Clasificación de las lenguas, sistema utilizado en lingüística para subdividir las lenguas en grupos o familias según sus características comunes o relaciones de parentesco y afinidad. Se estima que las lenguas habladas en la actualidad en el mundo son unas 4.500, pero el número subiría a 20.000 si se tuvieran en cuenta sus principales variedades. Esta gran cantidad de hablas se ordena siguiendo dos sistemas de clasificación: el tipológico y el genético.
2 | CLASIFICACIÓN TIPOLÓGICA |
Propuesta por el lingüista alemán August Wilhelm von Schlegel a principios del siglo XIX, la clasificación tipológica parte de las semejanzas estructurales de varias lenguas; por ejemplo, éstas se pueden agrupar según el número de sonidos vocálicos (véase Fonética) que empleen, y en esta estructuración tendrían cabida desde el árabe clásico, que usa tres, a otras que tienen veinticinco. Schlegel y otros lingüistas posteriores distinguieron las lenguas según sus mecanismos de funcionamiento. Actualmente se distinguen cuatro grupos:
Lenguas aislantes (como la tibetana y el chino clásico), en las que cada palabra, invariable, tiene una función autónoma, y las relaciones gramaticales y sintácticas vienen dadas por la disposición de las palabras en la oración. El plural en tibetano, por ejemplo, se expresa por medio de una palabra que significa mucho y que precede inmediatamente al término que se quiere poner en plural.
Lenguas aglutinantes (como el vasco o el turco), en las que una raíz expresa el significado básico y a ella se le añaden una serie de afijos o partículas que actúan como modificadores; las partículas se unen una a otra y forman palabras bastante largas: así en turco äv significa ‘casa’; ävlar, ‘las casas’; ávda, ‘en la casa’; ävdalar, ‘en las casas’, y así sucesivamente. Cada afijo expresa una sola modificación.
Lenguas flexivas (como las indoeuropeas —entre las que se encuentra el español— o las semíticas), en las que existe una clara distinción entre raíz y desinencia (véase Flexión): las desinencias son las que cambian para expresar las modificaciones específicas (en español, niñ-a, niñ-o, niñ-as, niñ-os, en latín lup-us ‘el lobo’, lup-a ‘la loba’, lup-i ‘los lobos’, lup-ae ‘las lobas’). En las lenguas flexivas, las desinencias pueden, a diferencia de lo que sucede en las lenguas aglutinantes, expresar más de una modificación, por ejemplo, niñ-a expresa a la vez la idea de femenino y singular.
Lenguas polisintéticas o incorporantes (como el inuit y algunas lenguas polinesias), en las que una frase entera se puede expresar con una sola palabra, combinando marcas aglutinantes y aislantes.
Las últimas investigaciones han demostrado que cualquier lengua presenta rasgos de varias tipologías. Así pues, la asignación de una lengua a un grupo o a otro se hace en función del mayor número de características propias de un grupo que presente o, incluso, por criterios históricos. Por ejemplo, el inglés está considerado como una lengua flexiva porque es una lengua indoeuropea, aunque tiene muchísimos rasgos aislantes. En los últimos años, el concepto de clasificación tipológica ha sufrido algunas modificaciones: la división de las lenguas en grupos se hace buscando, entre las diversas lenguas, eventuales universales comunicativos, es decir, rasgos lingüísticos que sean comunes a todas las lenguas existentes. En especial se ha investigado el orden de las palabras en la oración (en español, sujeto, verbo, complemento: Gabriela consulta Internet; en otras lenguas los elementos se disponen de otra manera) y la estructura de la negación.
3 | CLASIFICACIÓN GENÉTICA |
La clasificación genética tiene como finalidad distinguir las grandes familias lingüísticas, que incluyen idiomas a través de los cuales se puede demostrar o suponer un origen común. Por ejemplo, el español, el francés o el italiano pertenecen a la familia de las lenguas románicas porque proceden del latín, que, a su vez, pertenece a la familia indoeuropea. Al estudiar las lenguas que forman parte de una misma familia se observa que entre ellas hay grandes afinidades fonéticas, gramaticales y léxicas, aunque su evolución histórica haya producido grandes diferencias superficiales.
El concepto de clasificación genética de las lenguas se remonta a los tiempos de la torre de Babel y de Noé, cuyos tres hijos, Sem, Cam y Jafet, dieron lugar al origen de las lenguas de Asia, de África septentrional y Europa, respectivamente. Como recuerdo y homenaje a esta leyenda, todavía hoy a la familia lingüística que comprende el hebreo, el árabe y el arameo se le llama semítica, y camita es la que agrupa al egipcio antiguo y las lenguas bereberes.
Pero hubo que esperar hasta el siglo XIX, con la aparición de una metodología lingüística rigurosa y el desarrollo de la dialectología, para que la identificación de las familias lingüísticas pudiera hacerse de un modo científico. La primera familia que se fijó exactamente fue la indoeuropea; después llegaron la semítica, la camita, la ugrofinesa, la uraloaltaica (véase Lenguas urálicas; Lenguas altaicas), las chinotibetanas y muchas otras. Pero todavía hay grandes dudas sobre las clasificaciones genéticas de las lenguas aborígenes americanas (véase Lenguas aborígenes de Hispanoamérica; Lenguas aborígenes de Estados Unidos y Canadá), australianas y polinesias.
No obstante, sólo se puede hablar de familia lingüística de un modo genérico; las lenguas caucásicas, por ejemplo, presentan estructuras parecidas e incluso un léxico común y, sin embargo, es totalmente improbable que estén todas emparentadas entre sí o que deriven de una protolengua común; lo más probable es que sus semejanzas se deban al contacto recíproco, puesto que estas lenguas están presentes en el mismo territorio geográfico desde hace miles de años. En este mismo sentido, amplio y vago, es como se han realizado muchas clasificaciones de las lenguas amerindias. Algunos estudiosos, partiendo de rasgos comunes y de afinidades tipológicas, tratan de construir familias lingüísticas todavía más amplias que las actuales y, que a su vez, comprendan numerosos subgrupos. Una de estas tentativas es la de establecer posibles relaciones entre las lenguas indoeuropeas y las semíticas por un lado y con las ugrofinesas por otro: a esta superfamilia bien se la podría llamar grupo nóstrico.
Entre las otras familias lingüísticas también hay que recordar las lenguas dravídicas, las lenguas austroasiáticas (como el chino, el indonesio o el vietnamita), las lenguas thais, las nigerocongolesas (en África centro-occidental: con la familia bantú, de la que forma parte el swahili; véase Lenguas africanas), las cusitas, las malayo-polinesias (que, naturalmente se hablan en el Pacífico, entre Madagascar, Filipinas, Nueva Guinea y Polinesia) o las lenguas indo-pacíficas.
Entre las lenguas cuya clasificación es bastante compleja de establecer se encuentran las lenguas orales amerindias (entre ellas el algonquino, el maya o el quechua que se habla en Perú y Bolivia, las lenguas caribes también habladas en la Amazonia y el guaraní, de Paraguay, Argentina y Chile) y las lenguas de los aborígenes australianos que parecen estar muy lejos de otras familias. Además existen en el mundo —o han existido— algunas lenguas aisladas, de las que, por ahora, parece imposible demostrar su pertenencia a alguna rama conocida, como el japonés, el vasco, el etrusco y el sumerio.
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