La literatura en Francia en el siglo XX se ha visto profundamente afectada por los cambios que han conmovido a toda la vida cultural de la nación. A los impulsos innovadores del simbolismo, se añadieron grandes influencias foráneas, como por ejemplo, la danza moderna introducida por la bailarina estadounidense Isadora Duncan y el ballet ruso, la música del compositor ruso Ígor Stravinski, el arte primitivo y, en literatura, el impacto que produjo el novelista Fiódor Dostoievski y, un poco más tarde, el novelista irlandés James Joyce. Las tendencias se compenetraron tanto, y los cambios fueron tan rápidos, que es necesario que los veamos desde la perspectiva del tiempo para comprenderlos bien.
5.1 | Algunos individualistas |
Jean Giraudoux
La obra del novelista y dramaturgo francés Jean Giraudoux muestra un gran ingenio y un estilo elegante.
Por el camino de Swann (1913), de Marcel Proust, volumen primero de En busca deltiempoperdido (16 volúmenes, 1913-1927), se considera generalmente, una de la mejores novelas psicológicas de todos los tiempos. Romain Rolland, cuya obra más famosa, Jean Christophe, apareció en diez volúmenes entre 1904 y 1912, pasó la I Guerra Mundial en Suiza, escribiendo llamamientos pacifistas. Sus ideas sobre la guerra están contenidas en su novela Clérambault: historia de una conciencia libre durante la guerra (1920). El inmoralista (1902) de André Gide expresaba la convicción de que, mientras la libertad en sí misma es admirable, la aceptación de las responsabilidades requeridas por la libertad es difícil, tema que llevó aún más lejos en La puerta estrecha (1909). La obra de Gide se distinguió por su independencia en el pensamiento y la expresión. La famosa novela Jean Barois (1913), de Roger Martin du Gard, es un estudio sobre el conflicto existente entre el entorno místico y la mente científica del siglo XIX. Entre los grandes escritores católicos, destacaron el poeta místico y novelista Francis Jammes y François Mauriac. La obra de Mauriac, carente por completo de didáctica o proselitismo, está dedicada al estudio del mal, del pecado, de la debilidad, y del sufrimiento. Sus novelas y poesía traslucen la influencia, no de novelistas, sino de Pascal, Racine y Baudelaire, y en todas ellas anida un sentimiento trágico, cierta actitud reservada y un estilo puro.
Jean Cocteau, trabajó en diferentes campos artísticos, y fue el autor, entre muchas otras obras, de el libro de poemas Canto llano (1923), de la novela Los hijos terribles (1929), de la obra de teatro La máquina infernal (1934), de la película La sangre de un poeta (1930), de crítica, así como de ballets.
Colette
Colette llegó a ser reconocida como una importante novelista francesa con la publicación de Querido en 1920. Sus novelas, casi autobiográficas, se ocupan de las relaciones humanas y de su amor por la naturaleza.
Jean Giraudoux llamó la atención en un principio por sus narraciones realistas de la vida provinciana francesa (Los Provinciales, 1909). La impresión que ya causaba de escritor poderoso y original, se vio potenciada por el realismo de sus libros de guerra, consiguiendo el premio Balzac con uno de ellos. Se consagró después como escritor dramático. Dos de sus obras, Anfitrión 38 (1939) y La loca de Chaillot (1945), lograron fama internacional. La mayor parte de la obra de Giraudoux muestra fantasía, inventiva y un estilo elegante, que algunos críticos han tildado de preciosista, aunque otros le han proclamado uno de los grandes estilistas de la literatura.
Jules Romains empezó escribiendo teatro pero luego se pasó a la novela. En Los hombres de buena voluntad (27 volúmenes, 1932-1947), intentó condensar la vida moderna francesa al completo. Escribe sobre la doctrina llamada unanimismo, teoría según la cual el individuo y la sociedad son un todo. La novela de Jules Romains retrata el alma colectiva de la sociedad.
François Mauriac
El poeta y novelista francés François Mauriac obtuvo en 1952 el Premio Nobel de Literatura. Interesado por los conflictos morales, Mauriac consiguió al mismo tiempo afirmar su reputación como riguroso estilista.
Guillaume Apollinaire fue escritor y poeta de manifiestos culturales. Su obra Los pintores cubistas (1913) sirvió de instrumento para establecer la escuela cubista de pintura. Sus volúmenes de poemas Alcoholes (1913) y Caligramas (1918) fueron muy populares entre los surrealistas, grupo en el que influyó de manera notable.
El poeta católico, dramaturgo y apologista Paul Claudel se mantuvo apartado de los círculos literarios. El sentimiento religioso predomina en toda su obra y es la inspiración de su poesía lírica, lo que se muestra en Cinco grandes odas (1909-1910), en La cantata a tres voces (1931) y en obras dramáticas como El libro de Colón (1930).
Marcel Proust
El novelista francés Marcel Proust escribió En busca del tiempo perdido, una de las obras capitales de la literatura universal. Escrita entre 1913 y 1927, está poblada de numerosos personajes delineados con maestría, y expresa una profunda conciencia filosófica del sentido del tiempo.
El teatro del Vieux-Colombier, fundado en 1913 por el actor y crítico literario Jacques Copeau, dio un gran apoyo a jóvenes dramaturgos como Claudel. Produjo, en su primera temporada, obras suyas y de Martin du Gard, entre otros.
Paul Valéry comenzó como simbolista y llegó a ser uno de los mejores poetas psicológicos de su tiempo. A través de su técnica, intentó expresar sus ideas abstractas dentro de la más rigurosa estructura formal. Mallarmé y Valéry siguieron la tendencia de la poesía francesa moderna introducida por Baudelaire, a través de sus traducciones de las obras del escritor estadounidense del siglo XIX Edgar Allan Poe, y de sus propios trabajos. Se caracteriza, en parte, por una inquietud especial por el sonido significativo. En su definición del simbolismo, Valéry observaba que la nueva poesía quería recuperar de la música lo que le pertenecía. En la práctica, sin embargo, Valéry volvió a utilizar las reglas clásicas de la métrica. Creía que en el acto de escribir la poesía se doblega ante la voluntad con una fuerza útil.
Los temas de las novelas de Henry de Montherlant abarcan desde los deportes (Las olímpicas, 1924) a las corridas de toros (Los bestiarios, 1926), o el lugar de la mujer en la vida moderna (Adolescentes, 4 volúmenes, 1936-1939). Como en el caso de Mauriac y Giraudoux, Montherlant también escribió teatro, tragedias históricas como La Reina muerta (1942) y algunas obras dramáticas situadas en la época moderna.
Debido a su gran éxito popular y a su extraordinaria productividad (publicó un total de ochenta volúmenes), Colette (Sidonie Gabrielle Colette) tardó mucho en ser reconocida. El valor literario de sus escritos fue finalmente reconocido en Francia por Marcel Proust y André Gide. El estilo de novelas como Chéri (1920) y Gigi (1945) es muy elegante, y su aguda percepción la une a los grandes realistas psicológicos del mundo literario.
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