron en prosa narrativa y no sólo poética. Es el caso de Pedro Salinas (Víspera del gozo, La bomba increíble), Luis Cernuda, Rafael Alberti, Dámaso Alonso, José María Hinojosa. Hubo dos vertientes principales: la novela lírico-intelectual y la humorística. En la primera destacan Benjamín Jarnés (Paula y Paulita y Locura y muerte de Nadie, de 1929; Teoría del zumbel, de 1930); Antonio Espina (Pájaro pinto, 1927, y Luna de copas, 1929); Mauricio Becarisse (Las tinieblas floridas, 1927, y Los terribles amores de Agliberto y Celedonia, 1931), entre otros. Dentro de la novela de humor, un buen ejemplo es el de Enrique Jardiel Poncela, sobre todo con Amor se escribe sin hache, ¡Espérame en Siberia, vida mía! y Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, escritas entre 1928 y 1931, muy próximas a la obra de Gómez de la Serna y Fernández-Flórez.


El invento de la Generación del 98




Pío Baroja
Escéptico, socarrón y huraño, Pío Baroja escribió miles de páginas aparentemente descuidadas, por las que transcurren personajes esbozados, ciudades deprimentes y el mar. Nadie mejor que él mismo para definirse: "Soy un fauno reumático que ha leído un poco a Kant". La ilustración es uno de los retratos que de él hizo el pintor español Joaquín Echeverría y que se conserva en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid (España).


Generación del 98, también llamada generación del desastre en alusión a la pérdida de Cuba por España.
Habrá que esperar hasta 1934, con la conferencia de Pedro Salinas sobre 'El concepto de generación literaria aplicado a la del 98', para que se fije definitivamente esta manera de identificar a una generación que representó un fenómeno importante por cuestionarse la tarea intelectual frente a España y la política española, y plantearse el dilema de una literatura acorde con esas inquietudes. Muchos de sus representantes estaban ligados a la Institución Libre de Enseñanza, que dirigía Francisco Giner de los Ríos. Sobresalen autores como Ángel Ganivet (1862-1898), autor de Ideariumespañol (1897); Joaquín Costa (1846-1911); Miguel de Unamuno (1864-1937), con obras como En torno al casticismo (1895), Vida de Don Quijote y Sancho (1905) y Del sentimiento trágico de la vida (1913); Ramiro de Maeztu, quien enumeraba los engaños que dominaban a España en el campo de la prensa, la política, la oligarquía y el caciquismo, la literatura y la ciencia, las supuestas glorias históricas, y, como otros jóvenes rebeldes de su tiempo (el mismo Unamuno o Martínez Ruiz, Azorín), rechazaba la guerra colonial en todas sus manifestaciones; José Ortega y Gasset, que, en realidad, trascendió el marco de esta generación. Debe mencionarse también la obra de Azorín (El alma castellana (1900); La ruta de don Quijote (1905), Antonio Machado (Soledades y Campos de Castilla, sobre todo), Pío Baroja (La raza; La lucha por la vida, 1904), Ramón María del Valle-Inclán, Vicente Blasco Ibáñez, Gabriel Miró.
La generación del 98, a veces asociada con el modernismo literario, reflejó en gran medida las oscilaciones ideológicas de algunos de sus integrantes, según lo ha estudiado Carlos Blanco Aguinaga en su Juventud del 98 (de las posturas socialistas y anarquistas a cierto énfasis nacional de corto alcance) y en no conseguir siempre resolver el ajuste entre su preocupación por el casticismo y el problema español, y las preguntas estrictamente ligadas al ejercicio de la literatura. Este ejercicio sólo fue posible a través de búsquedas más individuales y en el tránsito hacia propuestas estéticas de las generaciones próximas en el tiempo: la del 14 y la del 27.


El invento de la Ilustración en España




Ilustración en España, comportamiento específico que tuvo en España este movimiento intelectual europeo que se desarrolló en el siglo XVIII hasta la Revolución Francesa. En el mundo occidental supuso, dentro del terreno del pensamiento, el paso de la edad moderna a la edad contemporánea. Propugnaba unos cambios de ideas y modos de interpretar el mundo que procedían del racionalismo a ultranza de la clase burguesa en ascenso. De hecho, rechazaba todo tipo de dogmatismos y, debido a ello, buscaba desplazar de las esferas de poder a la aristocracia y la iglesia. En español el término procede del francés Illustration, que en alemán se llamó Aufklärung y en inglés Enlightement, en ambos casos podría traducirse como ‘iluminación’, en el sentido de ‘hacerse la luz’.
Se ha discutido tradicionalmente la importancia, e incluso la misma existencia, de un movimiento ilustrado propiamente dicho y con características específicas en España. Así hacen Menéndez y Pelayo y Ortega y Gasset, entre otros, que en sus escritos buscaron la relación del supuesto movimiento ilustrado con las actitudes europeas del momento. La conclusión provisional a la que se ha llegado, y que se mantiene en el presente, es que en España no se trató de un periodo específico de la cultura, sino más bien de un ambiente general cuya capacidad de revocación y cambio llegó a constituir una de las etapas realmente importantes de la modernidad española.
Literariamente se produjo un enfrentamiento entre la continuidad y la reforma. Y no sólo debido a influencias externas, pues la confrontación fue bastante directa, pero pronto ahogada, en lo que se refiere a la defensa de una nueva razón crítica frente a la sensibilidad tradicional dominada por los prejuicios de una religiosidad y una concepción del poder ancladas en el pasado. También se produjo en los escritores ilustrados una profundización del valor del lenguaje literario, que oponían a la afectación, al tiempo que defendían la posibilidad de una coexistencia entre lo bello y lo pintoresco. En La poética, de Ignacio de Luzán, publicada en 1737, se abordaban estos asuntos que, además, suponían la contraposición del neoclasicismo con el barroco.
En realidad, y con objeto de evitar los enfrentamientos con los dogmas religiosos dominantes en la España de aquel tiempo, las teorías racionalistas nunca pasaron de moderadas, excepto en el terreno de lo satírico. Debido a esa moderación, algunos de los más recientes teóricos del pensamiento y la literatura han llegado a conclusiones en las que afirman que la difusión del nuevo espíritu resultó poco agresiva, por lo que la contraposición entre ilustración y tradición y conservadurismo aparece poco clara.
Suelen considerarse ilustrados dentro de la novela a Diego de Torres Villarroel, y al jesuita José Francisco de Isla, cuyas obras poseen cierta calidad literaria dentro de la prosa satírica, en la que tiene lugar una confluencia del humorismo realista de la picaresca y el barroco, con la mentalidad crítico-reformadora de su siglo. De hecho, ni la Vida, de Torres Villarroel, ni Fray Gerundio, de Isla, son en sentido estricto novelas, y en principio demuestran el hundimiento de la novela española durante el siglo XVIII.
Por su parte, en sus escritos de carácter poco literario, el monje benedictino fray Benito Jerónimo Feijoo insiste en el valor de la razón y la experiencia en la búsqueda de la verdad, oponiéndose a supersticiones, milagros y falsas creencias religiosas, sobre todo en su obra El teatro crítico universal.
En la poesía tienen cierto interés Nicolás Fernández de Moratín y, sobre todo, Juan Meléndez Valdés, con su sentimiento de la naturaleza y exaltación del erotismo y la nueva sentimentalidad. En el teatro destaca sobre todos Leandro Fernández de Moratín, cuya obra El sí de las niñas plantea el problema de la educación de la mujer y su libertad para elegir marido, con una técnica teatral irreprochable.
En el ensayo es donde se encuentran los máximos exponentes de la Ilustración española, en primer lugar con José Cadalso, y sus famosas Cartas marruecas, primera manifestación española del ensayo breve, irónico, de contenido ideológico y estilo personal. Por su parte, Gaspar Melchor de Jovellanos, supone una auténtica síntesis de la época al estudiar los problemas locales, la construcción de carreteras o la explotación de las minas, así como el paisaje, la historia y la vida económica, destacando en este último terreno, donde aparece como el primer economista español de su tiempo.
La confluencia entre las ideas y la literatura, el didactismo y la crítica, el neoclasicismo y el espíritu enciclopedista, aparece patente en un género secundario y muy característico de la época, como es la fábula, entre cuyos cultivadores destacan Félix María Samaniego y Tomás de Iriarte.
Con todo, la Ilustración española no pasó de ser reformista, y con sus vacilaciones filosóficas y dudas estéticas, simplemente refleja los modelos franceses, sin llevarlos nunca hasta el extremo.


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