Ilustración en España, comportamiento específico que tuvo en España este movimiento intelectual europeo que se desarrolló en el siglo XVIII hasta la Revolución Francesa. En el mundo occidental supuso, dentro del terreno del pensamiento, el paso de la edad moderna a la edad contemporánea. Propugnaba unos cambios de ideas y modos de interpretar el mundo que procedían del racionalismo a ultranza de la clase burguesa en ascenso. De hecho, rechazaba todo tipo de dogmatismos y, debido a ello, buscaba desplazar de las esferas de poder a la aristocracia y la iglesia. En español el término procede del francés Illustration, que en alemán se llamó Aufklärung y en inglés Enlightement, en ambos casos podría traducirse como ‘iluminación’, en el sentido de ‘hacerse la luz’.
Se ha discutido tradicionalmente la importancia, e incluso la misma existencia, de un movimiento ilustrado propiamente dicho y con características específicas en España. Así hacen Menéndez y Pelayo y Ortega y Gasset, entre otros, que en sus escritos buscaron la relación del supuesto movimiento ilustrado con las actitudes europeas del momento. La conclusión provisional a la que se ha llegado, y que se mantiene en el presente, es que en España no se trató de un periodo específico de la cultura, sino más bien de un ambiente general cuya capacidad de revocación y cambio llegó a constituir una de las etapas realmente importantes de la modernidad española.
Literariamente se produjo un enfrentamiento entre la continuidad y la reforma. Y no sólo debido a influencias externas, pues la confrontación fue bastante directa, pero pronto ahogada, en lo que se refiere a la defensa de una nueva razón crítica frente a la sensibilidad tradicional dominada por los prejuicios de una religiosidad y una concepción del poder ancladas en el pasado. También se produjo en los escritores ilustrados una profundización del valor del lenguaje literario, que oponían a la afectación, al tiempo que defendían la posibilidad de una coexistencia entre lo bello y lo pintoresco. En La poética, de Ignacio de Luzán, publicada en 1737, se abordaban estos asuntos que, además, suponían la contraposición del neoclasicismo con el barroco.
En realidad, y con objeto de evitar los enfrentamientos con los dogmas religiosos dominantes en la España de aquel tiempo, las teorías racionalistas nunca pasaron de moderadas, excepto en el terreno de lo satírico. Debido a esa moderación, algunos de los más recientes teóricos del pensamiento y la literatura han llegado a conclusiones en las que afirman que la difusión del nuevo espíritu resultó poco agresiva, por lo que la contraposición entre ilustración y tradición y conservadurismo aparece poco clara.
Suelen considerarse ilustrados dentro de la novela a Diego de Torres Villarroel, y al jesuita José Francisco de Isla, cuyas obras poseen cierta calidad literaria dentro de la prosa satírica, en la que tiene lugar una confluencia del humorismo realista de la picaresca y el barroco, con la mentalidad crítico-reformadora de su siglo. De hecho, ni la Vida, de Torres Villarroel, ni Fray Gerundio, de Isla, son en sentido estricto novelas, y en principio demuestran el hundimiento de la novela española durante el siglo XVIII.
Por su parte, en sus escritos de carácter poco literario, el monje benedictino fray Benito Jerónimo Feijoo insiste en el valor de la razón y la experiencia en la búsqueda de la verdad, oponiéndose a supersticiones, milagros y falsas creencias religiosas, sobre todo en su obra El teatro crítico universal.
En la poesía tienen cierto interés Nicolás Fernández de Moratín y, sobre todo, Juan Meléndez Valdés, con su sentimiento de la naturaleza y exaltación del erotismo y la nueva sentimentalidad. En el teatro destaca sobre todos Leandro Fernández de Moratín, cuya obra El sí de las niñas plantea el problema de la educación de la mujer y su libertad para elegir marido, con una técnica teatral irreprochable.
En el ensayo es donde se encuentran los máximos exponentes de la Ilustración española, en primer lugar con José Cadalso, y sus famosas Cartas marruecas, primera manifestación española del ensayo breve, irónico, de contenido ideológico y estilo personal. Por su parte, Gaspar Melchor de Jovellanos, supone una auténtica síntesis de la época al estudiar los problemas locales, la construcción de carreteras o la explotación de las minas, así como el paisaje, la historia y la vida económica, destacando en este último terreno, donde aparece como el primer economista español de su tiempo.
La confluencia entre las ideas y la literatura, el didactismo y la crítica, el neoclasicismo y el espíritu enciclopedista, aparece patente en un género secundario y muy característico de la época, como es la fábula, entre cuyos cultivadores destacan Félix María Samaniego y Tomás de Iriarte.
Con todo, la Ilustración española no pasó de ser reformista, y con sus vacilaciones filosóficas y dudas estéticas, simplemente refleja los modelos franceses, sin llevarlos nunca hasta el extremo.
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