La Poesía




Andrés Bello
El escritor y político venezolano, Andrés Bello (1781-1865), cultivó diversos géneros literarios, desde la poesía hasta los ensayos históricos y filosóficos. Pero su obra de mayor relieve es la Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos, considerada uno de los textos más importantes en la historia científica de la lengua española. El fragmento leído por un actor corresponde a la obra Alocución a la Poesía.

Poesía, forma del discurso literario o artístico que se rige por una singular disposición rítmica y por la relación de equivalencia entre sonidos e imágenes. La poesía o discurso poético (que a menudo se usa como sinónimo de verso para oponerla a la prosa) une a veces la organización métrica a la disposición rítmica y, en esos casos, puede tener una estructura estrófica. Según el filólogo español Tomás Navarro Tomás, “la línea que separa el campo del verso del de la prosa se funda en la mayor o menor regularidad de los apoyos acentuales”.
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LA NATURALEZA DE LA POESÍA
La poesía puede considerarse como una de las artes más antiguas y difundidas. Originalmente unida a la música en la canción, se fue independizando y el ritmo propiamente musical fue sustituido por el ritmo lingüístico. Este fenómeno ha motivado ciertas definiciones de poesía en las que se otorga papel relevante a la métrica y deja de lado prácticas poéticas, como la basada en versículos (de la Biblia a Walt Whitman, Allen Ginsberg y Pablo Neruda, entre otros) o el verso libre, en las que importa más lo rítmico que lo estrictamente métrico.
Desde un punto de vista métrico, la poesía traslada al lenguaje una experiencia humana emocional y sensualmente significativa. El metro puede basarse en la intensidad de las sílabas (fuertes o débiles) o en su acentuación. Si una sílaba es fuerte o débil, acentuada o inacentuada, depende de una cuestión de longitud —más larga o más corta—, como en el verso árabe o en el verso clásico griego y latino. En el verso griego, por otra parte, tanto el tono como la longitud silábica cumplen un papel en la determinación del acento. También depende de la intensidad más fuerte o más suave, como en el verso latino medieval y, en general, en el verso germánico. No todas las lenguas, sin embargo, tienen diferencias tan señaladas en el énfasis silábico; tampoco todos los poetas eligen explorar estas diferencias para crear modelos rítmicos. En muchas lenguas, el ritmo poético depende menos de las diferencias entre las sílabas que de la longitud del verso. Ésta se deriva del número total de sílabas en un verso (verso silábico), como en la poesía francesa, italiana, china, japonesa y galesa; o del número de sílabas acentuadas en un verso (verso acentual), como en la antigua poesía inglesa aliterativa; o por la combinación de número y acento. En español, los versos pueden ser métricos, cuando poseen el mismo número de sílabas; amétricos, si no mantienen esa igualdad silábica. Éstos también se llaman asilábicos o irregulares y pueden ser acentuales, cuando repiten en número variable el mismo tipo de cláusulas rítmicas (véase Versificación); libres, cuando no se rigen por medida silábica ni por igualdad de cláusulas rítmicas. También los hay fluctuantes, cuando se someten a ciertos límites silábicos o rítmicos.
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FORMAS POÉTICAS
San Juan de la Cruz
San Juan de la Cruz (1542-1591) es el poeta místico más puro y de expresión más intensa de la literatura española. Su poesía se centra en la reconciliación de los seres humanos con Dios a través de una serie de pasos místicos que se inician con la renuncia a las distracciones del mundo. Se ha señalado la riqueza y variedad de su léxico, sorprendente dentro de una obra tan breve, pero que explota a fondo las posibilidades de fervor religioso y estético que inspira el misticismo español, al que lleva a cumbres inalcanzables. El audio recoge el inicio del Cántico espiritual.

La incorporación de nuevas formas de construir poesía, como el poema en prosa o la prosa poética, del mismo modo que la fusión entre lo narrativo, lo lírico y hasta ciertos rasgos de teatralidad en la poesía tradicional (la poesía pastoril, por ejemplo), hace cada vez menos convincente la teoría que reduce lo poético a la disposición en versos que, a veces, se combinan en estrofas. El ritmo acentual acaba siendo el rasgo determinante y, por tanto, ni siquiera el aspecto estrictamente métrico (la cantidad de sílabas) resulta distintivo. A través de las sucesivas etapas de la poesía española, han coexistido la versificación amétrica y la regular. Comprueba Tomás Navarro Tomás que la estructura rítmica del Cantar de Mio Cid, con su fluctuación en hemistiquios de seis, siete y ocho sílabas, es la que perdura en la prosa castellana. Si, por otra parte, en un poema importan, junto con la regularidad acentual, las distintas pausas que hacen a la respiración del texto, debe tenerse en cuenta que la conversación también se sostiene en una base rítmica y que ésta, elaborada artísticamente, conduce al poema. El ritmo del habla, en otras palabras, sustenta el ritmo de la construcción poética. Tomemos, por ejemplo, una estrofa del poema “Walking Around” de Pablo Neruda: “Sucede que me canso de mis pies y mis uñas / y mi pelo y mi sombra. / Sucede que me canso de ser hombre. / Sin embargo sería delicioso / asustar a un notario con un lirio cortado / o dar muerte a una monja con un golpe de oreja. / Sería bello / ir por las calles con un cuchillo verde / y dando gritos hasta morir de frío”.
Desde el punto de vista métrico, se combinan versos alejandrinos (1º, 5º y 6º), endecasílabos (3º y 4º), dodecasílabos (8º y 9º), un heptasílabo (2º) y un pentasílabo (7º). Estos dos últimos pueden entenderse como descomposición de un dodecasílabo. Los seis primeros versos tienen acentos regulares en la sexta y la décima sílabas y su primer acento oscila entre la segunda y la tercera. El séptimo introduce una variante con respecto a los anteriores: acento en cuarta, énfasis repetido en los dos últimos y éstos, a su vez, acentúan la novena y, por fuerza, la decimoprimera. En el último verso, los tres últimos acentos caen sobre la i: gritos, morir, frío, efecto anticipado en sería, ir y cuchillo.
Salvo en el séptimo verso, donde se da un ritmo trocaico (oóoóo), y en la alternancia troqueo (óo)- dáctilo (óoo) - anapesto (ooó) de los dos últimos, en general se impone la frecuencia acentual del dáctilo (óoo) y del yambo (oó).
Además de los acentos, hay otros recursos fónicos (véase Figuras retóricas) que enriquecen el poema: paronomasias entre sucede, canso, sombra, ser, sin, sería, delicioso, asustar; entre pies y pelo; entre sombra y hombre; entre muerte y monja; entre calles y cuchillo; entre bello, calles y cuchillo; entre gritos, morir y frío; terminaciones semejantes (notario y lirio, monja y oreja) que, a su vez, introducen, desde el punto de vista semántico, antítesis con intención irónica; rimas internas asonantes (notario y cortado); polisíndeton, es decir, uso repetido de las conjunciones entre dos o más términos o frases (...de mis pies y mis uñas / y mi pelo y mi sombra). Al no haber rimas finales, resulta interesante observar —para entender los acordes, la música del poema— cuáles son las vocales finales acentuadas más frecuentes. En este caso, a pesar de la libertad compositiva, llama la atención la simetría: -U (uña) -O O O (sombra, hombre, delicioso) -A (cortado) -E E E (oreja, verde, bello) -I (día); y, analizando las más frecuentes (O y E), se comprueba que las átonas finales son las mismas (A-E-O: sombra-oreja; hombre-verde; delicioso-bello).
En un poema en prosa de Juan Ramón Jiménez, “Orillas nocturnas” (Diario de un poeta recién casado), puede descubrirse también una regularidad rítmica que lo define como poesía y que, por tanto, revela una vez más que el verso no es su único instrumento: “Un campo muy bajo, casi sin campo, terroso, gris, seco. Un cielo muy alto, cielo sólo, blanco. Un gran olor a heno, áspero abajo, purísimo arriba. ¿Se van a separar la tierra y el cielo?... Grillos y estrellas, enredados, atan el paisaje”.
Desde el punto de vista de la frecuencia acentual, hay un predominio dactílico, con algunas formas trocaicas, como en “cielo sólo, blanco” (óoóoóo). Aunque no haya intención de adaptarse a una norma métrica, merece la pena medir la duración de los distintos periodos entre puntos para descubrir que el primero tiene 17 sílabas (6: un campo muy bajo; 5: casi sin campo; 6: terroso, gris, seco, grupo este último con compensación entre la s de gris y la de seco y que demuestra que no siempre coincide el acento gramatical con el rítmico pues los fundamentales acentos van en la segunda sílaba y en la penúltima, según el esquema (oóo), en el que gris resulta átona), el segundo 12 (6: un cielo muy alto; 4: cielo sólo; 2: blanco), el tercero 18 (7: un gran olor a heno; 5: áspero abajo; 6: purísimo arriba), el cuarto 12, el quinto 15 (5: grillos y estrellas; 4: enredados; 6: atan el paisaje). Destacan además las asonancias internas en a-o (campo-bajo-campo, alto-blanco, áspero abajo, enredados), en e-o (seco, cielo, heno), y una sola vez en i-o (purísimo, grillo).
La organización musical del texto abarca las semejanzas fónicas, a manera de acordes, y también las variaciones que incluyen el contraste entre un tipo de sucesión rítmica y otro, las correspondencias entre ciertos sonidos y la atmósfera que se pretende comunicar, el uso de los signos de puntuación como reveladores de pausas expresivas.
Aunque puedan captarse diferencias rítmicas entre un poema (en verso o en prosa) y un fragmento de prosa narrativa, es verdad que las dos formas artísticas ofrecen la posibilidad de descubrir rasgos métricos y musicales —del sonido a los silencios— coincidentes. Un excelente ejemplo se encuentra en los periodos rítmicos del Ulises del novelista irlandés James Joyce, cuya riqueza ha sido trasladada satisfactoriamente al castellano por José María Valverde. El escritor cubano Guillermo Cabrera Infante también ha puesto su talento de escritor en acción para traducir otras obras de Joyce.
En lengua española existen varios casos de prosa cuidada y atenta al ritmo. Si éste no existe, no sirve de pretexto el lugar común según el cual el ritmo es patrimonio de la poesía. Ejemplos como Gabriel Miró (“Comienza el color en la raya del mar. Amanece en las aguas un huerto de granados, de naranjos, de cidros”, Años y leguas), Luis Martín Santos en Tiempo de silencio, Julio Cortázar en Rayuela, José Lezama Lima o el propio Cabrera Infante, bastarían para demostrar que cuando la prosa es buena no se aparta del quehacer poético en sentido amplio.
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TIPOS DE POESÍA
La condensación, una marcada tendencia al uso de imágenes y un fuerte componente emotivo y sensual son características de la amplia variedad de poemas llamados líricos. Resultan más fácilmente definibles las otras grandes divisiones de la poesía: narrativa (poemas épicos, baladas, romances, cuentos y fábulas en verso) y dramática (la poesía como discurso directo en circunstancias específicas). La poesía lírica, sin embargo, abarca desde himnos, nanas, cantos de taberna y canciones populares hasta la enorme variedad de poemas y canciones de amor; desde las punzantes sátiras políticas hasta la más o menos oscura poesía filosófica; desde las epístolas en verso a las odas; desde los epigramas y sonetos a las elegías.
Existe una clara distinción entre la poesía como arte puro y la llamada poesía didáctica, cuyo extremo lo constituyen ciertos recursos mnemotécnicos (“treinta días trae noviembre, con abril, junio y septiembre”) o los intentos de hacer el aprendizaje más entretenido. En la tradición clásica se hablaba del prodesse et delectare (‘instruir deleitando’) y ese fue el ideal dominante durante varios siglos. El siglo XIX y sobre todo el XX inauguran la búsqueda de una literatura que, sin abandonar las preocupaciones morales, se base más en la respuesta individual y, con ella, en el papel cada vez más relevante del lector, que habrá de tener una actitud participativa, capaz de leer entrelíneas y de extraer sus propias conclusiones. Cuando el interés de la comunicación se centra en el conocimiento por sí mismo o en la instrucción práctica, el término poesía resulta inapropiado. En sus Geórgicas, Virgilio intenta en realidad instruir a sus lectores en el arte de la agricultura. En obras de este tipo, se impone la necesidad de una expresión clara de un ordenamiento lógico y de una presentación completa por encima de la proyección poética de la experiencia humana.
Entre los poetas líricos, los japoneses han aportado un ejemplo insuperado de concisión y brevedad. Las dos formas favoritas son el tanka, con una tradición ininterrumpida de unos 13 siglos, y el haiku, cuyo origen se remonta al siglo XVI y ha tenido una notable influencia en los poetas occidentales a principios del siglo XX. Ambas formas renuncian a la rima y se basan en el cómputo silábico: el tanka abarca 5 versos, dos pentasílabos (primero y tercero) y tres heptasílabos (segundo, cuarto y quinto). El haiku tiene sólo tres versos de 5, 7 y 5 sílabas, respectivamente (17 sílabas en total).
El haiku, que se ha definido como una especie de satori o iluminación, podría considerarse el emblema de la poesía por su capacidad de condensar sensaciones, imágenes y, más aún, esbozos de una imagen. Vinculado con la filosofía zen, importa captar un momento mínimo que suele pasar inadvertido a la mirada habitual. No es la subjetividad poética lo que importa sino ese hallazgo que habla de una comunicación con el universo. El haiku se difunde en la literatura occidental desde principios del siglo XX: primero en Francia, donde Paul Louis Chochoud publica en 1905 un libro de poemas y en 1906 un ensayo titulado Los epigramas líricos de Japón; en Inglaterra, entre 1908 y 1912, se reunieron varios poetas interesados en el haiku, entre ellos Hilda Doolittle y Ezra Pound, quien llegó a decir que “es mejor presentar una sola imagen en toda la vida que producir obras voluminosas”.
En España y América, el haiku no resultó una forma extraña, sobre todo por su proximidad con el epigrama, la adivinanza y la seguidilla, que alterna versos de siete y cinco sílabas. El primer poeta que escribe haikus es el mexicano José Juan Tablada, quien visitó Japón en 1900. Lo más común entre los poetas de lengua española es recuperar la brevedad del haiku (“poesía miniatura”, dice Tablada) sin que se cumpla necesariamente el canon de las 17 sílabas. Sin embargo, a través de la sucesión 5-8-4, la fórmula ideal se realiza en este poema de Tablada:
“Tierno saúz / Casi oro, casi ámbar, / Casi luz...”, donde la densidad reside en la gradación lumínica (oro-ámbar-luz), captada como impresión gracias al adverbio casi, y en la unión de esos matices de color (sensación visual) con el atributo tierno (¿sensación táctil, gustativa, alusión a su delicadeza y fragilidad?). La imagen del saúz (sauz o sauce) se esboza mediante una sinestesia, es decir, la aproximación de dos dominios sensoriales.
Además de Tablada, otros poetas modernistas se acercaron al haiku y a la poesía japonesa: por ejemplo, el español Manuel Machado. Entre los poetas posteriores, destacan el ecuatoriano Carrera Andrade, los mexicanos Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia, José Gorostiza, Octavio Paz y Alfredo Boni de la Vega (1914-1965), compilador de la primera antología del ‘haikai hispano’, en 1951. Este último es autor, además, de un haiku fiel al modelo que tiene mucho de adivinanza: “Flor de tristeza que se abre cuando el llanto del cielo empieza”. Solución: el paraguas.
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TRADICIÓN POÉTICA
El caso de la influencia de la poesía japonesa en la literatura occidental permite plantearse el vínculo de la poesía con la tradición. Todas las vanguardias del siglo XX, aunque buscan en la experimentación nuevas formas de concebir y practicar la poesía, no pueden desligarse de lo que han sido los grandes testimonios poéticos de distintos periodos históricos. La ruptura con lo anterior supone también continuidad porque, en definitiva, en la base de la nueva creación está la relectura de los viejos poetas. Como dice Michel Foucault, “lo nuevo no está en lo que se dice, sino en el acontecimiento de su retorno”. Lamentablemente, muchos poemas se han perdido en el transcurso de los siglos, porque existían sólo como parte de la tradición oral o bien porque muchos manuscritos desaparecieron por su deterioro paulatino o fueron destruidos. Parte de la destrucción se produjo por causas naturales; en ocasiones, por el saqueo de bibliotecas y centros de enseñanza; algunos, como en el caso de la magnífica poeta griega Safo, por culpa de la intolerancia. Durante la era cristiana, los escritos de Safo acabaron en la hoguera y sólo se salvaron 700 versos: unos porque estaban incluidos en antologías libres de condena; otros en citas hechas por escritores cuyas obras sobrevivieron; otros, por fin, porque ciertos embalsamadores egipcios llegaron a envolver a las momias con tiras de papiros donde había escritos versos suyos. De algunos escritores griegos sólo sobreviven sus nombres. La invención de la imprenta en el siglo XV favoreció en gran medida las oportunidades de supervivencia del libro. Los avances tecnológicos del siglo XX en tareas de almacenamiento y recuperación hacen teóricamente posible preservar cualquier poema. Frente a lo que se ha conservado de los últimos cinco mil años, las futuras generaciones de lectores tendrán acceso a una enorme cantidad de versos del pasado.
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EL ORIGEN DE LA POESÍA
Sin embargo, está a nuestro alcance la cantidad suficiente de poesías de otros tiempos como para deducir de ellas algunos aspectos perdurables de la expresión poética, más allá de las épocas o las culturas.
En inscripciones jeroglíficas egipcias del 2600 a.C. se han encontrado tipos de poesía que hoy siguen resultando familiares: se trata, evidentemente, de canciones, aunque sólo se ha conservado la letra y no la música, que abarcan géneros diversos como lamentos, odas, elegías, himnos. Muchas de ellas tienen significación religiosa, rasgo que, además de acercarlas a la poesía de otros pueblos antiguos como sumerios, hititas, asirio-babilónicos, judíos, permite enunciar la hipótesis de que los orígenes de la poesía se encuentran en la expresión comunitaria, probablemente asociada con la danza, del espíritu religioso. En consecuencia, el ritmo de la danza puede marcarse no sólo con pasos, palmas o gritos rítmicos, sino también con palabras cantadas. La canción, pues, funda la poesía y la música instrumental. Cantos de labor (también encontrados en inscripciones funerarias egipcias del tercer milenio a.C.), nanas, canciones de juegos y otras formas acompañantes de actividades rítmicas debieron desarrollarse al mismo tiempo que las canciones religiosas. El aspecto ritual de la poesía es aún evidente en las canciones de muchas culturas, entre los chamanes y en fórmulas de encantamiento, ensalmos y conjuros, como el que se dice en Galicia mientras se quema el orujo para hacer la queimada.
También la poesía narrativa remonta sus orígenes a la práctica religiosa. En diferentes momentos de su evolución, las canciones épicas cuentan los mitos de la creación y de los dioses; la vida de los semidioses; y, finalmente, la vida de los héroes históricos. Así ocurre con la epopeya babilónica del Gilgamesh, con la Iliada y la Odisea de Homero, con el Ramayana y el Mahabharata indios, la epopeya medieval francesa Canción de Roldán (Chanson de Roland), la anglosajona Beowulf, la castellana del Cantar de Mio Cid. La poesía de índole dramática también está vinculada a lo religioso, como ocurre en los antiguos festivales griegos y en la liturgia cristiana.
Cuando la tradición del poema cantado cede el paso a la tradición escrita, es decir, cuando las palabras se seleccionan y combinan independientemente de las necesidades melódicas, se impone el aspecto visual de la poesía. Así surgen experiencias como los caligramas (véase Apollinaire) que, de todos modos, ya aparecían en algunos poetas griegos antiguos y en la poesía de los siglos XVII y XVIII español; la poesía concreta; la poesía fonética que, a pesar de su fundamento en las onomatopeyas y en la armonía imitativa, sigue siendo un fenómeno de escritura. Destacan en estas experiencias el brasileño Haroldo de Campos, el mexicano Octavio Paz, los españoles Juan Hidalgo y Joan Brossa, por citar sólo algunos ejemplos.
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EL FUTURO DE LA POESÍA
Wallace Stevens
El escritor estadounidense Wallace Stevens veía al poeta como una persona que encontraba armonía en el caos del mundo. Su primera obra publicada, Harmonium (1923), incluye algunos de sus poemas más conocidos, entre ellos “Sunday Morning” y “Trece maneras de mirar a un mirlo”.

Ciertos avances tecnológicos como el ordenador pueden modificar formalmente la poesía, pero no su importancia, porque, como cualquier otro arte, sobresale por su capacidad de adaptación a los nuevos recursos y a las nuevas necesidades. La poesía, por otra parte, no es exclusivamente un fenómeno libresco. Acciones poéticas o performances, recitales públicos, combinación de poesía e imagen en muchas experiencias de vídeo, hablan a las claras de su vitalidad y tal vez de un impulso ligado también a sus orígenes: el de convertir la palabra en un rito compartido.
Para mayor información, véanse los artículos sobre tipos y formas de poesía y sobre movimientos poéticos; véanse también las biografías de los poetas y los artículos sobre las literaturas de los diferentes países.


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