El invento de la Ciencia
Ciencia (en latín scientia, de
scire, ‘conocer’), término que en su sentido más amplio se emplea para
referirse al conocimiento sistematizado en cualquier campo, pero que suele
aplicarse sobre todo a la organización de la experiencia sensorial objetivamente
verificable. La búsqueda de conocimiento en ese contexto se conoce como
‘ciencia pura’, para distinguirla de la ‘ciencia aplicada’ —la búsqueda de usos
prácticos del conocimiento científico— y de la tecnología, a través de la cual
se llevan a cabo las aplicaciones. (Para más información, véanse los artículos
individuales sobre la mayoría de las ciencias mencionadas a lo largo de este
artículo.)
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ORÍGENES
DE LA CIENCIA
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Los esfuerzos para sistematizar el
conocimiento se remontan a los tiempos prehistóricos, como atestiguan los
dibujos que los pueblos del paleolítico pintaban en las paredes de las cuevas,
los datos numéricos grabados en hueso o piedra o los objetos fabricados por las
civilizaciones del neolítico. Los testimonios escritos más antiguos de
investigaciones protocientíficas proceden de las culturas mesopotámicas, y
corresponden a listas de observaciones astronómicas, sustancias químicas o
síntomas de enfermedades —además de numerosas tablas matemáticas— inscritas en
caracteres cuneiformes sobre tablillas de arcilla. Otras tablillas que datan
aproximadamente del 2000 a.C. demuestran que los babilonios conocían el
teorema de Pitágoras, resolvían ecuaciones cuadráticas y habían desarrollado un
sistema sexagesimal de medidas (basado en el número 60) del que se derivan las
unidades modernas para tiempos y ángulos (véase Sistema numérico;
Numeración).
En el valle del Nilo se han
descubierto papiros de un periodo cronológico próximo al de las culturas
mesopotámicas que contienen información sobre el tratamiento de heridas y
enfermedades, la distribución de pan y cerveza, y la forma de hallar el volumen
de una parte de una pirámide. Algunas de las unidades de longitud actuales
proceden del sistema de medidas egipcio y el calendario que empleamos es el
resultado indirecto de observaciones astronómicas prehelénicas.
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ORÍGENES
DE LA TEORÍA CIENTÍFICA
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Pitágoras
Considerado el primer matemático,
Pitágoras fundó un movimiento en el sur de la actual Italia, en el siglo VI a.C.,
que enfatizó el estudio de las matemáticas con el fin de intentar comprender
todas las relaciones del mundo natural.
El conocimiento científico en Egipto y
Mesopotamia era sobre todo de naturaleza práctica, sin excesiva
sistematización. Uno de los primeros sabios griegos que investigó las causas
fundamentales de los fenómenos naturales fue, en el siglo VI a.C., el
filósofo Tales de Mileto que introdujo el concepto de que la Tierra era un
disco plano que flotaba en el elemento universal, el agua. El matemático y
filósofo Pitágoras, de época posterior, estableció una escuela de pensamiento
en la que las matemáticas se convirtieron en disciplina fundamental en toda
investigación científica. Los eruditos pitagóricos postulaban una Tierra
esférica que se movía en una órbita circular alrededor de un fuego central. En
Atenas, en el siglo IV a.C., la filosofía natural jónica y la ciencia
matemática pitagórica llegaron a una síntesis en la lógica de Platón y
Aristóteles. En la Academia de Platón se subrayaba el razonamiento deductivo y
la representación matemática; en el Liceo de Aristóteles primaban el
razonamiento inductivo y la descripción cualitativa. La interacción entre estos
dos enfoques de la ciencia ha llevado a la mayoría de los avances posteriores.
Arquímedes
Arquímedes realizó grandes
contribuciones a la matemática teórica. Además, es famoso por aplicar la
ciencia a la vida diaria. Por ejemplo, descubrió el principio que lleva su
nombre mientras se bañaba. También desarrolló máquinas sencillas como la
palanca o el tornillo, y las aplicó a usos militares y de irrigación.
Durante la llamada época helenística,
que siguió a la muerte de Alejandro Magno, el matemático, astrónomo y geógrafo
Eratóstenes realizó una medida asombrosamente precisa de las dimensiones de la
Tierra. El astrónomo Aristarco de Samos propuso un sistema planetario
heliocéntrico (con centro en el Sol), aunque este concepto no halló aceptación
en la época antigua. El matemático e inventor Arquímedes sentó las bases de la
mecánica y la hidrostática (una rama de la mecánica de fluidos); el filósofo y
científico Teofrasto fundó la botánica; el astrónomo Hiparco de Nicea
desarrolló la trigonometría, y los anatomistas y médicos Herófilo y Erasístrato
basaron la anatomía y la fisiología en la disección.
Sistema de Tolomeo
En el siglo II d.C., Claudio
Tolomeo planteó un modelo de Universo con la Tierra en el centro. Cada cuerpo
celeste giraba en un pequeño círculo denominado epiciclo, centrado en un punto
que giraba a su vez alrededor de la Tierra en un gran círculo denominado
deferente. El modelo representaba los movimientos de los cuerpos celestes de
una forma bastante precisa, pero no ofrecía una explicación física de ellos. El
modelo de Tolomeo fue aceptado durante más de mil años.
Tras la destrucción de Cartago y
Corinto por los romanos en el año 146 a.C., la investigación científica
perdió impulso hasta que se produjo una breve recuperación en el siglo
II d.C. bajo el emperador y filósofo romano Marco Aurelio. El sistema de
Tolomeo —una teoría geocéntrica (con centro en la Tierra) del Universo
propuesta por el astrónomo Claudio Tolomeo— y las obras médicas del filósofo y
médico Galeno se convirtieron en tratados científicos de referencia para las
civilizaciones posteriores. Un siglo después surgió la nueva ciencia
experimental de la alquimia a partir de la metalurgia. Sin embargo, hacia el
año 300, la alquimia fue adquiriendo un tinte de secretismo y simbolismo que
redujo los avances que sus experimentos podrían haber proporcionado a la ciencia.
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LA CIENCIA MEDIEVAL
Y RENACENTISTA
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Brújula china
Los primeros navegantes chinos
empleaban brújulas magnéticas como ésta para encontrar su rumbo en mar abierto.
Probablemente, las primeras brújulas magnéticas fueron desarrolladas en el siglo
X por navegantes chinos y europeos.
Durante la edad media existían seis
grupos culturales principales: en lo que respecta a Europa, de un lado el
Occidente latino y, de otro, el Oriente griego (o bizantino); en cuanto al
continente asiático, China e India, así como la civilización musulmana (también
presente en Europa), y, finalmente, en el ignoto continente americano,
desligado del resto de los grupos culturales mencionados, la civilización maya.
El grupo latino no contribuyó demasiado a la ciencia hasta el siglo XIII;
los griegos no elaboraron sino meras paráfrasis de la sabiduría antigua; los
mayas, en cambio, descubrieron y emplearon el cero en sus cálculos
astronómicos, antes que ningún otro pueblo. En China la ciencia vivió épocas de
esplendor, pero no se dio un impulso sostenido. Las matemáticas chinas
alcanzaron su apogeo en el siglo XIII con el desarrollo de métodos para
resolver ecuaciones algebraicas mediante matrices y con el empleo del triángulo
aritmético. Pero lo más importante fue el impacto que tuvieron en Europa varias
innovaciones prácticas de origen chino. Entre ellas estaban los procesos de
fabricación del papel y la pólvora, el uso de la imprenta y el empleo de la
brújula en la navegación. Las principales contribuciones indias a la ciencia
fueron la formulación de los numerales denominados indoarábigos, empleados
actualmente, y la modernización de la trigonometría. Estos avances se
transmitieron en primer lugar a los árabes, que combinaron los mejores
elementos de las fuentes babilónicas, griegas, chinas e indias. En el
siglo IX Bagdad, situada a orillas del río Tigris, era un centro de
traducción de obras científicas y en el siglo XII estos conocimientos se
transmitieron a Europa a través de España, Sicilia y Bizancio.
Nicolás Copérnico
El astrónomo polaco Nicolás
Copérnico revolucionó la ciencia al postular que la Tierra y los demás planetas
giran en torno a un Sol estacionario. Su teoría heliocéntrica (el Sol como centro)
fue desarrollada en los primeros años de la década de 1500, pero sólo se
publicó años después. Se oponía a la teoría de Tolomeo, entonces en boga, según
la cual el Sol y los planetas giraban alrededor de una Tierra fija. Al
principio, Copérnico dudó en publicar sus hallazgos porque temía las críticas
de la comunidad científica y religiosa. A pesar de la incredulidad y rechazo
iniciales, el sistema de Copérnico pasó a ser el modelo del Universo más
ampliamente aceptado a finales del siglo XVII.
En el siglo XIII la recuperación
de obras científicas de la antigüedad en las universidades europeas llevó a una
controversia sobre el método científico. Los llamados realistas apoyaban el
enfoque platónico, mientras que los nominalistas preferían la visión de
Aristóteles. En las universidades de Oxford y París estas discusiones llevaron
a descubrimientos de óptica y cinemática que prepararon el camino para Galileo
y para el astrónomo alemán Johannes Kepler.
La gran epidemia de peste y la
guerra de los Cien Años interrumpieron el avance científico durante más de un
siglo, pero en el siglo XVI la recuperación ya estaba plenamente en
marcha. En 1543 el astrónomo polaco Nicolás Copérnico publicó De
revolutionibus orbium caelestium (Sobre las revoluciones de los cuerpos
celestes), que conmocionó la astronomía. Otra obra publicada ese mismo año,
Humani corporis fabrica libri septem (Siete libros sobre la
estructura del cuerpo humano), del anatomista belga Andrés Vesalio,
corrigió y modernizó las enseñanzas anatómicas de Galeno y llevó al
descubrimiento de la circulación de la sangre. Dos años después, el libro Ars
magna (Gran arte), del matemático, físico y astrólogo italiano
Gerolamo Cardano, inició el periodo moderno en el álgebra con la solución de
ecuaciones de tercer y cuarto grado.
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LA CIENCIA MODERNA
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Galileo
El físico y astrónomo italiano
Galileo marcó el rumbo de la física moderna al insistir en que la Tierra y los
astros se regían por un mismo conjunto de leyes. Defendió la antigua idea de que
la Tierra giraba en torno al Sol, y puso en duda la creencia igualmente antigua
de que la Tierra era el centro del Universo.
Esencialmente, los métodos y resultados
científicos modernos aparecieron en el siglo XVII gracias al éxito de
Galileo al combinar las funciones de erudito y artesano. A los métodos antiguos
de inducción y deducción, Galileo añadió la verificación sistemática a través
de experimentos planificados, en los que empleó instrumentos científicos de
invención reciente como el telescopio, el microscopio o el termómetro. A
finales del siglo XVII se amplió la experimentación: el matemático y
físico Evangelista Torricelli empleó el barómetro; el matemático, físico y
astrónomo holandés Christiaan Huygens usó el reloj de péndulo; el físico y químico
británico Robert Boyle y el físico alemán Otto von Guericke utilizaron la bomba
de vacío.
Antoine Laurent de Lavoisier
El químico francés Antoine
Laurent de Lavoisier está considerado como el padre de la química moderna. Se
interesó sobre todo por los experimentos que permitían medir la materia.
La culminación de esos esfuerzos fue la
formulación de la ley de la gravitación universal, expuesta en 1687 por el
matemático y físico británico Isaac Newton en su obra Philosophiae naturalis
principia mathematica (Principios matemáticos de la filosofía natural). Al
mismo tiempo, la invención del cálculo infinitesimal por parte de Newton y del
filósofo y matemático alemán Gottfried Wilhelm Leibniz sentó las bases de la
ciencia y las matemáticas actuales.
Michael Faraday
Michael Faraday, uno de los
científicos más eminentes del siglo XIX, realizó importantes contribuciones a
la física y la química. Descubrió el fenómeno conocido como inducción
electromagnética al observar que en un cable que se mueve en un campo magnético
aparece una corriente. Este descubrimiento contribuyó al desarrollo de las
ecuaciones de Maxwell y llevó a la invención del generador eléctrico. Entre los
anteriores trabajos de Faraday en química figuran el enunciado de las leyes de
la electrólisis y el descubrimiento del benceno.
Los descubrimientos científicos de Newton y
el sistema filosófico del matemático y filósofo francés René Descartes dieron
paso a la ciencia materialista del siglo XVIII, que trataba de explicar los
procesos vitales a partir de su base físico-química. La confianza en la actitud
científica influyó también en las ciencias sociales e inspiró el llamado Siglo
de las Luces, que culminó en la Revolución Francesa de 1789. El químico francés
Antoine Laurent de Lavoisier publicó el Tratado elemental de química en
1789 e inició así la revolución de la química cuantitativa.
Charles Darwin
Darwin estuvo influenciado por el
geólogo Adam Sedgwick y el naturalista John Henslow en el desarrollo de su
teoría de la selección natural, que habría de convertirse en el concepto básico
de la teoría de la evolución. La teoría de Darwin mantiene que los efectos
ambientales conducen al éxito reproductivo diferencial en individuos y grupos
de organismos. La selección natural tiende a promover la supervivencia de los
más aptos. Esta teoría revolucionaria se publicó en 1859 en el famoso tratado
El origen de las especies por medio de la selección natural.
Los avances científicos del siglo XVIII
prepararon el camino para el siguiente, llamado a veces “siglo de la
correlación” por las amplias generalizaciones que tuvieron lugar en la ciencia.
Entre ellas figuran la teoría atómica de la materia postulada por el químico y
físico británico John Dalton, las teorías electromagnéticas de Michael Faraday
y James Clerk Maxwell, también británicos, o la ley de la conservación de la
energía, enunciada por el físico británico James Prescott Joule y otros
científicos.
Max Planck
Max Planck se alejó radicalmente
de las ideas clásicas al proponer la teoría de que la energía se propaga en
cantidades discretas llamadas cuantos. Antes del trabajo de Planck sobre la
radiación del cuerpo negro, se creía que la energía era continua, pero muchos
fenómenos resultaban así inexplicables. Mientras trabajaba en los aspectos
matemáticos de los fenómenos de radiación observados, Planck se dio cuenta de
que la cuantización de la energía podía explicar el comportamiento de la luz.
Sus revolucionarios trabajos sentaron las bases de la teoría cuántica.
La teoría biológica de alcance más
global fue la de la evolución, propuesta por Charles Darwin en su libro El
origen de las especies, publicado en 1859, que provocó una polémica en la
sociedad —no sólo en los ámbitos científicos— tan grande como la obra de Copérnico.
Sin embargo, al empezar el siglo XX el concepto de evolución ya se
aceptaba de forma generalizada, aunque su mecanismo genético continuó siendo
discutido.
Albert Einstein
Albert Einstein, autor de las teorías
general y restringida de la relatividad, es considerado uno de los mayores
científicos de todos los tiempos. No se conoce tanto su compromiso social. En
la grabación, Einstein habla de Gandhi y elogia la no violencia.
Mientras la biología adquiría una base
más firme, la física se vio sacudida por las inesperadas consecuencias de la
teoría cuántica y la de la relatividad. En 1927 el físico alemán Werner
Heisenberg formuló el llamado principio de incertidumbre, que afirma que
existen límites a la precisión con que pueden determinarse a escala subatómica
las coordenadas de un suceso dado. En otras palabras, el principio afirmaba la
imposibilidad de predecir con precisión que una partícula, por ejemplo un
electrón, estará en un lugar determinado en un momento determinado y con una
velocidad determinada. La mecánica cuántica no opera con datos exactos, sino
con deducciones estadísticas relativas a un gran número de sucesos
individuales.
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LA CIENCIA EN
ESPAÑA Y LATINOAMÉRICA
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Carl von Linneo
Aunque era un médico en
ejercicio, Carl von Linneo tenía un profundo interés por la botánica y
desarrolló un sistema para clasificar las plantas en el que utilizaba un método
binomial de nomenclatura científica. Su sistema de clasificación simplificaba mucho
la manera en que se nombraban las plantas y los animales, organizándolos en
grupos significativos basados en sus similitudes físicas. Linneo también
describió y clasificó cierto número de especies animales y sus descripciones y
clasificaciones fueron tan precisas que muchas de ellas han permanecido
invariables hasta nuestros días.
Los comienzos de la ciencia
española se remontan (dejando aparte el primitivo saber de san Isidoro de
Sevilla) a la civilización hispanoárabe y sobre todo a la gran escuela astronómica
de Toledo del siglo XI encabezada por al-Zarqalluh (conocido por Azarquiel
en la España medieval). Después de la conquista de la ciudad de Toledo por el
rey Alfonso VI en 1085, comenzó un movimiento de traducción científica del
árabe al latín, promovido por el arzobispo Raimundo de Toledo (véase Escuela
de traductores de Toledo). Este movimiento continuó bajo el patrocinio de
Alfonso X el Sabio y los astrónomos de su corte (entre los que destacó el
judío Isaac ibn Cid); su trabajo quedó reflejado en los Libros del saber de
astronomía y las Tablas alfonsíes, tablas astronómicas que
sustituyeron en los centros científicos de Europa a las renombradas Tablas
toledanas de Azarquiel.
En la primera mitad del
siglo XVI, España participó en el movimiento de renovación científica
europea, en el que intervinieron de forma destacada Juan Valverde de Amusco,
seguidor de Andrés Vesalio, y la escuela de los calculatores —promotores
de la renovación matemática y física—, a la que pertenecían Pedro Ciruelo, Juan
de Celaya y Domingo de Soto. El descubrimiento de América estimuló avances,
tanto en historia natural (con José de Acosta y Gonzalo Fernández de Oviedo)
como en náutica (con Pedro de Medina, Martín Cortés y Alonso de Santa Cruz).
Después de que Felipe II
prohibiera estudiar en el extranjero, la ciencia española entró en una fase de
decadencia y neoescolasticismo de la cual no saldría hasta finales del
siglo XVII, con el trabajo de los llamados novatores. Este grupo
promovía semiclandestinamente las nuevas ideas de Newton y William Harvey, y a
él pertenecían, entre otros, Juan Caramuel y Lobkowitz, Juan de Cabriada y
Antonio Hugo de Omerique, cuya obra Analysis Geometrica (1698) atrajo el
interés de Newton. En la misma época, desde Nueva España, Diego Rodríguez
comentó los hallazgos de Galileo.
Santiago Ramón y Cajal
El histólogo español Santiago
Ramón y Cajal obtuvo el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1906. Pionero
en la investigación de la estructura fina del sistema nervioso, Cajal fue
galardonado por haber aislado las células nerviosas próximas a la superficie
del cerebro.
El sistema newtoniano, todavía prohibido por
la Iglesia, se difundió ampliamente en el mundo hispano del siglo XVIII, a
partir de Jorge Juan y Antonio de Ulloa (socios del francés Charles de La
Condamine en su expedición geodésica a los Andes) en la península Ibérica, José
Celestino Mutis en Nueva Granada y Cosme Bueno en Perú.
El otro pilar de la modernización
científica de la Ilustración fue Linneo, cuya nomenclatura binomial fascinó a
toda una generación de botánicos europeos, estimulando nuevas exploraciones. En
España, Miguel Barnades y más tarde sus discípulos Casimiro Gómez Ortega y
Antonio Palau Verdera enseñaron la nueva sistemática botánica. El
siglo XVIII fue la época de las expediciones botánicas y científicas al
Nuevo Mundo, entre las que destacaron la de Mutis (corresponsal de Linneo) a
Nueva Granada, la de Hipólito Ruiz y José Pavón a Perú, la de José Mariano Mociño
y Martín de Sessé a Nueva España, y la de Alejandro Malaspina alrededor del
globo. También en los territorios americanos la ciencia floreció en
instituciones como el Real Seminario de Minería de México, el Observatorio
Astronómico de Bogotá o el Anfiteatro Anatómico de Lima.
Severo Ochoa
El bioquímico español Severo
Ochoa obtuvo en 1959 el Premio Nobel de Fisiología y Medicina. Fue el primero
en sintetizar un ácido nucleico.
Las Guerras Napoleónicas y de Independencia
interrumpieron el avance de la ciencia tanto en la península Ibérica como en
Latinoamérica. En España la recuperación fue muy lenta; la vida científica se
paralizó prácticamente hasta la aparición de nuevas ideas —el darwinismo en
primer lugar— como secuela de la revolución de 1868 y la I República. En
esta renovación científica desempeñó un papel fundamental el neurólogo Santiago
Ramón y Cajal, primer premio Nobel español (en 1906 compartió el Premio Nobel
de Fisiología y Medicina con el médico italiano Camillo Golgi por sus descubrimientos
sobre la estructura del sistema nervioso); también intervinieron José Rodríguez
de Carracido en química, Augusto González de Linares en biología, José
Macpherson en geología y Zoel García Galdeano en matemáticas. En América Latina
pueden referirse como representativas de la renovación científica del
siglo XIX una serie de instituciones positivistas: en México, la Sociedad
de Historia Natural (1868), la Comisión Geográfico-Exploradora (1877) o la
Comisión Geológica (1886); en Argentina, el Observatorio Astronómico (1882), el
Museo de Ciencias Naturales (1884), la Sociedad Científica Argentina (1872), el
Observatorio de Córdoba (1870), dirigido por el estadounidense Benjamin Gould,
y la Academia de las Ciencias de Córdoba (1874); por último en Brasil, la
Escuela de Minas de Ouro Preto, el Servicio Geológico de São Paulo y el
Observatorio Nacional de Río de Janeiro.
Gracias al empuje que el Premio Nobel
de Ramón y Cajal dio a la ciencia en general, en 1907 el gobierno español
estableció la Junta para la Ampliación de Estudios para fomentar el desarrollo
de la ciencia, creando becas para el extranjero y, algo más tarde, una serie de
laboratorios. Cuando Pío del Río Hortega se instaló en el laboratorio de
histología establecido por la Junta en la Residencia de Estudiantes de Madrid,
se convirtió en el primer investigador profesional en la historia de la ciencia
española. El centro de innovación en ciencias físicas fue el Instituto Nacional
de Física y Química de Blas Cabrera, que a finales de la década de 1920 recibió
una beca de la Fundación Rockefeller para construir un nuevo y moderno
edificio. Allí trabajaron Miguel Ángel Catalán, que realizó importantes
investigaciones en espectrografía, y el químico Enrique Moles. En matemáticas
el centro innovador fue el Laboratorio Matemático de Julio Rey Pastor, cuyos
discípulos ocuparon prácticamente la totalidad de cátedras de matemáticas de
España. Muchos de ellos fueron becados en Italia con Tullio Levi-Civita, Vito
Volterra, Federigo Enriques y otros miembros de la gran escuela italiana, cuyo
manejo del cálculo tensorial les había asociado con la relatividad general de
Einstein. Rey Pastor fue un impulsor de la visita que Einstein realizó a España
en 1923, en la que el físico alemán fue recibido sobre todo por matemáticos, ya
que la física estaba mucho menos desarrollada. En biomedicina, además de la
neurohistología, adquirió relevancia la fisiología, dividida en dos grupos: el
de Madrid, regido por Juan Negrín, quien formó al futuro premio Nobel Severo
Ochoa, y el de Barcelona, dirigido por August Pi i Sunyer. Durante la década de
1920 ambos grupos trabajaron en la acción química de las hormonas, sobre todo
de la adrenalina.
En América Latina la fisiología,
al igual que en España, ocupaba el liderazgo en las ciencias biomédicas. Los
argentinos Bernardo Houssay y Luis Leloir ganaron el Premio Nobel en 1947 y
1970 respectivamente; fueron los primeros otorgados a científicos
latinoamericanos por trabajos bioquímicos. En física, distintos países
consideraron que la física nuclear era el camino más práctico hacia la
modernización científica, debido a la facilidad para obtener aceleradores de
partículas de países europeos o de Norteamérica. No obstante, la física nuclear
comenzó, por su mínimo coste, con el estudio de los rayos cósmicos. En la
década de 1930, los brasileños Marcello Damy de Souza y Paulus Aulus Pompéia
descubrieron el componente penetrante o ‘duro’ de los rayos cósmicos; en 1947
César Lattes, investigando en el Laboratorio de Física Cósmica de Chacaltaya (Bolivia),
confirmó la existencia de los piones (véase Física: Partículas
elementales). También la genética resultó ser un campo de investigación
fructífero en América Latina. En 1941 el genetista estadounidense de origen ucraniano
Theodosius Dobzhansky emprendió el primero de sus viajes a Brasil donde formó a
toda una generación de genetistas brasileños en la genética de poblaciones. Su
objetivo era estudiar las poblaciones naturales de Drosophila en climas
tropicales para compararlas con las poblaciones de regiones templadas que ya
había investigado. Descubrió que las poblaciones tropicales estaban dotadas de
mayor diversidad genética que las templadas y, por lo tanto, pudieron ocupar
más ‘nichos’ ecológicos que éstas.
Tanto en España como en América
Latina la ciencia del siglo XX ha tenido dificultades con los regímenes
autoritarios. En la década de 1960 se produjo en Latinoamérica la llamada ‘fuga
de cerebros’: en Argentina, por ejemplo, la Facultad de Ciencias Exactas de la
Universidad de Buenos Aires perdió más del 70% del profesorado debido a las
imposiciones del gobierno contra las universidades. Bajo la dictadura militar
de la década de 1980, los generales expulsaron de este país a los
psicoanalistas, y el gobierno apoyó una campaña contra la ‘matemática nueva’ en
nombre de una idea mal entendida de la matemática clásica. En Brasil, bajo la
dictadura militar de la misma época, un ministro fomentó la dimisión de toda
una generación de parasitólogos del Instituto Oswaldo Cruz, dando lugar a lo
que se llamó ‘la masacre de Manguinhos’.
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COMUNICACIÓN
CIENTÍFICA
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A lo largo de la historia, el
conocimiento científico se ha transmitido fundamentalmente a través de documentos
escritos, algunos de los cuales tienen una antigüedad de más de 4.000 años. Sin
embargo, de la antigua Grecia no se conserva ninguna obra científica sustancial
del periodo anterior a los Elementos del geómetra Euclides (alrededor
del 300 a.C.). De los tratados posteriores escritos por científicos
griegos destacados sólo se conservan aproximadamente la mitad. Algunos están en
griego, mientras que en otros casos se trata de traducciones realizadas por
eruditos árabes en la edad media. Las escuelas y universidades medievales
fueron los principales responsables de la conservación de estas obras y del
fomento de la actividad científica.
Sin embargo, desde el renacimiento esta
labor ha sido compartida por las sociedades científicas; la más antigua de ellas,
que todavía existe, es la Accademia nazionale dei Lincei (a la que perteneció
Galileo), fundada en 1603 para promover el estudio de las ciencias matemáticas,
físicas y naturales. Ese mismo siglo, el apoyo de los gobiernos a la ciencia
llevó a la fundación de la Royal Society de Londres (1660) y de la Academia de
Ciencias de París (1666). Estas dos organizaciones iniciaron la publicación de
revistas científicas, la primera con el título de Philosophical Transactions
y la segunda con el de Mémoires.
Durante el siglo XVIII otras naciones
crearon academias de ciencias. En Estados Unidos, un club organizado en 1727
por Benjamin Franklin se convirtió en 1769 en la Sociedad Filosófica Americana.
En 1780 se constituyó la Academia de las Artes y las Ciencias de América,
fundada por John Adams, el segundo presidente estadounidense. En 1831 se reunió
por primera vez la Asociación Británica para el Desarrollo de la Ciencia,
seguida en 1848 por la Asociación Americana para el Desarrollo de la Ciencia y
en 1872 por la Asociación Francesa para el Desarrollo de la Ciencia. Estos
organismos nacionales editan respectivamente las publicaciones Nature,
Science y Compte-Rendus. El número de publicaciones científicas
creció tan rápidamente en los primeros años del siglo XX que el catálogo Lista
mundial de publicaciones científicas periódicas editadas en los años 1900-1933
ya incluía unas 36.000 entradas en 18 idiomas. Muchas de estas publicaciones
son editadas por sociedades especializadas dedicadas a ciencias concretas.
Desde finales del siglo XIX la
comunicación entre los científicos se ha visto facilitada por el
establecimiento de organizaciones internacionales, como la Oficina
Internacional de Pesas y Medidas (1875) o el Consejo Internacional de
Investigación (1919). Este último es una federación científica subdividida en
uniones internacionales para cada una de las ciencias. Cada pocos años, las
uniones celebran congresos internacionales, cuyos anales suelen publicarse.
Además de las organizaciones científicas nacionales e internacionales, muchas
grandes empresas industriales tienen departamentos de investigación, de los que
algunos publican de forma regular descripciones del trabajo realizado o envían
informes a las oficinas estatales de patentes, que a su vez editan resúmenes en
boletines de publicación periódica.
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CAMPOS
DE LA CIENCIA
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Originalmente el conocimiento de la
naturaleza era en gran medida la observación e interrelación de todas las
experiencias, sin establecer divisiones. Los eruditos pitagóricos sólo distinguían
cuatro ciencias: aritmética, geometría, música y astronomía. En la época de
Aristóteles, sin embargo, ya se reconocían otros campos: mecánica, óptica,
física, meteorología, zoología y botánica. La química permaneció fuera de la
corriente principal de la ciencia hasta la época de Robert Boyle, en el
siglo XVII, y la geología sólo alcanzó la categoría de ciencia en el
siglo XVIII. Para entonces el estudio del calor, el magnetismo y la
electricidad se había convertido en una parte de la física. Durante el
siglo XIX los científicos reconocieron que las matemáticas puras se
distinguían de las otras ciencias por ser una lógica de relaciones cuya
estructura no depende de las leyes de la naturaleza. Sin embargo, su aplicación
a la elaboración de teorías científicas ha hecho que se las siga clasificando
como ciencia.
Las ciencias naturales puras suelen
dividirse en ciencias físicas y químicas, y ciencias de la vida y de la Tierra.
Las principales ramas del primer grupo son la física, la astronomía y la química,
que a su vez se pueden subdividir en campos como la mecánica o la cosmología.
Entre las ciencias de la vida se encuentran la botánica y la zoología; algunas
subdivisiones de estas ciencias son la fisiología, la anatomía o la
microbiología. La geología es una rama de las ciencias de la Tierra.
Sin embargo, todas las clasificaciones
de las ciencias puras son arbitrarias. En las formulaciones de leyes
científicas generales se reconocen vínculos entre las distintas ciencias. Se
considera que estas relaciones son responsables de gran parte del progreso
actual en varios campos de investigación especializados, como la biología
molecular y la genética. Han surgido varias ciencias interdisciplinares, como
la bioquímica, la biofísica, las biomatemáticas o la bioingeniería, en las que
se explican los procesos vitales a partir de principios físico-químicos. Los
bioquímicos, por ejemplo, sintetizaron el ácido desoxirribonucleico (ADN); la
cooperación de biólogos y físicos llevó a la invención del microscopio electrónico,
que permite el estudio de estructuras poco mayores que un átomo. Se prevé que
la aplicación de estos métodos interdisciplinares produzca también resultados
significativos en el terreno de las ciencias sociales y las ciencias de la
conducta.
Las ciencias aplicadas incluyen campos como
la aeronáutica, la electrónica, la ingeniería y la metalurgia —ciencias físicas
aplicadas— o la agronomía y la medicina —ciencias biológicas aplicadas. También
en este caso existe un solapamiento entre las ramas. Por ejemplo, la
cooperación entre la iatrofísica (una rama de la investigación médica basada en
principios de la física) y la bioingeniería llevó al desarrollo de la bomba
corazón-pulmón empleada en la cirugía a corazón abierto y al diseño de órganos
artificiales como cavidades y válvulas cardiacas, riñones, vasos sanguíneos o
la cadena de huesecillos del oído interno. Este tipo de avances suele deberse a
las investigaciones de especialistas procedentes de diversas ciencias, tanto
puras como aplicadas. La relación entre teoría y práctica es tan importante
para el avance de la ciencia en nuestros días como en la época de Galileo. Véase
también Filosofía de la ciencia.
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